Quien quiera sobrevivir, deberá cuidar su independencia
Sólo los neutrales activos sobrevivirán la guerra mundial
En momentos en que el conflicto en Ucrania llega a un punto de
inflexión, los países no alineados que no implementen políticas
independientes serán arrastrados por las potencias en pugna
Por Eduardo J. Vior Agencia Télam
25-10-2022 | 09:13
Vista de Kiev a oscuras en la noche del 24/25 de octubre / Foto: AFP.
Al cumplirse ocho meses de iniciadas las hostilidades en Ucrania, queda
claro que allí se dirime la primera fase militar de una conflagración
entre Occidente y las potencias euroasiáticas que va a continuar en
otros escenarios, en todos los ámbitos y durante muchos años, hasta
tanto se defina un nuevo orden mundial. Ya ha quedado claro que EEUU y
Gran Bretaña distan de haber alcanzado su objetivo estratégico: imponer
el cambio de régimen, fracturar y dividir Rusia. El Kremlin, por su
parte, ha corregido sus tácticas y métodos, pero no desiste de
desmilitarizar y desnazificar Ucrania como condición de supervivencia de
una Rusia unida. Sin embargo, la crisis política y económica en los
países occidentales, por un lado, la activa neutralidad de Turquía y el
triunfo de Xi Jinping en el 20º Congreso del PCCh, por el otro, han
permitido a Rusia redoblar su esfuerzo de guerra destruyendo la
infraestructura ucraniana y movilizando un enorme potencial de efectivos
y medios que pronto se hará sentir en el campo de batalla. El conflicto
ha llegado a un punto de inflexión. Los países no alineados –la mayoría
del mundo- pueden elegir ser arrastrados por los acontecimientos o
ejercitar una neutralidad activa.
Desde el sábado 22 de octubre
se produjeron nuevas olas de ataques rusos a la infraestructura crítica
de Ucrania. Varias ciudades en todas las regiones han quedado sin
suministro de energía eléctrica. El gobierno de Kiev informó que los
trenes se operarán con las pocas locomotoras diésel (de la época
soviética) disponibles que, por otra parte, son difíciles de transferir a
líneas por las que no circulan. La falta de electricidad afectará
seriamente la logística de las fuerzas armadas de Ucrania.
La
primera ola de cohetes contra el sistema eléctrico y los ferrocarriles
de Ucrania llegó el 9 de octubre. Tanto entonces como ahora Rusia se ha
abstenido de atacar la red de 750MW que une Ucrania con el resto de
Europa. Si lo hiciera, obligaría a su enemigo a apagar las tres
centrales nucleares que restan al país, con los consecuentes riesgos de
accidente nuclear. Según coinciden diversas fuentes, el gobierno ruso
habría informado a los norteamericanos esta autolimitación,
advirtiéndoles, empero, que bombardearía la red, si Ucrania ataca la
represa de Kajovka, sobre el río Dniéper, en la provincia de Zaporiyia
(recién incorporada a Rusia).
El ejército ucraniano está también
indefenso ante los masivos ataques con drones suicidas Geranium-2, una
barata reproducción del iraní Shahed 136, que Rusia está produciendo
masivamente. Vuelan en enjambre, a bajísima altura, cada uno con su
objetivo y con autonomía para reprogramar su curso en el aire. Por su
pequeñez y la baja altura a la que se mueven son difíciles de detectar
por los radares. La fuerza aérea ucraniana trata de derribarlos con sus
modernos Mig 29, pero de ese modo convierte a los aviones en blanco
fácil para la cohetería rusa. La defensa antiaérea proporcionada por la
OTAN tampoco puede detenerlos.
Entre tanto, el ejército
ucraniano se desangra lanzando inútiles ofensivas que le producen
enormes pérdidas humanas y de material. En la sureña región de Jersón
(igualmente ahora parte de Rusia) el ejército ucraniano sigue intentando
reconquistar la capital provincial y arrojar a los rusos a la margen
oriental del río Dniéper. Ucrania concentró grandes fuerzas en el área,
pero no puede superar las defensas rusas y, cuando las sobrepasa, éstas
se parapetan en nuevas líneas y siguen combatiendo. Es que Rusia aplica
una táctica de “defensa móvil” y no se ata a un espacio determinado. El
ejército ruso espera los ataques, para golpear a su enemigo a campo
abierto con ayuda de la artillería y la aviación. Además, en las últimas
semanas ha multiplicado los puentes sobre pontones sobre el Dniéper y
así asegurado el aprovisionamiento y el refuerzo de sus tropas.
