martes, 25 de mayo de 2021

Después de la batalla de Gaza Palestina resurge

 

La derrota de Israel abre una nueva oportunidad a la paz

A pesar de los enormes sufrimientos, el movimiento nacional palestino resurgió victorioso y, no obstante los grandes riesgos, se avizora una nueva arquitectura política y constitucional

Por Eduardo J. Vior
Infobaires24
25 de mayo de 2021

El martes 25 el secretario de Estado, Antony Blinken, llegó a Israel y se reunió con el primer ministro interino Benyamin Netanyahu, para tratar de dar permanencia al acuerdo de cese de hostilidades en la Franja de Gaza, y anunció que EE.UU. ayudará a la reconstrucción de la devastada ciudad, “pero sin dialogar con Hamás”. Algo así como ducharse sin mojarse.

El alto el fuego que entró en vigor el viernes puso fin a 11 días de enfrentamientos entre Israel y la resistencia palestina. Sin embargo, esta batalla ha sido muy diferente a las anteriores y ha tenido otros resultados. Por primera vez desde el asesinato de Yasser Arafat en 2004 el movimiento nacional tiene la posibilidad de unirse y negociar con Israel una salida política, aunque abunden los interrogantes sobre su liderazgo y muchas nubes de guerra oscurezcan el horizonte.

Al menos 243 palestinos murieron por los bombardeos israelíes, según el Ministerio de Sanidad de Gaza. En Israel, en tanto, perdieron la vida 12 personas.

La batalla ha terminado, por el momento, tras un alto el fuego declarado unilateralmente por Israel y aprobado inmediatamente por la resistencia palestina el pasado viernes 21 de mayo, luego de una intensa negociación en la que participaron Estados Unidos, Egipto y Catar. Al cesar el fuego, Israel aceptó también dejar de expulsar a los habitantes del barrio árabe de Sheikh Jarrah y permitir el libre acceso a la mezquita de Al Aqsa, en Jerusalén Oriental. Cumplidas las condiciones que habían puesto, la resistencia palestina aceptó el alto el fuego, aunque mantuvo los misiles apuntados, por si Israel rompe el acuerdo.

Los palestinos de los territorios ocupados celebraron la victoria de Hamás y Yihad Islámica. Por su parte, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, es criticado internamente por quienes lo acusan de haber puesto fin a la guerra antes de tiempo. Netanyahu se justificó diciendo que Israel infligió grandes daños a las capacidades militares de Hamás, a pesar de que Israel nunca logró detener el lanzamiento de cohetes palestinos contra su territorio.Las milicias palestinas lanzaron masivas andanadas de cohetes (se calcula que más de 4.000) que, a veces, superaron las defensas aéreas de Israel. La FDI (Fuerzas de Defensa de Israel) dice que tuvo una tasa de interceptación del 70% y que cientos de cohetes cayeron en Gaza, pero reconoce que un 30% cayó en distintos puntos de su Estado. Por ello fue que, cuando el jueves Joe Biden exigió a Netanyahu que cesara las hostilidades, éste se apresuró a obedecer por temor a que una ráfaga final de cohetes de Hamás destruyera la poca credibilidad que resta al ejército israelí.

Por primera vez los cohetes disparados desde la Franja han alcanzado blancos en todo el territorio controlado por Israel. Como la “cúpula de hierro”, el sistema de defensa antiaérea, funciona por radar, se ve sobrepasado, cuando los disparos son rasantes y muy masivos, lo que aprovecharon Hamas y Yihad Islámica hasta convertirse en serios contendientes de la FDI. En el futuro próximo se espera que el triunfo de la resistencia aliente el alzamiento en Cisjordania, en el mismo Israel e, incluso, entre los palestinos que viven en Jordania. También en Estados Unidos un número cada vez mayor de ciudadanos se manifiesta a favor del pueblo palestino. Si su activismo crece, podría obligar a la Casa Blanca a moderar su apoyo a los sionistas.

Cuando la violencia escaló, Netanyahu estaba a punto de ser remplazado por una extraña coalición de ultranacionalistas y árabes, pero el inicio de las hostilidades le permitió pulir su imagen de líder duro. El primer ministro se aferra al cargo, para evitar que los tres procesos por corrupción en su contra lo arrojen a la cárcel. Ahora, el cese del fuego ha alentado nuevas críticas. Sin embargo, no se sabe si los oponentes de Netanyahu son capaces de dejar de lado sus diferencias para apartarlo del cargo. Si así no fuera, los israelíes deberán concurrir a las urnas a finales de este año, por quinta vez en menos de tres años.

