martes, 24 de noviembre de 2020

Vuelve el Imperio, vuelve la guerra

 

El retorno de los zombis

Eduardo J. Vior

Los integrantes del equipo de política exterior que Joe Biden presentó ayer son veteranos del “Estado profundo” diplomático y de inteligencia que gobierna a EE.UU. desde 1945

por Eduardo J. Vior
Infobaires24
24 de noviembre de 2020

Nadie sabe aún quién ganó la elección presidencial norteamericana del 3 de noviembre, pero los medios, Wall Street y la comunidad de inteligencia ya han proclamado al candidato demócrata como nuevo mandatario de Estados Unidos y se han apresurado a designar en el gobierno a su propia gente. Los nombramientos para el área de política exterior y seguridad que el elegido de los poderosos anunció este lunes 23 ratifican la vuelta de las estrategias imperiales aplicadas entre 1993 y 2017. Sin embargo, en estos últimos cuatro años el mundo ha cambiado mucho y la esperanza de que, utilizando los mismos ingredientes de entonces se alcancen los mismos resultados, pronto se va a chocar con la realidad.

La ronda de nombres presentados ayer por Joe Biden incluye a Anthony Blinken como secretario de Estado, a Alejandro Mayorkas para la Secretaría de Seguridad Interior, a Avril Haines como Directora de Inteligencia Nacional y a Linda Thomas-Greenfield para representar al país ante las Naciones Unidas.

Anthony Blinken en Corea del Sur en 2016

Blinken, de 58 años, fue subsecretario de Estado y subasesor presidencial de Seguridad Nacional durante las presidencias de Obama (2009-17). En Washington se lo ve como “uno de los nuestros”, de buenos modales, conocedor de cada resquicio del gobierno y el Congreso y con buen trato con demócratas y republicanos, lo que seguramente le aliviará la confirmación por el Senado. Al mismo tiempo se espera que sirva también de mediador hacia los sectores progresistas y los incluya en la agenda diplomática de los próximos cuatro años.

Blinken hizo la escuela media en París, estudió Derecho en Harvard y, ya graduado, también trabajó como periodista. Durante el gobierno de Bill Clinton (1993-2001) fue funcionario del Consejo de Seguridad Nacional (NSC, por su sigla en inglés) y durante seis años jefe de los asesores de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado que presidía Joe Biden. Durante la presidencia de Obama, en tanto, Blinken fue subasesor de Seguridad Nacional y subsecretario de Estado. 

Avril Haines, en tanto, sirvió como subdirectora de la CIA y principal subasesora de Seguridad Nacional bajo Obama. De ser confirmada, se convertiría en la primera Directora Nacional de Inteligencia de EE.UU.

Alejandro Mayorkas, por su parte, es un cubano-estadounidense de 61 años de edad, con una larga experiencia como abogado y lobista para grupos latinos. Entre 2013 y 2016 fue subdirector de Seguridad Interior. Durante el segundo gobierno de Obama fue asimismo responsable por el programa para la acogida (controlada) de niños inmigrantes (DACA, por su sigla en inglés).

Greenfield, a su vez, es una diplomática afronorteamericana con una carrera de 30 años en el servicio exterior, hasta que se retiró en 2017.

Como  secretario de Estado, a Blinken le cabrá el endurecimiento del trato con países y regímenes con los cuales Donald Trump fue especialmente cuidadoso, como Turquía, Corea del Norte y Rusia, entre otros. Sin embargo, sus mayores desafíos los hallará en el trato con China e Irán. Es de esperar que el eventual gobierno demócrata combine severas críticas a las políticas de derechos, trato de minorías, soberanía territorial e independencia tecnológica de Beijing, tratando al mismo tiempo de negociar acuerdos comerciales, cooperar en la lucha contra la pandemia y en el cuidado del medio ambiente. Una verdadera cuadratura del círculo. 

Respecto a Irán, en tanto, es probable que Blinken busque imponerle condiciones, para poder justificar el regreso norteamericano al acuerdo nuclear de 2015 sin perder prestigio. De su éxito en la maniobra depende que pueda frenar el impulso belicista de la coalición israelo-saudita-emiratí-bajreinita para atacar al vecino persa. Sin embargo, desde que Washington se retiró del acuerdo en 2017, Teherán siguió enriqueciendo uranio y desplegando sus cohetes antiaéreos, por lo que es dudoso que quiera retroceder al estadio de 2015, aunque necesita el levantamiento de las sanciones y el bloqueo.

