miércoles, 30 de septiembre de 2020

Demócratas y republicanos juegan con la violencia fraticida

 

EE.UU. corre hacia el abismo

Eduardo J. Vior

El debate presidencial del martes 29 mostró la dureza del enfrentamiento entre dos visiones de país que parecen dispuestas a acudir a las armas para imponerse

por Eduardo J. Vior
Infobaires24
30 de septiembre de 2020

Desde la elección presidencial de 1860, que llevó a Abraham Lincoln a la Casa Blanca y a la Nación a la Guerra Civil, ésta es la primera contienda electoral en la que se dirimen visiones alternativas del país. Joseph “Joe” Biden, 78 años, aboga por el proyecto demócrata de los últimos 30 años: combinar el impulso al capital financiero especulativo concentrado con un goteo regulado que atenúe las desigualdades. Donald Trump, 74 años, por su parte, persiste en su ilusión de reconstruir el tronco manufacturero e industrial que hizo grande a Estados Unidos en los siglos pasados, pero se choca con la debilidad relativa de su patria y ha manejado la pandemia demasiado mal. Como carece de estrategia ganadora, se defiende atacando. Por eso es que las discusiones son tan acerbas. El debate del martes 29 fue sólo una muestra.

«Payaso», «poco inteligente», «mentiroso» fueron algunos de los epítetos que se cruzaron los dos candidatos en los momentos más tensos de una noche marcada por las constantes interrupciones de Trump a su rival y al moderador tanto como por la determinación de Biden de no mirar nunca a su contrincante, concentrarse en la cámara y no alzar la voz.

A lo largo de 90 minutos el candidato opositor repitió dos ideas centrales: «Trump no tiene un plan» y «No soy un izquierdista radical». El presidente, por su parte, asimiló a su rival con la izquierda demócrata y con la violencia desatada en las protestas antirracistas de los últimos meses. Además, acusó varias veces al hijo del candidato, Hunter Biden, de negocios corruptos en Ucrania y Rusia y de ser drogadicto. El debate en Cleveland, Ohio, fue moderado muy flojamente por el veterano periodista Chris Wallace, del conservador canal Fox.

La noche comenzó con uno de los temas más calientes del momento: la nominación de una candidata conservadora para la Corte Suprema a semanas de las elecciones. «Tenemos el Senado, tenemos la Casa Blanca y tenemos una excelente candidata. Los demócratas no dudarían en hacerlo, pero no tienen el Senado», aseguró Trump, para defender su decisión de nominar a la católica Amy Coney Barrett (48 años), jueza federal de apelaciones en Chicago, para cubrir en la Corte Suprema la vacante dejada por la muerte de Ruth Bader Ginsburg, fallecida de cáncer el pasado 18 de septiembre.

Si el Senado acoge su propuesta, el máximo tribunal tendría una mayoría de seis conservadores contra tres liberales. Dadas las urticantes cuestiones que ocupan la agenda del próximo tiempo (seguro público de salud, revisión del derecho al aborto, etc.), este predominio derechista reduciría fuertemente las libertades individuales y los derechos sociales. Todavía más ominosa es la perspectiva de que, electa la jueza aún antes de la elección, la mayoría prorrepublicana de la Corte ayude a Trump a su reelección, si el 3 de noviembre ninguno de los dos candidatos triunfa claramente.

Por supuesto que Biden reclamó que el Senado espere hasta después de la elección, para tomar en cuenta el voto popular, al momento de elegir a la nueva integrante del tribunal, pero fue desoído por el mandatario.

El debate continuó sobre el tema salud, la pandemia y la reapertura de la economía y las escuelas, cuando ya se han producido más de 7 millones de contagios y más de 200.000 muertos. «Trump ha actuado irresponsablemente”, sentenció el candidato demócrata.

A continuación, mientras Biden prometía expandir “Obamacare” (como se conoce al sistema de salud público implantado por el ex presidente), Trump lo acusaba de querer crear «un sistema socialista», un adjetivo que repitió una y otra vez.

