jueves, 30 de septiembre de 2021

La indecisión de Berlín paraliza a Europa

 

Alemania no escapa a su destino de país central

Aunque el 27-9 la Socialdemocracia salió primera y la Democracia Cristiana perdió, en Berlín se mantiene el paralizante empate entre atlantistas y continentalistas y nadie tiene claro el rumbo

por Eduardo J. Vior
Infobaires24
29 de septiembre de 2021

Las elecciones del 26 de septiembre en Alemania relegaron al segundo lugar al hasta ahora dirigente bloque de la Unión Demócrata Cristiana y la Unión Social Cristiana de Baviera (CDU/CSU), clausuraron la Gran Coalición entre éste y el Partido Socialdemócrata (SPD) y despidieron del mando tras 16 años a la Canciller Angela Merkel, quien ya había anunciado que no intentaría reelegirse. Sin embargo, la tercera economía del globo y primera de Europa sigue esquivando la definición sobre su rol futuro en el escenario europeo y mundial.

El SPD superó a la CDU/CSU, pero sólo por 1,6 puntos (25,7% contra 24,1%). Fue el peor resultado en la historia de la Unión. Aunque existirían alianzas alternativas para alcanzar la mayoría de 366 escaños necesarios para elegir al/a la Canciller, probablemente se forme una coalición del SDP con la Alianza 90/Los Verdes (Bündnis 90/Die Grünen) y el Partido Democrático Liberal (FDP). Sin embargo, las concesiones que estas alianzas de gobierno imponen moderan las aspiraciones de todos los socios. Este imperativo de mantener la estabilidad, que en circunstancias normales sería una virtud, empero, dificulta a Alemania tomar decisiones relevantes sobre su rumbo en un contexto geopolítico que cambia aceleradamente.

Sede central de la ONU en Nueva York. Alemania tiene un desempeño muy por debajo de su peso específico

Durante 16 años Angela Merkel gobernó a los bandazos. Hizo un arte de la demora en la toma de decisiones: dejaba que las discusiones recorrieran el gabinete, el parlamento y los medios, hasta que al final se decantaba por la opinión mayoritaria. Lo mismo hizo en la política internacional: defendió los negocios con Rusia y China, pero embarcó a su país en aventuras militares en Afganistán y Malí. Impuso la exitosa conclusión con Rusia del gasoducto Nord Stream 2, pero acaba de respaldar la prohibición de funcionamiento en Alemania de la cadena de televisión RT en alemán. Sólo en 2015 decidió contra la mayoría de los medios y de su propio bloque parlamentario autorizar el ingreso de un millón de refugiados, la mayoría procedente de Siria. De este modo calculó rejuvenecer la población trabajadora y asegurar las jubilaciones para el futuro, pero la maniobra generó muchas reacciones y el crecimiento de la derecha conservadora que en 2017 ingresó al Bundestag. Mientras tanto, el liderazgo alemán en Europa se fue debilitando por la dureza de sus posiciones ante la crisis de la deuda de los países del Sur del continente, por su aperturismo hacia la migración y sus choques con Barack Obama y con Donald Trump. En cada vuelta del camino tuvo conflictos con algún miembro distinto de la UE. Sólo la Francia de Emmanuel Macron le siguió siendo fiel, pero muy debilitada. 

El próximo gobierno alemán deberá tomar decisiones trascendentes en distintas áreas de la política internacional que incidirán en su rumbo interno y en su ubicación externa. Por eso es bueno comparar las posturas de la probable futura coalición “semáforo” (rojo, amarillo y verde, por los colores del SPD, el FDP y Los Verdes), por un lado, y las de la CDU/CSU, por el otro. Las propuestas de la Alternativa por Alemania (AfD) y de La Izquierda (Die Linke), en tanto, son dignas de mención, pero no influyen en la agenda venidera.

El cambio climático es la mayor preocupación de los votantes, sobre todo después de las desastrosas inundaciones en Renania hace dos meses. Por ello es el primer punto de la agenda política, también de la exterior. SPD y verdes se diferencian en este capítulo sólo en el grado y la velocidad de las reformas propuestas. Sin embargo, éstos últimos coinciden con el FDP en utilizar mecanismos de mercado para la protección del clima, claro que los liberales son en este aspecto mucho más radicales.

La CDU/CSU, finalmente, quiere preservar a Alemania como emplazamiento industrial, espera lograr la neutralidad climática «mucho antes de mediados de siglo», pero mediante la aplicación de «tecnologías innovadoras e inversiones económicas». 

En resumen, se puede decir que la próxima coalición posible buscará el cumplimiento de los Acuerdos de París y la reconversión ecológica de la industria. Aprovechando el desarrollo tecnológico y la capacidad exportadora de sus empresas, probablemente el futuro gobierno se alinee con la política ecológica internacional del actual gobierno norteamericano.

Alemania, país de inmigración

Otro capítulo central de la política exterior está constituido por las migraciones internacionales. El SPD está a favor de facilitar la ciudadanía múltiple y de ampliar la reagrupación familiar y los Verdes ven a Alemania como una «sociedad de inmigración diversa», mientras que los liberales ven a Alemania como un país de inmigración, pero quieren prestar más atención a los intereses de las empresas. Es previsible, entonces, que el próximo gobierno ahonde las diferencias con la mayoría de sus socios europeos, que han cerrado rígidamente sus fronteras, y se aboque al reclutamiento de jóvenes profesionales y trabajadores calificados, tanto dentro como fuera de la UE.

La CDU, en tanto, ha completado un camino de ida y vuelta. Cuando en 2015 Angela Merkel abrió las fronteras a los refugiados de Siria y Afganistán, tomó una decisión sorprendentemente favorable a la migración y al rejuvenecimiento de la población alemana. Para la CDU actual, en cambio, la migración debe producirse de manera ordenada y según reglas claras. 

Durante la pandemia los miembros de la Unión Europea suspendieron la aplicación de los criterios de estabilidad fiscal tan caros a los defensores del euro, pero ahora las grandes finanzas, que tienen una representación excelsa en el Banco Central Europeo (BCE) presidido por Christine Lagarde, temen por sus rendimientos especulativos y presionan para su reintroducción. El SPD propone, por el contrario, es alcanzar una auténtica unión fiscal, económica y social y salarios mínimos europeos. Se trata de una posición neokeynesiana que muy probablemente sea frenada por el BCE. Con un matiz ecológico Los Verdes acompañarían esta política.

 El Parlamento Europeo, en Estrasburgo

Los liberales, a su vez, abogan por una constitución europea, para crear un «Estado federal europeo descentralizado». Si bien son partidarios de la estabilidad fiscal, no desdeñan la aplicación de subsidios, para mejorar la competitividad de determinadas ramas de la economía europea. Por el contrario, la CDU/CSU quiere que los criterios de estabilidad presupuestaria se restablezcan lo antes posible.

En materia de defensa el SPD tiene una postura crítica respecto al objetivo de la OTAN de que cada aliado dedique el dos por ciento de su PBI a financiarla, pero en cualquier caso quiere equipar mejor a la Bundeswehr, para que esté a la altura de su responsabilidad como socio fiable en Europa y la OTAN. El SPD aboga por la distensión con Rusia, pero condenó la reincorporación de Crimea y la segregación de las regiones orientales de Ucrania. 

Según el programa de los Verdes, en tanto, Alemania debe quedar libre de armas nucleares, rechazan el objetivo del dos por ciento de la OTAN, pero también el Nord Stream 2. Por su parte, el FDP quiere que Alemania desempeñe un mayor papel a nivel internacional, para lo cual propone la creación de un Consejo de Seguridad Nacional. Los liberales también abogan por la creación de una unión europea de defensa, en franca contradicción con la OTAN que la rechaza.

Diferenciándose una vez más, la CDU/CSU apoya el objetivo de la OTAN de que cada miembro gaste el dos por ciento de su PBI en defensa, aunque Alemania está hasta ahora muy por debajo, con un buen 1,5 por ciento. Al mismo tiempo, los democristianos están a favor de la creación de fuerzas armadas europeas conjuntas, pero no a costa de la OTAN. El número de soldados de la Bundeswehr debería, según ellos, aumentar de los 184.000 actuales a 203.000. Al mismo tiempo reafirman la amistad franco-alemana como esencial para la política exterior de Alemania.