Joe Biden comenzó su carrera senatorial en 1972, en plena Guerra Fría, y continuó ininterrumpidamente hasta 2009, cuando fue electo vicepresidente, para acompañar a Barack Obama. Durante gran parte de su trayectoria participó en y/o presidió la Comisión de Relaciones Exteriores, por lo que tiene una sólida formación en el área, conoce a numerosos diplomáticos, militares y espías, así como a representantes y funcionarios extranjeros. 

Su visión sobre las relaciones con Rusia y China está enteramente moldeada por el exsecretario de Estado (1969-74) Henry Kissinger quien, a sus 96 años, sigue asesorando al que lo quiera oír. Por ello fue que recientemente Biden definió a China como un “competidor estratégico”, pero señaló a Rusia como la mayor amenaza.

El “Estado profundo” busca separar a China de Rusia, para aislar a ésta y provocar el cambio de régimen, pero las circunstancias han cambiado mucho desde 2015. La iniciativa china del Nuevo Camino de la Seda y la Franja absorbió desde 2017 al Espacio Económico Euroasiático pergeñado por el Kremlin. La incorporación de Rusia a la Organización de Seguridad de Shanghai (SSO, por su sigla en inglés) y al Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB), además, ha creado sinergias tales que ninguna maniobra diplomática puede romper.

Por cierto, si Rusia entrara en crisis, China no se va a inmiscuir en sus asuntos internos, pero sabe que necesita una socia unida y fuerte, para poder extender su influencia sobre Asia Central y Occidental y llegar al Mediterráneo. Para la República Popular los próximos 15 años son esenciales en la marcha hacia la “sociedad socialista avanzada con rostro chino” y no puede permitirse un entorno inestable ni separarse de sus aliados.


Un agente de la policía china gesticula en Beijing, cerca de la Ciudad Prohibida, el 8 de noviembre de 2017, en ocasión de la visita de Donald Trump 

No solo que el Reino del Medio es la única gran potencia que termina 2020 creciendo y habiendo vencido a la pandemia, sino que las sanciones comerciales de Estados Unidos la han inducido a completar las cadenas productivas en sus desarrollos científico-tecnológicos de mayor avanzada.

La lógica de la política interna norteamericana se extiende a sus relaciones exteriores. Una elección dudosa, cuyo resultado es proclamado por los medios concentrados que, al mismo tiempo, marcan la agenda del próximo gobierno, repercute en el modo en que pretenden recuperar la iniciativa estratégica a nivel mundial. Partiendo de la apreciación realista de que los demócratas alcanzarán el gobierno por la fuerza más que por los votos, es previsible que a la vez intenten restablecer todos los acuerdos y tratados multilaterales que Trump interrumpió o abandonó, se comprometan en la expansión de la OTAN hacia el Este de Europa, en dar protección a sus aliados medioorientales contra supuestas agresiones iraníes, incrementar su presencia militar en el área indopacífica, tratar de obtener la neutralidad de China, mientras la atacan en Tibet y Xinjiang y recuperar la delantera tecnológica en los desarrollos de armas hipersónicas y radares que han perdido ante Rusia.

Quien mucho abarca, poco aprieta, dice el refrán. Como mientras tanto no cesará la resistencia de Donald Trump y sus 71 millones de seguidores, lo más probable es que el poder norteamericano se enrede en una maraña de conflictos mezclados y combinados que terminarán por maniatar su fuerza. El retorno de los muertos vivos hará que en los próximos cuatro años la todavía superpotencia sea muy agresiva. No hay que atacarla, sólo sentarse a esperar que caiga por su propio atolondramiento.

lunes, 16 de noviembre de 2020

En EE.UU. la lucha por el poder recién empieza

 

Trump quiere pasar a la Historia como artífice de la paz

Eduardo J. Vior

Sabiendo que le será muy difícil impedir la toma del gobierno por los globalistas, el presidente está minando el ejecutivo y colocando hitos para mantener su vigencia futura

Por Eduardo J. Vior
Infobaires24
16 de noviembre de 2020

Después de haber concedido este domingo por la mañana que Joe Biden ganó la elección del 3 de noviembre, en un segundo tuit el presidente Donald Trump aseguró que su rival demócrata «sólo ganó a los ojos de los medios falsos», reiterando que no va a darse por vencido en su impugnación de una elección que tachó de «amañada».

En Washington ningún interlocutor serio duda de que el 3 de noviembre se cometió fraude en distintos estados, aunque todos saben que es muy difícil probarlo y, si se pudiera, recién sucedería mucho tiempo después de la asunción de Joe Biden. Previendo que el 19 de enero deba abandonar la Casa Blanca, entonces, Donald Trump está dificultando al máximo el acceso del nuevo equipo y poniendo funcionarios leales en posiciones estratégicas, para dejar testimonio de las políticas que él habría ejecutado, si durante casi cuatro años no lo hubiera saboteado el “Estado profundo”. Entre tanto, libra batalla en cada una de las etapas de la transición.

