La competencia entre los partidos estadounidenses,y entre ellos y la
República Popular de China, complican la campaña electoral brasileña y
desvían su agenda
Por Eduardo J. Vior
Agencia Télam 06-10-2022 | 13:23
Lula y Bolsonaro, camino a un balojate clave para Brasil, la región y el mundo.
Mi abuela asturiana me enseñó aquello de que “muchas manos en un plato
hacen mucho garabato”. Esto es lo que está pasando en la elección
brasileña. Las fuerzas que allí actúan son sólo en parte nativas. Por su
peso, por su posición y su historia Brasil es un actor importante en la
política mundial. Su elección está, por consiguiente, influida por la
confrontación mundial, pero aún más por las repercusiones locales de la
cuasi guerra civil que aqueja a Estados Unidos.
El mapa con los
resultados de la primera vuelta de las elecciones 2022 muestra un
Brasil totalmente polarizado: Norte/Noroeste vs. Centro Este/Sur. En los
dos estados más importantes ganó Bolsonaro, en Río por 11% y en São
Paulo por 7%. Lula puede haber ganado por 7 millones de votos, pero,
pase lo que pase, es muy posible que un gobierno de Lula sea
extremadamente frágil y deba negociar permanentemente con la
ultraderecha bolsonarista que tendrá una amplia mayoría en el Congreso.
En términos de Big Picture, lo último que necesita el mundo para salir
de la guerra actual y la región para recomponer su unidad. Mucho peor
todavía, si cada uno de los contendientes tiene padrinos enfrentados en
EE.UU.
Independientemente de quién gane las elecciones
presidenciales brasileñas, el mundo con el que Bolsonaro o Lula tendrán
que lidiar en 2023 será aún más complejo que el actual.
China
vive un preocupante y desconocido momento. En el XX° Congreso del PCCh
que comienza el 16 de octubre Xi Jinping será elegido por tercera vez al
frente del partido. En marzo, cuando se reúna el Congreso Nacional del
Pueblo, lo será para conducir el país. Ante un crecimiento económico en
baja (para 2022 se espera un 5,5%), con un cierto aumento del desempleo y
una grave crisis de las hipotecas que repercute en la paralización de
obras y la falta de viviendas, las distintas líneas que siempre han
convivido con conflictos dentro del partido hacen oír su voz. A la
crisis interna se suma la creciente tensión con EE.UU. por Taiwán. El
viejo/nuevo presidente precisará mano firme, pero mucha prudencia,
también en la relación con las principales potencias emergentes.
Para Brasil, lo que ocurre en China es de suma importancia. La
República Popular es el principal comprador de nuestro vecino y esta
dependencia comercial hace que el riesgo de una desaceleración china
repercuta directamente en Brasil, pudiendo provocar una grave crisis.
China ya está buscando alternativas para las importaciones de soja y
mineral de hierro. La idea de los chinos es diversificar los proveedores
de todo lo que es estratégico para ellos. Brasil, por el contrario, no
tiene una estrategia clara de diversificación de los mercados donde
colocar su producción.
En 2023 cobrará más fuerza el proceso de
"desacoplamiento", por el que el gobierno estadounidense anima a las
empresas de su país con inversiones en China a volver a Estados Unidos o
a buscar otro país donde establecerse y el mundo se polarizará aún más.
Por lo tanto, tanto Estados Unidos como China podrían exigir una
postura más clara de sus socios. No es el estilo de la diplomacia
asiática, pero sí el de los norteamericanos.
En consecuencia, si
Lula es elegido, tendrá que llevar con aún más cuidado su política de
buenas relaciones con todos. En periodos más tranquilos, como durante
sus dos primeros gobiernos (2003-10), Estados Unidos, China y otros
países consideraban inofensiva la ambigüedad de su posicionamiento
internacional, pero en un contexto de guerra mundial, la neutralidad por
ignorancia será condenada y la neutralidad estratégica necesitará
afinar mucho sus instrumentos para funcionar bien.
Europa vive
su momento más tenso desde el final de la Guerra Fría. Es probable que
la guerra en Ucrania se prolongue, amplíe y agudice, lo mismo las
sanciones occidentales, presionando aún más a los países importadores de
energía, además de generar más inestabilidad geopolítica en el mundo.
Tanto Bolsonaro como Lula mantienen empáticas relaciones personales con
Vladimir Putin y Brasil ha seguido una línea poco clara en relación a
Ucrania que va a precisar más fineza para poder ser mantenida.
Para Brasil, Europa es importante no sólo por el contexto comercial. La
aprobación del acuerdo Mercosur-Unión Europea (ambicionado por Lula)
depende de la ecuación de poder dentro de la Unión Europea, pero también
de trabajosos acuerdos con sus socios dentro del Mercosur. La afinidad
ideológica con el gobierno argentino no diluye las diferencias de
intereses entre ambos países.
Muchos aún no se han dado cuenta
de que, hoy en día, India es el país más estratégico del planeta. Es
aliado de Estados Unidos en algunas cuestiones, mantiene un diálogo
permanente y buenas relaciones comerciales con China, tiene un historial
de cooperación militar con Rusia y está en el epicentro del mundo.
EE.UU. e India firmaron hace unos años un acuerdo de cooperación
cibernética que da a EE.UU. una ventaja importante ante posibles
ciberataques de China. Además, India forma parte de QUAD, un acuerdo
militar naval entre Estados Unidos, India, Australia y Japón, para
aumentar la presencia y la fuerza en el Indo-Pacífico. Nueva Delhi
también está ampliando algunas bases navales en el océano Índico, en
disputa directa con China. Paralelamente, empero, pertenece al BRICS y a
la Organización de Cooperación de Shangai, donde mantiene una estrecha
relación con China, Rusia y, recientemente, Irán.
