Dos independencias jaquean la unidad europea
Año 7. Edición número 330. Domingo 14 de septiembre de 2014
En tanto Isabel II acepta la decisión escocesa, los
partidos ingleses están tan nerviosos como el presidente Mariano Rajoy
ante el referendo catalán.
Marginadas de la Europa que el neoliberalismo redujo, Escocia, el
próximo jueves 18 de septiembre, y Cataluña, el 9 de noviembre,
decidirán sobre su permanencia en los estados imperiales en los que
fueron forzadas hace 300 años. Los enfrentamientos son similares, pero
las conductas de las derechas y los nacionalismos alzados son
diferentes. Ambos representan movimientos democráticos profundos, pero
en Cataluña prima el republicanismo social y en Escocia, el compromiso
socialdemócrata.
Apenas las encuestas del fin de semana pasado insinuaron que el voto secesionista escocés alcanzaba al unionista, la cotización de la libra esterlina se desplomó. El sondeo indicó que el 47,6% de los votantes respaldan el No a la independencia, mientras que un inédito 42,4% opta por el Sí y el 10% sigue indeciso. Desde principios de año crece el número de los que el jueves responderán con el sí a la pregunta “¿Debería Escocia ser un país independiente?” hasta alcanzar un empate técnico. En pánico el pasado miércoles los líderes conservadores, laboristas y liberales de Westminster viajaron a Escocia para hacer campaña por el No, mientras el presidente del Banco de Inglaterra advertía que una Escocia independiente debería abandonar la libra esterlina.
Desde su triunfo electoral en 2007, el Partido Nacional Escocés (SNP, por su sigla en inglés) forma el gobierno regional y desde 2011 tiene la mayoría absoluta. Alentado por la crisis económica y el sectarismo de los partidos londinenses, se atreve ahora a forzar la decisión por la independencia. Aunque la reina Isabel II declaró que aceptará cualquier resultado electoral, el Parlamento de Westminster teme perder su monopolio. Si bien el SNP ha prometido mantener la monarquía en unión personal y al país dentro de la OTAN, una Escocia independiente ya no obedecería a Londres, dispondría libremente de los ingresos del petróleo y gas del Mar del Norte y exigiría el retiro de las armas nucleares.
Los partidos unionistas ofrecen devolver más facultades de autogobierno, mientras amenazan con la separación monetaria y restricciones a la circulación transfronteriza. Además auguran que una Escocia independiente quedará fuera de la UE y deberá solicitar su readmisión.
Se estima que el desempate lo traerán los 880.000 escoceses de origen inmigrante, o sea el 20% del total. La mayoría de ellos se sienten mejor en Escocia que en Gran Bretaña, pero sus clases medias tienen miedo a la incertidumbre inherente a la secesión. Si el 18 de septiembre el miedo impone el No, Escocia habrá perdido una oportunidad histórica, pero la pérdida del monopolio del poder de Westminster es de todos modos inexorable.
Apenas las encuestas del fin de semana pasado insinuaron que el voto secesionista escocés alcanzaba al unionista, la cotización de la libra esterlina se desplomó. El sondeo indicó que el 47,6% de los votantes respaldan el No a la independencia, mientras que un inédito 42,4% opta por el Sí y el 10% sigue indeciso. Desde principios de año crece el número de los que el jueves responderán con el sí a la pregunta “¿Debería Escocia ser un país independiente?” hasta alcanzar un empate técnico. En pánico el pasado miércoles los líderes conservadores, laboristas y liberales de Westminster viajaron a Escocia para hacer campaña por el No, mientras el presidente del Banco de Inglaterra advertía que una Escocia independiente debería abandonar la libra esterlina.
Desde su triunfo electoral en 2007, el Partido Nacional Escocés (SNP, por su sigla en inglés) forma el gobierno regional y desde 2011 tiene la mayoría absoluta. Alentado por la crisis económica y el sectarismo de los partidos londinenses, se atreve ahora a forzar la decisión por la independencia. Aunque la reina Isabel II declaró que aceptará cualquier resultado electoral, el Parlamento de Westminster teme perder su monopolio. Si bien el SNP ha prometido mantener la monarquía en unión personal y al país dentro de la OTAN, una Escocia independiente ya no obedecería a Londres, dispondría libremente de los ingresos del petróleo y gas del Mar del Norte y exigiría el retiro de las armas nucleares.
Los partidos unionistas ofrecen devolver más facultades de autogobierno, mientras amenazan con la separación monetaria y restricciones a la circulación transfronteriza. Además auguran que una Escocia independiente quedará fuera de la UE y deberá solicitar su readmisión.
Se estima que el desempate lo traerán los 880.000 escoceses de origen inmigrante, o sea el 20% del total. La mayoría de ellos se sienten mejor en Escocia que en Gran Bretaña, pero sus clases medias tienen miedo a la incertidumbre inherente a la secesión. Si el 18 de septiembre el miedo impone el No, Escocia habrá perdido una oportunidad histórica, pero la pérdida del monopolio del poder de Westminster es de todos modos inexorable.
