Gran Bretaña orilla un golpe de estado con efectos mundiales
Las
derrotas parlamentarias sufridas por Boris Johnson y su grupo de
aventureros pueden inducirlos a violar la ley y buscar la legitimidad en
las calles con apoyo de la Corona
por Eduardo J. Vior
Infobaires24
7 de septiembre de 2019
Infobaires24
7 de septiembre de 2019
En
la semana que pasó el primer ministro británico Boris Johnson fue
derrotado en tres votaciones cruciales en la Cámara de los Comunes:
primero, la mayoría quitó al gobierno la facultad de fijar la agenda de
las negociaciones con la Unión Europea sobre la salida del país del
bloque comunitario. Al día siguiente, una segunda ley determinó que el
Reino Unido sólo se retirará de la Unión mediante un acuerdo, o sea que
prohibió el “Brexit duro”, la salida al 31 de octubre sin ningún tipo de
entendimiento. Finalmente, el jueves le bloqueó la convocatoria a
elecciones parlamentarias anticipadas, antes de que se firme un convenio
con la UE regulando la salida. Curiosamente, la Cámara de los Lores la
siguió sin chistar.
En
comunicaciones informales con parlamentarios conservadores el viernes
Johnson todavía insinuó la posibilidad de desconocer el mandato
parlamentario y no pedir a Bruselas una postergación del Brexit, pero
los laboristas inmediatamente le advirtieron que puede ir preso. Como a
más tardar el próximo jueves el Parlamento entra en un receso forzoso
hasta el 12 de octubre, cuando la reina abra el nuevo período de
sesiones, no podrá controlar lo que el jefe del gabinete haga hasta
entonces. Sin embargo, entre sus ministros todavía quedan pruritos de
legalidad. Los medios dan cuenta de que algunos de ellos expresan dudas y
temores: “es difícil avizorar una salida para Boris Johnson. Da la
impresión de haberse jaqueado a sí mismo”, dicen. El primer ministro
podría, por ejemplo, presentar una moción de censura contra sí mismo,
una táctica desconocida en el Parlamento británico. Si le sale bien,
puede apresurar la convocatoria a elecciones. Si no, se acabó su
carrera.
El primer ministro parece
haber calculado que los laboristas caerían en la trampa de seguir su
convocatoria a elecciones, pero los opositores lo aplastaron con una
lógica abrumadora de sucesivas votaciones interconectadas.
Gran
Bretaña se halla en una profunda crisis constitucional y política de la
que el conflicto sobre el Brexit es sólo un síntoma. Desde hace 67 años
está regida por Elizabeth II, quien a menudo ha hecho sentir su “poder
moderador” sobre las instituciones para mantener un orden conservador y
estamental a contramano de la modernización de su sociedad. Ahora tiene
93 años, pero insiste en intervenir en política, aunque ya no puede. Su
sucesor, Charles, tiene ya 71 años y ninguna voluntad de asumir el
trono. El hijo de éste, William, finalmente, podría hacerse cargo a sus
35 años, pero la abdicación de un heredero no tiene antecedentes desde
1936 y en aquel entonces creó una crisis mayor.
El
sistema electoral sigue rigiéndose por el principio de que “el que gana
se lleva todo”, de modo que la mayoría relativa en cada distrito recibe
la representación del total. De esta manera, millones de ciudadanos
carecen de representación parlamentaria. Consecuentemente, desde el
estallido de la crisis de 2008/09 los partidos tradicionales se han
deslegitimado mucho y formaciones menores han recibido un gran ímpetu.
Así, primero el UKIP (Partido para la Independencia del Reino Unido),
que forzó en 2016 el referendo sobre el Brexit y el partido Pro-Brexit,
que en la elección europea de mayo pasado sacó el 35% de los votos
(ambos fundados sucesivamente por Nigel Farage) acumularon un caudal
electoral sin otro programa que la salida de la UE, pero que impide
estabilizar cualquier gobierno.
El
gabinete que Boris Johnson preside desde el 25 de agosto pasado
representa, en este contexto, el intento de un grupo de fascinerosos
íntimamente vinculados con la más rancia oligarquía británica, para
apropiarse demagógicamente de ese caudal electoral, dar un golpe
constitucional e instaurar un Estado autoritario e imperialista con una
máscara parlamentaria. Desde el exbanquero Sajid Javid, que devino
Canciller del Tesoro, pasando por el secretario del Foreign Office
Dominique Raab, quien alguna vez propuso que las escuelas públicas
debían hacer negocios para financiarse, siguiendo por la secretaria del
Interior Priti Patel, ligada a lobbies mineros e israelíes, continuando
por el secretario de Justicia Michael Gove, administrador de las 18.000
hectáreas privadas de la soberana, hasta Matt Hancock, el secretario de
Salud, que permanece en el cargo para privatizar el sistema nacional de
salud, todos los miembros del gabinete de Johnson representan a grandes
fondos financieros británicos y del Golfo, empresas de logística y
transportes, de minería o similares, pero a ninguna productiva. Han
llegado al gobierno, para hacer un gigantesco negocio financiero con lo
poco que dejó Margaret Thatcher hace treinta años.
Pero
van más allá: quieren eliminar los restos de derechos laborales,
sociales, sanitarios y medioambientales que los británicos todavía
tienen. Rechazan las regulaciones impuestas por la UE, su Carta de
Derechos, la libre circulación de las personas y el control
antimonopólico de Bruselas. En suma, es un grupo de saqueadores que se
ha propuesto convertir a Gran Bretaña en una Australia europea,
destruyendo las barreras protectoras que su pueblo erigió desde la
Segunda Guerra Mundial y entregándola a la voracidad de las grandes
corporaciones y de la alianza con EE.UU. Para ello necesitan romper
radicalmente y sin acuerdo con la Unión Europea.
Los
partidos opositores y los recientes tránsfugas del conservadurismo
confían en detenerlos con medios legales y judiciales, pero de las
centenarias tradiciones del reino este grupo sólo recupera la avidez y
agresividad que en algún momento lo convirtieron en primera potencia
mundial. No obstante, quizás prime el “sentido común” conservador y se
sometan a las leyes y sus instituciones. Pero ya varias veces en su
historia en situaciones de crisis severa la monarquía no ha tenido
empacho en saltarse la Constitución y las leyes para salvarse. En las
próximas semanas el poder se va a dirimir en las calles y en los medios.
Dadas las encuestas recientes, en ese terreno el aventurero de 55 años
puede llevar las de ganar. El Partido Laborista de Jeremy Corbyn, quien
en 2015 conquistó la conducción contra la dirigencia partidaria apelando
a la movilización de las bases, deberá volver a las fuentes. Quien sea
más arrojado vencerá.
Las
consecuencias para el mundo y, en particular, para quienes sufrimos
desde siempre la agresión británica, pueden ser terribles. Hay que
prepararse para años muy negros.
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Eduardo J. Vior