Los 11 días de bombardeos han dejado también un aterrador saldo económico. Según un comentarista de asuntos económicos del Canal 13, en cohetes antiaéreos se gastaron 86 millones dólares; en combustible para aviones de combate, 37 millones de dólares; en municiones y equipamiento, 337.500.000 dólares; en reclutamiento de reservistas, otros 7 millones de dólares. Por las pérdidas materiales el ejército israelí ha gastado unos 600.520.000 dólares más. Israel está al borde de un abismo económico y en estas condiciones, el gobierno interino puede verse tentado a reducir aún más los servicios sociales y subsidios, generando más descontento, especialmente entre el 20% de árabes israelíes, que, por primera vez, en esta batalla salieron a la calle en solidaridad con sus compatriotas de Gaza. Por eso, preventivamente, la policía israelí comenzó este lunes 24 redadas masivas contra quienes manifestaron contra la guerra.

Esta crisis y su desenlace han puesto de relieve graves falencias de la inteligencia israelí. En primer lugar, el Alto Mando pensó erróneamente que el ultimátum de Hamás del 10 de mayo era puro teatro y fue sorprendido por las primeras salvas de cohetes. Además, subestimó la capacidad de la resistencia palestina para lanzar misiles pesados a larga distancia y la ciudad de Tel Aviv fue sorprendida por la precisión de los bombardeos. La elite israelí está presa de sus prejuicios racistas e ideológicos y no ha registrado el resentimiento de la población palestina ni su voluntad de combatir. Por el contrario, Hamás ha salido de esta contienda como la única capaz de reunificar y liderar el movimiento nacional, pero cumplir este rol le implica dar un giro más de los tantos que lleva en sus más de tres décadas de existencia.

Hamás surgió como el ala palestina de la Hermandad Musulmana -un movimiento panislamista con sede en Egipto, refundado después de 1945 con apoyo del MI6 británico y siempre ligado a él-, también apoyado clandestinamente por Israel, para que compitiera con la Organización de Liberación de Palestina (OLP) liderada por Yasser Arafat.

Cohetes lanzados contra Israel desde el sur de Gaza el pasado 17 de mayo

Sobre la base de movimientos caritativos la organización fue fundada durante la primera Intifada en 1987, siguió el mismo camino pero a partir de 1994, cuando la OLP reconoció a Israel, Hamás comenzó con campañas de atentados suicidas, asesinatos y ataques con cohetes, lo que provocó crueles represalias israelíes. La OLP venció en las elecciones palestinas de 1996, pero Hamás ganó las de 2006 y desde entonces gobierna la Franja de Gaza, que entonces fue bloqueada por Israel y Egipto. En esa época Hamás estableció vínculos con Irán, el que respaldó al grupo financiera y militarmente. No obstante, cuando en 2011 comenzó la guerra en Siria, Hamás apoyó a los islamistas, mientras que Irán respaldó al gobierno de Bashar al-Assad y Teherán cortó la ayuda financiera, impulsando a su competidor en la Franja, la Yihad Islámica.

Cuando en 2015 Rusia intervino en Siria a pedido de Assad y los islamistas fueron derrotados, Hamas se reencontró con Irán. Por esa época, Teherán también decidió que sus aliados debían ser capaces de construir cohetes por sí mismos y Hamás desarrolló entonces su capacidad para construir cohetes con desechos. Así fue que sus brigadas Al-Qassam  almacenaron una enorme cantidad de proyectiles con los que en el último choque cubrieron todo Israel.

Si hoy hubiera elecciones para la Autoridad Palestina, Hamás ganaría tanto en Gaza como en Cisjordania. También en el aspecto militar. Es posible que ahora el grupo pase a elevar su arsenal al nivel de disuasión que posee Hezbolá.

La imagen del Estado sionista ha quedado seriamente dañada en todo el mundo y el pueblo palestino ha recibido muestras de apoyo generalizadas, incluso en Estados Unidos.

Después de muchos años la lucha palestina por su derecho a la existencia ha vuelto a la agenda internacional. Sin embargo, su eje se ha desplazado, ya que frente a la colonización de Cisjordania es impensable organizar allí un Estado palestino sostenible. Cada vez más la opinión pública en Medio Oriente y el mundo todo se convence de que Israel tiene un régimen de apartheid similar al de Suráfrica antes de 1991 y que la única solución factible es fundar un Estado árabe-israelí laico y democrático.

La correlación de fuerzas ha cambiado. Si el liderazgo israelí no entiende la necesidad de refundar el Estado, buscará una nueva confrontación militar, pero ahora frente a un movimiento nacional palestino reunificado y con fuertes apoyos internacionales. Por su parte, si Hamas quiere liderar a todo su pueblo, debe tomar distancia de la Hermandad Musulmana y de sus mentores turcos y cataríes, así como de los británicos que los empujan.

