miércoles, 28 de abril de 2021

Biden enfrenta la crisis pasada y quiere evitar la futura

 

Entre crisis y crisis

Eduardo J. Vior

El gobierno de Joe Biden celebra sus primeros 100 días con un fervoroso activismo para superar la crisis del régimen político y evitar el próximo cimbronazo que ya se insinúa.

por Eduardo J. Vior
Infobaires24
28 de abril de 2021

Cuando este miércoles 28 el presidente norteamericano Joseph “Joe” Biden celebre sus primeros cien días en el gobierno, presentará un balance desparejo, pero habrá que reconocerle que impuso un ritmo frenético a la ferruginosa maquinaria del Estado. Es que las caóticas semanas que mediaron entre la elección presidencial de noviembre y la asunción del mando el pasado 20 de enero pusieron al descubierto una gigantesca crisis de gobernanza. Al mismo tiempo, la sensación de endeblez que trasmite el nuevo presidente induce a prever que no terminará su mandato y que el país se encamina hacia una nueva crisis, esta vez por su sucesión. Para aventar esta sensación, sus técnicos procuran dar una imagen de eficiencia, pero las resistencias internas y las barreras externas son reales y el gobierno demócrata puede darse de bruces contra unas y otras.

Se espera que, cuando Biden hable hoy ante el Congreso, no se limite a defender políticas específicas, sino que abogue en general por un gobierno más intervencionista. Aprovecha para ello la crisis impuesta por el COVID-19, pero también el hecho de que la población exige soluciones a problemas largamente pendientes. Hay algunas encuestas que respaldan esta visión. El propio presidente está subiendo en la aprobación pública, especialmente en relación con su gestión de la pandemia. Su logro legislativo más destacado hasta ahora fue su paquete de ayuda para superar las consecuencias de la pandemia de COVID-19 por 1,9 billones de dólares. También ha impulsado un programa inicial de infraestructuras por valor de 2,3 billones. Se espera también que esta noche Biden defienda otra avalancha de gastos, esta vez en infraestructuras sociales. La propuesta se sufragaría principalmente con el aumento de los impuestos a los más altos ingresos.

Los republicanos han criticado todos estos programas, argumentando que son propuestas que buscan colar en la legislación el estatismo demócrata, pero el presidente, por el contrario, cree que el peligro político reside en hacer demasiado poco, no demasiado. En una encuesta de NBC News publicada el domingo se pidió a los entrevistados que eligieran entre la afirmación «el gobierno debería hacer más para resolver los problemas y ayudar a satisfacer las necesidades de la gente» o «el gobierno está haciendo demasiadas cosas que es mejor dejar a las empresas y a los individuos» y el 55% optó por la primera, en tanto sólo el 41% se inclinó por la segunda. En un nuevo sondeo, esta vez del Washington Post/ABC News, difundido también el domingo, Biden obtuvo la aprobación del 52 por ciento de los adultos por su desempeño en general y del 64 por ciento por su gestión de la pandemia. Sin embargo, el relevamiento del Post muestra que el 53% de los estadounidenses expresan algún nivel de preocupación por que Biden aumente excesivamente el peso del gobierno. Este resultado puede ser una advertencia para que los progresistas no se entusiasmen demasiado. Cuando en EE.UU. el tamaño y el alcance del gobierno se convierten en un problema público, la resistencia a la suba de los impuestos domina el orden del día.

Significativamente, un estudio de Fox News, dado a conocer el mismo domingo, preguntaba a los encuestados si preferirían «pagar más impuestos para mantener un gobierno más grande que proporcione más servicios» o «pagar menos impuestos y tener un gobierno más pequeño que proporcione menos servicios». Enunciado de esta manera, el lado del gobierno pequeño ganó una victoria decisiva: 56% a 36%.

Manifestación en apoyo a los inmigrantes en la frontera con México

El balance del gobierno de Biden muestra numerosos claroscuros. En la política interna su principal problema está en la cuestión migratoria. En su programa electoral prometió elevar a 125.000 el tope de refugiados que se aceptarían por año, frente a los 15.000 que fijó el presidente Donald Trump. Sin embargo, la Casa Blanca dijo primero que mantendría el tope de 15.000 de Trump debido a «preocupaciones humanitarias», tras enfrentarse a la reacción de los demócratas aceptó aumentar el límite, pero lo más probable es que este año no admitan más de 15.000.

Al abandonarse los acuerdos con México, para que este país actuara como “tercer país seguro” y controlara los flujos que llegan del Triángulo Norte de América Central (Guatemala, Honduras y El Salvador), se produjo un súbito incremento de los contingentes que llegaron a la frontera. La encargada del gobierno para la recepción de esos inmigrantes, la veterana política demócrata Roberta Jacobson, fracasó en su intento por contenerlos y fue desplazada. La manzana envenenada le tocó entonces a la Vicepresidenta Kamala Harris, pero ella se desentendió diciendo que le habían encargado las relaciones con el Triángulo Norte y no la frontera. En los tres países la presidenta in pectore ha pergeñado la intervención de fundaciones privadas (la de George Soros, la Rockefeller y la Ford), para que ayuden a la reconstrucción tras los huracanes que devastaron la región y creen empleos que permitan retener aunque sea a una parte de los emigrantes. Mientras tanto, en la frontera la herida sigue abierta.