«Él quiere cerrar este país y yo quiero mantenerlo abierto», vociferó el presidente, mientras repasaba las cifras económicas previas a la pandemia y los últimos números que muestran una pequeña recuperación. En este punto, el demócrata repitió su muletilla: «No tiene plan ni para la pandemia ni para reabrir la economía». Por el contrario, Biden propuso anular los recortes impositivos aprobados por el gobierno de Trump. El mandatario, en tanto, negó la información publicada por el diario The New York Times, según las cuales entre 2002 y 2015 no habría pagado impuesto a las ganancias y en 2016 y 2017 respectivamente solo 750 dólares. «Pagué millones de dólares en impuestos federales a las ganancias en 2016 y 2017», aseguró.

Uno de los últimos temas de la noche fue la creciente tensión racial y las múltiples protestas contra la brutalidad policial. Ni Biden quiso apoyar explícitamente al movimiento Black Lives Matter (Las Vidas Negras Importan), ni Trump aceptó repudiar claramente a los grupos supremacistas y milicias que atacaron a algunas manifestaciones.

El demócrata dijo estar «completamente en contra de desfinanciar a las policías» (como se pide en las protestas) y, mientras reconoció que «existe un racismo sistémico en el país», aseguró que «la mayoría de los policías son buenas personas». Trump, por su parte, afirmó que su rival está «contra la ley y el orden» y acusó a los manifestantes de ser únicos responsables de la violencia. Pero amenazó: «¿A quién le gustaría que yo condenara? Proud Boys (un grupo de ultraderecha): den un paso atrás y estén preparados”. No pasó ni media hora después del debate y la milicia neofascista ya había puesto en su página web la consigna stand back and stand by (den un paso atrás y estén preparados).

Ya hacia el final, Trump intentó esquivar las preguntas sobre el cambio climático: «Quiero agua y aire limpios y hermosos, pero no quiero destruir las empresas”. Biden, en cambio, defendió un giro hacia las energías alternativas, pero aseguró que su programa no es el «New Deal verde», que impulsa la izquierda de su partido.

La noche concluyó con la posibilidad de que el mandatario no reconozca una derrota en las urnas. «Cuento con que la Corte Suprema cuente las boletas, dijo entonces Trump. Esperemos no necesitarlo, pero cuento con ello porque podría ser una elección manipulada, un fraude», advirtió, mientras Biden pedía que «todos voten de la mejor manera que puedan y quieran». Quizás el posicionamiento más político de la noche fue cuando el presidente llamó a la movilización de sus partidarios. «Me gustaría que mis seguidores vayan a las urnas y vigilen con mucho cuidado, les insto a que lo hagan», afirmó el presidente.

A pesar de la futilidad de la ocasión, vale la pena sacar algunas conclusiones puntuales. Los ataques e interrupciones permanentes de Trump no se dirigieron a ganar nuevos votantes, sino a enfervorizar a sus partidarios más fieles. Por su lado, Biden, un veterano de debates, logró posicionarse en el centro político y demostrar firmeza mirando siempre a la cámara, defendiendo a los veteranos y a los muertos en las guerras y evitando la mayor parte del tiempo caer en las provocaciones de su contendiente. Después del debate como antes del mismo, Trump sigue en promedio unos seis puntos detrás de Biden, tres estados que aportan una gran cantidad de electores (Texas, Florida y Pensilvania) aún no se decidieron y la competencia seguirá abierta hasta el último minuto. Para alcanzar la delantera, el presidente tenía que pegar duro y lo hizo.

Con su violencia verbal, el presidente desanimó a eventuales votantes y los empujó de regreso a sus casas. Quizás haya sido su intención, ya que la elección se anuncia muy concurrida y los demócratas se juegan a atraer a las urnas a minorías y votantes desencantados que habitualmente no sufragan. Por el contrario, al convocar a la movilización de sus partidarios, el presidente sabe que está echando nafta al fuego. Estados Unidos bordea peligrosamente el conflicto armado entre las milicias de uno y otro lado. Quizás no estalle una contienda civil formal, como en 1861, pero el abismo de la crisis constitucional y una interminable guerra de pandillas ultraderechistas contra anarcoides, ambos fogoneados por los más diversos servicios de inteligencia, está muy cercano.