El pasado lunes 9 el despido del secretario de Defensa, Mark Esper, puso sobre alerta a la plana mayor del Pentágono, que ahora teme que llegue la orden para abandonar inmediatamente Afganistán, Siria e Irak. Por su parte, el saliente enviado especial de EE.UU. para Siria, Jim Jeffrey, confesó el viernes 13 en una entrevista con Defense One que su equipo ocultó deliberadamente a sus superiores y al presidente Donald Trump el número de soldados estadounidenses estacionados en Siria, dando a entender que en ese país se encuentran muchos más de los 200 efectivos que Trump autorizó a dejar allí en 2019.

Manifestantes trumpistas el sábado 14 en Washington

A confesión de parte, relevo de prueba: el reconocimiento del funcionario de que traicionó a sus jefes, incluido el presidente, confirma por un lado que Donald Trump efectivamente pretendía acabar con las continuas invasiones que Estados Unidos lleva desde 1945 y, por el otro, que los generales y almirantes no piensan abandonar el negocio de la guerra permanente.

No es casual, por lo tanto, que se hayan multiplicado los rumores sobre el remplazo de Gina Haspel al frente de la CIA, a quien los partidarios del presidente acusan de entorpecer la desclasificación de documentos secretos que probarían la obstrucción intencionada de la agencia a la investigación de 2017-18 que debía probar la inocencia del mandatario ante las acusaciones formuladas por los demócratas sobre su supuesta complicidad con agentes rusos para ganar la elección de 2016. Si cae Haspel, debería seguirla su antecesor en el cargo y jefe político, el secretario de Estado Mike Pompeo.

“Durante tres años y nueve meses Trump tuvo que responder a cada maniobra del Estado profundo,” declaró a The Hill Bryan Lanza, un asesor que participó en 2016-17 en el equipo de transición del presidente. “Ahora el mandatario está desatado y es el Estado profundo quien tiene que responder a su avance”, continuó.

“La prioridad de Trump es crear el caos”, evaluó por su parte Dov Zakheim, quien fuera subsecretario de Defensa en el gobierno de George W. Bush. “Cuando cambia el gobierno, se necesita gente del elenco saliente que entregue las oficinas a los entrantes, lo que él trata de impedir. Está causando una disrupción y haciendo muy difícil la transición,” agregó.

La purga en el Pentágono es la más relevante de todas las que el presidente está haciendo. “Si el presidente no consigue sacar ahora las tropas de Afganistán, los movimientos que está haciendo carecerán de sentido”, comentó un dirigente republicano cercano a la Casa Blanca. “Sus seguidores quieren que traiga a las tropas de vuelta a casa y el pueblo está deseoso de que las retire. Si logra sacarlas de ese pantano, pasará a la historia como el hombre que terminó la guerra más larga en la historia de EE.UU.”, completó.

Según Myron Ebell, quien dirigió en 2016-17 el equipo de transición en la Agencia de Protección del Medio Ambiente (EPA, por su sigla en inglés), “gran parte de los errores cometidos por el gobierno de Trump se debió a que el jefe de Estado nunca pudo controlar los nombramientos de personal en la presidencia”. “Los funcionarios de carrera son reacios a la agenda conservadora. Como parte de la misma consistía en reducir la planta de personal y controlar la carrera funcionarial, obviamente la boicotearon”, adicionó.

Kamala Harris, la muy probable vicepresidenta electa de Estados Unidos y verdadera cabeza del poder 

Entre tanto, el presidente va a librar batalla en cada una de las instancias hasta el 20 de enero. Ordenó a sus abogados que presenten demandas por fraude en todos los estados donde la Justicia las admita. Al mismo tiempo va a intentar “doblar” a electores no militantes, para desmontar la mayoría de Biden en el Colegio Electoral. Todavía, el 14 de diciembre, cuando éste se reúna para elegir al presidente, buscará plantear cuestiones de procedimiento para entorpecer el proceso y retrasar la elección. Similares medidas dilatorias va a impulsar el 3 de enero, cuando sesione por primera vez el nuevo Congreso y el 5 de ese mes, cuando Georgia defina en una segunda vuelta los dos senadores que enviará a Washington. Según quien gane allí, los demócratas pueden alcanzar la paridad (49-49) y la vicepresidenta Harris tendrá la decisión o los republicanos cimentarán una mayoría de bloqueo de 50 a 48 escaños. Es también esperable que Donald Trump no acompañe la ceremonia inaugural de la nueva fórmula, para dedicarse desde el primer día de gestión de ésta a organizar la resistencia colorada (por el color identificatorio del Partido Republicano).

