sábado, 28 de septiembre de 2019

Israel amenaza detonar una gran guerra regional

Por la paz, Netanyahu debe ser controlado por la razón o la fuerza

Después de perder la elección del martes 16, el primer ministro israelí pretende hacer todo lo posible para perpetuarse en el cargo y no ir a la cárcel, incluso iniciar una gran guerra regional
por Eduardo J. Vior
Infobaires24
28 de septiembre de 2019
Eduardo J. Vior
Luego de que el miércoles 25 el presidente de Israel, Reuven Rivlin encomendara a Benyamin Netanyahu la formación de un gobierno de “unidad nacional”, su contrincante, el exgeneral Benny Gantz, le reclamó “unidad en serio”. Como es altamente probable que el primer ministro no logre complicar a los opositores en su propia estrategia y formar un gabinete con mayoría parlamentaria, ya se dibuja en el horizonte el anuncio de una nueva elección. Hasta entonces el jefe de Estado quiere que el procesamiento del líder derechista por corrupción lo aleje del poder, mientras éste espera que la llamada “paz del siglo” urdida por el yerno de Donald Trump o, en su defecto, una gran guerra contra Irán lo salven de la cárcel. Es una carrera contra el tiempo con vencedor incierto.
La situación postelectoral es intrincada. Aunque la alianza opositora Kahol Lavan (Azul y Blanca, por los colores de la bandera israelí) ganó 33 bancas y el gobernante Likud sólo 31, el presidente se decidió a encargar a Benyamin Netanyahu la formación de gobierno, porque éste parece en condiciones de alcanzar el apoyo de la necesaria mayoría parlamentaria de 61 diputados. De acuerdo a la Constitución, el primer ministro encargado tiene ahora 28 días, con una prórroga suplementaria de 14 días, para presentar un programa y un gabinete que le permitan gobernar los próximos cuatro años. Si al final de ese lapso no tiene éxito o el parlamento la niega la confianza, el jefe de Estado debe otorgar un tiempo similar al líder de la segunda alianza más votada.
Apenas recibida la nominación, Netanyahu llamó a formar un gobierno de “unidad nacional” argumentando que la “reconciliación” es imprescindible por las amenazas de Irán y el próximo anuncio del “plan del siglo” que el yerno de Donald Trump, Jared Kushner, ha venido tejiendo para alcanzar la paz entregando Jerusalén completa a Israel e incorporando a ésta los asentamientos sionistas en Cisjordania. Para apresurar el acuerdo, los líderes conservadores propusieron acordar un sistema de rotación, por el cual Netanyahu y Gantz ejercerían el mando sucesivamente por dos años, pero el entendimiento fracasó ante el desacuerdo sobre el orden de precedencia. Tan grande es la desconfianza hacia el actual primer ministro que los líderes de la Azul y Blanca descreen de que, si Netanyahu ejerce primero el cargo, esté después dispuesto a cederlo a su socio y rival.
Para reforzar su presión sobre la oposición, el miércoles el primer ministro dejó trascender que, si en una semana no hay acuerdo, va a devolver el encargo al presidente. De este modo Benny Gantz y sus aliados quedarían ante la opinión pública como los “enemigos de la unidad nacional” en momentos de riesgo.
Por ahora la coalición opositora sigue unida contra el primer ministro y confiando en que la imposibilidad de formar gobierno y el avance de las causas judiciales lo saquen del juego. A esta esperanza contribuye también el proyecto de reforma de la ley de habilitación de los jefes de gobierno que el presidente acaba de mandar al parlamento. Según el mismo, ningún primer ministro puede ser ratificado por la Kneset, si él o sus familiares directos están procesados por corrupción. Si el proyecto se convierte en ley y la semana próxima el fiscal general del Estado eleva a juicio la imputación a Netanyahu por tres casos de corrupción, el primer ministro podría proseguir con el armado de una coalición de gobierno, pero –aun si tuviera éxito- no podría presentarse a la votación parlamentaria.