En tiempos de recuperación tras la crisis desatada por la pandemia de coronavirus, aparecen temas acuciantes para la agenda económica internacional. En su programa, por ejemplo, el SPD hace hincapié en la sostenibilidad del comercio. Un capítulo particular lo representa la exportación de armas, una de las “estrellas” entre las exportaciones alemanas que el SPD pretende regular con más fuerza. Por su parte, los Verdes quieren orientar más el comercio hacia la protección del clima y la sostenibilidad. El FDP, en tanto, es el clásico partido del libre comercio. Por consiguiente, apoya la celebración de nuevos acuerdos comerciales de la UE.

En esta cuestión los liberales coinciden con la CDU/CSU, que está muy a favor del multilateralismo, aunque sólo sea porque uno de cada cuatro puestos de trabajo en Alemania depende de las exportaciones. Los democristianos y socialcristianos quieren reforzar la Organización Mundial del Comercio (OMC), pero al mismo tiempo retomar las negociaciones con Estados Unidos sobre un acuerdo de libre comercio.

Los partidos menores (AfD e Izquierda) no incidirán en las votaciones parlamentarias, porque el próximo gobierno –cualquiera sea su composición- va a contar con una sólida mayoría propia, pero pueden influir sobre la opinión pública. En particular, la Alternativa por Alemania (AfD), que mantuvo un caudal de votos de alrededor del 10%, mantiene una efectiva capacidad de canalizar la protesta, especialmente en el empobrecido Este. Son refractarios a las políticas contra el cambio climático, a la acogida de inmigrantes y postulan el abandono de la UE. Sin embargo, fieles a su ideario nacionalista y neutralista, proponen mejorar las relaciones con Rusia y China, que la Bundeswehr sea puramente defensiva y que cancele misiones fuera de Europa. Particularmente llamativa es su propuesta de estrechar vínculos económicos y comerciales con Rusia y China y que Alemania intervenga agresivamente en el desarrollo del Nuevo Camino de la Seda. 

Por su parte, el partido La Izquierda, resultado de la fusión del sucesor del partido gobernante en la extinta RDA con una escisión de izquierda de la Socialdemocracia, se refugió en posiciones de “corrección política” que no fueron acompañadas por el electorado y perdió la mitad de sus votos. Obtuvo 4,9% y sólo pudo saltar la valla del 5% gracias a que tiene tres mandatos ganados mayoritariamente en sendos distritos (en Alemania el votante elige a la vez por mitades al/a la representante de su distrito y a diputados seleccionados proporcionalmente).

El sistema político alemán fuerza a todos los actores a buscar consensos en torno al mantenimiento de su economía industrial exportadora, la pertenencia a la UE y a la OTAN. Como, empero, al mismo tiempo el ascenso de China como potencia mundial y la consolidación de Rusia como potencia energética y militar obligaron a las grandes empresas alemanas a asociarse con el desarrollo del gigante asiático, la República Federal se encuentra en un dilema: ante la creciente polarización entre el bloque atlántico y el euroasiático, se hace cada vez más difícil acompañar, por ejemplo, las provocaciones anglo norteamericanas en el Este de Europa y al mismo tiempo hacer negocios con Rusia. Del mismo modo se perjudica el trato con China, cuando Biden mantiene las sanciones decretadas por Donald Trump.

La crisis y la polarización entre los bloques dificultan mantener la política de “tanto … como …” que Merkel escenificó durante 16 años, pero el imperativo del consenso impide tomar las decisiones necesarias para ajustarse a un contexto muy cambiante. En las negociaciones para formar coalición de gobierno se verá si Olaf Scholz tiene pasta de líder. De lo contrario, la mayor potencia de Europa se paralizará y será desgarrada por sus contradicciones internas.

lunes, 27 de septiembre de 2021

China quiebra los mecanismos de la confrontación

 

El entrecruzamiento entre el AUKUS y el CPTPP contrasta la lógica de la Guerra Fría con la del beneficio mutuo

OPINIÓN. Al mismo tiempo que se anunciaba el pacto militar entre EE.UU., el Reino Unido y Australia, China pidió incorporarse al Tratado Transpacífico, cruzando las líneas y rompiendo los bloques

Desde que subió al gobierno Joe Biden en enero pasado, su equipo ha retomado la estrategia de Barack Obama (2009-17) y trasladado el centro de la disputa por la hegemonía mundial a Asia Oriental y el Pacífico. Para ello se retiró abruptamente de Afganistán y firmó sorpresivamente el pacto militar AUKUS (Australia-Reino Unido-Estados Unidos, por su nombre en inglés). La misma lógica de formación de bloque rigió la reunión del QUAD (Estados Unidos, India, Japón y Australia) que se realizó este viernes 24 en Washington. Por el contrario, China no sólo aprovechó la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai (SCO, por su nombre en inglés), que se cerró en Duyambé (Tayiquistán) el pasado 16 de septiembre, para afirmar junto a Rusia su liderazgo euroasiático, sino que incrementa aceleradamente sus capacidades defensivas en los mares litorales, mientras solicita el ingreso al Tratado Transpacífico. A la lógica de bloques Pekín opone la búsqueda del beneficio mutuo.

Los líderes norteamericanos, británicos (sobre todo) y australianos están eufóricos tras haber anunciado el pasado 15 de septiembre la firma del pacto militar. La elite australiana percibe como belicosa la afirmación de los derechos soberanos de China en el Mar Meridional y se recuesta en la alianza con Estados Unidos. Ahora están exultantes, porque –sostienen- “Australia pasa a jugar en la primera liga de la política mundial”.

Los líderes norteamericanos, por su parte, ven AUKUS como una victoria, porque mostrar músculo sería el recurso ideal para “disuadir” a China.

Y para el Reino Unido, finalmente, AUKUS es una expresión tangible de la estrategia de “Gran Bretaña Global” que aplican tras el Brexit, dirigida especialmente hacia el Pacífico y complementada con los acuerdos comerciales con Japón, Corea del Sur y Australia. AUKUS reafirma también la posición del Reino Unido como aliado principal de Estados Unidos y su capacidad para marcarle la agenda.

La atención internacional se ha centrado en el compromiso de ambas potencias anglosajonas para dotar a Australia de una flota de submarinos de propulsión nuclear. Se trata, sin duda, de un paso con importantes implicaciones estratégicas y operativas para Australia. Junto con la adquisición prevista de misiles de crucero lanzados desde el mar y el aire, los submarinos de propulsión nuclear aumentarán sustancialmente las capacidades de ataque de largo alcance de las Fuerzas de Defensa australianas, dado que estos sumergibles ofrecen mayor velocidad, sigilo y alcance. Sin embargo, no se han especificado los plazos de entrega de las unidades, ni su costo, ni el grado de participación (si lo habrá) de la industria naval australiana, de modo que Australia ha subordinado su ubicación internacional por una promesa de cumplimiento todavía lejano.

Aún más importante que los submarinos es la cooperación tripartita que AUKUS promete en el desarrollo de capacidades avanzadas en áreas como la cibernética, la inteligencia artificial y la computación cuántica. Los primeros indicios apuntan a que en Australia AUKUS gozará de un importante apoyo bipartidista. No obstante, es sorprendente que su gobierno haya firmado este acuerdo "histórico" sin ningún debate parlamentario o público previo. Todo induce a pensar que el acuerdo tiene cláusulas secretas que el gobierno de Morrison no quiere dar a publicidad o, por lo menos, no antes de que sea aprobado en el Parlamento.

La adquisición de submarinos de propulsión nuclear aumentará la dependencia tecnológica, política y económica de Australia que, así, abandona todo intento de política exterior independiente, sobre todo en la región. El previsible retraso en la entrega de los submarinos, especialmente, hará que la brecha sea rellenada con un mayor despliegue de activos navales y aéreos estadounidenses en Australia que aumentarán los riesgos para el país-continente. Al adherir al pacto, éste está violando también el Tratado de No Proliferación de Armas nucleares que ratificó en 1973. Del mismo modo, al adquirir misiles de crucero, trasgrede el marco del Régimen de Control de la Tecnología de Misiles (RCTM).

Como era de esperar, China ha respondido negativamente al AUKUS, porque aumenta el riesgo de confrontación en el Mar Meridional y amenaza la ruta comercial por el Estrecho de Malaca, por la que pasa el 30% del comercio mundial. “El acuerdo entre EEUU, Reino Unido y Australia de crear una alianza en la esfera de defensa y seguridad como AUKUS pone en riesgo la paz en la región”, comunicó el portavoz de la Cancillería de China, Zhao Lijian. El pacto AUKUS es para China lo que la OTAN para Rusia: una amenaza directa. Para Pekín, el proyecto socava la paz y la estabilidad regional.