En la elección del 3 de noviembre el presidente obtuvo 71 millones de votos, más que ningún otro candidato republicano en la Historia, y esos sufragantes le son leales, aunque los aprovechó mucho su partido avanzando posiciones en la Cámara de Representantes y en numerosos estados, así como reduciendo sus pérdidas en el Senado. Seguramente, buena parte del liderazgo del GOP va a negociar con los demócratas, para poner un coto a la turba trumpista, pero, si marginan al magnate neoyorquino, perderán sus votos. Trump, en cambio, perdiendo ganó. O le conceden el control del Partido Republicano o funda una nueva formación y rompe el duopolio del poder. Es el único dirigente norteamericano que en cualquier momento puede movilizar masas, para forzar decisiones del establishment aun desde afuera del mismo. Es un factor desde hace tiempo ausente de la política norteamericana cuyos efectos todavía se desconocen.

Dos actores más han ganado en la elección, sin candidatearse: Wall Street y el “Estado profundo”. El primero (la banca, los fondos de inversión), porque apostó a ambos partidos y seguirá medrando a costa del trabajo y del capital productivo. El segundo, en tanto, porque aprovecha la polarización de la sociedad estadounidense y la incentiva, para seguir haciendo política, sin que nadie lo controle.

La brecha entre patriotas y globalistas está hoy más abierta que nunca. Joe Biden será el presidente-gerente del aparato militar-industrial-comunicacional y de espionaje. Enfrente se le planta la resistencia racista, xenófoba, homofóbica, chovinista, pero patriota del amplio interior norteamericano. El país está irremisiblemente dividido y el Estado profundo puede verse tentado a iniciar una nueva guerra para justificar una nueva vuelta del torniquete autoritario en lo interno.

Si, por el contrario, el presidente consigue imponer la retirada de las tropas hasta enero, habrá colocado el zócalo de su monumento. La política norteamericana tropezará a cada paso con esa herencia perdurable.

jueves, 12 de noviembre de 2020

Ante el "empate catastrófico" rige el Estado profundo

 

La dictadura y la guerra no son salidas para EE.UU.

La negativa de Trump a aceptar un triunfo demócrata y el “empate catastrófico” entre el ejecutivo y el legislativo inducen al “Estado profundo” a emprender aventuras autoritarias y belicistas

por Eduardo J. Vior
Infobaires24
12 de noviembre de 2020

Eduardo J. Vior

La reticencia del presidente en aceptar los resultados del conteo de votos en varios estados deja a EE.UU. sin gobierno legitimado democráticamente: supuestamente Donald Trump ha perdido la elección del 3 de noviembre y debe entregar el gobierno a Joe Biden el 20 de enero próximo. Habitualmente se forma un equipo mixto entre la administración saliente y la entrante, para coordinar la transición, pero, al no haberse proclamado oficialmente quién será el próximo mandatario, los que están no saben qué va a pasar en dos meses y los que quieren remplazarlos no pueden conocer los expedientes. Aún más, para mostrar que todavía manda y piensa seguir haciéndolo, el jefe de Estado acaba de remplazar a toda la cúpula del Pentágono por funcionarios adictos.

Este relevo ha inducido a los medios demócratas a sospechar públicamente que el líder republicano podría poner en escena una crisis bélica con Irán que justificara su permanencia en el cargo. Sin embargo, parece más bien que es a los demócratas a quienes serviría que los militares emprendan una aventura exterior, para forzar el apoyo del Congreso al gabinete que propondrá Biden. Ante el vacío de gobierno legítimo, el “Estado profundo” está tentado de apretar las clavijas autoritarias en lo interno e iniciar una guerra exterior que le permita imponer sus condiciones y defender sus privilegios más allá de enero. 

Después de que el fiscal general William Barr autorizara el lunes por la noche al Departamento de Justicia a investigar si hubo fraude en las elecciones de este mes, el traspaso del mando entre Donald Trump y Joe Biden quedó en el limbo. Consecuentemente, un vocero de la Administración de Servicios Generales (GSA, por su sigla en inglés) insinuó que no pondría en marcha la transición hasta que no se defina quién gobernará después de enero próximo. Por consiguiente, no pueden entregarse las oficinas ni los fondos para la transición gubernamental. 

Para soslayar la sensación de vacío de poder, Joe Biden ha emprendido un activismo frenético. El lunes designó a un equipo de notables para asesorar a su (supuesto) futuro gobierno en la lucha contra la pandemia de Covid-19 y el martes habló sucesivamente con la canciller alemana Angela Merkel, el presidente francés Emmanuel Macron y el primer ministro británico Boris Johnson y recibió las felicitaciones del mandatario turco, Recep Tayyip Erdogan. 