Aunque dentro de Kahol Lavan existe una pequeña facción conciliadora, ninguno de los tres socios de Benny Gantz en la alianza está dispuesto a asociarse con el primer ministro encargado. En esta resolución se conjugan el resentimiento por los tejes y manejes de Netanyahu con el cálculo de que, si el jefe de gobierno fracasa en la formación de gabinete, la tercera elección lo sacará del cargo que ocupa desde 2009. Sin embargo, el primer ministro sigue siendo el candidato incuestionado de su alianza entre el centroderecha, la derecha y los partidos religiosos y dispuesto a dar pelea. Tanto más cuanto que espera que, en tanto primer ministro, el Fiscal General Avichai Mendelblit no se atreva a llevarlo a juicio por coimas varias. Para subir la apuesta, el jueves 26 propuso que las audiencias del miércoles y jueves próximos sean televisadas.
En realidad, la verdadera novedad que trajo la elección del martes 16 reside en el aumento del voto por los partidos de la minoría árabe, potenciado por la unidad alcanzada por un espectro que abarca desde los comunistas hasta los islamistas. El sistema electoral israelí ha permitido que las 13 bancas cosechadas por la Lista de Unidad -convirtiéndose en la tercera fuerza de la Kneset- redujeran proporcionalmente la representación de la derecha. Es la primera vez en 71 años que la minoría árabe (22% de la población y en aumento) alcanza tal peso parlamentario. Hasta ahora ninguna de las fuerzas sionistas o religiosas se atreve a pedir su apoyo, pero, si Likud y la Azul y Blanca forman una gran coalición sin los árabes, éstos se convertirán en la principal fuerza opositora y su líder, Ayman Odej, tendrá el derecho a ser convocado semanalmente a consultas con el primer ministro en las que también se discute información reservada. O sea, que, en el actual estado de cosas, los líderes árabes deberían cogobernar o ser la primera oposición. Para eludir esta ominosa perspectiva, los partidos sionistas y religiosos buscan enérgicamente una tercera elección.
No obstante, el liderazgo árabe israelí se halla ante un dilema: por un lado, si no interviene en la formación de un gobierno de coalición, aunque sea con un apoyo crítico y condicionado desde el parlamento, convalidará un posible pacto entre Benyamin Netanyahu, que quiere anexionar Cisjordania, invadir Gaza y desatar una guerra contra Irán, y Benny Gantz, el “carnicero de Gaza”, quien como Jefe del Estado Mayor Conjunto (2011-15) cometió horribles crímenes contra la población civil de la Franja. Por el contrario, si se compromete demasiado en el apoyo a un eventual gobierno de la Azul y Blanca, se hará cómplice de las acciones criminales del Estado de Israel contra los palestinos. Para tratar de zafar del intríngulis, el viernes 27 llevaron a los líderes opositores un catálogo de condiciones (aún no difundidas) bajo las cuales estarían dispuestos a dar apoyo parlamentario a la candidatura de Benny Gantz a la jefatura del gobierno. De todos modos, el pliego no fue acompañado por la Asamblea Nacional Democrática (Balad), uno de los cuatro integrantes de la Lista de Unidad, la que se abstuvo.
La extrema dependencia del éxito militar y del mantenimiento del apartheid en la que se mueve la política israelí impide que surjan proyectos positivos, agudizando la fragmentación de su sistema de partidos y los odios entre sus líderes. En estas condiciones su sistema político está paralizado, lo que potencia el encaramamiento de extremistas que pueden hacer volar el polvorín mediooriental. Si las grandes potencias son incapaces de meter a Israel en caja, habida cuenta de la escasa sensatez y capacidad de sus dirigentes para hallar una solución, en los próximos meses la paz mundial dependerá en buena parte del temor que los grandes y pequeños actores del Medio Oriente puedan infundirle. No es una alternativa deseable, pero realista.

