Tras 110 días de guerra está claro que EE.UU. ha sometido a Europa y
que Rusia vencerá al régimen de Kiev. ¿Para qué prolonga, entonces,
Occidente el sufrimiento de su aliada?
Por Eduardo J. Vior
Agencia Télam 16-06-2022 | 08:55
Foto AFP
A casi cuatro meses de comenzada la guerra en Ucrania, desde el punto
de vista militar es indudable que Rusia vencerá. También parece haber
sobrellevado satisfactoriamente la ola de sanciones occidentales contra
su economía. EE.UU., por su parte, puso nuevamente a funcionar su
complejo industrial militar y sometió a Europa, obligándola a pagar
carísimos los alimentos y la energía. Que Rusia prolongue la guerra
hasta alcanzar sus objetivos, se entiende. Pero, ¿para qué siguen las
potencias occidentales enviando a Ucrania toneladas de armas que no
equilibran la superioridad de Rusia en el campo de batalla, multiplican
las pérdidas de vidas y la destrucción de la economía del país y escalan
el conflicto? ¿Es intención o automatismo?
Este miércoles 15 el
jefe del Estado Mayor Conjunto (JEME) de las Fuerzas Armadas
estadounidenses, el general Mark Milley, ha calculado las pérdidas del
ejército ucraniano. Se cree que éste está perdiendo alrededor de 100
personas al día y que tiene de 100 a 300 heridos. Por su parte, el
sábado pasado, por primera vez, Oleksiy Arestovich, el principal asesor
de Zelensky, admitió en una entrevista que desde el comienzo de la
Operación Militar Especial de Rusia, Ucrania ha perdido unas diez mil
personas. Se supone que se refirió sólo a los militares muertos, porque
el número de bajas civiles y el de heridos es mucho mayor, como indica
el que se esté preparando la movilización de las mujeres.
A
principios de esta semana podía dibujarse el siguiente cuadro de la
situación militar: las fuerzas aliadas de Rusia y las milicias de las
repúblicas secesionistas de Lugansk y Donetsk han recuperado el 97% del
territorio de las antiguas provincias del mismo nombre, Rusia recupera
posiciones que había perdido hace un mes en la provincia de Járkov y
sostiene las posiciones en el sur. Falta poco para que tome la totalidad
de los territorios habitados por población rusohablante. En este
contexto, no se entiende la utilidad militar de los permanentes
bombardeos ucranianos contra la población civil de la ciudad de Donetsk.
Foto AFP
Por su parte, el diario británico The Independent, citando un informe
de inteligencia, ofreció el sábado 11 un gran análisis sobre el
equilibrio de las fuerzas rusas y ucranianas: las tropas ucranianas son
20 veces inferiores a las rusas en artillería, 40 veces en municiones y
12 veces en alcance. Además, la parte ucraniana se ha quedado casi
completamente sin cohetes antitanque, aunque sigue teniendo los MLRS
Grad y los obuses que alcanzan un máximo de 20-30 km. Del mismo modo,
carece de armas para golpear la artillería rusa de largo alcance. Por su
descoordinación con otros sistemas de armas, la incorporación creciente
de cañones autopropulsados de gran calibre de origen francés y
norteamericano aumenta los daños civiles, pero no aumenta la eficacia
militar. A su vez, los rusos disponen de numerosos cohetes operativos a
muchas decenas e incluso cientos de kilómetros. Se da una situación de
"absoluta desigualdad en el campo de batalla, por no hablar del completo
dominio de la aviación enemiga en el aire", dice el informe británico.
Como consecuencia, entre las tropas ucranianas cunde el desaliento y
aumenta la deserción.
Existe además un efecto colateral que se
venía advirtiendo desde el inicio: la entrega compulsiva de armamentos
está alimentando un mercado negro en el cual se puede adquirir un
sistema Javelin estadounidense por unos 30 mil dólares, cuando sólo el
misil cuesta 170 mil dólares y el centro de control unos 200 mil más.
Organizaciones delictivas de todo tipo están aprovechando la ocasión
para conseguir una amplia variedad de armas y se sospecha que no sólo
portátiles. Las posibilidades de que sean utilizadas con fines
criminales en cualquier parte del mundo son aterradoras, si se piensa
que se han entregado misiles anti buques costeros que nadie sabe a dónde
terminan.