Proyecciones de los medios en base a resultados oficiales de los diferentes estados (en EE.UU. no existe una autoridad electoral central) muestran que Biden, de 77 años, y su vicepresidenta Kamala Harris, de 55, tienen una ventaja insuperable en los conteos y, aunque la certificación de los resultados finales aún demore semanas, no se esperan cambios en la tendencia. No obstante, los republicanos se quejan por la falta de trasparencia, los errores o el fraude que se habría cometido en Pennsylvania, Wisconsin y Michigan, tres estados en los que Trump tenía la delantera en la noche del día 3 y que luego habrían sido ganados por los demócratas gracias al voto postal que en los dos últimos mencionados habría llegado (dicen que más de cien mil sobres) entre las dos y las cuatro de la madrugada del miércoles 4. En Pennsylvania, en tanto, los abogados de Trump ya habían pedido que se desecharan aquellos votos que el Correo entregara después del día 3 a medianoche. Si bien el tribunal supremo estadual rechazó el amparo, la Corte Suprema federal ordenó que esos sobres se contaran por separado, para decidir más adelante en la cuestión de fondo. 


The New York Times y otros medios demócratas argumentan que Trump habría remplazado a Mark Esper por Christopher Miller en el Departamento de Defensa (DoD, por la sigla en inglés), para escenificar en Irak un atentado de falsa bandera que le permita crear un casus belli con Irán, de modo de justificar su permanencia en el mando. Sin embargo, numerosas veces ha cambiado el gobierno de EE.UU. en épocas de guerra o iniciándolas y nunca se ha alterado el proceso sucesorio. Donald Trump se saca de encima a una conducción militar adversa para aliviar presiones durante una transición problemática.

Quienes sí pueden estar interesados en comenzar ahora una guerra en el exterior (y, consecuentemente, limitar las libertades en lo interno) son los demócratas. Parecería confirmarse que Joe Biden ha derrotado a Donald Trump, pero ha sido incapaz de arrastrar votos para otras candidaturas. Los demócratas solo sumaron un senador más, llegando a 48 y, dependiendo del repechaje en Georgia, quizás alcancen los 49. En este caso, con el voto de la vicepresidenta Harris tendrían la mayoría del pleno. En la Cámara de Representantes los demócratas perdieron seis bancas y los republicanos ganaron ocho. Mantienen allí la mayoría, pero debilitados. Los republicanos tienen seis jueces en la Corte Suprema contra sólo tres de los demócratas. 

Por el contrario, aun perdiendo, Trump ha ganado. No sólo ha cosechado 71 millones de votos (la mejor votación de la historia para un candidato republicano), sino que ha impulsado las candidaturas republicanas al Senado y la Cámara, así como a numerosos legisladores estaduales.

Como en EE.UU. a la cámara alta cabe la confirmación de los miembros del gabinete, Biden deberá negociar la integración de su gobierno con Mitch MacConnell, pero, si le concede demasiado, será atacado por la fortalecida izquierda demócrata. Un eventual gobierno demócrata asumiría en condiciones de “equilibrio catastrófico”: los poderes del Estado pueden trabarse y anularse mutuamente, paralizando el país. En estas circunstancias, iniciar una guerra exterior permitiría a Biden obtener apoyo parlamentario y popular.

La elección agudizó la polarización social y regional del país. Como revela un estudio que acaba de publicar la Brookings Institution, Joe Biden solo venció en 477 de los 3.141 condados (gobiernos subestaduales) de EE.UU., pero esos condados aportan el 70 por ciento del PBN. En tanto, los 2.497 condados que votaron por Trump solo contribuyen con el 29 por ciento del PBN. El cuasi-presidente demócrata sostiene que viene a superar la grieta (sic), pero la polarización del electorado, el oscuro trascurso del escrutinio y el empate entre los poderes del Estado sugieren una profundización de las divisiones ideológicas, culturales, regionales y sociales. En estas condiciones, considerando la fragilidad de Biden, la resistencia de Trump a abandonar el gobierno y el rechazo de los poderes fácticos que lo rodean a toda reforma que disminuya sus privilegios, el riesgo de que el “Estado profundo” intente huir hacia adelante obliga al mundo entero a prestar suma atención a toda amenaza contra la paz, sea donde sea.

viernes, 6 de noviembre de 2020

La división de EE.UU. es un riesgo para la paz mundial

Una elección, una decisión y un conflicto (II)