jueves, 24 de septiembre de 2020

Ocupar el continente, aislar a Argentina y repeler a China

 

EE.UU. está demasiado urgido por ocupar América del Sur

La gira de Pompeo por el norte del subcontinente y las crisis en los países andinos son signos de la prisa del Pentágono por controlar la región, aislar a Argentina y dejar afuera a China

por Eduardo J. Vior

Eduardo J. Vior

La coincidencia entre la reciente visita del secretario de Estado norteamericano a Surinam, Guyana, Brasil y Colombia y la agitación que azota a Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia dan cuenta de la impaciencia de Washington por volver a controlar el subcontinente, cercar a Argentina y frenar el avance chino. Parecería que el gobierno de Donald Trump quisiera impedir que un eventual gobierno demócrata tuerza el rumbo norteamericano en la región. Sin embargo, más allá de un cambio de estilo, no es esperable que otro equipo en Washington altere las líneas maestras de su política hacia la mitad sur del continente.

Este lunes 21 Washington y Georgetown han anunciado que comenzarán a realizar patrullas navales conjuntas en las aguas fronterizas con la República Bolivariana. El anuncio sucede a la visita del secretario de Estado Mike Pompeo, el pasado viernes 18, y a su promesa de apoyo para la construcción de infraestructuras que sostengan la explotación y exportación del petróleo recién comenzada frente a la costa de la faja occidental del Esequibo. No casualmente la empresa licenciataria es la Exxon Mobil, del grupo Rockefeller, que ha estimado que la cuenca tiene reservas por 15 mil millones de barriles. Exxon, otrora la mayor petrolera del mundo, apoya y financia al presidente Donald Trump.

 

La faja del Esequibo y su prolongación marítima son reclamadas por Venezuela, que desconoce el fallo ilícito de un tribunal arbitral que en 1899 las entregó a Inglaterra, entonces mandante colonial de la actual Guyana. Después de independizada ésta en 1966, ambos vecinos declararon nulo el arbitraje y acordaron buscar una solución arbitrada. Por esto Caracas ha criticado acerbamente las concesiones petroleras otorgadas por Georgetown en los últimos tres años.

Pompeo llegó a Guyana procedente del vecino Surinam, donde se reunió con el presidente Chan Santokhi, electo en mayo pasado. Si bien en la ex colonia holandesa Pompeo repitió su rogativa para el otorgamiento de licencias a empresas norteamericanas y su exhortación a no hacer negocios con China, el nuevo presidente reiteró su neutralidad ante la crisis venezolana y su voluntad de expandir las actividades de la petrolera estatal Statsolie, aunque respetando la concesión local otorgada por su antecesor a Apache-Total.

El sábado, en tanto, el secretario llegó a Boa Vista, capital del norteño Estado de Roraima, donde le rindió pleitesía el ministro brasileño de Relaciones Exteriores, Ernesto Araújo. Cínicamente prometió allí una ayuda de U$S 30 millones para la asistencia a los inmigrantes venezolanos, pero no hizo mención al persistente cierre de la frontera. Boa Vista depende de los insumos (especialmente combustibles) venezolanos para su supervivencia. Además, el bloqueo del límite impide los contactos humanitarios, el retorno de los migrantes venezolanos y/o la llegada de nuevos. La presencia de Pompeo en Roraima fue enérgicamente criticada por seis antiguos ministros de Relaciones Exteriores que le imputaron un «uso espurio del territorio nacional» para utilizar el país «como plataforma de provocación y hostilidad con una nación vecina».

Finalmente, la última parada de la gira fue el domingo en Bogotá, donde el secretario de Estado elogió el apoyo del presidente Iván Duque al autoproclamado “presidente” venezolano Juan Guaidó. Su presencia allí coincidió con maniobras militares conjuntas colombo-estadounidenses y con las críticas opositoras por la presencia, desde hace dos meses, de una fuerza especial norteamericana de seguridad. Su visita fue seguida el lunes 21 por un paro nacional de protesta y masivas manifestaciones opositoras que en Bogotá fueron ferozmente reprimidas.