Ante este panorama, a los líderes occidentales no se
les ocurre nada mejor que enviar armas aún más potentes. Así, este
martes 14 el subsecretario de Defensa para Asuntos Políticos de EE.UU.,
Colin Kahl informó que Estados Unidos proporcionará a Ucrania misiles
guiados pesados con un alcance de 70 km para su uso con los lanzadores
de cohetes múltiples HIMARS. Según Kahl, el sistema de cohetes de
artillería de alta movilidad vendrá con cohetes guiados GMLRS. Con este
equipo militar no se requiere un consumo masivo de municiones, ya que se
trata de un sistema de alta precisión y potencia cuya efectividad es
comparable al "efecto de un ataque aéreo". Así Ucrania podría atacar más
profundamente el territorio ruso, dañando objetivos civiles, pero serán
inútiles para los militares, porque desde hace tiempo las fuerzas
aliadas evitan las grandes concentraciones y utilizan pequeñas unidades
móviles.
Foto Xinhua
En este contexto no es de extrañar que el profesor de Relaciones
Internacionales Andrew Latham, de la Universidad Macalester en
Minnesota, haya llegado el martes 7 a la conclusión de que “Ucrania no
puede vencer”. El resultado de esta guerra no puede ser una Ucrania
independiente. Es obvio que la parte oriental es para Rusia y la
occidental quedará bajo la influencia de Polonia.
El profesor
Latham califica este escenario como una victoria incondicional del
Kremlin, porque una de las principales tareas de la Operación Militar
Especial era impedir la expansión de la OTAN y la fragmentación de
Ucrania la excluiría de la esfera de influencia de la alianza.
A
esta altura de la guerra van quedando claras las respectivas
estrategias de la OTAN y de Rusia. Ambas se dividen en dos campos, el
económico y el militar. La apuesta de la OTAN fue empujar a la guerra a
Moscú utilizando como anzuelo a Ucrania, a quien le dio todas las
garantías de que intervendría en su apoyo para derrotar a Rusia.
En el campo militar se planificó inundar el país con armas antitanques y
aéreos portátiles de distintos alcances y, dado que ya habían previsto
la falta de voluntad de resistencia de la mayoría del pueblo ucraniano,
generar un sistema de guerrillas sostenido por la organización
atlantista, introduciendo mercenarios bajo la cobertura de ser
voluntarios. No existen las resistencias populares que inventó la
propaganda occidental. En el Donbass la población recibe como
libertadores a los rusos y chechenos, mientras que en las regiones más
occidentalizadas se debió prohibir la salida a los hombres en edad de
combatir y ahora comienzan a convocar a las mujeres.
En el plano
económico la situación no es mejor para la Alianza Atlántica. No ha
conseguido el apoyo diplomático esperado, al punto de que Silvio
Berlusconi ha dicho públicamente que apenas el 25% del mundo se ha
coaligado contra Rusia. Moscú ha compensado rápidamente las sanciones
occidentales reorientando sus exportaciones hacia otros mercados. De
todos modos, la mitad de los miembros de la UE sigue comprando gas a
Rusia y lo paga en rublos. Como no pueden comprar petróleo directamente,
hay países europeos que lo adquieren a armadores griegos o a refinerías
indias, por supuesto que mucho más caro. Al mismo tiempo, al haber
minado Ucrania el acceso a sus puertos sobre el Mar Negro, impide la
salida del trigo que Europa necesita. Las distribuidoras de alimentos y
de energía están aprovechando la coyuntura para aumentar los precios. En
economías sin mecanismos de ajuste, tasas de inflación que rondan el 7%
anual hunden a poblaciones enteras que ya vivían al borde de la
pobreza. En el hemisferio norte está a punto de comenzar el verano.
Habrá que ver de qué manera reaccionan los europeos, cuando al hambre
sumen el frío.
Ucrania ya no está de moda, incluso los "socios
extranjeros" están cansados de ella. Así lo afirmó Zelensky durante un
encuentro con periodistas el pasado martes 7. Este “cansancio” de los
líderes occidentales se hizo más que evidente en el choque verbal que el
fin de semana pasado tuvo el presidente norteamericano con miembros del
gobierno ucraniano. En una escapada de la Cumbre de las Américas Joe
Biden concurrió el viernes 10 en Los Angeles a una cena con donantes del
Partido Demócrata. Preguntado sobre el desencadenamiento de la guerra,
el mandatario contó que el presidente de Ucrania "no quería oír" las
advertencias sobre la invasión rusa. Biden dijo que "no había duda" de
que Vladimir Putin había estado planeando "entrar", pero Volodymir
Zelensky había desoído las advertencias de EE.UU.
Foto AFP
Con sumo disgusto reaccionó el portavoz presidencial ucraniano, Serhiy
Nykyforov, a las declaraciones de Biden. Según él, su presidente había
pedido en repetidas ocasiones a los socios internacionales que
impusieran sanciones de forma preventiva, para obligar a Rusia a retirar
las tropas estacionadas en la frontera con Ucrania. "Y aquí ya podemos
decir que nuestros socios no quisieron escucharnos", dijo.