Como confirmando este temor, un día después de que AUKUS se presentara al público, el destructor estadounidense USS Barry realizó un paso por la isla de Taiwán, desencadenando unas maniobras militares de urgencia por parte del Ejército Popular de Liberación chino. Para calentar aún más el ambiente, este viernes 24 el portaaviones USS Ronald Reagan llegó a Singapur con la intención de entrar al Mar Meridional de China.



 El portaaviones USS Ronald Reagan llegó el viernes 24 al puerto de Singapur

En el otro lado del tablero, en tanto, Japón y Taiwán han acogido con gran satisfacción el AUKUS como prueba visible de la disposición australiana a involucrarse en la política de cerco contra China.

Nueva Zelanda, en cambio, está feliz de no haber sido incluida en el acuerdo ni quiere serlo. Desde 1984 se ha declarado territorio libre de armas atómicas y, aunque ligada a EE.UU. por el tratado ANZUS de alianza de 1951, ha procurado mantener la coexistencia pacífica en la región, al tiempo que incentiva los lazos comerciales con China.

Al introducir armas nucleares en el Asia-Pacífico, esta asociación abre una caja de Pandora. Los submarinos nucleares son un tema muy sensible en el ámbito de la no-proliferación nuclear, porque funcionan con uranio enriquecido con el que se pueden fabricar armas nucleares. Es muy probable, por lo tanto, que este club militar provoque en el Asia-Pacífico una carrera en pos de la adquisición de armas nucleares con consecuencias imprevisibles.

Dado el secreto con el que se negoció y la cancelación de un contrato para la compra de 12 submarinos diésel a la empresa francesa Naval Group por un valor de 66 mil millones de dólares, la firma del AUKUS ha provocado, asimismo, una grave crisis diplomática entre Francia y los tres signatarios. Además de la gigantesca pérdida económica, París esperaba aprovechar el contrato naval con Canberra, para aumentar su presencia en el Pacífico Sur, donde tiene territorios de ultramar.

La Unión Europea también se vio sorprendida, ya que dio a conocer su propia estrategia indo-pacífica el mismo día que se anunció el AUKUS. Sumado a la precipitada retirada de Estados Unidos de Afganistán y, anteriormente, el cambio de actitud de Washington ante el proyecto Nord Stream 2, AUKUS hizo que los aliados europeos de Estados Unidos reaccionaran airadamente. No obstante, faltos de liderazgo, de ideas claras y de voluntad de afirmar su independencia, rápidamente callaron sus micrófonos.

Para aumentar aún más la tensión, el presidente Joe Biden recibió el viernes en la Casa Blanca a los líderes de India, Australia y Japón para celebrar la primera reunión en persona de "La Cuadrilateral" (QUAD), un grupo informal de países que muchos ven como un esfuerzo para hacer frente a la influencia de China en la región del Indo-Pacífico y que Pekín ha criticado por representar una mentalidad de Guerra Fría.




 Países miembros, interesados y candidatos a ingresar al Acuerdo Comprensivo y Progresivo para una Asociación Transpacífica (CPTPP, por su nombre en inglés)

Mientras tanto, demostrando su capacidad de jugar en toda la cancha, Pekín presentó su oferta de adhesión al Acuerdo General y Progresivo de Asociación Transpacífico (CPTPP, por su sigla en inglés) como una demostración de su compromiso con una cooperación económica y comercial de Asia-Pacífico basada en normas. La solicitud de China para adherirse al CPTPP, justo horas después del anuncio del AUKUS, puede haber sido, o no, una coincidencia, pero rompe la lógica de bloques que sostiene el pacto militar y entrecruza las alianzas.

Resulta irónico que el CPTPP, pensado originariamente en 2009 por Estados Unidos para aislar a China, pero del que Washington se retiró durante el gobierno de Donald Trump, sea ahora para Pekín un instrumento para aumentar su peso económico e influencia en toda el área del Pacífico, incluida la costa suramericana.

La solicitud china de incorporación al acuerdo transpacífico coincidió con la realización en Duyambé (Tayiquistán) de una reunión de la Organización de Cooperación de Shanghai (SCO) que confirmó el liderazgo compartido de Rusia y China sobre Eurasia, estableció el marco para el reconocimiento del gobierno talibán de Afganistán, inició el proceso de incorporación de Irán a la Organización y recibió con beneplácito la presencia de una delegación india como observadora. Nota al margen: a pesar de la política nacionalista del gobierno de Narendra Modi, India mantiene abiertos los canales hacia todas las direcciones de la región. Participa en QUAD, pero compra cohetes rusos y asiste a la conferencia de la SCO.

Esto se suma, además, a la conclusión de la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, por sus siglas en inglés), un acuerdo comercial que incluye a China y los países del ASEAN.

Existe una combinación perfecta entre la enérgica postura de China en la defensa de su soberanía en los mares litorales y su promoción de la cooperación económica multilateral en la región. Con la primera pone coto a la actitud agresiva de EE.UU. y Japón en la cota meridional y oriental del país, en tanto con la segunda reafirma su voluntad de cooperar pacíficamente de acuerdo al Derecho Internacional. Por supuesto, Pekín muestra también un señuelo a sus vecinos: si se apartan de las políticas agresivas de Washington, pueden hacer buenos negocios.

El abanico de instrumentos a disposición de la diplomacia norteamericana es mucho más reducido, porque Washington no participa en ninguno de los dos acuerdos comerciales ni está en condiciones de competir con la República Popular en un comercio libre y transparente. Al limitarse a confrontar con China en el plano militar, EE.UU. está aumentando sideralmente los costos que paga por la rivalidad hegemónica sin obtener beneficio económico alguno.

Suponiendo que los miembros del CPTPP acepten iniciar conversaciones de adhesión con China (aunque el Reino Unido está por delante en la cola), habrá cuestiones difíciles de negociar, como las subvenciones estatales, la resolución de conflictos y los flujos de datos transfronterizos. De todas maneras, ya al solicitar su ingreso Pekín ha mostrado que no piensa encerrarse en una lógica de bloques.

En Asia Oriental y el Pacífico se contraponen la mentalidad norteamericana del círculo de carretas que se defienden de los ataques de los indios, como se veía en las antiguas películas sobre el la Conquista del Oeste, con la búsqueda china del beneficio compartido, en el que todos los participantes obtienen beneficios. Esta competencia va a durar todavía algunos años. Mientras tanto van a escalar las tensiones regionales y los actores intervinientes deben ser muy cuidadosos para no excederse. Al final se verá quién ganó, si el encerrado o el que juega en toda la cancha.


Sobre el autor: Dr. en Ciencias Sociales (Univ. de Giessen, Alemania)
Dr. en Sociología (Univ. do Paraná, Brasil)
Analista internacional.

sábado, 25 de septiembre de 2021

En Berlín se abren tiempos inciertos

 Agencia Télam

24/09/2021 15:30 - opinión

Alemania se dirige hacia la incertidumbre

El doctor en Ciencias Políticas y analista internacional Eduardo J. Vior analiza el interrogante que se abre en el país europeo con las elecciones del 26 de septiembre, en que se elegirá el nuevo Bundestag (cámara baja del Parlamento) cuya mayoría escoge, a su vez, al Canciller Federal, con el agregado que en esta oportunidad no se presentará Angela Merkel

Eduardo J. Vior

Por Eduardo J. Vior

El 26 de septiembre próximo 60.4 millones de votantes podrán elegir al nuevo Bundestag (cámara baja del Parlamento) cuya mayoría escoge, a su vez, al Canciller Federal por cuatro años. Será la primera elección desde 2005 en la que no se presentará Angela Merkel (de la Unión Demócrata Cristiana, CDU). Pero, además, por primera vez desde 1998 el Partido Socialdemócrata (SPD) tiene serias chances de vencer. Confrontado con la superación de la pandemia de coronavirus y el cambio climático, pero tironeado por el conflicto geopolítico entre el Este y el Oeste, el pueblo alemán se adentra en aguas inciertas. No es un buen horizonte para una sociedad que ama la estabilidad y la seguridad por encima de todo.