Por ahora, la tregua que se alcanzó el viernes 21 parece ser sólo el prólogo de una nueva batalla. Sin embargo, las constelaciones de poder han cambiado y paso a paso se van perfilando los contornos de una negociación constituyente. Sólo falta que las grandes y medianas potencias circundantes la apoyen y no la entorpezcan.

martes, 18 de mayo de 2021

Sólo Rusia puede parar la masacre contra Palestina

 

Gaza evidencia el apartheid colonialista de Israel y EE.UU.

Sorprendidos por la magnitud y potencia de la resistencia palestina, el terrorismo estatal sionista y su aliado norteamericano están aislados en una encerrona de la que no logran salir

Por Eduardo J. Vior
Infobaires24
18 de mayo de 2021

Aunque aún no se sabe cuándo cesarán los combates entre israelíes y palestinos en la Franja de Gaza, después de una semana larga de contienda Tel Aviv y Washington aparecen como los primeros derrotados. El alto mando israelí desoyó el ultimátum que Hamás y Yihad Islámica le dieron el domingo 9, para que cesara en Jerusalén el desalojo de los pobladores del barrio de Sheikh Jarrah y las irrupciones en la mezquita de Al Aqsa. Entonces fue sorprendido por las primeras descargas de cohetes y más tarde por el alto porcentaje de proyectiles que, volando a muy baja altura, perforó la “cúpula de hierro”, el sistema de defensa antiaérea que supuestamente haría invulnerable al Estado sionista. A pesar de los intensos bombardeos sobre la Franja, nueve días después de haber comenzado el combate los cohetes siguieron volando, las bombas siguen cayendo sobre la población del gueto y el desconcierto cunde entre los perpetradores.

En su ambición por retrotraer la situación de Medio Oriente a 2016, el gobierno de Joe Biden inició hace un mes negociaciones indirectas con Irán para revivir el Acuerdo Nuclear de 2015 y desconsideró el peso de la alianza entre Israel, Arabia Saudita, los Emiratos y Bajréin tejida por el yerno de Donald Trump, Jared Kushner, en los años pasados. Al estallar la crisis actual, se encontró, entonces, sin el pan y sin la torta: no sólo que la República Islámica no está dispuesta a abandonar su programa de enriquecimiento de uranio, sino que incrementa su ingente y eficaz fabricación de cohetes de corto y mediano alcance, con los que abastece al “Eje de la Resistencia”, incluida Gaza. El gobierno norteamericano fue sorprendido por el estallido de las hostilidades. No quiere que Israel lo empuje a una guerra con Irán, pero está obligado a darle su apoyo. Entonces juega a postergar las negociaciones, en la esperanza de que Tel Aviv derrote a Hamás y se acabe el problema. Pero los días pasan y los palestinos no sólo resisten, sino que contragolpean con mucha fuerza.

El domingo 16 se reunió el Consejo de Seguridad de la ONU convocado por China, su presidente durante mayo. La embajadora estadounidense ante las Naciones Unidas, Linda Thomas-Greenfield, dijo durante el encuentro que su país estaba «trabajando incansablemente a través de los canales diplomáticos» para detener los combates. Sin embargo, se negó a que el organismo sacara una mínima declaración pidiendo el fin de las hostilidades, cuando sabe que bastaría con una llamada de teléfono de Biden a Netanyahu para detener el bombardeo israelí y Hamas cesaría inmediatamente sus disparos. Por su parte, el propio secretario de Estado Tony Blinken prefirió estos días seguir en una gira por los países nórdicos, en lugar de dirigirse a Oriente Medio.

Las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) en la frontera con la Franja de Gaza

Ante la parálisis del máximo órgano de gobierno mundial, por iniciativa del secretario general de la ONU, Antonio Guterres, este lunes 17 el Cuarteto de Oslo (ONU, UE, EE.UU. y Rusia) discutió virtualmente cómo alcanzar un alto el fuego, aunque sin avanzar con medidas concretas. Por lo menos, convinieron seguir discutiendo bajo ese formato.

Entre tanto, como si nada pasara, el gobierno de Joe Biden autorizó la venta a Israel de armamento teledirigido de alta precisión por un total de 735 millones de dólares, según informó este lunes The Washington Post. Según detalla el medio vocero de la CIA, el Congreso de EE.UU. fue notificado el pasado 5 de mayo sobre los planes para efectuar la transacción, es decir, casi una semana antes de que el grupo Hamás iniciara sus ataques con misiles contra territorio israelí, pero cuando ya se habían agudizado los enfrentamientos en Jerusalén Oriental. EE.UU. mantiene una posición ambigua cada vez más difícil de sostener: se ha pronunciado a favor de un alto el fuego inmediato, mientras sigue defendiendo el supuesto “derecho de Israel a defenderse”.