El gobierno tampoco ha podido avanzar en la reforma de las policías y la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por su nombre en inglés) ha reclamado un fallo de la Corte Suprema para convalidar la libre tenencia y portación de armas.

No obstante, debe reconocerse al gobierno de Biden su éxito en la vacunación contra el Covid-19: había prometido aplicar 100 millones de vacunas antes de que finalicen sus primeros 100 días y ya ha llegado a las 140 millones. Sin embargo, una parte importante de la población es reticente a vacunarse y en los depósitos se han acumulado muchas vacunas sin destinatario, de modo que crece el reclamo público para que EE.UU. entregue sus antivirales sobrantes al mecanismo COVAX o simplemente las done a países necesitados como India.

Además, EE.UU. ha reingresado al acuerdo climático de París y ha reunido la semana pasada una cumbre mundial sobre el clima. Sin embargo, el cambio de la matriz energética impulsado por el gobierno demócrata tiene dos lados oscuros: por un lado beneficia unilateralmente a algunas pocas empresas productoras de energía eólica, mientras perjudica a la cuenca del petróleo de esquistos del Medio Oeste. Para paliar este daño, presiona a Alemania, para que no termine de construir el gasoducto Nord Stream 2 a través del Báltico, que le permitiría abastecerse con gas barato de Rusia, y compre el gas natural licuado norteamericano que llega a Europa a través de las terminales construidas en Irlanda, Francia e Inglaterra.

La decisión de Donald Trump de retirar todas las tropas de Afganistán no dejó otra alternativa a Biden que aceptarla

Donald Trump había convenido con los talibanes el retiro del último contingente estadounidense de Afganistán hasta el próximo 1º de mayo. El gabinete de Biden titubeó, pero finalmente, el miércoles pasado el presidente confirmó que saldrían del país asiático hasta el 1º de septiembre. Su secretario de Estado Antony Blinken también anunció que cesaría el apoyo para la coalición saudita-emiratí que desde hace seis años azota Yemen, pero todavía no hay signos visibles de este giro político.

En su política de derechos humanos el gobierno de Biden es tan poco creíble como el de Obama. El presidente ha planteado al presidente chino, Xi Jinping, su preocupación por Hong Kong, la situación de los uigures en Xinjiang, y las tensiones con Taiwán. En repetidas ocasiones ha denunciado el encarcelamiento del estafador ruso Alexei Navalny, pero se negó a responsabilizar al príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohammed bin Salman, por el asesinato de Jamal Jashogui y sigue tolerando el terrorismo de estado en Colombia.

El peor error de su política exterior ha sido tratar de amenazar a Rusia y China ignorando el poder que ambas potencias han adquirido y la solidez de la alianza estratégica ente ellas.

Sólo lentamente los norteamericanos van aprendiendo que tampoco con Irán pueden adoptar un lenguaje arrogante. Desde que EE.UU. salió del Acuerdo Nuclear en 2018, la República Islámica ha continuado su programa nuclear y desarrollado con tecnología propia un potencial tal de ofensiva con drones que ha eliminado la supremacía aérea que EE.UU. e Israel tenían en Oriente Medio. En Viena se están llevando a cabo conversaciones indirectas entre representantes iraníes y estadounidenses a través de otros signatarios del acuerdo de 2015, pero Teherán se ha negado hasta ahora a cumplir el antiguo acuerdo sin un alivio de las sanciones y recientemente ha comenzado a enriquecer uranio hasta su máxima pureza. A Washington no le queda más remedio que comenzar a levantar sanciones, pero carece de garantías iraníes y debe prestar atención a las críticas en el frente interno.

Para culminar los 100 días, el fin de semana pasado el presidente Biden calificó como “genocidio” la masacre a los armenios cometida por el Imperio Otomano en 1915. Si bien la declaración le ganó el apoyo de la minoría armenia en EE.UU., le acarreó un fuerte rechazo del gobierno turco que puede conducir a nuevos roces diplomáticos.

El esfuerzo del presidente Joe Biden y sus equipos técnicos y políticos por demostrar eficiencia es demasiado notorio. Tratan de devolver el mundo y el país a la situación de 2016, buscando obviar el tiempo de Donald Trump, como si hubiera sido sólo un pequeño traspié. No miden la profundidad de la grieta sociocultural que divide la sociedad norteamericana, manipulada por el uno por ciento más rico para separar a pobres de pobres, y no se atreven a las reformas profundas que requiere su superación. En el plano internacional, en tanto, Rusia, China e Irán han tejido en los últimos cuatro años una sólida alianza estratégica que Estados Unidos no puede romper ni doblegar. Producto de su debilitamiento, la superpotencia tampoco puede competir con las ofertas que el bloque euroasiático hace a los demás países del Sur Global. Se nota mucho en la competencia por las vacunas durante la actual pandemia.

