Jugar con fuego
Los halcones en la Casa Blanca
quieren empujar a Irán a un enfrentamiento frontal. Pero en la apuesta
arriesgan un conflicto mundial.
Cuando el primer ministro
israelí Benjamin Netanyahu sea recibido hoy en Washington por el
presidente Donald Trump, ambos mandatarios tendrán que moderar mucho su
ambición de abandonar la política de “dos estados” para alcanzar la paz
entre Israel y Palestina y su agresiva retórica contra la República
Islámica de Irán. Es que, al forzar con sus revelaciones la renuncia de
Michael Flynn, principal consejero de seguridad nacional del Presidente,
la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) y el New York Times
recordaron en voz alta que la política exterior norteamericana sólo
puede hacerse en consulta con la comunidad de inteligencia.
Desde que el nuevo jefe de Estado asumió el 20 de
enero pasado, viene gobernando en solitario y ha criticado rudamente a
los servicios de inteligencia. La devolución la obtuvo el domingo
pasado, cuando el New York Times dio a conocer la conversación
que el general Flynn tuvo con el embajador ruso en EE.UU. antes del
traspaso del mando. Esta información sólo pudo provenir de la NSA, que
es responsable por las escuchas a todas las conversaciones que
funcionarios relevantes mantienen con representantes extranjeros. La
infidencia sirvió para recordar al presidente y el primer ministro que
la política exterior norteamericana sólo se ejecuta en consenso entre la
Casa Blanca y numerosas agencias, especialmente las de inteligencia.
El nuevo gobierno estadounidense ha estado
provocando a Teherán para empujarlo a romper el acuerdo nuclear de 2015,
con la esperanza de aplicarle renovadas sanciones económicas, antes de
invadirlo y apropiarse de los mayores yacimientos de hidrocarburos del
mundo. Sin embargo, si EE.UU. va al choque con Irán, corre serios
riesgos militares, ya que puede toparse con Rusia y China y quedarse sin
aliados.
Teherán probó el 29 de enero un misil balístico convencional de medio
alcance de carácter defensivo que las autoridades de EE.UU.
calificaron, no obstante, como “muy provocativo” y amenazaron con una
“amplia gama” de medidas de respuesta. Como réplica, el presidente de
Irán, Hasán Rohaní, avisó el viernes 3 que “cualquiera que se dirija a
los iraníes con amenazas lo lamentará”. “Es mejor que tengan cuidado”,
retrucó Trump por Twitter.
El miércoles 8, por su parte, la revista neoconservadora online
Breitbart (cuyo editor, Steve Bannon, es el jefe de asesores del
Presidente) informó que una flota aliada bajo mando norteamericano había
realizado la semana anterior una maniobra en el Golfo de Omán a 65
kilómetros de la costa iraní.
Washington provoca a Teherán también en Yemen,
escenario de una guerra entre los rebeldes hutíes del movimiento Ansar
Alá (del norte del país) y los partidarios del expresidente Alí Abdalá
Salé, por una parte, y las fuerzas leales al en 2014 renunciado
presidente Abdu Rabu Mansur Hadi, por otra. Desde marzo de 2015 éste
último quiere reasumir el mando apoyado por una coalición liderada por
los sauditas. Esta guerra ya ha costado 16 mil muertos (de los cuales 10
mil eran civiles) y ha privado al 20 por ciento de los 27 millones de
habitantes de todo alimento.
La conflagración ha fortalecido a al Qaeda en la
Península Arábiga que ha expandido su control territorial en el sureste
desértico del país. Contra este grupo se dirigió el pasado 29 de enero
una fracasada incursión de Seals, la fuerza especial de los Marines
norteamericanos. Los
yihadistas imbricaron a los atacantes en combates en casas donde
murieron mujeres y niños y las imágenes de los masacrados recorrieron el
mundo. El fracaso fue atribuido a Trump, que lo había ordenado en una
cena con sus colaboradores más estrechos y sin más consultas. En
Yemen el gobierno norteamericano está tratando de provocar un choque
con los asesores iraníes de los rebeldes para sacar a Teherán de las
casillas, pero con su impericia está fortaleciendo a la vez a los hutíes
y a al Qaeda.
Donald Trump eligió a Irán como el objetivo de su
“cruzada”, en primer lugar, porque la nación persa se ha convertido en
una potencia regional de consideración que empata a la alianza
saudita-israelí. Pero además el martes 14 se confirmó el hallazgo de enormes
yacimientos de petróleo y gas natural en la suroccidental provincia de
Juzistán, junto a la frontera iraquí, donde tienen previsto invertir la
angloholandesa Royal Dutch Shell PLC y la francesa Total. Con el
descubrimiento el país persa tiene reservas para 21 años. Como, por otra
parte, la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) lo ha
autorizado a no reducir la producción de crudo, está exportando a los
cuatro vientos, lo que provoca la actuada “irritación“ de Washington que teme por la baja del precio de sus propias empresas. No obstante, Trump
está aún más molesto por la irrupción de los europeos en la industria
petrolera iraní donde Chevron y Exxonmobil pensaban hacer su agosto.
Cuando le preguntaron sobre posibles represalias militares contra
Teherán, el presidente afirmó que “no se descarta ninguna opción”, pero si
EE.UU. ataca a Irán, Rusia y China seguramente sostendrán a su
principal aliado regional, mientras que los principales países europeos
no abandonarán a tan prometedor socio. Puede que Washington sólo esté queriendo forzar a Teherán a hacer mayores concesiones,
pero los iraníes están fuertes y no van a ceder. Si el gobierno
norteamericano insiste, puede sufrir una grave derrota y provocar un
gran conflicto mundial. Es de esperar, por lo tanto, que el Presidente
se acuerde de consultar a la comunidad de inteligencia.
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Eduardo J. Vior