Las
declaraciones del jefe de la Casa Blanca son, por lo menos, ambiguas:
¿quiso decir que ellos sabían que Putin de todos modos invadiría Ucrania
y que Zelensky no quiso escucharlos? En ese caso, cabe la pregunta
sobre qué le habrían aconsejado: ¿negociar o iniciar a su vez una guerra
preventiva? ¿Por qué han seguido sosteniendo al mandatario ucraniano,
si es tan negligente y obcecado? Por el contrario, si el presidente
quiere decir que Zelensky debió haber negociado para impedir la
invasión, ¿por qué no lo han presionado en los cuatro últimos meses para
que negocie?
Parece aún faltar mucho para que Rusia y Ucrania
negocien. La experiencia y el sentido común indican que quien tiene
chance de vencer en una guerra la sigue hasta alcanzar alguno de sus
objetivos, pero que, quien sabe que no puede vencer busca un alto el
fuego, por lo menos para ganar tiempo. Sin embargo, el liderazgo
ucraniano sigue enviando al frente a miles de reclutas inexpertos y, a
pesar de las quejas de Kiev por el insuficiente apoyo recibido, la
dirigencia occidental le sigue mandando armas, entrena a sus tropas y
envía mercenarios.
“La OTAN busca conseguir que Ucrania pague el
menor precio posible por la paz cuando se siente en la mesa de
negociaciones con Rusia”, ha afirmado este domingo el secretario general
del bloque militar, Jens Stoltenberg, de visita en Finlandia. "Nuestro
apoyo miliar es un método de reforzar sus posiciones en la mesa de
negociaciones cuando se sienten para conseguir un acuerdo de paz, ojalá
sea pronto", indicó. No parece una alternativa realista, ya que,
mientras Ucrania se niegue a negociar, Rusia seguirá su ofensiva y su
contendiente será cada vez más débil. Por lo tanto, tendrá menos poder a
la hora de negociar. Stoltenberg da la impresión de no saber a dónde
quiere llegar y, entonces, sigue mandando armas de modo automático, para
justificar su ceguera.
A esta falta de claridad sobre los
objetivos occidentales contribuyen poderosamente también las
contradictorias señales que emite el gobierno norteamericano. Mientras
que Joe Biden, veterano de la Guerra Fría, insiste en advertir que, si
Rusia utiliza armas nucleares tácticas para acabar la guerra en Ucrania,
EE.UU. responderá con la misma moneda, miembros del Consejo de
Seguridad Nacional declaran oficiosamente a los medios que “tal vez
baste con adecuadas respuestas convencionales”. La claridad,
consecuencia y coherencia de los mensajes que den los líderes de las
principales potencias es una condición indispensable de la paz mundial.
Tanto aliados como adversarios necesitan conocer el rumbo de la mayor
superpotencia, para poder organizar racionalmente su actuación. La
previsibilidad es un ingrediente esencial para el restablecimiento de la
paz mundial. En EE.UU., empero, no queda claro quién fija la línea del
gobierno ni cuáles son sus objetivos.
La derrota de Ucrania es
ineluctable y el envío de armas occidentales sólo prolonga la guerra a
costas de más vidas y de una mayor destrucción de la economía ucraniana.
Un conflicto así sólo se lo puede resolver dialogando y cediendo lo
necesario como para garantizar la seguridad de Rusia y la supervivencia
de Ucrania, aunque sea en dimensiones reducidas.
En un momento
tan peligroso debería haber en Occidente un liderazgo firme y unificado
que dé a Rusia señales claras y la seguridad de que lo que se acuerde
será de cumplimiento efectivo, pero no es el caso. La extrema
oligarquización del capitalismo norteamericano y la subordinación del
Estado a los intereses de unas pocas corporaciones y personas han
esmerilado la autoridad presidencial. A esta condición estructural hay
que añadir la debilidad física y neurológica del presidente. Así, cada
fracción dentro del gobierno y de la alianza sigue su propio juego. Sólo
algunos aparatos burocráticos, como el Pentágono, tienen consciencia de
los límites impasables. Nadie en Washington o en Bruselas tiene el
poder para fijar objetivos claros y consensuados, cada uno atiende su
juego y todos lo hacen automáticamente.
Occidente no tiene en la
guerra que se libra en Ucrania objetivos alcanzables y se limita a
prolongar el conflicto enviando armas con la vana esperanza de mejorar
la posición ucraniana en la venidera negociación. El problema es que,
mandando equipamiento sin clara orientación política arriesga que los
dirigentes de Kiev quieran subir la apuesta jugando a va banque y,
atacando a Rusia, provoquen su reacción contra los proveedores de las
armas. Mientras los líderes de la OTAN no cesen de mandar armas y no
impongan a sus aliados en Kiev que negocien en serio, el riesgo de una
extensión y ampliación de la guerra se mantendrá alto. Roguemos para que
la razón vuelva a Occidente.
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