Si a esta paridad estratégica y fractura interna se suma la débil salud del presidente, que probablemente no termine el mandato, asoma en el horizonte la sombra de una crisis sucesoria. Si el presidente se muestra incapaz de ejercer el cargo y el poder establecido se niega a aceptar a Harris, ante la vejez de la presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi (81 años) es altamente posible que la Corte Suprema (donde seis de los nueve jueces son conservadores) tome las riendas en sus manos. El gobierno de Joe Biden surgió de una profunda crisis de gobernanza y se dirige hacia otra. ¿Le bastará con su activismo para evitarla?

miércoles, 21 de abril de 2021

Todas las porvocaciones de EE.UU. y GB terminan mal

 

Novedades del frente occidental

Eduardo J. Vior

La nueva Guerra Fría 2.0 delimitó una frontera entre bloques que circunda Eurasia, pero los cambios recientes en Ucrania y Medio Oriente han debilitado a los atlantistas

por Eduardo J. Vior
Infobaires24
21 de abril de 2021

Cuando Erich-Maria Remarque en 1928 publicó su novela antibélica “Sin novedad en el frente occidental” (en castellano sólo traducida como “Sin novedad en el frente”) apostrofó, desde su experiencia como joven soldado en las trincheras entre 1914 y 1918, el sinsentido de una guerra de posiciones entre Alemania de un lado, Francia e Inglaterra del otro en la que las tropas de ambos lado morían por millones sin que el frente se moviera. El libro describió subjetivamente un equilibrio catastrófico en el que los contendientes se deciman sin obtener ventajas.

Éste no parece ser el caso del frente occidental en la Guerra Fría 2.0. Desde Ucrania hasta Irán cada provocación de la alianza occidental revierte como un búmerang en un avance del bloque euroasiático. Parece que esta guerra se va a caracterizar por movimientos intensos.

Irán, esa potencia

Contra lo que esperaba el gobierno de Joe Biden, en la reunión de Viena de los países firmantes del Acuerdo Comprensivo Nuclear de 2015 (Rusia, China, Francia, Gran Bretaña y Alemania, por un lado, Irán por el otro) la República Islámica mordió con dientes afilados. No sólo rechazó que el enviado de EE.UU. se sumara a la reunión, dado que ese país desde 2018 ya no integra el acuerdo, sino que aprovechó el sabotaje israelí contra la planta de enriquecimiento de uranio en Natanz para atacar al Estado sionista y a todos sus aliados. Además, informó en la mesa de negociaciones que ha comenzado a enriquecer uranio hasta el 60% y que sus centrifugadoras IR9 pueden producir 9 gramos de uranio enriquecido por hora, aunque pronto bajará la producción a 5 gramos por hora.

Planta de enriquecimiento de uranio en Natanz, Irán

Esta actitud ofensiva de la delegación iraní desorientó al primer ministro israelí Benyamin Netanyahu, quien, después del ataque a la planta nuclear creía controlar la situación. Por el contrario, ahora comprueba que ha favorecido la reacción de Irán y éste ha mejorado mucho su posición negociadora. Los servicios de inteligencia estadounidenses estimaban erróneamente que Teherán necesitaría nueve meses para restablecer la producción de Natanz y que, por lo tanto, no había prisa para levantar las sanciones. Por el contrario, la República Islámica tardó sólo nueve horas en cambiar la vieja centrifugadora IR1 por una más avanzada, la IR6, que puede separar isótopos aún más rápidamente. Así reanudó rápidamente la producción para el estupor de sus adversarios.

El primer ministro Netanyahu creyó asimismo que la falta de respuesta iraní a sus múltiples ataques contra objetivos de ese país en Siria le permitía actuar de la misma manera en el Estrecho de Ormuz y el Mar Rojo. Llegó incluso hasta a romper la tradición israelí de negar la responsabilidad por los sabotajes realizados por el Mossad en el extranjero. Para su asombro, empero, Irán lo sorprendió atacando en el Mar Rojo un barco israelí con un cohete lanzado desde un dron. El ataque demostró a la vez la capacidad de la inteligencia iraní, que había seguido estrechamente el barco, hasta que la armada de la Guardia Revolucionaria Iraní (IRGC) lo alcanzó.

El primer ministro de Israel, Benyamin Netanyahu, pasa revista las tropas de la FDI

En los últimos diez años, el primer ministro Netanyahu y sus asesores militares estimaron correctamente que la guerra en Siria era una oportunidad para destruir la capacidad del ejército sirio para atacarlos. Además, como Rusia quería evitar a toda costa otro frente entre Siria e Israel, ofreció al presidente Bashar al-Assad cantidades ilimitadas de cohetes de interceptación. De ese modo Siria se abstuvo de entrar por ahora en guerra con Israel. Por la misma razón el presidente sirio rechazó la presión iraní para que disuadiera a Israel (como lo hace Hizbolá desde Líbano) bombardeando objetivos de ese país con sus reservas de proyectiles iraníes.