La elección norteamericana mostró un país fracturado, con un paralizante equilibrio entre ambas facciones y pasible de seguir cualquier aventura guerrera pergeñada por el “Estado profundo”

por Eduardo J. Vior
Infobaires24
6 de noviembre de 2020

Eduardo J. Vior

No sabemos todavía quién será el próximo presidente de los Estados Unidos y probablemente demoremos en tener certeza sobre el resultado de las elecciones que este martes tuvieron su fase presencial (cien millones de votantes habían sufragado ya por correo o anticipadamente y muchos sobres este jueves aún estaban en camino). Sin embargo, sí tenemos otras certezas: en primer lugar, que el país está dividido por la mitad, de un modo profundo y perdurable y que ambas facciones se equilibran y paralizan mutuamente. En segundo lugar, que en tiempos de fractura social y cultural hasta los mejores sondeos electorales fracasan. Tercero, que durante varios años la mayor superpotencia del globo será incapaz de adoptar una iniciativa estratégica duradera. A pesar de las tres certezas, empero, sensatamente hay que temer la tentación de su elite a eludir la resolución de su crisis mediante una guerra exterior.

Ya avanzado el día jueves, la candidatura de Joe Biden iba primera en Nevada y en Arizona, aunque en esta última su ventaja se había reducido en las horas anteriores. Si los demócratas ganan la mayoría en ambos estados, obtendrían en el Colegio Electoral los 270 votos que necesitan para asegurarse la presidencia, pero los triunfos alcanzados el miércoles en Michigan y Wisconsin les permiten también buscar otras combinaciones para alcanzar la anhelada mayoría. Si bien en Georgia todavía iba ganando Trump, su ventaja se había reducido a 18.000 votos y durante el mismo día debían llegar resultados adicionales de Atlanta y sus suburbios donde los demócratas esperaban salir primeros. 

En Pennsylvania, en tanto, el jueves por la mañana Trump mantenía una ventaja de 164.000 votos, pero 24 horas antes la misma ascendía a 600.000 y se especula con que los demócratas se beneficien con el escrutinio del voto postal, ya que por un fallo de la Corte Suprema del estado debe ser escrutado todo sobre que haya sido sellado en el correo hasta el martes 3 a la noche. El Partido Demócrata recomendó especialmente a sus seguidores que votaran por correo, para no arriesgarse a contagios en los locales electorales, por lo que en general se prevé que la inmensa mayoría de esos sobres contengan boletas azules. Obviamente, los republicanos reclamaron contra el fallo judicial y el presidente denunció varias veces que no aceptaría el fraude. Si Biden finalmente vence en Pennsylvania, los 20 votos electorales que conquistaría bastarían para darle los 270 que necesita para ser elegido presidente, aun sin necesidad de vencer en otros estados. 

Mientras tanto crecen en todo el país las manifestaciones que reclaman que se cuenten todos los votos, es decir, que no se interrumpa el escrutinio. El miércoles por la noche se reportaron protestas en Minneapolis, Portland, Oregon, New York, Phoenix y otras ciudades y para el jueves había muchas otras ya convocadas.


Los abogados de la campaña de Trump, en tanto, han demandado la revisión de los escrutinios en Michigan, Wisconsin y Georgia y anunciado que, si el voto postal revierte el resultado en Pennsylvania, impugnarán allí la elección.

¿Puede intervenir la Corte Suprema, como sostiene el presidente? Al igual que en Argentina, la Corte Suprema de Estados Unidos decide sobre demandas concretas, aunque sus fallos (a diferencia de nuestro país) sean vinculantes. El mes pasado se rehusó a aplicar un per saltum en la demanda republicana por la decisión arriba mencionada de la Corte de Pennsylvania, pero tres jueces avisaron que podrían tomar el caso, si las circunstancias lo hicieran necesario. Si así fuera, y la Corte fallara a favor de la demanda republicana, ese estado debería repetir la elección y el Colegio Electoral no se podría reunir como está previsto el 14 de diciembre, para consagrar a la fórmula ganadora,.

No obstante, no está claro en qué medida la mayoría del Partido Republicano (GOP, por su sigla en inglés) está dispuesta a seguir al presidente en la batalla legal. El GOP ha defendido exitosamente su posición en el Senado, impedido que los demócratas aumenten su mayoría en la cámara baja, tiene seis de nueve jueces de la Corte Suprema y ha conquistado la mayoría de las gobernaciones estaduales en juego. ¿Vale la pena paralizar el país para defender al jefe derrotado? ¿O hay algún motivo de fondo aún más potente?

Las elecciones han agravado la crisis del régimen político. Por primera vez desde la votación de 1860 vuelven a enfrentarse el campo republicano y patriótico, que afirma la soberanía del Estado sobre toda reivindicación particular, y el demócrata, que prioriza las demandas de grupos y estados sobre las necesidades de la Unión. Claro que, a diferencia de entonces, el complejo militar-industrial-mediático-tecnológico y de inteligencia tiene ahora patas en ambos campos. Por ello la lucha por el poder es al mismo tiempo tan aguda y tan confusa. 