La indefinición del conflicto llamó al ruedo a la diplomacia rusa. «Condenamos los ataques que se lanzan desde la Franja de Gaza contra los barrios residenciales [israelíes] y también, por supuesto, los ataques —absolutamente inadmisibles— contra instalaciones civiles en el territorio palestino», dijo el ministro de Relaciones Exteriores Serguei Lavrov ante la prensa en Moscú.

La carnicería de Israel en Gaza puede ser detenida inmediatamente por Joe Biden, pero la pregunta que paraliza a Washington es qué hacer después. Ninguno de los actores en el teatro de combates cree ya en la solución de dos estados pergeñada por Itzjak Rabin y Yasser Arafat en Oslo en 1993. Ambos fueron asesinados por haberse atrevido a tanto y desde entonces es letra muerta. Netanyahu desea una solución de tres estados en la que Hamás gobierne en Gaza, la Autoridad Palestina en Cisjordania e Israel en todas partes. Hamás, a su vez, aspira a apoderarse de la representación de todos los palestinos, en la patria y en la diáspora y a dirimir con Israel la suerte del territorio en nombre de sus más de 12 millones de compatriotas.

En EE.UU. todavía se mantiene el apoyo bipartidista a Israel, pero la opinión pública está cambiando perceptiblemente. El reciente acento sobre los derechos humanos de los palestinos más que sobre su reivindicación nacional está haciendo que más personas se solidaricen con ellos. 30 representantes demócratas han criticado en la Cámara los bombardeos contra la población civil de Gaza, Bernie Sanders ha pedido un alto el fuego y en varias ciudades se han producido manifestaciones a favor de los palestinos. Claro que el lobby sionista en el Congreso y en los medios es muy dominante, pero el piso está crujiendo. Cada vez más norteamericanos y europeos están viendo la dominación israelí sobre los territorios ocupados y Gaza como un régimen de apartheid similar al que ejercía la minoría blanca de Suráfrica antes de 1991.

El crimen de apartheid se define como «actos inhumanos cometidos con el fin de establecer y mantener la dominación de un grupo racial sobre cualquier otro y oprimirlo sistemáticamente». En la actualidad, Israel es la única potencia gobernante o que ejerce un control primario sobre los palestinos desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo; sus políticas hacia el pueblo palestino constituyen innegablemente un crimen de apartheid y el público occidental poco a poco está abriendo los ojos ante este hecho.


El edificio de la prensa en Gaza, la torre al-Jalaa, que fue bombardeado intencionalmente por Israel el pasado 14 de mayo 

Como explica Elijah Magnier en su blog, la crisis en Gaza unificó a los palestinos y quebró el prestigio de Israel. El detonante fue la escalada y agresiva campaña israelí contra el barrio de Sheikh Jarrah, en Jerusalén Oriental, habitado por más de 38 familias palestinas amenazadas con ser desalojadas de sus hogares. Israel también atacó salvajemente a manifestantes y creyentes en la mezquita de Al-Aqsa hacia el final del mes sagrado de Ramadán. Especialmente digno de mención es el levantamiento de los árabes israelíes. Tras 72 años de convivencia han demostrado que la nueva generación quiere recuperar su territorio ocupado. Sin embargo, la batalla en Gaza continuará algunos días más, porque Israel necesita cuidar la imagen que los cohetes palestinos han perforado a la vista de todo el mundo.

Precisamente, por la pérdida de prestigio sufrida por Israel y EE.UU. se les hace más difícil hallar la salida. Cualquier cese de las operaciones sería percibido en todo el mundo como el reconocimiento de una derrota. Hamás y Yihad Islámica, por su parte, tampoco tienen prisa en dejar de disparar sus cohetes, al menos mientras la población de la Franja aguante los bombardeos. Para que la violencia cese un tanto, todos los actores deben poder salvar su cara. Quien medie, si quiere tener éxito, debe edulcorar las concesiones que las partes hagan, para que nadie aparezca como derrotado. Rusia se ofrece como el mediador con más chances, porque Putin tiene una muy buena interlocución con Netanyahu y todos en la región saben de la seriedad del Kremlin a la hora de cumplir sus compromisos. El acuerdo que se alcance ahora no será definitivo, sino el prólogo de la próxima contienda, pero ya con un nuevo árbitro, impensado hasta la semana pasada. Después de 75 años de hegemonía en Medio Oriente, Estados Unidos no va a abandonar el mito de los dos Estados de un día para otro e Israel va a persistir en su  política colonial racista por un tiempo más, pero después de esta crisis el ordenamiento de la región va a quedar en gran parte confiado a Rusia y, lógicamente, también a China.

jueves, 13 de mayo de 2021

Cada vez es más difícil que EE.UU. y Rusia dialoguen

 