Desde principios de octubre se combate en toda la línea del frente (de
más de 1.000 km de extensión). En el centro del mismo, en Donetsk, la
compañía rusa privada Wagner continúa su avance paulatino. Si en los
próximos días termina de conquistar Bajmut, amenazará Kramatorsk, la
última ciudad que a Kiev le queda en la región y el frente ucraniano
estará en peligro de quebrarse por la mitad.
Probablemente, Rusia no emprenda ninguna gran ofensiva antes del comienzo del invierno / Foto: AFP.
Más al norte las fuerzas rusas han emprendido una contraofensiva para
recuperar Limán, conquistada por los ucranianos en septiembre pasado. No
obstante la intensidad de los combates y estas ofensivas localizadas,
desde hace semanas la línea del frente se mantiene a grandes rasgos en
las mismas posiciones.
A principios de esta semana circuló por
numerosos medios y redes sociales la denuncia rusa de que el gobierno
ucraniano habría pedido a sus aliados británicos material radiactivo
para perpetrar un atentado de falsa bandera con una llamada “bomba
sucia”. Se trataría de un tonel con material radiactivo y un explosivo
que se haría explotar en alguna zona poblada, para acusar a Rusia de
haber utilizado un arma nuclear. De ese modo, esperan sus autores
instigadores, se concitaría la solidaridad de todos los países
occidentales en la lucha contra Rusia. Es evidente que Moscú se toma la
versión muy en serio, ya que el lunes 24 el ministro de Defensa Sergei
Shoigú lo conversó con sus colegas de EEUU, Lloyd Austin, y Gran
Bretaña, Ben Wallace, y la vocera de la cancillería rusa, Maria
Zajárova, lo denunció en su conferencia de prensa matutina.
El
presidente ucraniano Volodymir Zelensky está urgido por expulsar a los
rusos de la margen derecha del Dniéper, en el sur, para alcanzar algún
triunfo que ofrecer a Joe Biden antes de la elección de medio término
del próximo 6 de noviembre. Si lo consiguiera, éste quizás contenga la
esperada derrota de los demócratas y obtenga del Congreso más dinero y
armas para Kiev.
Rusia, en cambio, tiene tiempo. Con el aumento
de su fuerza militar en la zona de guerra -se han movilizado 300.000
soldados más 70.000 voluntarios- y el masivo despliegue de armamento de
última generación, la operación militar entrará pronto en una fase
clave. Probablemente Rusia no emprenda ninguna gran ofensiva antes del
comienzo del invierno. Va a esperar que los amotinamientos de las
poblaciones europeas por el frío y el hambre y las rivalidades dentro de
la UE debiliten el apoyo a Kiev. Si, como se espera, los republicanos
ganan la mayoría en el Congreso de EEUU y congelan los gastos,
disminuirían los suministros para Kiev.
El alto mando ruso
quiere evitar tener que avanzar sobre grandes ciudades ucranianas. “No
voy a mandar a mis soldados a luchar en entornos urbanos defendidos por
guerrillas y francotiradores entrenados y dirigidos por la OTAN”,
graficó el comandante de las fuerzas rusas conjuntas, el general Sergei
Surovikin. Rusia apuesta, más bien, a una negociación con EEUU que
desarme a Ucrania, deponga al gobierno de Zelenski y convalide la
incorporación a su país de las cuatro regiones del este y sur.
La campaña de Ucrania ha llegado a un punto de inflexión que ya se nota
en la macropolítica y pronto lo hará en el campo de batalla. Cuando
comenzó la operación contra Ucrania y sufrió una ola de sanciones, para
sobrevivir Rusia dependía de las posiciones que adoptaran China y
Turquía. Sin embargo, estos países están recorridos por procesos
complejos, con sus propias luchas por el poder y problemas específicos
de alineamiento internacional. Por eso Vladimir Putin debió esperar
hasta ver, si en cada uno de ambos países se imponían los partidarios de
la soberanía nacional o sus oposiciones proestadounidenses.