La masiva y urgente presión norteamericana se reproduce de distintas maneras en el resto del eje andino. En Ecuador, que prevé realizar la elección presidencial el próximo 28 de febrero, la justicia electoral no ceja en su persecución a los seguidores de Rafael Correa. Después de prohibir al ex presidente candidatearse como acompañante de Andrés Arauz y de proscribir su fuerza, Compromiso Social, el Consejo Nacional Electoral (CNE) anunció este lunes 21 que está evaluando también desautorizar al Centro Democrático (Lista 1), la lista en la que se ha refugiado el correísmo. Éste, a su vez, propuso la semana pasada al periodista Carlos Rabascall como candidato a la vicepresidencia, pero aún no registró la fórmula en la Justicia electoral.

Dada su intensa persecución contra el correísmo, a la derecha le resultaron especialmente chocantes la semana pasada los resultados de una encuesta de la empresa brasileña Atlas Intel que dio al correísta Andrés Arauz el 45% de los votos, a Guillermo Lasso el 32%, a Yaku Pérez el 4,3% y a César Montúfar el 1,1%. Los demás candidatos tienen menos de 1%. Entre blancos, nulos, abstenciones y quienes no saben por quién votar suman 10,6%. Una simulación de segunda vuelta también ubica a Arauz como ganador con 48,2%, frente al 39,4% para Lasso. Pese a la burda ofensiva judicial y proscripción política, en tanto, el expresidente Rafael Correa mantiene la mayor imagen positiva (50%) y la menor negativa (45%).

La inocultable mano de las embajadas norteamericanas se nota también en Bolivia. Ante la imposibilidad de posponer la elección presidencial y legislativa del próximo 18 de octubre, los golpistas de noviembre pasado proscribieron a Evo Morales con demandas judiciales sin base ni fundamento. De todos modos, las últimas encuestas dieron a la fórmula Arce-Choquehuanca (MAS-IPP) cerca del 37%, mientras que el ex presidente Carlos Mesa (2005-06) obtiene el 27% y todos los demás menos de 10%. Por esta razón, la semana pasada la presidenta de facto Jeanine Añez bajó su candidatura.

Tras el fracaso de Añez, la embajada y los golpistas esperaban  presentar una fórmula unitaria de la derecha, pero no pudieron reconciliar a Carlos Mesa con Luis F. Camacho. El ascenso de la candidatura masista, entonces, la acerca a un escenario de triunfo en la primera vuelta. En Bolivia, si un partido alcanza en la primera ronda comicial el 40% de los votos con una diferencia superior al 10% sobre el segundo candidato, resulta electo sin posibilidad de repechaje.

Ahora la embajada se prepara a impedir a como dé lugar el triunfo del MAS. La policía y el ejército golpistas están encargados de la distribución, vigilancia y recolección de urnas, el centro de cómputos, en manos de los amigos de Añez, los medios militan unánimemente el antimasismo y la única misión internacional observadora hasta ahora autorizada es la de la OEA, que ya cumplió un papel nefasto en noviembre pasado. En definitiva, el triunfo del MAS dependerá de la movilización del pueblo boliviano y de que la diferencia de votos a su favor sea abrumadora. Cuando Evo Morales obtuvo victorias del 52%, 64% y 62%, pudo imponer el resultado electoral. La única vez que no superó el 50 %, no reconocieron su triunfo y dieron el golpe.

En Uruguay, finalmente, las elecciones para Intendentes y Juntas de los 19 departamentos  se realizarán el próximo domingo 27 de setiembre. El Frente Amplio va por el triunfo en Montevideo y Canelones, departamentos que, juntos, representan más de la mitad de la población del país. 14 de las 19 intendencias ya están prácticamente definidas. Apoyado en el tradicional ruralismo conservador, el Partido Nacional (líder de la coalición gobernante) se quedaría con 12 de los 17 distritos del interior. El Partido Colorado por su parte, retendría Rivera, en la frontera con Brasil, mientras que tres departamentos aún están en disputa.