Como ningún partido supera el 25 o 26% de preferencia en los sondeos, seguramente el próximo será nuevamente un gobierno de coalición. La actual Gran Coalición de la CDU/CSU y el SPD ya casi no tendría mayoría de gobierno ni sus miembros muchas ganas de seguir juntos. Se plantean, por lo tanto, varias opciones, pero la que tiene más chances es la alianza del SPD con Los Verdes (Die Grünen) y el Partido Liberal Democrático (FDP). De acuerdo a los últimos sondeos, el SPD obtendría un 25 o 26% de los votos contra 22% de la CDU/CSU, Los Verdes alcanzarían el 15% y los liberales el 11%. La Izquierda, por su parte, suma 10%, en tanto la derechista Alternativa por Alemania (AfD) ronda el 11%. Con el 48% de las preferencias el cambio climático representa de lejos la mayor preocupación de los ciudadanos alemanes, seguido con el 28% por la superación de las consecuencias económicas de la pandemia de Coronavirus.

En Alemania es usual que el primer candidato del partido más votado asuma la formación de gobierno. Armin Laschet (CDU) y Olaf Scholz (SPD) son los líderes con más chances para optar a ese cargo. Laschet, ministro-presidente del Estado de Renania del Norte-Westfalia es el actual presidente del partido demócrata cristiano, pero no tiene buena imagen ni ha logrado perfilarse como sucesor de Merkel. En cambio, Olaf Scholz, abogado socialdemócrata, fue hasta 2016 ministro-presidente de Hamburgo. Tiene un estilo moderado y aparece como garante de estabilidad. Por ello está primero en las encuestas.

En condiciones normales esta tendencia se mantendría hasta la elección del domingo próximo, pero en situaciones críticas se acude a remedios extremos, para cambiar el rumbo. Así este lunes 20 la Comisión de Asuntos Financieros del Bundestag debatió a pedido del interbloque de la CDU/CSU sobre la deficitaria persecución del lavado de dinero por la Unidad de Investigación Financiera (FIU) de la Oficina Federal de Aduanas (Zollamt). Se estima que en Alemania se lavan anualmente unos 100.000 millones de euros. Los bancos informan a la FIU cada vez más casos sospechosos, pero ésta no habría aumentado sustancialmente el número de denuncias presentadas a las fiscalías, dicen los críticos demócrata cristianos. Es evidente que se trata de una maniobra preelectoral para dañar al ministro de Finanzas Scholz, superior del FIU, quien ni lerdo ni perezoso acudió sin preaviso a la reunión de la Comisión, para rechazar los cargos. La verdad, declaró, es que las fiscalías ocupadas por militantes de la CDU se han negado a recibir muchas denuncias. Todavía no está claro qué efectos puede tener esta denuncia sobre el voto ciudadano, pero su utilización en esta campaña pone en peligro el sistema político.

Durante 16 años Angela Merkel condujo el país oscilando de derecha a izquierda a tenor de los cambios en la opinión mayoritaria, pero siempre mantuvo el consenso. Ninguno de los candidatos a sucederla iguala la empatía que ella supo establecer durante años con una sociedad en pleno cambio. Gane quien gane necesitará acuerdos amplios, pero si se contamina la atmósfera con denuncias altisonantes, el equilibrio político puede quebrarse. El mero mantenimiento del consenso no resuelve los problemas, pero la fractura y polarización del país los agravaría profundamente. A fin de año, cuando se haya formado nuevo gobierno, seremos más sabios.

*Dr. en Ciencias Sociales – Analista internacional

viernes, 24 de septiembre de 2021

Washington se acerca peligrosamente a la dictadura

 

El avance militar sobre el poder agrava la crisis de EE.UU.


Aunque Bob Woodward ensalza al jefe de las fuerzas armadas como salvador de la democracia y la paz, Mark Milley trasgredió la Constitución y representa un riesgo para su país y el mundo

Ante el empate hegemónico entre continentalistas y globalistas, la actividad política y diplomática que está desplegando el general Marc Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto de las FF.AA. norteamericanas, representa un grave peligro para la democracia en su país y para la paz en el mundo. La aparición del último libro de Bob Woodward, Peligro (Peril), es un signo más del alarmante avance autoritario que se está desplegando delante de nuestros ojos. Cuando el caudillo militar encuentra un poeta que lo cante (hoy, un periodista), es que está buscando el poder imperial.

El máximo responsable de las FF.AA. norteamericanas se reunió este miércoles 22 con su homólogo ruso, para tratar de ablandar el rechazo moscovita a que EE.UU. use bases militares en los países fronterizos con Afganistán, supuestamente para combatir el terrorismo. La reunión tuvo lugar a 40 kilómetros al norte de la capital finlandesa, entre el general Mark Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, y el jefe del Estado Mayor ruso, general Valery Gerasimov. Milley no quiso dar detalles de la reunión a los periodistas que viajaron con él, pero hasta ahora no hay indicios de ningún progreso.

Bob Woodward, periodista estrella de The Washington Post desde hace casi 50 años

La reunión se encuadra dentro de la diplomacia paralela que el general Milley viene llevando desde que asumió el mando conjunto en 2019 y que Bob Woodward, el periodista estrella del Washington Post tanto ensalza en su último libro. Peligro es el tercer libro que Woodward dedica al gobierno de Donald Trump. En 2018 publicó Miedo (Fear) y en 2020 salió Furia (Fury). Pero en este último ha cambiado el sujeto y lo dedica al elogio del máximo jefe militar.

Woodward tiene un estilo propio, que aplica sin matices en todos sus libros y que podría apodarse «Woodwardiano». El héroe principal de Peligro es el general Mark Milley, que es presentado como el guerrero-salvador que mantuvo el mundo en paz durante los arrebatos más turbulentos de Donald Trump. Milley exagera y Woodward lo festeja.

El volumen, coescrito con Robert Costa, se explaya sobre el establishment militar. Cuando en 2018 había que designar al nuevo jefe del Estado Mayor Conjunto, Donald Trump se impuso al secretario de Defensa, Jim Mattis, que quería nombrar a un oficial de la Fuerza Aérea, y puso a Milley en el cargo. El presidente estaba impresionado por su fanfarronería de tipo duro y sus medallas. Ya en el cargo, el general podría haber trabajado en el anonimato, pero el 1° de junio de 2020, tras la muerte de George Floyd, Trump utilizó la policía para desalojar a los manifestantes y poder sacarse una foto con una Biblia frente a la iglesia de St. Milley, en Washington. El jefe militar recibió muchas críticas por estar entonces junto al presidente y en traje de fajina, pero, según él mismo, fue entonces cuando se dio cuenta de que Trump era muy peligroso. Con esta versión Milley justifica su giro político en el período preelectoral.

En diciembre de 2020, después de que el presidente hubiera perdido las elecciones, Trump despidió al Secretario de Defensa, trató de poner un nuevo director de la CIA y puso a alguien como consejero general de la Agencia Nacional de Seguridad. Al ver que Trump se preparaba para permanecer en el poder por la fuerza, Milley habría comenzado a preocuparse por el uso que el mandatario pudiera dar a las armas nucleares. Convocó, entonces, a los oficiales de alto rango para revisar los procedimientos de lanzamiento de las mismas y les recordó que, si bien el presidente es quien da las órdenes de marcha, la política al respecto requiere que él (Milley) también sea consultado. Luego pidió a cada oficial que afirmara que lo había entendido, en lo que, según Woodward, Milley consideró «un juramento».

Li Zuocheng, jefe del Departamento de Estado Mayor Conjunto de la Comisión Militar Central de la R.P. China
 
Por esa época también el general Milley llamó a su homólogo en China para tranquilizarlo sobre el estado del país tras el 6 de enero y las elecciones. Preocupado por la posibilidad de que Trump lanzara un ataque nuclear contra China, se comunicó con el general Li Zuocheng, jefe del Departamento de Estado Mayor Conjunto de la Comisión Militar Central, para decirle que, si Trump preparase un ataque contra China, él le avisaría con tiempo. Preguntado al respecto por Associated Press, dijo que las llamadas eran «rutinarias» para «tranquilizar tanto a los aliados como a los adversarios», pero se negó a dar más detalles derivando sus respuestas al testimonio que deberá dar ante el Congreso el próximo 28 de septiembre.
En este libro y en otros relatos recientes Milley se ha presentado como el salvador de la democracia, pero, de ser ciertas estas revelaciones sobre su llamada al jefe chino, representan una importante ruptura en las relaciones cívico-militares al más alto nivel. Como jefe del Estado Mayor Conjunto, Milley es sólo un asesor del presidente. Aunque es el militar de mayor rango y responsable de comunicar las intenciones del presidente a los demás mandos superiores, no es responsable de ejecutar la política o la estrategia militar y. esto incluye el lanzamiento de armas nucleares.En segundo lugar, sienta un precedente potencialmente peligroso para futuros líderes militares.