Desde los años 30 del siglo pasado las encuestas electorales fueron adquiriendo una importancia enorme en el sistema político norteamericano. Cuanto más se difuminaban los perfiles partidarios por la falta de alternativas, más relevante se hacía afinar la puntería, para ajustar la oferta electoral a los gustos y disgustos de cada pequeño grupo de votantes. Por el contrario, cuando las diferencias entre las coaliciones sociales opuestas se agudizaron, las encuestas fallaron. Aunque después de los enormes errores de cálculo de 2016 las empresas de sondeos electorales redujeron sensiblemente la escala de medición, para poder registrar más detalladamente las alteraciones en la conducta de los votantes, esta vez han vuelto a equivocarse, al menos en Florida, Georgia, Carolina del Norte y Ohio. A priori, puede afirmarse que las encuestas electorales funcionan, cuando existe una base de creencias y supuestos compartidos que permiten preguntar sobre distintas expectativas y decisiones alternativas. Por el contrario, si ese consenso se ha roto, hay que rediseñar completamente las encuestas.

En el momento de cerrar esta columna es difícil prever en qué medida el escrutinio de los votos postales va a alterar los resultados ya conocidos y qué consecuencias tendrán las impugnaciones presentadas por los republicanos. Tampoco puede anticiparse, si en algún momento de la batalla legal intervendrá la Corte Suprema. De todos modos, aun si Biden gana la presidencia, teniendo el Senado en contra y la máxima instancia de la Justicia en una actitud obstruccionista, tendrá enormes dificultades para llevar adelante cualquier programa reformista (si lo tuviera). Los Estados Unidos están paralizados y son incapaces de superar su crisis, hasta tanto uno de los partidos venza al otro o ambos depongan las armas. Como modo de huir a la parálisis, probablemente el “Estado profundo” se vea tentado a iniciar una o más guerras, para despertar el sentimiento patriótico y entronizar una dictadura burocrática. Ahí se verá si visiones enfrentadas se someten a la demagogia patriotera. Si así fuera, todo el planeta se va a derrumbar junto con el monstruo.

martes, 3 de noviembre de 2020

Xi Jinping llama a China a basarse en las propias fuerzas

 

Una elección, una decisión y un conflicto (I)

Eduardo J. Vior

El mundo está pendiente de la elección presidencial en EE.UU., pero las decisiones adoptadas por el PC Chino la semana pasada tienen tanto o mayor peso para el futuro común de la humanidad

Por Eduardo J. Vior
Infobaires24
3 de noviembre de 2020

Indudablemente, el resultado de la competencia por la Casa Blanca decidirá sobre el modo y los tiempos de la decadencia de la mayor superpotencia y merece un análisis pormenorizado. Sin embargo, como las noticias sobre los dimes y diretes entre Donald Trump y Joe Biden han acaparado las primeras planas de todos los medios, la opinión pública internacional ha perdido de vista la información sobre las trascendentales resoluciones que ha tomado la reunión del Comité Central (CC) del Partido Comunista de China (PCCh) que se reunió en Beijing entre el lunes 26 y el jueves 29 de octubre pasados. Sus decisiones dan cuenta de la gravedad de la situación mundial y tienen implicaciones aun para escenarios geográficamente muy alejados de Asia Oriental. Por su relevancia, excepcionalmente, Infobaires24 ha desdoblado la columna semanal sobre política mundial y hoy informa sobre China.

Al concluir la Quinta Sesión plenaria del 19º Comité Central (elegido en el Congreso del PCCh celebrado en octubre de 2018), se emitió un comunicado que fija los objetivos del 14º Plan Quinquenal 2021-25 y la visión a mediano plazo, para llevar a cabo la “modernización socialista” hasta 2035. Ambos planes parten declaradamente de la lucha contra la pandemia de coronavirus y de la resistencia a las sanciones impuestas por Estados Unidos. A ambos desafíos China respondió exitosamente. No solo pudo superar rápidamente la pandemia con un mínimo de contagios y de muertes, sino que a partir del tercer trimestre retomó el crecimiento económico y se estima que terminará el año con una tasa de incremento del PBI del 1,9%. Es lógico, entonces, que el liderazgo del país festeje ambos logros como prueba de la capacidad de adaptación que tiene el modelo chino.