sábado, 14 de septiembre de 2019

¿La política exterior de EE.UU. retorna a la racionalidad?


Al despedir a Bolton, Trump acerca la paz y su reelección

El relevo del Consejero de Seguridad Nacional reduce los riesgos de guerra con Norcorea, Irán y Venezuela. Si el domingo 15 Netanyahu pierde, quizás lo siga Pompeo
por Eduardo J. Vior
Infobaires24
14 de septiembre de 2019
Eduardo J. Vior
“Cuando veas las barbas de tu vecino mesar, pon las tuyas a remojar”, reza el refrán español. Al echar el martes pasado a John Bolton, Donald Trump recuperó buena parte del comando sobre la Casa Blanca. Para alcanzar su reelección en noviembre de 2020, el mandatario quiere retirar las tropas de Afganistán y Siria, acordar con Irán y pacificar Corea y Ucrania. En pos de estos objetivos, no duda en sacrificar a los neoconservadores que lo rodean y al primer ministro israelí Benyamin Netanyahu. Pero deberá esforzarse mucho, porque está retrasado en las preferencias de los electores y sus enemigos son muchos y poderosos.
Donald Trump adujo el atentado que se produjo en Kabul el jueves 5 como motivo para cancelar la reunión cumbre entre el gobierno afgano y los talibanes que estaba prevista para el sábado 7 en Camp David, cerca de Washington. Sin embargo, hasta ahora ningún presidente norteamericano había cancelado negociaciones de paz, porque se siguiera combatiendo, a menos de que se hubiera violado una tregua concertada. Más bien, es probable que haya renunciado al encuentro, para no pelearse al mismo tiempo con todos sus oponentes en el Partido Republicano. Según informó Fox News el martes 10, tanto el vicepresidente Mike Pence como el senador Lindsey Graham y los generales retirados David Petraeus y Jack Keane se oponían a la cumbre.
El presidente quería mostrarse sonriente ante las cámaras con el presidente de Afganistán y el líder de la insurgencia talibán y así presentarse como “el presidente de la paz”. De hecho, en la campaña electoral de 2020 pretende explotar el raro récord de ser el primero desde Grover Cleveland (1893-97) que no empieza ninguna guerra. Sin embargo, los militares descreen que los talibanes vayan a respetar eventuales acuerdos y Bolton se negaba a invitar a una organización “terrorista”. El secretario de Estado Mike Pompeo, por el contrario, no tuvo empacho en defender la propuesta presidencial en cuanto talk show encontró.
Por ahora parecería que Pompeo ganó la partida. Tiene importantes aliados en el Departamento de Defensa y en la CIA de la que fue director entre 2017 y 2018, aunque sus estrechos vínculos con el primer ministro israelí Benyamin Netanyahu atan su continuidad en el cargo al triunfo de éste último en la elección del próximo domingo 17. Si el jefe del gobierno de Tel Aviv es derrotado, irá a la cárcel por corrupto y el secretario de Estado probablemente pierda el cargo.
El despido de Bolton y el retiro del apoyo de Donald Trump trajeron augurios funestos para Benyamin Netanyahu. Israel vota el domingo 16 por segunda vez en el año en una elección en la que –todos los observadores coinciden- se juega el carácter del Estado. Ya incriminado por corrupción, el primer ministro ha convertido la compulsa en un referendo sobre su persona. Si gana, ha advertido reiteradamente, va a anexar los asentamientos judíos en Cisjordania, haciendo imposible la organización de un Estado palestino. Sería el paso previo al avance de la frontera israelí hasta el río Jordán, lo que –como advierten sus críticos- significaría el fin del sionismo. Los fundadores del Estado de 