Por último, es probable que las acciones de Milley politicen aún más a un ejército que ya está sometido a una gran tensión. Los líderes militares se identifican cada vez más con un partido político, expresan abiertamente sentimientos partidistas y acatan con menos frecuencia las normas establecidas. Los líderes políticos también han utilizado cada vez más al ejército para promover sus programas partidistas. Las nuevas acusaciones de que el jefe de Estado Mayor trató de socavar la autoridad presidencial acelerarán la politización de las fuerzas armadas.

Cualquier persona mínimamente informada en la capital de EE.UU. lee el Washington Post como órgano oficial de la CIA y a Bob Woodward como su jefe de propaganda desde hace ya casi 50 años. En el libro se condensan todos los prejuicios demócratas contra Trump: narcisista, paranoico y golpista. Pero, cuando el escriba ensalza al Jefe del Estado Mayor Conjunto como salvador de la democracia y de la paz mundial, y ese salvador no sólo desobedeció órdenes del presidente, sino que, además, se ocupó de que se publicara el libro y continúa en el mando supremo de las fuerzas armadas a pesar del cambio de gobierno, quiere decir que esa persona es el miembro más poderoso del Estado norteamericano. Seguramente habrá otros más poderosos en el mundo empresario, pero él tiene el mando sobre todas las tropas del país y violó sus deberes constitucionales. ¿Quién es entonces el golpista? ¿No se habrá construido la imagen del expresidente como golpista, para ocultar un golpe de estado que se está ejecutando paso a paso? Lo que sabemos sobre la conspiración que preparó, ejecutó y aprovechó los atentados del 11-S aconseja que pensemos mal, si queremos acertar con nuestro juicio.

General Mark Milley, Jefe del Estado Mayor Conjunto de EE.UU.

 Marc Milley nació en Winchester, Massachusetts, en 1958 y es de religión católica. En 1980 obtuvo en la Universidad de Princeton una licenciatura en política con una tesis sobre «Un análisis crítico de las organizaciones revolucionarias guerrilleras en la teoría y en la práctica». O sea, que ya entonces se preocupó por los problemas de la “guerra antisubversiva”.

Milley también tiene un máster en relaciones internacionales por la Universidad de Columbia y otro en seguridad nacional y estudios estratégicos por la Escuela de Guerra Naval, pasó la mayor parte de su carrera en misiones de Infantería y ha ocupado múltiples puestos de mando y personal en ocho divisiones y fuerzas especiales a lo largo de los últimos 39 años. Participó en las operaciones en Panamá (1989), Haití (1994), Bosnia-Herzegovina (1995), Irak (2003) y en tres ocasiones estuvo en Afganistán (2001-2021). En 2015 asumió la Jefatura del Estado Mayor del Ejército, que ocupó hasta pasar en 2019 a la del Estado Mayor Conjunto. Propio de su generación de oficiales, adhiere a los principios tecnocráticos de la reforma de las fuerzas en los años 2000: contratación-prueba-adquisición. Deja de lado los cuidadosos, aunque largos, procedimientos de antaño y pasa a incorporar tecnología que recién es probada en el campo de batalla. La alternativa ideal para gastar mucha plata en ferretería inútil.

Mark Milley es una personalidad mediocre, un tecnócrata que responde más a la gran industria de armamentos que a las necesidades de sus comandados, ni hablar de las del país. Carece de proyecto, pero desde hace algunos años ha intervenido reiteradamente en política, primero apoyando a Donald Trump, luego en contra. Al mismo tiempo está llevando una diplomacia propia, sin control de la autoridad electa. Estas acciones son tanto más problemáticas, cuanto que en un momento de profunda crisis, cuando el enfrentamiento entre continentalistas y globalistas permanece irresoluto, el peso y prestigio de la corporación militar se sobreimpone al de los políticos. Los militares no se dividen tanto en torno a ejes partidarios, como al revés: faltos de objetivos puestos por la política, sus diferencias sobre doctrina, estrategia y conducción están condicionando la agenda política en Washington con la particularidad de que cualquier decisión en estos aspectos repercute en todo el mundo.

Desde el fin de la Guerra Fría Estados Unidos ha retrocedido hacia un régimen oligárquico altamente concentrado y con la mayoría de la población muy empobrecida. Se trata de un capitalismo rentístico, especulativo y de muy baja productividad. Al mismo tiempo, la reforma militar de Rumsfeld-Cebrowski en 2002 ha instaurado la estrategia de la “guerra interminable” y dado una enorme autonomía de mando a los comandantes que, así, se han convertido en condottieri de las empresas armamentistas. Los objetivos geoestratégicos y/o económicos se han subordinado a la necesidad de no acabar nunca las guerras.

Mark Milley ha encontrado en Bob Woodward a su propio Virgilio que lo canta y lo quiere emperador, pero en un mundo donde la rivalidad hegemónica se está decidiendo a favor de las potencias euroasiáticas. Ya ha violentado la Constitución. ¿Piensa seguir adelante e instaurar la dictadura o va a retroceder y rendirse ante el régimen desfalleciente? De la respuesta a este interrogante dependen la democracia norteamericana y la paz mundial.

lunes, 20 de septiembre de 2021

Washington no logra ordenar su retirada

 Agencia Télam

19/09/2021 19:28 - opinión

El AUKUS tensiona a Asia y daña las alianzas de EE.UU.

En cada ocasión que se presenta los representantes del gobierno de Joe Biden proclaman la necesidad de construir “un orden internacional de acuerdo a reglas”. Sin embargo, al anunciar un nuevo pacto militar con el Reino Unido y Australia, sólo han tenido en cuenta los propios intereses y los británicos y han dañado severamente su vínculo con los aliados europeos. Parece una maniobra sagaz, pero puede ser costosa en el largo plazo.

Eduardo J. Vior

Por Eduardo J. Vior

El pasado miércoles 15 el presidente Joe Biden, el primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, y su colega de Australia, Scott Morrison, anunciaron el acuerdo AUKUS (por las siglas de los tres países en inglés), por el cual Washington entregará a Canberra seis submarinos nucleares que ésta utilizará para patrullar áreas del Mar de China Meridional reclamadas por la República Popular.

Los buques están equipados con sistemas de propulsión nuclear que ofrecen un alcance ilimitado y funcionan tan silenciosamente que son difíciles de detectar. "Se trata de invertir en nuestra mayor fuente de fuerza, nuestras alianzas, y de actualizarlas para afrontar mejor las amenazas de hoy y de mañana", dijo Biden en la Sala Este de la Casa Blanca al anunciar la nueva alianza.

Sin embargo, el acuerdo rompe otros en funcionamiento. Al cerrar con EE.UU. el contrato para comprar seis submarinos nucleares, Australia canceló el que tenía con Francia, para la construcción de doce navíos subacuáticos de propulsión diésel por un valor de 55 mil millones de euros. "Es realmente una puñalada en la espalda. Habíamos construido una relación de confianza con Australia que ha sido traicionada", declaró el jueves 16 Jean-Yves Le Drian, Ministro de Asuntos Exteriores de Francia. Los franceses estuvieron trabajando en este acuerdo durante años y nadie les consultó sobre este pacto. Es más, según informó el londinense The Telegraph el domingo 19, los últimos detalles del acuerdo se limaron durante la cumbre del G7 celebrada a principios de junio en Cornwalles. Aunque el presidente francés Emmanuel Macron estaba presente, no recibió ninguna información al respecto.

En París se reflexiona ya en voz alta sobre un posible segundo retiro de la estructura militar de la OTAN, similar al que ordenó en 1966 el presidente Charles De Gaulle. Recién en 2009 Nicolas Sarkozy dispuso volver al redil atlantista. Sin embargo, no parece una opción realista, dado que Alemania –el principal socio de Francia- elige a fin de mes al o la sucesora de Angela Merkel y los candidatos en pugna no parecen dispuestos a tomar distancia de Washington.

Por su parte, el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores chino, Zhao Lijian, ha tachado de "extremadamente irresponsable" el pacto AUKUS y ha instado a los países miembros a "abandonar la obsoleta mentalidad de suma cero de la guerra fría y los conceptos geopolíticos de miras estrechas".