Para tener éxito, la cumbre debe estar bien preparada

Eduardo J. Vior

Biden y Putin evalúan la posibilidad de encontrarse en junio próximo, pero hasta entonces deberán alcanzar consensos múltiples y cuidar los efectos de sus demostraciones de fuerza

Por Eduardo J. Vior
Infobaires24
12 de mayo de 2021

Los astros parecen alinearse para que los presidentes de Estados Unidos y de Rusia se reúnan durante el extenso viaje que el primero realizará por Europa en junio próximo. Del encuentro puede surgir una agenda que regule las diferencias entre ambas potencias, pero para que el mismo sea exitoso, primero deben controlar sus propios gobiernos, luego, alcanzar difíciles acuerdos dentro de sus propias alianzas y, finalmente, cuidar los efectos que pueden tener sus reiteradas demostraciones de fuerza.

Este martes 11 el embajador norteamericano Robert Wood, representante ante la Conferencia Permanente de la ONU para el Desarme, confirmó que se está preparando una reunión cumbre entre los presidentes Vladímir Putin y Joe Biden. “Ambos mandatarios están de acuerdo en explorar la posibilidad de mantener discusiones estratégicas sobre una cantidad de temas relativos al control de armamentos y nuevos riesgos para la seguridad internacional,» informó el diplomático.


Serguei Lavrov, ministro de Relaciones Exteriores de la Federación de Rusia

Por su parte, durante una visita a Bakú, donde se entrevistó con el presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, Serguei Lavrov confirmó las declaraciones de Wood diciendo que, dado que EE.UU. se ha retirado de muchos tratados internacionales para el control de distintos tipos de armamentos, este tema y la estabilidad global en general deberían ser los tópicos principales de la reunión.

Aunque la relación entre ambas potencias se ha tensionado sensiblemente desde el inicio del gobierno de Biden, existe una serie de áreas en las que pueden cooperar, como por ej. el control de las armas nucleares, el Acuerdo Nuclear con Irán, la relación con Corea del Norte, y la búsqueda de estabilidad en Afganistán, después de que los norteamericanos y la OTAN se retiren de allí. Asimismo, la participación de Putin en la cumbre virtual sobre el cambio climático que Biden presidió el mes pasado es un aliciente para la búsqueda de entendimiento. De igual manera, aunque los dos países han salido del Tratado de Cielos Abiertos (OST, por su nombre en inglés) -un acuerdo internacional que permite los vuelos de observación sobre instalaciones militares extranjeras-, estarían dispuestos a renegociarlo, para adherirse nuevamente.

Para que una reunión entre ambos presidentes tenga éxito, debe ajustarse a una agenda de trabajo muy bien preparada y sin exigencias irreales. En este momento Rusia no podría exigir que EE.UU. y sus aliados en la OTAN cesen las maniobras militares en los países bálticos, Polonia y el Mar Negro, pero, a cambio, Putin va a negarse a quitar el apoyo a los autonomistas rusohablantes del este de Ucrania y no va a conceder la libertad a Alexei Navalny. Mucho menos negociará cualquier acuerdo con EE.UU. sin la participación de China.

A pesar de las altisonantes declaraciones de sus representantes, EE.UU. encuentra más dificultades que Rusia en el camino hacia la cumbre, en primer lugar con su principal aliado en el continente europeo. Ante todo, Washington quiere impedir la terminación del gasoducto Nord Stream 2 que, procedente de Rusia, atraviesa el Mar Báltico, para entrar en Alemania por el norte. Sólo falta colocar 25 km de tuberías y se estima que para fin de año puede estar funcionando. La Canciller Angela Merkel y buena parte del empresariado industrial del país lo consideran imprescindible para asegurar el abastecimiento durante la transición energética, después de que el país, por imposición de los Verdes, cerrara sus centrales nucleares. La alternativa ambicionada por Washington es vender a Berlín el gas licuado que manda a través del Atlántico. Ante un candidato demócrata cristiano (Armin Laschet) débil y una candidata verde (Annalena Baerbock) fuerte, la opción de Washington está clara, pero deberá esperar hasta la elección del 26 de septiembre y la formación del nuevo gobierno. Se trata de una carrera contra el tiempo entre partidarios y oponentes al gasoducto de cuyo resultado dependerá el futuro de la relación entre EE.UU. y Alemania.

Con suma prudencia, Joe Biden es reticente a presionar abiertamente a Alemania, para que cancele la obra, pero un fuerte lobby bipartidista en el Congreso logró sancionar en 2019 y 2020 sendas leyes que sancionan a empresas estadounidenses o extranjeras que participen en la construcción del gasoducto (significativamente, exceptuaron a las alemanas). Como ya ha hecho muchas veces Angela Merkel, lo más probable es que haga todo tipo de concesiones a Washington, mientras termina la obra a toda prisa antes de octubre.