En las Españas, los relojes se aceleran. A diferencia de
Escocia, si Cataluña el próximo 9 de noviembre vota por la
independencia, la tozudez y endeblez del centralismo madrileño, la
desintegración del autonomismo conservador y una monarquía
desprestigiada pueden llevar a un choque frontal. Buscando reducir el
riesgo, en un discurso previo a la Diada, que el 11 de septiembre
conmemoró la rendición de Barcelona ante las tropas españolas en
septiembre de 1714, el presidente de la Generalitat, Artur Mas (de la
conservadora Convergencia i Unió), pidió al gobierno central y a los
partidos españoles que autoricen el planeado referendo independentista,
pero un millón y medio de personas reunidas en el centro de Barcelona
barrieron el jueves con la cautela del líder autonomista.
El nacionalismo catalán fue siempre proclive al pacto con el poder madrileño. Después de que la Constitución democrática de 1978 consagró el régimen autonómico, en 1979 se aprobó el Estatuto catalán y en 1980, en la primera elección regional, se impuso la coalición conservadora Convergencia i Unió (CiU) que con Jordi Pujol presidió la Generalitat de Cataluña hasta 2003. El gobierno tripartito del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC), Esquerra Republicana de Cataluña (ERC) e Iniciativa per Catalunya Verds-Esquerra Unida i Alternativa (ICV-EUiA) que lo sucedió intentó negociar con los gobiernos centrales una mayor autonomía, pero los partidos centralistas y el Tribunal Constitucional frenaron el acuerdo. Este bloqueo y la crisis económica y financiera española desde 2010 masificaron y radicalizaron al nacionalismo catalán.
Al mismo tiempo los escándalos de corrupción en la familia real y las elites políticas y económicas también alcanzaron este año a CiU, después de que Jordi Pujol reconoció haber escondido una fortuna en paraísos fiscales. La polarización política y la desintegración de las demás alternativas junto con una renovación desde la base han convertido a Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) en la primera minoría regional, según muestran los últimos sondeos de opinión. Reafirmando su liderazgo, el pasado martes 9 su presidente, Oriol Junqueras, llamó a la “desobediencia civil” si el presidente del gobierno Mariano Rajoy prohíbe el referendo. El cauto nacionalismo catalán se ha convertido en un movimiento de masas republicano y democrático y, si nadie detiene a la reacción gobernante en Madrid, el choque puede hacer cimbrar Europa.
Dos independencias frente a cuatro derechas. Patriotismos ricos de la periferia europea buscan imponer su voluntad democrática frente a los restos de los imperios coloniales. Cada uno con su estilo, alcances y limitaciones marcan que el camino del autogobierno pluralista y respetuoso por las diferencias también es posible para Europa.
El nacionalismo catalán fue siempre proclive al pacto con el poder madrileño. Después de que la Constitución democrática de 1978 consagró el régimen autonómico, en 1979 se aprobó el Estatuto catalán y en 1980, en la primera elección regional, se impuso la coalición conservadora Convergencia i Unió (CiU) que con Jordi Pujol presidió la Generalitat de Cataluña hasta 2003. El gobierno tripartito del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC), Esquerra Republicana de Cataluña (ERC) e Iniciativa per Catalunya Verds-Esquerra Unida i Alternativa (ICV-EUiA) que lo sucedió intentó negociar con los gobiernos centrales una mayor autonomía, pero los partidos centralistas y el Tribunal Constitucional frenaron el acuerdo. Este bloqueo y la crisis económica y financiera española desde 2010 masificaron y radicalizaron al nacionalismo catalán.
Al mismo tiempo los escándalos de corrupción en la familia real y las elites políticas y económicas también alcanzaron este año a CiU, después de que Jordi Pujol reconoció haber escondido una fortuna en paraísos fiscales. La polarización política y la desintegración de las demás alternativas junto con una renovación desde la base han convertido a Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) en la primera minoría regional, según muestran los últimos sondeos de opinión. Reafirmando su liderazgo, el pasado martes 9 su presidente, Oriol Junqueras, llamó a la “desobediencia civil” si el presidente del gobierno Mariano Rajoy prohíbe el referendo. El cauto nacionalismo catalán se ha convertido en un movimiento de masas republicano y democrático y, si nadie detiene a la reacción gobernante en Madrid, el choque puede hacer cimbrar Europa.
Dos independencias frente a cuatro derechas. Patriotismos ricos de la periferia europea buscan imponer su voluntad democrática frente a los restos de los imperios coloniales. Cada uno con su estilo, alcances y limitaciones marcan que el camino del autogobierno pluralista y respetuoso por las diferencias también es posible para Europa.
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Eduardo J. Vior