Al negociar este pacto, Scott Morrison está arriesgando mucho. Los submarinos de propulsión nuclear vienen sin ningún coste estimado, ni calendario preciso de entrega (se sabe que sólo estarán disponibles en décadas), ni decisión sobre qué modelo se elegirá, ni definición sobre la participación australiana en su construcción. El gobierno conservador tensa el lazo con su vecina Nueva Zelanda (firmemente antinuclear), escala la tensión con China, mete al país por décadas en un compromiso costoso y no se ve cuál es el beneficio.

Por su parte, al estrechar su alianza con Australia y el Reino Unido, mientras que cada vez confronta más con China, Estados Unidos retoma la estrategia de Barack Obama del “pivote de Asia-Pacífico”, para cercar a la República Popular. Tras la derrota en Afganistán el Pentágono busca concentrar fuerzas y promover las industrias militares para reactivar la economía, pero, alienando a los aliados europeos, hará que éstos se retraigan en la confrontación con Rusia y en la lucha contra el terrorismo en África. A la larga, Estados Unidos pagará muy caro el haberse plegado sin reparos a la “astuta” maniobra británica.

viernes, 17 de septiembre de 2021

Washington carece de estrategia para su repliegue

 

La retirada de EE.UU. sólo deja el caos

Tras retirarse de Afganistán, Washington retoma el “pivote Asia-Pacífico” manteniendo la “guerra contra el terrorismo”, pero peleándose con los aliados y sin estrategia clara

por Eduardo J. Vior
Infobaires24
16 de septiembre de 2021

No hay casualidades, cuando el presidente de Estados Unidos y dos altos funcionarios de la Inteligencia civil y militar en un mismo día anuncian los hitos de su futura estrategia para Asia. Tras la derrota estrepitosa que sufrió en Afganistán la superpotencia debió retirarse de Asia Central, pero ya aclaró que va a retomar la estrategia de Barack Obama del “pivote entre Asia y el Pacífico”, continuando al mismo tiempo la “guerra contra el terrorismo” en Oriente Medio, mientras se reserva el derecho a seguir atacando Afganistán. En lugar de concentrar sus fuerzas para ordenar la retirada, el gobierno de Joe Biden corre detrás de la agenda británica, se pelea con sus propios aliados y multiplica un activismo insostenible con el que arriesga seguir perdiendo terreno en Asia Occidental y en África. Su falta de estrategia coherente sólo multiplica el caos actual.

El pasado miércoles 15 el gobierno de EE.UU. ajustó el cerco contra China, al anunciar que junto con Gran Bretaña ayudarían a Australia a desplegar submarinos de propulsión nuclear que Washington entregará próximamente a Canberra. Australia empezará entonces a patrullar áreas del Mar de China Meridional reclamadas por la República Popular. El anuncio, realizado por el presidente Biden, el primer ministro británico Boris Johnson y el primer ministro australiano Scott Morrison el pasado miércoles 15, implica que Australia se compromete con el despliegue británico en el Pacífico y con la política de provocación contra China.

Los buques están equipados con sistemas de propulsión nuclear que ofrecen un alcance ilimitado y funcionan tan silenciosamente que son difíciles de detectar. El nuevo acuerdo de defensa refuerza sobre todo la estrategia de «Gran Bretaña Global» centrada en el Pacífico, el sueño de Boris Johnson para restaurar el papel imperial del reino después de la salida de la Unión Europea.

«Se trata de invertir en nuestra mayor fuente de fuerza, nuestras alianzas, y de actualizarlas para afrontar mejor las amenazas de hoy y de mañana», dijo Biden en la Sala Este de la Casa Blanca al anunciar la nueva alianza.

Sin embargo, la nueva alianza rompe otras. Al cerrar con EE.UU. el contrato para la compra de los seis submarinos nucleares, Australia canceló el que tenía con Francia, para la construcción de doce navíos subacuáticos de propulsión diésel. Se trataba de un negocio por 50 mil millones de dólares cuya ruptura golpeó severamente la economía francesa, pero mucho más la alianza entre Washington y París. «Es realmente un golpe en la espalda. Habíamos construido una relación de confianza con Australia que ha sido traicionada», declaró el jueves 16 Jean-Yves Le Drian, Ministro de Asuntos Exteriores de Francia. Los franceses estuvieron trabajando en este acuerdo durante años y ni siquiera se les consultó sobre esta decisión. La opinión pública y los principales dirigentes políticos y empresarios del país están estupefactos, ya que no se esperaban tamaña traición australiana y estadounidense, pero así son los tiempos que corren.

Por su parte, el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores chino, Zhao Lijian, ha tachado de «extremadamente irresponsable» el pacto AUKUS (Australia-Reino Unido-Estados Unidos, por su nombre en inglés) y ha instado a los países miembros a «abandonar la obsoleta mentalidad de suma cero de la guerra fría y los conceptos geopolíticos de miras estrechas». A su vez, el diario oficioso Global Times afirmó que Australia se ha convertido en adversario de China y que «las tropas australianas serán también muy probablemente el primer grupo de soldados occidentales que desperdiciarán sus vidas en el Mar de China Meridional».

La severa advertencia china a Australia luego de que se hubiera conocido la venta de submarinos nucleares de EE.UU., fue formulada por el medio oficioso Global Times el jueves 16.

También la primera ministra neozelandesa Jacinda Ardern envió un mensaje contundente a su aliado y vecino australiano, afirmando que los submarinos nucleares no serán bienvenidos en aguas del dominio insular. Ardern declaró que habló con su colega Morrison sobre el anuncio y le hizo saber que no se permitiría la entrada de submarinos nucleares en aguas de Nueva Zelanda, que es una zona libre de armas nucleares desde 1984.

Aliados en conflicto: los primeros ministros de Nueva Zelanda, Jacinda Ardem, y de Australia, Scott Morrison.

Coincidentemente con el anuncio del presidente Biden, los principales jefes de la Inteligencia exterior de EE.UU. se pronunciaron sobre la estrategia a seguir en Asia Occidental y Central. Tal como advirtió este martes el director de la Agencia de Inteligencia de la Defensa (DIA, por su nombre en inglés), el teniente general Scott Berrier, Al Qaeda podría recomponerse en Afganistán en apenas uno o dos años y volver a representar una amenaza. Es significativo que la misma organización que EE.UU. prohijó desde fines de los años 80 hasta fines de los 90, a la que sigue protegiendo en Siria y en el sur de Yemen, ahora aparezca como “amenaza”, cuando los norteamericanos han debido retirarse de Afganistán. Parece un buen pretexto para seguir bombardeando el sufrido país asiático.

Por el contrario, la Directora de Inteligencia Nacional, Avril Haines, sostuvo el lunes en la misma Cumbre anual de Inteligencia y Seguridad Nacional que Afganistán ya no es la principal preocupación de EE.UU. entre las amenazas terroristas internacionales. Según la jefa del espionaje norteamericano, las amenazas terroristas que emanan de Somalia, Yemen, Siria e Irak -en particular el Estado Islámico- suponen un peligro mucho mayor. ¿Se contradicen la inteligencia civil y la militar o están jugando a boxear en las sombras para ocultar sus operaciones? El futuro lo dirá.

En su primer discurso a la nación tras la retirada, el pasado 6 de septiembre el Presidente Joe Biden explicó que el país necesita «apuntalar su competitividad» para hacer frente al desafío de China, y el viernes 10 llamó al Presidente chino, Xi Jinping, para hablar de las relaciones entre ambos países. Miembros del gobierno demócrata han dicho que piensan remplazar la “guerra contra el terrorismo” por la confrontación con Rusia y China, pero difícilmente puedan y quieran desmontar el gigantesco mecanismo de vigilancia, persecución y represión armado en los últimos veinte años ni es pensable que abandonen los fabulosos negocios conexos, especialmente el tráfico de drogas y el de armas. Por ello no deberían verse como contradictorios el aumento de la presión sobre China y el mantenimiento de la “guerra contra el terrorismo”.

Entre tanto, según un alto funcionario del Golfo citado anónimamente por The Guardian, la conquista de Afganistán por los talibanes es un terremoto que marcará Oriente Medio durante muchos años. El funcionario también dijo el lunes pasado que la rápida y caótica retirada de Estados Unidos plantea serias dudas sobre el valor de las promesas de seguridad de Estados Unidos. Asimismo comentó que el triunfo talibán ha preocupado mucho a los líderes de África Occidental y el Sahel que luchan contra el ascenso de un nuevo extremismo islámico.