Aunque los estrategas de EE.UU. están muy contentos de provocar a Rusia en sus propias narices, sus aliados en Europa Oriental muchas veces los comprometen en desafíos inconvenientes y riesgosos. Así, después de que británicos y ucranianos entre febrero y abril tensaron al máximo la crisis en el Don, este lunes 10 tuvo lugar una reunión virtual de Joe Biden con nueve miembros de la OTAN en Europa Oriental que fue organizada por Rumania y Polonia y estuvo concentrada en la “seguridad” (=militarización) en Ucrania y el Mar Negro. Al avanzar sus líneas hasta la misma frontera de Rusia, la superpotencia se ha comprado los conflictos e intereses de un puñado de líderes locales corruptos e irresponsables dispuestos a confrontar con Moscú sin arriesgar ellos nada.

Jen Psaki, vocera de la Casa Blanca

No sólo en el exterior el presidente de EE.UU. da la impresión de estar haciendo un esfuerzo denodado para mantener el control de las decisiones. La semana pasada la vocera de la Casa Blanca, Jen Psaki, confesó en el programa de su amigo y excolega David Axelrod por CNN que a menudo los asesores de Biden le aconsejan que no hable con los periodistas fuera de encuentros pautados y se quejó de que «muchas veces le decimos que no acepte preguntas, pero va a hacer lo que quiera, porque es el presidente de los Estados Unidos».

La difusión de este conflicto entre Biden y sus asesores explica que el mandatario sólo llame a una lista predeterminada de periodistas que rara vez le repreguntan y, cuando el presidente acepta preguntas, sus respuestas sean a menudo confusas o erróneas. Claro que los interlocutores y adversarios registran que el equipo de la Casa Blanca no confía en su capacidad para hablar, si no está guionado por gente ideológicamente formateada por largos años de trabajo conjunto. Jen Psaki y David Axelrod, por ejemplo, trabajaron juntos en el gobierno de Obama-Biden y después de 2017 siguieron juntos en CNN, hasta que la primera volvió a la presidencia. Estas puertas giratorias quitan mucha independencia al mandatario. Se notó nuevamente este martes 11:

«El presidente (de EEUU, Joe) Biden dijo que la comunidad de inteligencia todavía no ha hecho una evaluación completa (…), pero el FBI (Buró Federal de Investigaciones) ha concluido que el ataque se originó en Rusia, por lo que el país tiene la responsabilidad de actuar responsablemente», dijo la portavoz en rueda de prensa refiriéndose al ataque al gasoducto Colonial, paralizado por háckers el lunes 10. O sea, que el jefe de Estado avisa que todavía no se puede confirmar la autoría, pero a su vocera le basta con un informe del FBI para advertir ella a Moscú. Evidentemente, no sólo en América Latina ciertos periodistas ligados a los servicios de inteligencia dirigen la política de sus gobiernos.

Las relaciones internacionales giran actualmente en torno a las percepciones mutuas entre Rusia y China, por un lado, y Estados Unidos, por otro. Durante la crisis con Ucrania el Kremlin ha demostrado decididamente su disposición a utilizar la fuerza en gran escala, si Kiev seguía provocando, confiada como estaba en la ayuda de Estados Unidos. Entre tanto, China ha realizado maniobras militares frente a las costas de Taiwán y los países occidentales han introducido nuevas sanciones contra Rusia y China, mientras hablaban de diálogo. Ante este cúmulo de roces y provocaciones nadie cree en la disposición de sus contrincantes a mejorar las relaciones.

El hecho de que EE.UU. agudice la tensión del clima político internacional es bastante comprensible. Sigue comportándose como el actor más importante, pero sin darse cuenta de que no puede restaurar el orden anterior a 2017. Como demuestran las recientes expulsiones de diplomáticos rusos de Estados Unidos, Polonia, Bulgaria y la República Checa, la reducción de las representaciones de los contrarios se ha hecho habitual en Occidente, pero se trata de acciones caóticas que han desestabilizado aún más la política internacional y paralizado las instituciones mundiales. En realidad, la administración Biden utiliza la «amenaza rusa» más como una herramienta adicional para disciplinar a sus aliados europeos y cimentar la asociación transatlántica que para castigar a Moscú. Por su parte, para muchos miembros europeos de la OTAN las expulsiones de diplomáticos rusos y chinos son una forma simbólica de demostrar su fidelidad a Estados Unidos.

En tiempos de crisis, cuando el coste de cualquier error crece exponencialmente, es esencial preservar e incluso ampliar los canales diplomáticos existentes. Cada diplomático, independientemente de su rango y cargo, es, entre otras cosas, un canal de comunicación, una fuente de información y una parte de un diálogo que puede ayudar a comprender la lógica, los temores, las intenciones y las expectativas de su oponente. El adagio de Nicolás Maquiavelo, «Mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos aún más cerca» sigue siendo igual de pertinente cinco siglos después. Por desgracia, estas sabias palabras están fuera de circulación en la mayoría de las capitales occidentales hoy en día.