En cambio, Netanyahu y su equipo se equivocaron, cuando pensaron que Irán dejaría de tomar represalias por los asesinatos, sabotajes y ataques israelíes contra los barcos iraníes. Teherán ya había cambiado su estrategia, cuando derribó el más caro de los aviones estadounidenses no tripulados y bombardeó la mayor base militar estadounidense en Irak, Ayn al-Assad. Aprovechó entonces, cuando Israel difundió su autoría del sabotaje en Natanz y el ataque contra el barco persa en el Mar Rojo. Gracias a su medida reacción la República Islámica pudo imponer en Viena sus condiciones, exigiendo el inmediato levantamiento de todas las sanciones. El líder supremo, Alí Jamenei, dio instrucciones a sus enviados, para que no hagan gestos de buena voluntad ni sean concesivos con las disputas que el presidente estadounidense mantiene dentro de su propio gobierno. La pelota está en el campo norteamericano y Biden debe responder ya. Esta vez Netanyahu está en un rincón, lamiéndose las heridas y mirando las negociaciones por TV.

Ucrania, esa entelequia

Las tropas todavía no regresaron a sus cuarteles, pero el peligro más agudo de guerra en la frontera ruso-ucraniana ha pasado … por ahora. Hoy todos dicen que nadie quería el choque, pero durante semanas olió a pólvora entre el Dniéper y el Don. Esta pausa es buena para sacar conclusiones.

Siete años después del golpe de estado de febrero de 2014 el PBI de Ucrania todavía está un 20% por debajo del que había entonces. El país está profundamente fragmentado entre bandas, mafias, intereses regionales y sectoriales. Se ha convertido en un protectorado occidental, pero sus probabilidades de ser admitido en la OTAN o en la UE son nulas. En sus dos años de gobierno el presidente Volodymyr Zelensky y su partido El Siervo del Pueblo han dilapidado su popularidad. La presión conjugada de la minoría rusohablante del este y de los neonazis del oeste del país ha triturado al partido.

Desde que Rusia reaccionó al golpe de estado reincorporando la península de Crimea y los distritos mineros e industriales de la Cuenca del Don se alzaron para protegerse contra un genocidio inminente, Occidente quedó choqueado. Nunca se había imaginado la potencia del patriotismo ruso cuando se siente amenazado. Todavía no lo entiende. Entre tanto, la falta de diálogo ha alejado cada vez más a las repúblicas populares de Donetsk y Luhansk de la lejana Kiev. Todo su comercio se dirige hacia Rusia y se estima que 600 mil de sus 3,6 millones de habitantes han recibido el pasaporte ruso, aunque Moscú ha dejado bien claro que no va a incorporar dichas regiones autónomas. Por lo tanto, es su responsabilidad arreglar su relación con Ucrania.

 Sir Stuart Peach, Comandante de la Royal Air Force, Jefe del Comité Militar de la OTAN

El último episodio comenzó el 12 de febrero pasado, cuando en una visita al este de Ucrania el mariscal británico Sir Stuart Peach, Jefe del Comité Militar de la OTAN, reclamó a Rusia que deje de apoyar a los autonomistas de Donetsk y Luhansk. Rápido y fiel, Zelensky cerró los canales de TV en ruso y acusó a sus empresarios de “traición a la Patria”. Acto seguido, sin respetar Constitución ni leyes, convirtió el Consejo de Defensa Nacional en máxima institución del Estado y  movilizó hacia el este tropas y el abundante arsenal recibido de EE.UU. Sabe que Ucrania no puede enfrentarse a Rusia, pero sí provocarla para que ésta reaccione y los aliados occidentales se inmiscuyan en una guerra mayor. Con esta maniobra, de neto corte británico, la OTAN esperaba romper definitivamente el diálogo entre Rusia y las potencias occidentales, especialmente Alemania y Francia. El objetivo central que está detrás es evitar la colocación de los 25 km faltantes del gasoducto báltico North Stream II, para mantener en pie la ambición ucraniana de monopolizar los ductos que desde el Mar Caspio pasan por su territorio llevando el fluido hacia Occidente.

Aunque para el Kremlin el bleuf era evidente, Vladímir Putin decidió jugar a fondo. En pocos días puso en las fronteras decenas de miles de efectivos (Ucrania habló de 80.000), entre ellos la histórica 76ª División Aerotransportada de Pskov, tanques, artillería misilística, hospitales de campaña y alistó las más recientes unidades de la Fuerza Aeroespacial.

 76ª División Aerotransportada de Pskov

Rusia concentró sus tropas en la frontera tan ostensiblemente que nadie pudo hacerse el distraído. Así el Kremlin alcanzó varios objetivos a la vez: intimidó a los líderes ucranianos, avisó a EE. UU. que controle a sus protegidos para evitarse problemas, convenció a franceses y alemanes de que el gobierno ucraniano sólo puede aumentarles los costos y reaseguró al pueblo de la cuenca del Don que la Madrecita Rusia nunca los abandonará. Por las dudas, el subjefe de Estado Mayor de las FF.AA. de Rusia, Dmitri Kozak –encargado de las relaciones con el ejército ucraniano- dejó varias veces en claro que, si Ucrania atacaba, sería su fin en 48 horas.