En un escenario ya mayormente definido, la cuestión principal consiste en saber por cuánto ganará el FA en Montevideo, donde gobierna desde 1990. Allí la coalición derechista presentará la candidatura única de Laura Raffo, mientras que el Frente Amplio va con tres candidatos: Daniel Martínez, Álvaro Villar y Carolina Cosse. Según las últimas encuestas, existe un empate técnico en 17 puntos para cada uno, pero, por el sistema electoral, quien gane la mayoría dentro de una leyenda registrada se lleva también los de sus competidores internos. Así, algunos sondeos han dado a Carolina Cosse como posible vencedora de la interna frenteamplista. Daniel Martínez, ex intendente y ex candidato a presidente, a su vez, representa la línea interna socialdemócrata, en tanto Álvaro Villar es el candidato con menos intención de voto, aunque en las últimas encuestas se ha acercado a los otros dos. Tiene el apoyo del Movimiento de Participación Popular (MPP, de José Pepe Mujica), de Fuerza Renovadora y de UNIR, un grupo escindido del Partido Colorado que no integra la orgánica del Frente Amplio.

El Pentágono se ha fijado como objetivo recuperar el control sobre América del Sur, aislar a Argentina e impedir que crezca la influencia china. Al Comando Sur toca ejecutar la estrategia dispuesta. Para ello recurre a la manipulación de elecciones, provocaciones armadas en las fronteras de Venezuela, el pacto entre el Alto Mando brasileño y el crimen organizado, el intento de golpe de estado en Perú y furiosas campañas de agitación y desestabilización en nuestro país. Los agresores quieren crear hechos consumados antes de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, el próximo 3 de noviembre, pero nada indica que un improbable gobierno demócrata tome un curso diferente. La unidad y solidaridad que los gobiernos no tienen entre sí deben remplazarlas los movimientos populares.

miércoles, 16 de septiembre de 2020

La puja entre EE.UU., Rusia y China disloca a la UE

 

Europa es el pelotero de las grandes potencias*

por Eduardo J. Vior
Infobaires24
16 de septiembre de 2020

Eduardo J. Vior

“Europa tiene que ser un jugador mundial, no un campo de juego”, declaró el lunes Charles Michel, presidente del Consejo Europeo (la reunión de los jefes de Estado y de gobierno que dirige la UE) al terminar la conferencia cumbre virtual entre los representantes de los 27 y los de China. Por los primeros participaron el belga Michel y las alemanas Angela Merkel (presidenta pro-tempore del bloque) y Ursula von der Leyen (presidenta de la Comisión Europea, el órgano ministerial de gobierno de la Unión); por la segunda, en tanto, estuvieron presentes el Presidente Xi Jinping y el ministro de Relaciones Exteriores Wang Ming. La cumbre debió haberse realizado en Leipzig, Alemania, pero la pandemia de Covid-19 aconsejó hacerla por vía virtual. En la reunión debieron haberse cerrado con la firma de convenios siete largos años de negociaciones sobre el régimen de inversiones recíprocas, pero repentinamente los europeos reclamaron por las supuestas violaciones de los derechos humanos en Hong Kong y Xinjiang, la adecuación de la economía china a las normas sobre emisiones del Acuerdo de París y “el cumplimiento de reglas de mercado”. Finalmente, solamente pudieron cerrar un acuerdo sobre denominaciones de origen, importante, pero insuficiente.

Desde el estallido de la pandemia en Europa, en marzo pasado, los líderes de la UE comenzaron a acusar a China de falta de transparencia en la circulación de la información epidemiológica. Pronto esas imputaciones se trasladaron a tópicos de derechos humanos y medioambientales y, finalmente, a cuestiones de patentes y normas comerciales. En 2019 la República Popular fue la tercera mayor compradora de bienes europeos (9 %) y la mayor proveedora de la UE (19 %). Entre los miembros de la Unión en 2019 los Países Bajos fueron los mayores importadores de bienes y servicios chinos y Alemania, la mayor proveedora de la República Popular. Para entender la presión europea para hacer fracasar la reunión cumbre habrá, entonces, que buscar que buscar motivos (geo)políticos. 