Poco a poco se está escribiendo la historia de una nueva era en el desarrollo del orden mundial. La Guerra Fría, que terminó hace 30 años, dejó una huella profunda en la conciencia y la estructura del sistema político internacional que todavía pervive. Los viejos esquemas ideológicos han renacido con fuerza. Sin embargo, la puerta de las negociaciones entre Estados Unidos y Rusia sigue abierta. Hasta ahora, ambas partes han tratado de evitar acciones concretas que hicieran absolutamente imposible el diálogo. Las recientes sanciones de EE.UU. contra Rusia han sido sobre todo simbólicas, y los dirigentes rusos no han demostrado hasta ahora ningún deseo de una nueva y rápida escalada. Una reunión entre los presidentes Joe Biden y Vladímir Putin sigue siendo una opción y una oportunidad. Una reunión de este tipo no conducirá seguramente a ningún «reinicio» de las relaciones bilaterales, pero aportará más claridad a los intercambios. Estabilizar el vínculo entre Estados Unidos y Rusia, aunque sea a un nivel muy bajo, ya sería un gran logro, pero, para subir a la cumbre de esa colina, ambas partes todavía deben moderar las provocaciones y controlar tanto a sus propios gobiernos como a sus aliados. Falta mucho tiempo hasta junio.

jueves, 6 de mayo de 2021

Sometida a EE.UU., la UE pierde protagonismo

Europa avanza… hacia ningún lado

Eduardo J. Vior

Mientras que EE.UU. juega al “que sí, que no” con Rusia, la UE adopta sanciones contra Moscú que sólo la dañan a ella misma y paralizan al bloque

Por Eduardo J. Vior

Los líderes norteamericanos y europeos piensan que son astutos. En su relación con Rusia juegan todos los días al “policía bueno y el policía malo”. El martes 4 el presidente Joe Biden reiteró su disposición a encontrarse con su colega ruso Vladímir Putin durante el viaje que en junio hará a a Europa. Lo dijo tan solo un día después de que la Unión Europea (UE) reclamara severamente ante Rusia por las sanciones que ésta adoptó contra autoridades del bloque como respuesta a las que previamente decretó la Unión y un día antes de que el secretario de Estado Tony Blinken anunciara que en su viaje a Ucrania el próximo sábado 8 llevará consigo a la subsecretaria Victoria Nuland, la responsable del golpe de Estado de 2014.

Nadie puede hacerse el distraído: las sanciones europeas contra funcionarios rusos, la declaración del habitante de la Casa Blanca y el grosero gesto del jefe de su diplomacia son las dos caras y el canto de la misma moneda. EE.UU. ha retomado la vieja política británica dirigida a separar a Europa de Rusia para dominarlas. A diferencia de lo sucedido en los primeros quince años del siglo, esta vez la UE será la mayor perjudicada, pero sus dirigentes se hacen los tontos. Es que en Bruselas faltan visiones, autoconfianza y liderazgo. La Europa de los 27 está a la deriva.

El martes pasado el presidente Joe Biden ratificó su voluntad de encontrarse con Vladímir Putin en el marco de su próximo viaje a Europa, del 11 al 13 de junio, cuando vuele a Inglaterra, para conferenciar en Cornwall (en el Oeste del país) con sus socios del G-7. De la isla el presidente piensa seguir viaje a Bruselas, donde se reunirá con los líderes de la UE y el 14 de junio participará en una cumbre de la OTAN. De realizarse el parlamento, probablemente lo hagan en Finlandia o en Austria, los pocos países neutrales que quedan entre el Atlántico y el Ural.

A pesar de la insistencia de Biden, Putin todavía no ha respondido a la convocatoria. Durante una conversación telefónica que mantuvieron en abril pasado, Biden propuso a Putin reunirse en junio, para tratar todos los incordios que separan a ambas potencias, pero a los dos días decretó sanciones contra Rusia y expulsó a diez de sus diplomáticos, un gesto que no favorece precisamente un acercamiento civilizado.

Apenas un día después de la última declaración presidencial, el secretario de Estado anunció que aprovechará su viaje a Kiev el próximo fin de semana, para “apoyar enérgicamente” al presidente Volodymir Zelensky en sus conflictos con Rusia en Crimea y en la Cuenca del Don. Para subrayar el desafío a Moscú, Blinken llevará consigo a la subsecretaria de Asuntos Políticos Victoria “Toria” Nuland, la misma funcionaria de carrera que en febrero de 2014, durante el golpe de Estado neonazi que derrocó al presidente Yanukovich, aventó por teléfono los reparos del embajador norteamericano en Kiev por la falta de acompañamiento de la Unión Europea con un sonoro Fuck the EU (me cago en la UE) que la inteligencia rusa se encargó de difundir por todo el mundo. Si el secretario Blinken quiere destruir los puentes de diálogo con Moscú, no puede elegir mejor acompañante.