Muchos Estados del Golfo ya han comenzado a recalibrar su política exterior, para tener en cuenta la disminución de la dependencia norteamericana del petróleo importado del región y la creciente insularidad mental de este país, pero el funcionario espera que ese proceso ahora se acelere, dando lugar a realineamientos en las alianzas y al deseo de algunos rivales históricos de establecer relaciones más pragmáticas. Como ejemplo, refirió que esperaba ver pronto mayores discusiones entre Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos e Irán. Mencionó asimismo la firma de un acuerdo de defensa entre Arabia Saudí y Rusia como una señal de que los Estados del Golfo están diversificando sus fuentes de seguridad sin contar necesariamente con Estados Unidos. El énfasis se pondrá en «intentar que en esta región se reduzca la presión de la olla».

Entre tanto, en el extremo occidental del mundo islámico también se libra una lucha por la hegemonía entre el bloque atlántico y el euroasiático. Francia se manifestó este martes 14 preocupada por las conversaciones entre el gobierno interino de Malí y la empresa militar privada rusa Wagner que podrían llevar al despliegue de un millar de paramilitares rusos en el país, según las fuentes. La llegada de estas tropas podría poner en entredicho el compromiso de Francia en el país de África Occidental, donde sus soldados luchan contra los grupos yihadistas desde hace ocho años y este miércoles han anunciado orgullosamente la muerte del jefe del Estado Islámico en el Sáhara, Adnan Abou Walid al-Sahraoui.

Según una fuente francesa conocedora del asunto, la junta en el poder en Bamako estudia la posibilidad de concluir un contrato con Wagner para el despliegue de un millar de paramilitares rusos en Malí con la misión de entrenar a sus fuerzas armadas (FAMa) y garantizar la protección de los dirigentes. Una fuente de seguridad de África Occidental, por su parte, dijo a la AFP que Wagner estaba negociando su llegada a Malí por dinero y con contrapartes mineras.

El acercamiento ruso a Malí se suma a la presencia desde hace algún tiempo de tropas rusas que combaten al terrorismo en la República Centroafricana. Ante la reticencia de la Unión Europea en acudir en ayuda del presidente Faustin-Archange Touadéra, desde 2017 la empresa privada Wagner ha mandado soldados rusos al país ecuatorial que están teniendo mucho éxito y son bien vistos por la población local.

Al aliarse con Australia y el Reino Unido, mientras entrega cada vez más armamento a Taiwán, realiza ejercicios militares conjuntos con Corea del Sur, en tanto se endurece la posición japonesa, Estados Unidos retoma la estrategia de Obama del “pivote de Asia-Pacífico”, para cercar a China. Al mismo tiempo anuncia que mantendrá la llamada “guerra contra el terrorismo” en Asia Occidental y, quizás, también en Afganistán. Estas iniciativas dispersas, empero, no resuelven la necesidad de una estrategia coherente para consolidar su frente en Asia y África después de la retirada de Kabul. Esta carencia de un concepto coherente se refleja en el aumento geométrico de la presencia rusa en Asia Central, Siria y África.

En la política no hay espacios vacíos y mucho menos en la política internacional. Estados Unidos sigue siendo la primera potencia mundial, pero, si no define prioridades para reagrupar sus fuerzas, pronto se encontrará rebalsado en varios frentes al mismo tiempo. Si no ordena su retirada, el caos que ha creado pronto lo alcanzará

jueves, 9 de septiembre de 2021

Las Torres Gemelas: pretexto para una guerra sin fin

 

El golpe de Estado del 11/9, veinte años después

El autoatentado del World Trade Center sirvió para instaurar el Estado de vigilancia total e iniciar un ciclo bélico continuo que llevaron a la derrota de Afganistán y a una cuasi-guerra civil interna

por Eduardo J. Vior
Infobaires24
8 de septiembre de 2021

Este sábado 11 el mundo conmemora el vigésimo aniversario de la voladura de las Torres Gemelas de Nueva York que sirvió de pretexto, para la promulgación de la Ley Patriótica que puso a la sociedad norteamericana bajo el control total de sus servicios de inteligencia y para justificar el inicio de un ciclo de guerras sin fin que condujo a la calamitosa retirada de Kabul. El recuerdo debería servir para revisar la maniobra de entonces y a Estados Unidos para reconducir su relación con el mundo. Sin embargo, el cerrado círculo que lo domina persiste en su versión mentirosa sobre el volantazo que dio hace dos décadas, en repetir las aventuras exteriores que llevaron al país a perder el cetro mundial y en tensar los conflictos socioculturales que polarizan a su sociedad.

Cuando volvemos la mirada hacia lo que sucedió el 11 de septiembre de 2001, se reavivan en nuestras retinas ‎las ‎imágenes de los atentados contra las Torres Gemelas del World Trade Center, pero no guardamos recuerdo de los pingües negocios que algunos hicieron con las acciones de las empresas aéreas afectadas, gracias a que tenían información de primera mano sobre lo que iría a suceder. Tampoco están en nuestra memoria el incendio en el anexo ‎de la Casa Blanca (el Old Eisenhower Building) ni la caída de un tercer ‎edificio del ‎World Trade Center. ‎Por ello es bueno refrescar la denuncia del periodista francés Thierry Meissan (en castellano: La Gran Impostura, Buenos Aires: El Ateneo, 2013). El libro, publicado por primera vez en Francia en 2002, fue traducido a 18 idiomas y tuvo una gran resonancia. Más allá de muchos detalles técnicos, es importante después de la retirada occidental de Afganistán revisar sus implicaciones políticas.

Richard Clarke, jefe de Contraterrorismo de los gobiernos de Bill Clinton y George W. Bush (1998-2003)

En primer lugar, resulta sorprendente que casi nadie recuerde ya que a las 10 de la mañana de aquel ‎día ‎Richard Clarke, Coordinador Nacional de Seguridad, Protección de Infraestructuras y Lucha contra el Terrorismo (1998-2001), puso en marcha el “Plan de Continuidad del Gobierno”. Se trataba de un esquema de emergencia de la época de D. Eisenhower (1953-61), para evacuar al ejecutivo, al Congreso y a los directivos de las principales empresas norteamericanas en caso de guerra nuclear. Al aplicarse esta medida, el presidente George W. Bush y todo ‎el legislativo ‎quedaron suspendidos de sus funciones y bajo protección militar. ‎

El jefe de Estado fue conducido a una base aérea en Nebraska, donde ya estaban ‎desde ‎la noche anterior todos los jefes de empresas que ocupaban los pisos superiores de ‎las ‎Torres Gemelas. Cuenta T. Meissan (https://www.voltairenet.org/article213880.html#nb6 ) que, “como todos los años, Warren Buffet –entonces el hombre más rico ‎del ‎mundo– daba una cena de caridad en Nebraska. Pero, cosa que nunca antes había ‎sucedido, ‎aquel día el evento no se realizó en un gran hotel sino en una base militar. ‎Los jefes de sociedades invitados habían dado el día libre a sus empleados de Nueva York, ‎lo cual explica la ‎cantidad relativamente reducida de muertos en el derrumbe de las ‎Torres Gemelas”.

Por su parte, los miembros del Congreso habían sido concentrados en ‎el megabúnker de Greenbrier, en Virginia Occidental. ‎El poder quedó así durante doce horas en manos del “gobierno de continuidad” ‎refugiado en el llamado “Complejo R” de Raven Rock Mountain, Virginia, hasta que fue devuelto a las autoridades legítimas al final de aquel día. Todavía no se sabe quiénes eran los miembros de aquel ejecutivo de emergencia ni qué hicieron ‎durante esas doce horas. En el Congreso tampoco prosperaron nunca los pedidos de audiencia pública para discutirlo. ‎

El autor francés insiste en que, “mientras no se aclaren ese y otros aspectos de ‎lo sucedido ‎aquel día, se mantendrá la polémica sobre el 11 de septiembre de 2001”. Ese día no murió ningún miembro del gobierno, el poder legislativo o el judicial ni los servicios de inteligencia tuvieron noticia alguna de que amenazara un ataque exterior. Por lo tanto, el traslado del poder a un gobierno paralelo nunca estuvo justificado. “‎En otras palabras, fue un golpe de Estado”, dice T. Meissan. ‎

 Thierry Meissan, periodista francés, analista internacional, editor de Voltaire.net

Es más, la versión oficial sobre los atentados es insostenible (T. Meissan, https://www.voltairenet.org/article213880.html#nb6):