Hecha la advertencia, los comandantes rusos rechazaron ante sus pares norteamericanos, franceses y alemanes toda crítica por los movimientos de tropas dentro del propio territorio y se concentraron en un detallado tratamiento técnico del despliegue de fuerzas con el jefe del Estado Mayor Conjunto de EE.UU., el general Mark Milley, para que éste tuviera todos los datos y fuera prudente al tomar sus decisiones.

Rusia apostó muy fuerte para evitar una guerra con Ucrania ahora y en el futuro y ganó.

El mayor derrotado en esta crisis fue el Servicio de Inteligencia Secreto de Su Majestad, el MI6. Zelensky actuó siguiendo al pie de la letra el guión del jefe del SIS, Richard Moore. Parte de la escenificación rusa fue la denuncia “casual” que hicieron de su accionar en el canal Rossiya 1. En Bruselas, en tanto, se rumorea a los gritos que el Reino Unido incita el estallido de una gran guerra en el este de Europa, para que el continente se incendie, mientras la isla cotiza en la Bolsa. Nuevamente, no es casual que el secretario de Estado Blinken y el secretario general de la OTAN Stoltenberg hayan cantado en coro con Downing Street 10.

Nicolai Patrushev, secretario del Consejo de Seguridad Nacional de la Federación Rusa

A la distensión de la crisis contribuyó potentemente la entrevista que Nikolai Patrushev, secretario del Consejo de Seguridad Nacional de Rusia, dio el 7 de abril pasado al diario moscovita Kommersant, durante la cual, en dos pasajes sucesivos denunció los laboratorios de guerra biológica que EE.UU. y sus aliados han instalado en las cercanías de las fronteras de Rusia, Irán y China e informó a la periodista que a fin de marzo había mantenido una muy civilizada conversación con Jake Sullivan, su par norteamericano. Éste avisó entonces que EE.UU. no se entrometería en un conflicto entre Ucrania y Rusia,  a lo que el interpelado parece haber respondido algo así como “¡Ah! Entonces no los vamos a incinerar”. Este intercambio abrió la puerta para que el martes 13 Joe Biden llamara a Putin. No pasó nada, pero hablaron y eso ya es mucho, aunque dos días después EE.UU. sancionó a funcionarios y fondos de inversión rusos.

Nadie se hace ilusiones de que en un futuro cercano haya una reunión cumbre entre ambos presidentes. Mucho menos después de que el vocero del Kremlin, Dmitri Peskov, declarara que “Rusia no va a permitir que se hable con ella desde una posición de poder”. Curiosa coincidencia: lo mismo advirtió el responsable de la política internacional del PCChino, Yang Jiechi, a Tony Blinken, cuando se enfrentaron en Alaska. ¿Casualidad o causalidad?

Después de haber visto la guadaña de cerca, los mafiosos de Kiev ahora posan de ángeles y afirman a los cuatro vientos que nunca quisieron la guerra. Todavía se espera la misma proclama de Washington.

Con todo, Zelensky salió bastante bien parado: convalidó sus credenciales patrióticas, consiguió que Biden lo llamara por teléfono, EE.UU. y la OTAN reafirmaron su apoyo a Ucrania, el Reino Unido lo sostiene y el jefe de estado pudo insistir en su fatuo pedido de adhesión a la Alianza Atlántica. Por ahora salvó la ropa.

Que en Ucrania oriental haya amainado la tensión no quiere decir que se haya reducido la confrontación. Los nacionalistas de Kiev no están dispuestos a implementar el acuerdo Minsk II de 2015, que preveía la desmilitarización de la Cuenca del Don, la libre circulación de los civiles y el restablecimiento de los servicios. Pero tampoco pueden renegar de lo convenido, porque Berlín y París mediaron entonces para salvar a Ucrania.

Ucrania está plantada en plena ruta del gas del Caspio hacia Europa y podría beneficiarse de la Nueva Ruta de la Seda, si tuviera un gobierno menos rapiñero. Por ahora se mantendrá el statu quo, aunque la crisis sirvió para que Rusia convenza a los occidentales de que no sueñen con una guerra. Esta constatación puede obligar a Estados Unidos a desplazar el foco de sus agresiones.