El reciente giro en la posición europea se evidencia en que la UE ha pasado a considerar oficialmente a China al mismo tiempo como un interlocutor “esencial” y un “rival estratégico”. En el plano comercial los europeos reclaman para sus empresas en China el mismo trato que reciben las chinas en Europa. Según la diplomacia de Bruselas, reclaman libertad de comercio en las telecomunicaciones y la industria automotriz, mientras exigen el fin de las subvenciones para la siderurgia china. Significativamente, la semana pasada el presidente de Siemens, Joseph Kaeser, declaró al semanario Die Zeit que “condenamos categóricamente toda forma de opresión, trabajo forzado y amenazas a los derechos humanos”. La declaración careció de lógica, porque Siemens está presente en China desde 1872, emplea a 35.000 personas y obtiene allí el 10 % de sus ganancias. Por otra parte, el gigante de la electroingeniería tiene una larga trayectoria de complicidad con regímenes dictatoriales (como el argentino de 1976-83) y nunca se preocupó seriamente por los derechos humanos. Tanto ruido hizo la declaración de Kaeser que la empresa debió ratificar su interés en seguir haciendo negocios en el mamut asiático. 

La videoconferencia UE-China se realizó en momentos en que la guerra comercial entre Washington y Beijing alcanza proporciones de Guerra Fría. Muchos diplomáticos europeos reconocen que el choque entre las superpotencias los convirtió en jamón del sándwich y que amagaron con los derechos humanos para recuperar perfil.

Los delegados de la UE exigieron a China que autorice el envío de una “misión internacional independiente” de observación a Xinjiang. Se trata de una de las cinco regiones autónomas que forman parte de la República Popular China. Está ubicada en el extremo noroeste del país, abarca más de 1,6 millones de km2 y tiene una población de unos 20 millones de habitantes. Históricamente se ha conocido la región como Turquestán chino o Turquestán Oriental y está habitada principalmente por la etnia uigur, un grupo de origen turcomano y mayoritariamente musulmán. La histórica Ruta de la Seda atravesó el territorio desde el este hasta su frontera noroeste. La región fue incorporada al Imperio Chino en el último tercio del siglo XVIII y desde entonces forma parte del país. Desde 1955 tiene el estatuto de región autónoma especial. 

Concomitantemente con la guerra de Afganistán y los posteriores alzamientos islamistas en el mundo árabe e islámico, desde hace unos treinta años un grupo de militantes se ha radicalizado y formado el Movimiento Independentista del Turquestán Oriental, un grupo islamista formado en escuelas coránicas financiadas por Arabia Saudita, que ha realizado ataques terroristas y se ha enfrentado con las fuerzas gubernamentales chinas. Sus militantes, financiados por EE.UU., también han combatido en Afganistán, el Cáucaso y Oriente Medio. Es, por consiguiente, comprensible que las autoridades de Beijing cerraran las madrassa más radicales, persiguieran a los independentistas, establecieran campos de prisioneros e implantaran en la región a numerosos inmigrantes de la etnia mayoritaria Han, para debilitar la influencia de los islamistas. 

Europa conoce la situación y esta información no ha sido óbice para sus negocios con China en los últimos 35 años. Que ahora se escandalice es producto de la competencia entre su facción atlantista (liderada por los neerlandeses) seguidora de la política norteamericana, y las potencias mayores (Alemania y Francia) que intentan –ellas también con fuertes conflictos internos- construir una alternativa internacional independiente.

Además del gobierno norteamericano, la campaña antichina es impulsada por usinas ideológicas del mismo país que en informes sin fundamento ni fuentes verificables acusan a Beijing de llevar adelante un “genocidio cultural” en Xinjiang. Con esta campaña han impuesto su narrativa en los medios de la UE, creando una fuerte corriente antichina, crítica de las estrechas relaciones comerciales entre Bruselas y Beijing. Sólo la retrasada industria estadounidense, que cubre su incapacidad para competir con retahílas ideológicas, puede beneficiarse de este distanciamiento. Es evidente que los Estados Unidos quieren impedir todo acercamiento de Europa a China.