1948 querían erigir una entidad mayoritariamente judía con una democracia liberal limitada por el rabinato. Si Israel incorpora Cisjordania, se convertirá en un Estado minoritariamente judío que gobierna a una mayoría árabe. Para detener este proceso, un grupo de militares retirados promueve la candidatura de Benny Gantz, exjefe del Estado Mayor, con grandes chances de vencer, según los últimos sondeos. En caso de que Netanyahu pierda, es posible que vaya preso y, de todos modos, Donald Trump se reúna la semana próxima con el presidente iraní Hassán Rouhaní aprovechando la Asamblea General de la ONU. El mayor temor de los neoconservadores e israelíes es que Trump reduzca las sanciones contra Irán a cambio de concesiones sobre el programa nuclear y el de cohetería.
No obstante el desplazamiento de Bolton y la eventual derrota de Netanyahu, Trump va a tener mucho trabajo para convencer a los congresistas republicanos de la conveniencia de llegar a un compromiso con Irán cuyo debilitamiento y aislamiento es una bandera que ningún conservador norteamericano arría, no sólo por razones ideológicas.
Mike Pompeo se presenta todavía como el más fiel seguidor del presidente, pero la eventual derrota de Netanyahu y un diálogo con Irán debilitarían su poder. No obstante, como aspira a candidatearse para el Senado por Kansas, probablemente trate de guardar un perfil bajo, buscando apaciguar el amor del mandatario hacia los ayatolás y el mediador Emmanuel Macron.
La salida de Pompeo del gabinete sería la solución ideal para Trump, así podría tomar el control de la política exterior y liberarse de la presión de Sheldon Adelson, el magnate de los casinos que controla al Partido Republicano (GOP) y, quizás, al futuro gobierno de Israel.
En la campaña presidencial de 2016 y en la legislativa de 2018 Sheldon y su esposa Miriam Adelson, Paul Singer y Bernard Marcus contribuyeron para los principales candidatos republicanos con un total de 259 millones de dólares. Del esas donaciones, 205 millones fueron hechas por los Adelson, incluyendo una porción de 35 millones para la campaña de Trump en 2016. Fue también Adelson quien propuso al presidente que designara a Bolton a quien también financia. Mientras tanto, Paul Singer se definía como “un conservador no trumpista”, hasta que el presidente ganó y él donó un millón para la fiesta inaugural. Singer es el más callado de los donantes conservadores, pero financia a los dirigentes más agresivos, especialmente a los más antiiraníes. Todos estos financiadores reclaman la destrucción de la República Islámica. Aunque Adelson rompió hace pocos meses con Netanyahu, luego de que la policía israelí le informara sobre las maniobras del “Bibi” para favorecer a la competencia de su emporio de medios, es impensable que acepte un acercamiento entre EE.UU. e Irán.
La salida del Consejero de Seguridad Nacional aleja varios riesgos bélicos a la vez y da al presidente un poco más de libertad para ejecutar su política internacional. Sin embargo, Mike Pompeo es tan reaccionario como Bolton, aunque sea más astuto y callado, y los servicios de inteligencia y el Pentágono tienen intereses hasta corporativos en la continuidad de las guerras en las que está enfrascado EE.UU. Los financiadores del Partido Republicano quieren la destrucción de Irán y los demócratas se están uniendo contra el presidente. Por ahora es muy difícil prever quién sucederá a Bolton. Después de la elección del domingo en Israel sabremos más. De todos modos, por ahora, el mundo respira aliviado.

