Una elección, una decisión y un conflicto (II)
La elección norteamericana mostró un país fracturado, con un paralizante equilibrio entre ambas facciones y pasible de seguir cualquier aventura guerrera pergeñada por el “Estado profundo”
por Eduardo J. Vior
Infobaires24
6 de noviembre de 2020
No sabemos todavía quién será el próximo presidente de los Estados Unidos y probablemente demoremos en tener certeza sobre el resultado de las elecciones que este martes tuvieron su fase presencial (cien millones de votantes habían sufragado ya por correo o anticipadamente y muchos sobres este jueves aún estaban en camino). Sin embargo, sí tenemos otras certezas: en primer lugar, que el país está dividido por la mitad, de un modo profundo y perdurable y que ambas facciones se equilibran y paralizan mutuamente. En segundo lugar, que en tiempos de fractura social y cultural hasta los mejores sondeos electorales fracasan. Tercero, que durante varios años la mayor superpotencia del globo será incapaz de adoptar una iniciativa estratégica duradera. A pesar de las tres certezas, empero, sensatamente hay que temer la tentación de su elite a eludir la resolución de su crisis mediante una guerra exterior.
Ya avanzado el día jueves, la candidatura de Joe Biden iba primera en Nevada y en Arizona, aunque en esta última su ventaja se había reducido en las horas anteriores. Si los demócratas ganan la mayoría en ambos estados, obtendrían en el Colegio Electoral los 270 votos que necesitan para asegurarse la presidencia, pero los triunfos alcanzados el miércoles en Michigan y Wisconsin les permiten también buscar otras combinaciones para alcanzar la anhelada mayoría. Si bien en Georgia todavía iba ganando Trump, su ventaja se había reducido a 18.000 votos y durante el mismo día debían llegar resultados adicionales de Atlanta y sus suburbios donde los demócratas esperaban salir primeros.
En Pennsylvania, en tanto, el jueves por la mañana Trump mantenía una ventaja de 164.000 votos, pero 24 horas antes la misma ascendía a 600.000 y se especula con que los demócratas se beneficien con el escrutinio del voto postal, ya que por un fallo de la Corte Suprema del estado debe ser escrutado todo sobre que haya sido sellado en el correo hasta el martes 3 a la noche. El Partido Demócrata recomendó especialmente a sus seguidores que votaran por correo, para no arriesgarse a contagios en los locales electorales, por lo que en general se prevé que la inmensa mayoría de esos sobres contengan boletas azules. Obviamente, los republicanos reclamaron contra el fallo judicial y el presidente denunció varias veces que no aceptaría el fraude. Si Biden finalmente vence en Pennsylvania, los 20 votos electorales que conquistaría bastarían para darle los 270 que necesita para ser elegido presidente, aun sin necesidad de vencer en otros estados.
Mientras tanto crecen en todo el país las manifestaciones que reclaman que se cuenten todos los votos, es decir, que no se interrumpa el escrutinio. El miércoles por la noche se reportaron protestas en Minneapolis, Portland, Oregon, New York, Phoenix y otras ciudades y para el jueves había muchas otras ya convocadas.
Los abogados de la campaña de Trump, en tanto, han demandado la revisión de los escrutinios en Michigan, Wisconsin y Georgia y anunciado que, si el voto postal revierte el resultado en Pennsylvania, impugnarán allí la elección.
¿Puede intervenir la Corte Suprema, como sostiene el presidente? Al igual que en Argentina, la Corte Suprema de Estados Unidos decide sobre demandas concretas, aunque sus fallos (a diferencia de nuestro país) sean vinculantes. El mes pasado se rehusó a aplicar un per saltum en la demanda republicana por la decisión arriba mencionada de la Corte de Pennsylvania, pero tres jueces avisaron que podrían tomar el caso, si las circunstancias lo hicieran necesario. Si así fuera, y la Corte fallara a favor de la demanda republicana, ese estado debería repetir la elección y el Colegio Electoral no se podría reunir como está previsto el 14 de diciembre, para consagrar a la fórmula ganadora,.
No obstante, no está claro en qué medida la mayoría del Partido Republicano (GOP, por su sigla en inglés) está dispuesta a seguir al presidente en la batalla legal. El GOP ha defendido exitosamente su posición en el Senado, impedido que los demócratas aumenten su mayoría en la cámara baja, tiene seis de nueve jueces de la Corte Suprema y ha conquistado la mayoría de las gobernaciones estaduales en juego. ¿Vale la pena paralizar el país para defender al jefe derrotado? ¿O hay algún motivo de fondo aún más potente?
Las elecciones han agravado la crisis del régimen político. Por primera vez desde la votación de 1860 vuelven a enfrentarse el campo republicano y patriótico, que afirma la soberanía del Estado sobre toda reivindicación particular, y el demócrata, que prioriza las demandas de grupos y estados sobre las necesidades de la Unión. Claro que, a diferencia de entonces, el complejo militar-industrial-mediático-tecnológico y de inteligencia tiene ahora patas en ambos campos. Por ello la lucha por el poder es al mismo tiempo tan aguda y tan confusa.
Desde los años 30 del siglo pasado las encuestas electorales fueron adquiriendo una importancia enorme en el sistema político norteamericano. Cuanto más se difuminaban los perfiles partidarios por la falta de alternativas, más relevante se hacía afinar la puntería, para ajustar la oferta electoral a los gustos y disgustos de cada pequeño grupo de votantes. Por el contrario, cuando las diferencias entre las coaliciones sociales opuestas se agudizaron, las encuestas fallaron. Aunque después de los enormes errores de cálculo de 2016 las empresas de sondeos electorales redujeron sensiblemente la escala de medición, para poder registrar más detalladamente las alteraciones en la conducta de los votantes, esta vez han vuelto a equivocarse, al menos en Florida, Georgia, Carolina del Norte y Ohio. A priori, puede afirmarse que las encuestas electorales funcionan, cuando existe una base de creencias y supuestos compartidos que permiten preguntar sobre distintas expectativas y decisiones alternativas. Por el contrario, si ese consenso se ha roto, hay que rediseñar completamente las encuestas.
En el momento de cerrar esta columna es difícil prever en qué medida el escrutinio de los votos postales va a alterar los resultados ya conocidos y qué consecuencias tendrán las impugnaciones presentadas por los republicanos. Tampoco puede anticiparse, si en algún momento de la batalla legal intervendrá la Corte Suprema. De todos modos, aun si Biden gana la presidencia, teniendo el Senado en contra y la máxima instancia de la Justicia en una actitud obstruccionista, tendrá enormes dificultades para llevar adelante cualquier programa reformista (si lo tuviera). Los Estados Unidos están paralizados y son incapaces de superar su crisis, hasta tanto uno de los partidos venza al otro o ambos depongan las armas. Como modo de huir a la parálisis, probablemente el “Estado profundo” se vea tentado a iniciar una o más guerras, para despertar el sentimiento patriótico y entronizar una dictadura burocrática. Ahí se verá si visiones enfrentadas se someten a la demagogia patriotera. Si así fuera, todo el planeta se va a derrumbar junto con el monstruo.
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Eduardo J. Vior