1) ‎‎Hasta el día de la fecha, no se ha demostrado que los 19 supuestos “secuestradores aéreos” efectivamente hayan estado a bordo de los aviones ‎secuestrados. ‎Esas personas no aparecen en las lista de pasajeros que las compañías ‎aéreas publicaron ‎aquel mismo día y los videos que los muestran ‎no fueron grabados ‎en Nueva York, sino en otros aeropuertos por donde pasaron en tránsito.‎

2) Tampoco existen pruebas de las tan citadas 35 comunicaciones telefónicas ‎con ‎pasajeros que se hallaban en los aviones secuestrados. ‎Por el ‎contrario, el FBI especificó que los aviones secuestrados no tenían teléfonos ‎incorporados en ‎los asientos de los pasajeros, quienes habrían tenido que utilizar ‎sus propios ‎teléfonos celulares que en aquella época no funcionaban a más de 5.000 pies (1.700 m) de ‎altitud. ‎Además, en las listas de comunicaciones proporcionadas por las compañías ‎telefónicas ‎no apareció ninguna de las llamadas mencionadas. ‎

3) ‎Hasta ahora tampoco nadie ha explicado congruentemente el derrumbe ‎vertical (sobre ‎sí mismas) de las Torres Gemelas y de un tercer edificio de aquel ‎complejo. Según la versión oficial, el combustible de los aviones ardió y el fuego fundió ‎las ‎vigas verticales que sostenían las dos torres, lo cual explicaría su derrumbe. Un tercer ‎edificio ‎del complejo también se derrumbó –sin impacto de ningún avión– supuestamente, porque ‎fue ‎afectado por los derrumbes de las torres vecinas, pero ‎también ‎se derrumbó sobre sí mismo. Tanto las explosiones laterales como la ‎presencia ‎de vigas seccionadas indican la existencia de una demolición no accidental sino ‎controlada. Para terminar, las fotos de verdaderas “piletas” de ‎acero fundido ‎tomadas por los bomberos y las fotos de la FEMA (la agencia estadounidense para ‎la gestión de ‎catástrofes) que muestran cómo se derritió la roca sobre la cual estaban ‎construidos ‎los cimientos son inexplicables según la versión oficial. ‎
4) Del mismo modo no existe asimismo evidencia alguna de que un avión de pasajeros se haya ‎estrellado ‎contra el Pentágono. Al día siguiente de los atentados, los bomberos explicaron que no habían encontrado allí nada proveniente de un ‎avión. Por el contrario, las autoridades sí anunciaron ‎haber ‎encontrado numerosas piezas de avión, pero nunca las mostraron.

‎Inmediatamente después de los atentados del 11 de septiembre, sólo en cuestión de días, ‎la ‎administración de George W. Bush hizo aprobar el USA Patriot Act (la Ley Patriótica estadounidense). Es un texto ‎muy ‎voluminoso que fue redactado a lo largo de los dos años anteriores por la Federalist ‎Society, que contaba entre sus miembros al Procurador General Theodore Olson y al secretario ‎de ‎Justicia John Ashcroft. Esta ley suspende la aplicación de la Carta ‎de Derechos ‎‎(Bill of Rights), incorporada a la Constitución en 1791, en los casos de terrorismo.‎

La Declaración de Derechos (Bill of Rights) fue añadida en 1791 a la Constitución de EE.UU. para balancear el poder de un Ejecutivo muy fuerte.

La interpretación política de los hechos del 11/9 aún no es concluyente. Según Thierry Meissan, los atentados habrían sido escenificados por una facción reaccionaria dentro del poder norteamericano para limitar las libertades individuales e imponer una estrategia de guerra permanente. Para aplicar la ley mencionada, se creó ‎el ‎Departamento de Seguridad Nacional (Department of Homeland Security, DHS) que concentró 16 servicios de inteligencia ya existentes. En 2011 el Washington Post informó que el DHS había reclutado a 835.000 funcionarios, de los cuales 112.000 tenían contratos secretos. En 2013 Edward ‎Snowden reveló cuán masiva es la vigilancia que el Estado ejerce sobre cada habitante de EE.UU. Por algo ‎vive todavía hoy en Rusia como refugiado político. ‎

Como explica a continuación el periodista francés, un mes después de los atentados el entonces ‎secretario ‎de Defensa, Donald Rumsfeld, creó la Office of ‎Force Transformation (Oficina de Transformación de la Fuerza) y la puso bajo el mando del almirante Arthur Cebrowski. ‎Con esta oficina no sólo se modificó radicalmente la organización del poder militar norteamericano sino todas sus funciones. Estados Unidos ya no trataría de ganar guerras, sino de prolongarlas ‎el ‎mayor tiempo posible. Para ello, los siete comandantes regionales obtuvieron un poder sólo comparable al de los virreyes coloniales. La superpotencia ya no se interesa más por vencer a sus adversarios, ocuparlos y remodelarlos a su imagen y semejanza. Con la nueva estrategia sólo interesa destruir ‎ los Estados en los países cuyas riquezas se pretende explotar.

Esta estrategia se aplicó primero en Afganistán. A Washington nunca le interesó combatir al terrorismo ni instaurar un sistema democrático, sino extraer el opio para mantener el control sobre el mercado europeo de la heroína y, eventualmente, construir el gasoducto de Turkmenistán a India, a través de Afganistán y Paquistán, que le habría dado el control sobre el gas turkmeno. Nada más.

Es lícito preguntarse, si tanta gente estaba involucrada en los secretos de esa conspiración, por qué nadie salió a denunciarla. En primer lugar, efectivamente, a lo largo de los años hubo muchas denuncias sobre aspectos parciales de los acontecimientos del 11/9, pero pasaron desapercibidos, porque los sucesivos gobiernos de EE.UU. parecían estar llevando adelante una guerra mundial contra el “terrorismo islámico” y nadie parecía cuestionar seriamente la finalidad proclamada.

Después de las invasiones a Libia, Siria e Irak y tras difundirse innumerables revelaciones sobre la responsabilidad de los servicios secretos norteamericanos en la promoción y el sostén de al Qaeda, el Estado Islámico y organizaciones similares, es evidente que algunas instituciones estadounidenses por épocas pueden haber estado interesadas en combatir el terrorismo islámico, pero sólo después de que otras lo habían fomentado y lo siguen haciendo.

La primera conclusión a extraer es, entonces, que mucha gente estuvo involucrada en la conspiración del 11/9, quizás conociendo sólo aspectos parciales, pero que no lo denunciaron, porque pensaron que el fin justificaba los medios. Y si lo hicieron, sus voces fueron silenciadas por el consenso general sobre la corrección básica de la “lucha contra el terrorismo islámico”.

La cuestión de fondo radica en la disposición que mostró la opinión pública norteamericana y buena parte de la europea para aceptar la mentira del 11/9. Durante la Guerra Fría en EE.UU., Europa Occidental y Japón se convenció a los pueblos de que el precio del Estado de Bienestar y de la paz precaria de los que gozaban era aceptar el enfrentamiento constante con el bloque soviético y las consecuentes restricciones a la libertad. Cuando la Unión Soviética se derrumbó en 1989-91, no sólo desapareció la imagen de enemigo que justificaba esas limitaciones, sino que la reducción de la productividad de la economía norteamericana obligaba a la superpotencia triunfante a buscar el modo de mantener su supremacía.

Entonces, primó dentro de EE.UU. la tendencia al facilismo: en lugar de modernizar su infraestructura y de mejorar la productividad de su economía, la política económica de Clinton, Bush Jr. y Obama favoreció la especulación global del capital financiero, para sostenerse mediante beneficios rentísticos. Mientras tanto, la República Popular de China se desarrollaba a la sombra de la hegemonía norteamericana, mientras se apropiaba de gran parte de la deuda pública de EE.UU. El gobierno de Donald Trump y la fractura que hoy divide a la sociedad estadounidense son sólo el resultado de esa decadencia. Se ha roto el consenso de la Guerra Fría. Al no existir el bienestar generalizado, no se justifican ni la guerra permanente ni el cercenamiento de las libertades. 

Después de la derrota en Afganistán, la sociedad estadounidense está pasmada. Quizás por el estupor que la invadió todavía no pide cuentas por la sucesión de mentiras, ocultamiento y engaños de los últimos veinte años. La oligarquía dominante sigue agitando el odio interno, mientras busca espantajos externos que justifiquen nuevas aventuras, pero quien no revisa su pasado, entrega su presente e hipoteca su porvenir.