Joe Biden parece haber asumido el gobierno en enero pasado y comprado sin leer los libretos que le escribió el Pentágono que, evidentemente, no se basan en una apreciación seria de la realidad. Si a cada provocación norteamericana sucede, como en estos dos casos, una reacción arrolladora de sus contrincantes, EE.UU. se va a encontrar pronto defendiendo sus bases en el Mediterráneo Oriental. En el frente occidental hay mucho movimiento.

martes, 13 de abril de 2021

La pòlítica continental de Washington es inconsistente

 

EE.UU. se acuerda tarde y mal de América Latina

Después del almirante Craig Faller, la llegada a Buenos Aires de Juan González y Julie Chung demuestra que Washington se preocupa por la región, aunque carece de una concepción integrada

por Eduardo J. Vior
Infobaires24
12 de abril de 2021

Eduardo J. Vior
El presidente Joe Biden, el secretario de Estado Antony Blinken y el Director para el Hemisferio Occidental del Consejo de Seguridad Nacional, Juan S. González
El presidente Joe Biden, el secretario de Estado Antony Blinken y el Director para el Hemisferio Occidental del Consejo de Seguridad Nacional, Juan S. González

El Director para el Hemisferio Occidental, Juan González, y la subsecretaria para el Hemisferio Occidental del Departamento de Estado, Julie Chung, visitan del 11 al 15 de abril Colombia, Argentina y Uruguay. La Casa Blanca informó que en Bogotá debatirían sobre “recuperación económica, seguridad y desarrollo rural, la crisis migratoria venezolana y el liderazgo climático regional de Colombia». En tanto, en Argentina (a dónde llegan este martes 13) y en Uruguay los enviados «tratarán las prioridades regionales, incluida la crisis climática, la pandemia de COVID-19 y las amenazas a la democracia, los derechos humanos y la seguridad».

El gobierno de Biden pretende revertir el alejamiento de EE.UU. de la región, pero en vez de atender a nuestras demandas económicas y sociales, lo hace priorizando objetivos militares, diplomáticos y de seguridad, es decir la competencia con China y Rusia.

Juan González nació en Cartagena, Colombia, hace 45 años y llegó a EE.UU. a sus 7 años. Hoy es el experto en la región más cercano a Biden. Ingresó al Departamento de Estado en 2004. Durante el gobierno de Barack Obama pasó al Consejo de Seguridad Nacional, pero, cuando terminaba el período, el entonces vicepresidente Biden lo convocó a trabajar con él sobre Latinoamérica y desde entonces lo asesora en la materia.

Respecto de Venezuela, González coincide con Biden en que Nicolás Maduro es un dictador y que Juan Guaidó debe ser respaldado, pero (al menos declaradamente) descree de las soluciones violentas. Según sus propias manifestaciones, eligió Buenos Aires como su segunda escala en la región, porque “EE.UU. necesita un interlocutor confiable” en la zona.

Julie S. Chung, subsecretaria de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental
Julie S. Chung, subsecretaria de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental

En tanto, Julie Chung, diplomática de carrera, es actualmente subsecretaria de Estado interina para el Hemisferio Occidental. Previamente ha servido en distintas misiones en Malasia, Camboya y Colombia. De origen coreano, Chung nació en California y entró al servicio exterior en 1996.

Almirante Craig Faller, Jefe del Comando Sur de las FF.AA. norteamericanas.
Almirante Craig Faller, Jefe del Comando Sur de las FF.AA. norteamericanas.

Que la Casa Blanca ponga a Argentina entre sus prioridades para la región no es casual. El regreso del peronismo al poder en 2019 tras el triunfo de AMLO en México un año antes abrió la puerta a un posible giro ideológico en la región que continuó con el triunfo del MAS en Bolivia en 2020 y la eventualidad de que Lula vuelva a gobernar Brasil. En este contexto la Casa Blanca busca una nueva relación con nuestro país.

Al mismo tiempo no es ocasional que en su reciente gira por la región el todavía jefe del Comando Sur (apenas llegue la confirmación del Senado será remplazado por la teniente generala Laura Richardson), el almirante Craig Faller y ahora González y Chung hayan eludido Brasil. Si bien el canciller Ernesto Araújo fue allí desplazado por expresa orden del secretario de Estado Antony Blinken, los funcionarios de Joe Biden siguen evitando el contacto público con Jair Bolsonaro.

La estrategia continental de Estados Unidos es parte de su concepto global de Seguridad y Defensa y sólo puede ser comprendida en ese contexto. El pasado 9 de abril el Consejo Nacional de Inteligencia (NIC, por su nombre en inglés) publicó su informe sobre Global Trends – A more contested World (Tendencias globales: un mundo más disputado). Se trata de un informe y prognosis sobre la situación mundial que la coordinación de los 16 servicios de inteligencia del país ha entregado desde 1997 al presidente electo antes de su asunción del mando. Este año, por efecto del caótico período postelectoral, recién lo presentó cuando el gobierno ya estaba en funciones y se publicó este pasado jueves 8. Consecuentemente, se retrasó la planificación estratégica, lo que resulta evidente en la acumulación de iniciativas descoordinadas. Precisamente, la función de The Global Trends es formular previsiones a quince años, para encuadrar las distintas políticas sectoriales. Para recuperar el tiempo perdido, ahora se han atrevido a producir un informe con pronósticos para los próximos veinte años.

El informe comienza con un panorama general de la situación creada por la pandemia, formula estimaciones sobre los riesgos para el orden mundial y estima el espectro de alternativas que puede presentarse en 2040. Fiel al estilo del planeamiento estadounidense en los últimos 45 años, la acumulación de datos y la segmentación de la realidad remplazan el análisis causal. Es notable la omisión de toda discusión sobre valores y cosmovisiones. Siempre se parte de dos supuestos: a) los valores de la democracia norteamericana tienen validez universal y b) Estados Unidos sólo puede ser culpable de algún desarrollo negativo por no haber sido suficientemente asertivo en su responsabilidad por el bien de la humanidad. Cuando la mayor potencia del mundo está regida por el narcisismo y la paranoia, su falta de sentido de realidad sólo puede ocasionar desastres.