La alianza ruso-china, la pérdida de la vanguardia tecnológica, el retroceso forzado de EE.UU. en el Oriente Medio ampliado y la acelerada expansión de la Iniciativa china de la Ruta y la Franja (BRI, por su nombre en inglés) impulsaron al “Estado profundo” norteamericano a dar un salto estratégico, pasando de la guerra híbrida inaugurada en 2001 a la estrategia del ataque integral, fundamentalmente semiótico, comunicacional y mediático. Tanto los soportes republicanos como los demócratas dentro del mismo coinciden en totalizar aún más la estrategia bélica, hacia adentro y hacia afuera del país. Sólo difieren entre sí en la selección del enemigo principal: para los demócratas es Rusia, para los republicanos, China. El próximo 3 de noviembre debe dirimirse hacia dónde dirigir los cañones, pero con seguridad la batalla principal se va a definir en Europa.

Durante quince años Angela Merkel fue el péndulo de la oscilación europea. Más que una líder, fue la mediadora entre los atlantistas, los europeístas y los nacionalistas de todos los colores. Sus silencios prolongados y sus arbitrajes a último momento sirvieron para mantener pegada una construcción mal hecha y sin otro norte que servir de arenero a las grandes corporaciones y los bancos. Pero la presión de los neoconservadores norteamericanos, el resurgido poder de Rusia y el crecimiento de China han desequilibrado la balanza. Además, la salida de Gran Bretaña dejó a los atlantistas sin su principal sostén interno. Desacreditado su rol mediador, Merkel está tratando de llegar a un honroso final de ciclo en medio de la peor crisis sanitaria y económica de los últimos cien años. Hasta entonces el subcontinente boyará a la deriva. El piadoso deseo del belga Michel ya está cumplido en el sentido contrario: Europa es el campo del juego mundial entre la vieja superpotencia que se niega a bajar la cerviz y las nuevas/viejas que vuelven por sus fueros.

 

El autor agradece los intercambios con y la ayuda de Pepe Escobar, periodista brasileño con más de 20 años de experiencia en Asia, en la concepción de este artículo.

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miércoles, 9 de septiembre de 2020

Los demócratas garantizan la guerra, Trump quizás no

 

Al rechazar las intervenciones militares, Trump no miente

El Presidente aceptó el desafío de los más altos jefes del Pentágono, ratificó su voluntad de poner fin a «las guerras interminables» y de “traer a los muchachos de regreso a casa»

por Eduardo J. Vior
Infobaires24
9 de septiembre de 2020

Eduardo J. Vior

Nadie duda de que el Presidente de los Estados Unidos ha construido su fortuna y su carrera mintiendo, fanfarroneando, amagando, estafando, etc. Una joyita el muchacho. Sin embargo, hay un punto central de su programa político en el que nunca ha mentido: terminar el ciclo interminable de guerras en el que está envuelta la superpotencia. Se trata del primer presidente desde 1898 que no ha iniciado ninguna intervención militar. Si gana la reelección en noviembre, seguirá adelante con el desescalamiento. Los jefes del Pentágono lo saben y, por ello, apuestan a que sea derrotado.

El jefe de Estado aseguró el lunes 7 que los principales líderes del Departamento de Defensa están comprometidos con la guerra, para contribuir con el enriquecimiento de los contratistas y empresas militares. “Hay alguna gente que no quiere que las tropas vuelvan a casa y quieren seguir gastando dinero”, declaró en una conferencia de prensa celebrada en la puerta norte de la Casa Blanca. “Se trata de una traición tras otra de los corazones de hielo globalistas”, añadió. Y continuó, «no estoy diciendo que los círculos militares me amen, pero los soldados me aman. Las personas más importantes del Pentágono probablemente no lo hagan, porque no quieren nada más que pelear guerras, para que todas estas maravillosas compañías que fabrican bombas, aviones y todo lo demás estén felices», sostuvo. Por el contrario, reiteró su deseo de poner fin a la política de «guerras interminables», para así poder traer a los soldados estadounidenses «de vuelta a casa». 