sábado, 7 de septiembre de 2019

Boris Johnson juega va banque

Gran Bretaña orilla un golpe de estado con efectos mundiales

Las derrotas parlamentarias sufridas por Boris Johnson y su grupo de aventureros pueden inducirlos a violar la ley y buscar la legitimidad en las calles con apoyo de la Corona
por Eduardo J. Vior
Infobaires24
7 de septiembre de 2019
Eduardo J. Vior
En la semana que pasó el primer ministro británico Boris Johnson fue derrotado en tres votaciones cruciales en la Cámara de los Comunes: primero, la mayoría quitó al gobierno la facultad de fijar la agenda de las negociaciones con la Unión Europea sobre la salida del país del bloque comunitario. Al día siguiente, una segunda ley determinó que el Reino Unido sólo se retirará de la Unión mediante un acuerdo, o sea que prohibió el “Brexit duro”, la salida al 31 de octubre sin ningún tipo de entendimiento. Finalmente, el jueves le bloqueó la convocatoria a elecciones parlamentarias anticipadas, antes de que se firme un convenio con la UE regulando la salida. Curiosamente, la Cámara de los Lores la siguió sin chistar.
En comunicaciones informales con parlamentarios conservadores el viernes Johnson todavía insinuó la posibilidad de desconocer el mandato parlamentario y no pedir a Bruselas una postergación del Brexit, pero los laboristas inmediatamente le advirtieron que puede ir preso. Como a más tardar el  próximo jueves el Parlamento entra en un receso forzoso hasta el 12 de octubre, cuando la reina abra el nuevo período de sesiones, no podrá controlar lo que el jefe del gabinete haga hasta entonces. Sin embargo, entre sus ministros todavía quedan pruritos de legalidad. Los medios dan cuenta de que algunos de ellos expresan dudas y temores: “es difícil avizorar una salida para Boris Johnson. Da la impresión de haberse jaqueado a sí mismo”, dicen. El primer ministro podría, por ejemplo, presentar una moción de censura contra sí mismo, una táctica desconocida en el Parlamento británico. Si le sale bien, puede apresurar la convocatoria a elecciones. Si no, se acabó su carrera.
El primer ministro parece haber calculado que los laboristas caerían en la trampa de seguir su convocatoria a elecciones, pero los opositores lo aplastaron con una lógica abrumadora de sucesivas votaciones interconectadas.
Gran Bretaña se halla en una profunda crisis constitucional y política de la que el conflicto sobre el Brexit es sólo un síntoma. Desde hace 67 años está regida por Elizabeth II, quien a menudo ha hecho sentir su “poder moderador” sobre las instituciones para mantener un orden conservador y estamental a contramano de la modernización de su sociedad. Ahora tiene 93 años, pero insiste en intervenir en política, aunque ya no puede. Su sucesor, Charles, tiene ya 71 años y ninguna voluntad de asumir el trono. El hijo de éste,  William, finalmente, podría hacerse cargo a sus 35 años, pero la abdicación de un heredero no tiene antecedentes desde 1936 y en aquel entonces creó una crisis mayor.
El sistema electoral sigue rigiéndose por el principio de que “el que gana se lleva todo”, de modo que la mayoría relativa en cada distrito recibe la representación del total. De esta manera, millones de ciudadanos carecen de representación parlamentaria. Consecuentemente, desde el estallido de la crisis de 2008/09 los partidos tradicionales se han deslegitimado mucho y formaciones menores han recibido un gran ímpetu. Así, primero el UKIP (Partido para la Independencia del Reino Unido), que forzó en 2016 el referendo sobre el Brexit y el partido Pro-Brexit, que en la elección europea de mayo pasado sacó el 35% de los votos (ambos fundados sucesivamente por Nigel Farage) acumularon un caudal electoral sin otro programa que la salida de la UE, pero que impide estabilizar cualquier gobierno.
El gabinete que Boris Johnson preside desde el 25 de agosto pasado representa, en este contexto, el intento de un grupo de fascinerosos íntimamente vinculados con la más rancia oligarquía británica, para apropiarse demagógicamente de ese caudal electoral, dar un golpe constitucional e instaurar un Estado autoritario e imperialista con una máscara parlamentaria. Desde el exbanquero Sajid Javid, que devino Canciller del Tesoro, pasando por el secretario del Foreign Office Dominique Raab, quien alguna vez propuso que las escuelas públicas debían hacer negocios para financiarse, siguiendo por la secretaria del Interior Priti Patel, ligada a lobbies mineros e israelíes, continuando por el secretario de Justicia Michael Gove, administrador de las 18.000 hectáreas privadas de la soberana, hasta Matt Hancock, el secretario de Salud, que permanece en el cargo para privatizar el sistema nacional de salud, todos los miembros del gabinete de Johnson representan a grandes fondos financieros británicos y del Golfo, empresas de logística y transportes, de minería o similares, pero a ninguna productiva. Han llegado al gobierno, para hacer un gigantesco negocio financiero con lo poco que dejó Margaret Thatcher hace treinta años.
Pero van más allá: quieren eliminar los restos de derechos laborales, sociales, sanitarios y medioambientales que los británicos todavía tienen. Rechazan las regulaciones impuestas por la UE, su Carta de Derechos, la libre circulación de las personas y el control antimonopólico de Bruselas. En suma, es un grupo de saqueadores que se ha propuesto convertir a Gran Bretaña en una Australia europea, destruyendo las barreras protectoras que su pueblo erigió desde la Segunda Guerra Mundial y entregándola a la voracidad de las grandes corporaciones y de la alianza con EE.UU. Para ello necesitan romper radicalmente y sin acuerdo con la Unión Europea.
Los partidos opositores y los recientes tránsfugas del conservadurismo confían en detenerlos con medios legales y judiciales, pero de las centenarias tradiciones del reino este grupo sólo recupera la avidez y agresividad que en algún momento lo convirtieron en primera potencia mundial. No obstante, quizás prime el “sentido común” conservador y se sometan a las leyes y sus instituciones. Pero ya varias veces en su historia en situaciones de crisis severa la monarquía no ha tenido empacho en saltarse la Constitución y las leyes para salvarse. En las próximas semanas el poder se va a dirimir en las calles y en los medios. Dadas las encuestas recientes, en ese terreno el aventurero de 55 años puede llevar las de ganar. El Partido Laborista de Jeremy Corbyn, quien en 2015 conquistó la conducción contra la dirigencia partidaria apelando a la movilización de las bases, deberá volver a las fuentes. Quien sea más arrojado vencerá.
Las consecuencias para el mundo y, en particular, para quienes sufrimos desde siempre la agresión británica, pueden ser terribles. Hay que prepararse para años muy negros.