El documento se estructura en torno a cinco temas: los desafíos globales (cambio climático, pandemias, crisis financieras y disrupciones tecnológicas); la dificultad para encarar esos problemas por la fragmentación del sistema internacional y de los estados mismos; consecuentemente, se ha producido una desproporción entre el tamaño de los desafíos y amenazas, por un lado, y la capacidad de los estados y de las instituciones internacionales para resolverlas, por el otro; en cuarto lugar, crece en todos los países la contestación y resistencia a la autoridad, dificultando la acción de los gobiernos y de los organismos internacionales; finalmente, este panorama obliga a un fuerte trabajo de adaptación en todos los órdenes.

A partir de allí señalan las “fuerzas estructurales” que estarían dando forma a los conflictos internacionales: el desarrollo demográfico, la crisis medioambiental, el aumento de las dificultades económicas y la aceleración del desarrollo tecnológico. A continuación tratan de identificar las “dinámicas emergentes” sociales, estatales e internacionales. Finalmente, bosquejan los que, a su entender, son los escenarios alternativos posibles para 2040: el “renacimiento de las democracias”, “un mundo a la deriva”, “una coexistencia competitiva entre los sistemas”, “un mundo fragmentado” en bloques económicos y militares o “una movilización global” como reacción a la tragedia.

Al evaluar el informe, salta a la vista la falta de congruencia y articulación del razonamiento, la ausencia de autocrítica (por lo tanto, la ausencia de propuestas para la reforma del propio sistema) y la consideración positiva de otras iniciativas que no sean las propias. Todas las iniciativas ajenas son calificadas como erróneas o malintencionadas y la mala intención –apostrofan-  se dirige siempre contra Estados Unidos. La consecuencia automática es que toda situación crítica inmediatamente es percibida como un peligro para la seguridad nacional de la superpotencia. La política y la diplomacia se subordinan, entonces, a los requerimientos de un único objetivo: la supremacía global.

Coherentemente con esa matriz de pensamiento, en su informe de gestión, presentado el pasado 16 de marzo ante el Senado, el almirante Faller subrayó varias veces la necesidad “urgente” de que Estados Unidos intervenga en el continente contra el aprovechamiento que Rusia, China e Irán estarían haciendo de la crisis migratoria, ambiental, sanitaria y económica que crean (así lo afirmó) el caldo de cultivo para el incremento del narcotráfico, de la corrupción y del desgobierno en la mayoría de los estados de la región. Por esta razón señala dichas crisis como amenazas estratégicas a combatir, si se quiere impedir que “potencias extrañas” aumenten su influencia sobre el continente y pongan en peligro la seguridad de Estados Unidos.

El gobierno de Joe Biden quiere recuperar el control del continente americano, pero carece de una política coherente. Ha tenido algunos aciertos, pero ha agravado la crisis migratoria en la frontera con México, no zafa de la solución militar del conflicto venezolano que la narcoderecha colombiana le impone y carece de fuerza para competir con Rusia y China en la “diplomacia de las vacunas”. Finalmente, aunque la disolución nacional de Brasil sirva a sus corporaciones financieras, no tiene idea sobre cómo gerenciar políticamente el desastre que Washington mismo ha causado. Tironeado entre la falta de conceptos integradores y la tentación de la fuerza, EE.UU. tiene todos los visos de encaminarse hacia una política latinoamericana y caribeña errática. Washington es parte de nuestros graves dramas, no de su superación.

miércoles, 7 de abril de 2021

Teherán y Washington buscan una agenda de diálogo con ayuda de Beijing

Gracias a Rusia y China, Irán negocia tranquilo en Viena

Tras el pacto de cooperación con Beijing y el exitoso viaje de Wang Yi por Medio Oriente, la República Islámica renegocia el Acuerdo Nuclear de 2015 con el respaldo de sus aliados

por Eduardo J. Vior
Infobaires24
6 de abril de 2021

Eduardo J. Vior

Este martes 5 se reunieron en Viena los ministros de relaciones exteriores de Alemania, Francia y Gran Bretaña (el llamado Grupo E3) con el de Rusia, por un lado, y el de Irán, por el otro, para explorar la posibilidad de restablecer la vigencia del Acuerdo Comprehensivo Nuclear (JCPOA, por su nombre en inglés) de 2015, del que Estados Unidos se retiró en 2018. Si bien Robert Malley, el encargado norteamericano para las relaciones con Irán, se encuentra en la capital austríaca, no participa en las deliberaciones. Se supone, empero, que los demás contertulios obrarán como mediadores y hasta es posible que visitantes de Washington y de Teherán se encuentren discretamente en algún rincón.