 

Los 198 miembros permanentes y 126 alternos del Comité Central que se reunieron en Beijing aprobaron el Plan Quinquenal y la perspectiva de desarrollo a mediano plazo que serán presentados en marzo a la reunión de primavera del Congreso Nacional del Pueblo, el máximo órgano legislativo del país. ¿Por qué una perspectiva a quince años? Porque en 2035 la potencia oriental habrá recorrido la mitad del camino hacia 2049, cuando se cumplan los 100 años de la República Popular y haya alcanzado el estatuto de “nación socialista desarrollada”. 

Este año termina el 13º Plan Quinquenal y se espera que el PBI supere los 15 billones de dólares (aproximadamente 35 veces el PBI argentino). Al haber sacado de la pobreza extrema a casi 56 millones de pobladores rurales en los últimos cinco años, el país cumplió con un decenio de antelación la meta fijada para 2030 en la Agenda de Desarrollo Sostenible de la ONU. Si el 13º Plan realizó la transición del “crecimiento de alta velocidad” al “crecimiento de alta calidad”, el 14º debe asegurar, en palabras de Xi Jinping, la “doble circulación”, para que las relaciones económicas externas y la economía interna se retroalimenten recíprocamente. 

El corte de las cadenas de suministro al comienzo de la pandemia y las sanciones norteamericanas enseñaron a los líderes chinos que deben asegurar dentro del país la realización del ciclo productivo de los principales sectores económicos. Por esta razón el 14º Plan se propone cerrar el ciclo de las biotecnologías, asegurar localmente la producción de semiconductores, el desarrollo de los grandes bancos de datos, la robótica y las telecomunicaciones, así como el pasaje de las energías fósiles a las renovables y disminuir la brecha de ingresos entre los sectores urbanos y los rurales.

Como un modo de subrayar la transición de un crecimiento cuantitativo a uno cualitativo, el comunicado publicado tras el pleno del CC no menciona metas numéricas para el 14º Plan Quinquenal. Por el contrario, junto a los objetivos materiales el texto pone el acento en la “felicidad del pueblo”, que para la mayoría de la población significa disminuir las desigualdades y alcanzar un desarrollo inclusivo, sobre todo difundiendo el acceso a servicios públicos de calidad. 


El pasado 8 de abril un tren de carga que se dirigía a Barcelona esperaba su partida en la estación de Xi’an, en la provincia de Shaanxi, en el noroeste de China. (Xinhua/Li Yibo)

La mayor parte de la sociedad china está convencida de que la presidencia de Donald Trump ha paralizado a largo plazo las relaciones sino-norteamericanas. En las redes chinas Trump tiene el apelativo «Chuan Jianguo», que literalmente quiere decir «Trump construye China». Si bien la ironía tiene el trasfondo desesperanzador de que China ya no podrá contar en el futuro con la cooperación norteamericana, tiene un núcleo de verdad: las sanciones estadounidenses obligaron a la potencia asiática a cerrar los circuitos de producción, distribución y consumo dentro del propio país o, al menos, dentro del propio espacio económico euroasiático.

La certeza de que los Estados Unidos nunca van a admitir la independencia y el desarrollo de China no sólo obliga a ésta a sostenerse en su propio esfuerzo, sino que la fuerza a incrementar drásticamente su esfuerzo para la defensa nacional. Así, junto al Plan Quinquenal se anunció que para 2027, cuando se cumplan los 100 años de la fundación del Ejército Popular de Liberación (ELP), China va a modernizar radicalmente sus fuerzas armadas, mecanizando, automatizando, aplicando la inteligencia artificial y preparándose para defenderse a la vez en el Himalaya, en el Mar Meridional y en el Mar Amarillo, mientras protege la Nueva Ruta de la Seda y la Franja y sus rutas mundiales de abastecimiento. Claro que alcanzar este objetivo va a implicar duplicar el gasto actual en Defensa (el 1,3% del PBI) y llevarlo a la media mundial de 2,6%. 

Las relaciones internacionales están entrando en un período peligroso. Estados Unidos no va a admitir su decadencia ni a ceder sin pelear el primer puesto mundial. La única diferencia entre futuros gobiernos de Trump o Biden puede residir en los blancos que ataquen o en los tiempos de su agresión. La decisión china de basarse casi exclusivamente en las propias fuerzas deviene de una apreciación descarnada de la realidad y va a provocar un cierre hacia afuera del espacio euroasiático que Beijing y Moscú vienen construyendo. También los socios más importantes de China en otros continentes sufrirán la presión para optar entre uno y otro bloque.

Probablemente este martes 3 no sepamos si Donald Trump mantendrá la Presidencia de los Estados Unidos o si lo remplazará Joe Biden, pero sí sabemos que el mundo se adentra en un período de máxima tensión que nos involucra a todos. Basarse en las propias fuerzas no es una consigna exclusivamente china.