No es la primera vez que el líder norteamericano habla de “guerras interminables”. El pasado junio, durante la ceremonia de graduación de la academia militar de West Point, anunció el fin de esa época, subrayando que EE.UU. no es «la policía del mundo», dejando en claro que «no es deber» de las tropas estadounidenses «resolver conflictos antiguos en tierras lejanas de las que mucha gente nunca ha oído hablar». 

Trump continúa luchando contra las acusaciones de que en varias ocasiones se habría expresado despectivamente sobre los militares caídos en el exterior y que se habría referido a los estadounidenses muertos en la Primera Guerra Mundial enterrados en un cementerio estadounidense en Francia como «perdedores» y «fracasados», como lo citó el pasado jueves The Atlantic.

La relación de Trump con los mandos militares nunca fue buena, pero se tensó mucho desde que en junio pasado amenazó con usar la Ley de Insurrección y desplegar fuerzas armadas, para reprimir los disturbios civiles provocados por la muerte de George Floyd, el afroamericano que falleció a manos de la Policía el pasado 25 de mayo.

Gran parte de las aseveraciones de Trump en la conferencia de prensa del lunes respondían a las historias publicadas en los principales medios durante el fin de semana.

El último episodio del enfrentamiento entre el Presidente y los más altos jefes militares se dio, después de que el pasado jueves 3 The Atlantic publicó un informe en el que relataba que durante una visita al Cementerio Nacional de Arlington, cerca de Washington, en el Día de los Caídos (Memorial Day) -31 de mayo- de 2017- junto con el entonces Secretario de Seguridad Interior, el General John Kelly, cuyo hijo murió en Afganistán, el mandatario se habría expresado despectivamente sobre los caídos en combate en el exterior. Además, al cancelar en 2018 por motivos climáticos una visita al cementerio del bosque de Belleau, en Francia, donde en 1918 miles de soldados norteamericanos dejaron sus vidas, el jefe de Estado habría dicho “¿qué tengo que hacer allí, si son un montón de perdedores?” Si bien la Casa Blanca desmintió enérgicamente ambas aseveraciones, en medio de la polarización de la campaña electoral el informe fue pan comido para quienes quieren evitar su reelección en noviembre próximo. 

Más allá de que Donald Trump se haya expresado despectivamente sobre los caídos en las guerras exteriores de los Estados Unidos o no (es capaz de hacerlo y de negarlo al mismo tiempo), el actual entredicho responde a una crisis mayor: en un país que desde hace 122 años vive en guerra permanente, el voto de los soldados y de los veteranos es crucial en cualquier elección. El Presidente afirma tener el apoyo de la tropa y de los cuadros intermedios, pero sabe que el generalato y almirantazgo lo odian, primero, por elitismo y, segundo, porque desde hace 40 años han hecho de las guerras un lucrativo negocio: no sólo compran (muchas veces sin licitación) armamento y equipo a las empresas amigas, sino que, después que han destruido un país, avanzan con las empresas constructoras amigas para reconstruirlo.

El ex Secretario de Defensa James “perro loco” Mattis (enero de 2017 a diciembre de 2018), uno de los grandes intelectuales guerreros que cada tanto dan las fuerzas armadas estadounidenses, publicó en junio una furibunda columna de opinión contra el Presidente en The New York Times y ha formado un grupo de oficiales retirados llamado “Never Trump” (Nunca Trump), es decir, generales y almirantes republicanos que apoyan la candidatura de Joe Biden, para mantener en pie la estrategia de guerra de espectro amplio que EE.UU. viene llevando desde hace décadas. 

Donald Trump es un repulsivo líder nacionalista que, consciente de la debilidad del Imperio, quiere reducir su exposición en múltiples frentes de combate, para recuperar fuerzas y luego volver a disputar la hegemonía mundial en mejores condiciones. Joe Biden y su asesor de política exterior Tony Blinken, en cambio, son hombres del “Estado profundo”, fieles a los aparatos que los apañaron y celosos de las alianzas y negocios tejidos durante décadas. Con los demócratas la próxima gran guerra está garantizada. Con Donald Trump quizás se pueda evitar.