Durante la
campaña electoral para la primera vuelta tanto Lula como Bolsonaro han
sido poco precisos al manifestarse sobre su futura relación con India.
Tiene sentido, ya que no es una relación que sobreviva sólo en base a la
intuición diplomática. Hay que esforzarse. Aun así, Itamaraty debería
considerar a India como una alternativa importante para ampliar el
espacio de maniobra de su política exterior y formular una cuidadosa
estrategia de aproximación.
La mayor diferencia en la política
exterior entre Lula y Bolsonaro se verá en la relación con América
Latina. En general el gobierno saliente encaró los vínculos con sus
vecinos con criterios fuertemente teñidos por la ideología. Por el
contrario, cuanto más cercanos geográficamente están los socios
comerciales, más pragmático hay que ser. El hecho de que en Venezuela,
Colombia, Ecuador, Bolivia, Perú, Chile, Argentina, México, etc. haya
gobiernos populares y democráticos naturalmente hace más visible la
empatía entre Lula y los líderes de estos países. Sin embargo, esta
cercanía personal no necesariamente se traduce en relaciones eficaces y
beneficiosas para los países.
En el programa electoral del PT
hay un gran énfasis en América Latina, cuya integración regional se
considera prioritaria para Brasil. Además, en la propuesta se presta
gran atención al rol del medio ambiente en la política exterior, se
refuerza el compromiso de reducir las emisiones de gases de carbono, de
cumplir con el Acuerdo de París y promover la transición energética.
Aún más importante que la orientación internacional de los candidatos
brasileños es la mirada de las principales potencias hacia la elección
brasileña. “Estados Unidos seguirá con gran interés las elecciones en
Brasil”, dijo el 7 de septiembre pasado la portavoz de la Casa Blanca,
Karine Jean-Pierre. "Estados Unidos confía en la solidez de las
instituciones democráticas de Brasil, que tiene un historial de
elecciones libres y justas celebradas con transparencia y altos niveles
de participación de los votantes", agregó. Polémicamente afirmó que el
gobierno estadounidense supervisaría las elecciones brasileñas con la
expectativa de que se lleven a cabo de manera libre y justa y que las
instituciones pertinentes actúen de acuerdo con las normas
constitucionales de Brasil.
Almas gemelas: Trump llegó a llamar a Bolsonaro su versión
Por su parte, el ex asesor de Donald Trump y organizador del
ultraderechista “Movement”, Steve Bannon, declaró a BBC News Brasil que
“ésta será una de las elecciones más intensas y dramáticas del siglo
XXI".
Desde el polo ideológico contrario, el senador Patrick
Leahy, uno de los cinco senadores aliados con Bernie Sanders, al
proponer una resolución en el Congreso del país para "apoyar las
instituciones democráticas de Brasil" que fue votada por unanimidad el
pasado día 28, declaró que "el destino de la democracia de Brasil y su
relación con Estados Unidos se decidirá en las próximas elecciones".
Por su parte, el expresidente estadounidense Donald Trump grabó antes
de la primera vuelta un vídeo en el que instaba a los brasileños a votar
por el presidente Jair Bolsonaro. "Uds. tienen una gran oportunidad de
reelegir a un líder fantástico, a un hombre fantástico, a uno de los
mejores presidentes que puede tener cualquier país del mundo", dijo el
republicano. A continuación, Trump añadió que Bolsonaro ha hecho un
trabajo "extraordinario" en la economía brasileña, convirtiéndose en un
presidente respetado "por todo el mundo".
Bolsonaro y Trump no
ocultan sus afinidades políticas. Durante su estancia en la Casa
Blanca, el republicano fue visto como uno de los grandes aliados de su
colega brasileño. El primer canciller que tuvo el brasileño, Ernesto
Araújo, durante los primeros meses de su gobierno llegó a considerar a
Trump como la "salvación de Occidente". Cuando Trump se presentó a la
reelección y fue derrotado por el demócrata Joe Biden, Bolsonaro se
mantuvo fiel, apostando por un vuelco del republicano en el recuento que
sus abogados trataron de imponer. Una vez consolidada la victoria de
Biden, en tanto, Brasil fue el último país en reconocer el resultado y
enviar su felicitación al nuevo líder estadounidense.
Tanto la
declaración de la Casa Blanca como la resolución del Senado
norteamericano implicaron masivas intervenciones a favor de Lula, con
quien EE.UU. espera tener relaciones más fluidas que con su
contrincante. También las manifestaciones de Trump y de Bannon atizaron
la confrontación interna. Esta influencia se manifestó en Brasil en la
conformación por Lula de un amplísimo “frente democrático” que confronta
con un sólido bloque ultraconservador acaudillado por Bolsonaro,
anclado sí en las más rancias tradiciones oligárquicas del país, pero
teñido por una retórica anticomunista que atrasa 60 años. Ni el
desarrollo de la economía nacional, ni la “armonía” entre las clases y
las regiones ni el destino de “potencia” al que Brasil antaño se
consideraba predestinado tuvieron algún papel en la primera vuelta
electoral como lo hicieron durante décadas. Los temas brasileños fueron
remplazados por lemas norteamericanos.
Es un mal presupuesto
para lidiar con un mundo envuelto en una guerra que no hace más que
prolongarse, ampliarse y agudizarse. Quien quiera que venza el 30 de
octubre deberá restablecer, aunque sea mínimamente, la unidad nacional y
compatibilizar una neutralidad activa en el plano internacional con una
política integracionista en el regional que, necesariamente, implicará
acudir a las inversiones chinas en infraestructura. De lo contrario el
país se verá despedazado por las potencias en pugna y por los partidos
de la contienda interna de Estados Unidos.
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