En
invierno y primavera todavía faltaba mucho para el Congreso del PC chino
y Estados Unidos aprovechó todas las oportunidades que halló para
aplicar sanciones secundarias y, mediante su lobby interno, sabotear la
economía china, buscando impedir la reelección de Xi Jinping en octubre.
Entonces Washington presionó a Beijing para que persuadiera a Moscú de
abandonar el campo de batalla y negociara. Rusia, entonces, inició en
marzo negociaciones en Estanbul que fracasaron un mes después, cuando
ambas partes estaban a punto de firmar un acuerdo y EEUU prohibió a
Zelenski que cerrara el acuerdo.
Si en ese momento Rusia se
hubiera negado a negociar y hubiera demostrado que Xi Jinping no influía
sobre ella, la República Popular China tendría ahora un secretario
general del partido proestadounidense. Se habría repetido la historia de
hace medio siglo, cuando el acuerdo sino-estadounidense aisló a la URSS
de entonces. Esto no significa que la conducta de China determine el
curso de la campaña militar en Ucrania, pero sí influyó en que Rusia
sacara el pie del acelerador hasta noviembre, evitando así tener que
luchar en dos frentes contra la OTAN y contra una posible China
antirrusa.
El 19 de octubre tuvo lugar en Rusia una pequeña
revolución. Comenzó la transición y se crearon nuevas administraciones
para tiempos de guerra. Esto sucedió justo después de que el 20º
Congreso del PCCh mostrara que Xi Jinping no solo logró asegurar su
reelección, sino que también homogeneizó todos los órganos dirigentes en
una línea nacionalista y social. ¿Coincidió casualmente con la
movilización en Rusia, el nombramiento de Sergei Surovikin y el
bombardeo metódico del sistema energético ucraniano?
Turquía aprovecha su posición privilegiada para servir como distribuidora del gas ruso hacia Europa / Foto: AFP.
Lo mismo aconteció con Turquía. A pesar del oportunismo y de las
oscilaciones que lo caracterizan, Rusia prefiere a Recep Tayyip Erdogan
antes que a su oposición proestadounidense. Por eso lo fortaleció
firmando el acuerdo de Estambul sobre el comercio de granos,
oficializando así su rol mediador. Además, le concedió el fabuloso
negocio de organizar en la parte europea del país un nodo para la
distribución del gas ruso en Europa.
Con estos apoyos y su
superioridad militar Rusia tiene fuertes cartas de triunfo. El quiebre
ya se ha producido; en el campo de batalla será visible en un mes. ¿Qué
hará entonces el resto del mundo?
Desde febrero pasado sólo un
pequeño bloque de aliados occidentales se ha alineado decididamente
contra Rusia, ha aplicado las sanciones y suministrado armas y
pertrechos a Ucrania. Otra minoría importante de países euroasiáticos y
algunos aliados en otros continentes han apoyado a Rusia, aunque muchos
con reparos. La mayoría de los miembros de la ONU ha oscilado
fuertemente: condenaron a Rusia en el Consejo de Derechos Humanos y en
la Asamblea General de la organización, pero no adhirieron a las
sanciones ni mandaron armas a Ucrania. Sin embargo, faltos de una línea
independiente, muchos se fueron plegando a la presión norteamericana.
Esto sucedió especialmente con la mayoría de los países
latinoamericanos, incluida Argentina.
En Ucrania se libra sólo
una batalla de la guerra mundial que Occidente ha declarado a las
potencias euroasiáticas que amenazan su hegemonía. Otras seguirán. El
conflicto será largo, abarcará varios continentes y distintos ámbitos de
la vida sobre el planeta. Los no alineados pueden dejar que los
vaivenes de la guerra los arrojen contra las rocas o los dejen varados
en una playa. O, por el contrario, pueden comprender que en el mundo del
futuro próximo sólo se salvará quien ejerza una neutralidad activa,
negociando en bloque y poniendo límites a los beligerantes. Ésta es la
única opción que puede salvar la soberanía y la libertad de los no
contendientes.
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