Victoria Nuland, subsecretaria de Asuntos Políticos del Departamento de Estado

Como parte del carrusel de sanciones, este lunes la Unión Europea protestó ante el embajador ruso en Bruselas por las sanciones impuestas por Moscú a ocho altos dirigentes europeos, entre ellos el presidente de la Eurocámara, David Sassoli, y la vicepresidenta de la Comisión encargada de Valores y Transparencia, Vera Jourová. Por su parte, Moscú lanzó su última rueda de sanciones como respuesta a las aprobadas por la UE por el caso del estafador ruso Alexéi Navalni, convertido en mártir opositor por acción de la prensa occidental.

Maria Zajárova, vocera del Ministerio de Relaciones Exteriores de la Federación de Rusia

Siguiendo el juego de ping-pong, la portavoz del Ministerio de Exteriores de Rusia, María Zajárova, declaró este lunes en una entrevista con RT que las sanciones contra el país representan un «gesto de desesperación» debido a la incapacidad de las naciones occidentales para aceptar los evidentes éxitos de la economía rusa y el aumento de su competitividad internacional.

Además, señaló, Rusia está trabajando para minimizar los posibles riesgos y los daños económicos que podrían producirse, si fuera desconectada del sistema de transferencias bancarias internacional SWIFT.

Otra fuente de tensión entre Rusia y EE.UU. es la construcción del gasoducto Nord Stream. Sólo falta tender 25 km de tubería, para que el ducto alcance la costa alemana en el Estado de Mecklenburgo-Antepomerania, pero el boicot norteamericano a la obra no cesa, al punto de que el propio Parlamento Europeo votó mayoritariamente la semana pasada contra la terminación del emprendimiento. En realidad, se trata de una medida suicida, impulsada por un pseudo principismo ecológico, ya que Alemania cerró todas sus centrales nucleares, sin haber desarrollado todavía suficientes fuentes alternativas. Si no recibe el gas ruso, entonces, se hará extremadamente dependiente del gas licuado norteamericano que llega a través del Atlántico. Éste es el quid de la feroz campaña antirrusa que asola a Europa.

La relación económica y comercial entre Rusia y la Unión Europea tiene un potencial inmenso, pero cada uno de los interesados ve el vínculo desde perspectivas encontradas. Mientras que el liderazgo ruso busca ampliar el comercio y las inversiones extranjeras en su país, para sustituir importaciones y agregar valor a sus exportaciones, las principales potencias europeas pretenden mantener a la Federación Rusa como proveedora de productos primarios (principalmente hidrocarburos y minerales) y compradora de productos elaborados. Sobre este vínculo influye decisivamente Estados Unidos que, bajo todos los gobiernos desde principios de siglo trata de reducir al mínimo los lazos comerciales y financieros entre la UE y Rusia, por un lado, para ahogar económicamente a ésta, debilitarla y alcanzar el viejo objetivo estratégico británico del siglo XIX de dividir el país para someterlo. Al mismo tiempo, si EE.UU. lograra cortar los lazos comerciales y financieros entre la UE y Rusia, aumentaría la ya enorme dependencia de Europa respecto de su aliado atlántico.

El proceso de integración europeo vivió y creció desde 1949 en torno a la alianza franco-alemana. El fin de la era de Angela Merkel en Alemania ha creado un peligroso vacío de liderazgo que el debilitado Emmanuel Macron no puede llenar. Es la hora, entonces, de los mediocres atlantistas que en Bruselas calientan los sillones directivos del bloque. Ciegamente plegados a la estrategia de cambio energético propugnada por Shell (la Reina Máxima), George Soros y Bill Gates con el apoyo de Joe Biden, no tienen empacho en aumentar durante un largo, impreciso período de transición la dependencia europea del abastecimiento gasífero estadounidense. Junto al gas incorpora también su discurso de “derechos humanos”, su conducción militar y sus guerras.

La “coronacrisis”, la crisis económica, la climática, la migratoria y la demográfica ofrecen oportunidades irrepetibles para que las potencias que hoy compiten por el liderazgo mundial busquen alternativas. Pero para ello hacen falta liderazgos con conciencia histórica, confianza en sí mismos y voluntad de hallar entendimientos que hagan posible llegar a soluciones de mutua conveniencia. Hoy en Europa no existen ni unos ni otros. El continente marcha sin rumbo… hacia ningún lado.