Nadie espera que se comience a negociar ya la vuelta de EE.UU. al Acuerdo ni el desmonte del programa nuclear persa. En los últimos tres años los conflictos vinculados con el acuerdo se han complicado e imbricado con los múltiples problemas de la región. Además, la República Islámica tiene ahora una sólida alianza con Rusia y China que la protege, pero también le fija estrictos límites. Los actores de esta novela por entregas son conscientes de que cualquier error puede desatar una catástrofe de alcance global, pero nadie sabe cómo empezar a dialogar. Por ello todos están tanteando a sus interlocutores, para llegar a una agenda de discusión sin perder puntos. 

Al llegar a Viena el lunes 5 el vocero de la cancillería iraní, Saeed Jatibzadej, advirtió que el punto prioritario de la agenda debía ser el levantamiento de las sanciones reimpuestas por Donald Trump a partir de 2018. También enfatizó que Irán no aceptará la propuesta estadounidense para que Irán reduzca progresivamente su programa nuclear antes de que Washington comience a desmontar las sanciones. El vocero reiteró la exigencia de que EE.UU. remueva de una vez todas las sanciones contra su país y regrese al marco del Acuerdo, como condición para que la República Islámica comience a retrotraer el enriquecimiento de uranio. La delegación iraní está dirigida por el Viceministro de Exteriores, Abbas Araqchi, quien, por las dudas, ya aclaró este lunes que no se reunirá con representantes norteamericanos ni dialogará indirectamente con ellos.

No era para menos. La delegación iraní sabe bien cuán vigilada está en casa. Desde hace años el parlamento se expide regularmente contra cualquier concesión a EE.UU., hasta que se deroguen las sanciones. Este domingo lo ratificó la Comisión de Asuntos Exteriores en una declaración pública.

En el encuentro de Viena todos los participantes están pensando en un sexto actor que no está presente, pero cuya colaboración se ha vuelto indispensable: China. Después de firmar en Teherán un Acuerdo para la Cooperación Estratégica Integral por 25 años, el ministro de Relaciones Exteriores chino, Wang Yi, recorrió toda la región chocando manos y firmando convenios por doquier. A diferencia de 2015, Beijing tiene intereses y pactos comerciales en toda la región, incluso en Israel, en cuyo puerto de Haifa ha invertido millonadas, para convertirlo en el desemboque mediterráneo de la Nueva Ruta de la Seda (BRI, por su nombre en inglés).

Además de hacer negocios y comprometer elevadas inversiones, Wang Yi recorrió capitales en conflicto con Washington. Tanto en Saudiarabia -cuyo príncipe heredero Mohamed bin Salman está en la mira norteamericana por el asesinato de Jamal Jayogui en Estanbul en 2018- como en Ankara, cuyo presidente acumuló en los últimos cinco años conflictos varios con Washington, la visita del jefe de la diplomacia china sirvió a Beijing para mostrar que es imprescindible en cualquier arreglo en Medio Oriente y a sus anfitriones para mostrar a Washington que ya no dependen tanto de él.

De todos modos, el plato fuerte de la gira fue el documento firmado en Teherán. El Acuerdo de Cooperación Estratégica Especial Irán-China tiene una duración de 25 años y prevé inversiones chinas por 400 mil millones de dólares en infraestructura, transporte, energía, telecomunicaciones, turismo, defensa y salud. En realidad, ambas partes vienen dialogando desde 2016, pero recién ahora lo concretan ante la evidencia de que ninguno de los dos puede entenderse con Estados Unidos. China está apostando a incluir a la República Islámica en el triángulo con Rusia, se ha convertido en la principal compradora de petróleo iraní y está invirtiendo masivamente en el puerto de Bandar Abbas, sobre el Golfo de Omán. Mientras tanto, Rusia impulsa el comercio transcaspiano e India (aunque con vacilaciones por su coqueteo con EE.UU.) parece que finalmente va a invertir en el puerto de Chandahar, también sobre el Golfo de Omán. El bloqueo norteamericano ha empujado a Irán hacia el Este y Sur y a China hacia el Oeste de Asia.

Recep T. Erdogan recibe a Wang Yi en Ankara
Recep T. Erdogan recibe a Wang Yi en Ankara

Durante su viaje Wang urgió a los países que visitó (Saudiarabia, Turquía, Irán, EAU y Bajréin, amén de una “visita de trabajo” a Omán, permanente mediador en los conflictos regionales) a adaptarse a los intereses vitales de sus vecinos y les presentó una lista con las áreas en las que China está dispuesta a cooperar: alineamiento del BRI con los planes de desarrollo nacionales; exportación y distribución de las vacunas chinas contra el Covid-19 y creación de un mecanismo internacional para la armonización de los códigos sanitarios; impulso a la solución de “dos estados” para la cuestión palestina; arreglo político de las disputas regionales; diseño en común de “un mapa y un cronograma” para la resolución del conflicto en torno al plan nuclear iraní; promoción del Foro de Reforma y Desarrollo Chino-Árabe y del Foro de Seguridad en el Medio Oriente; cooperación en el desarrollo de las nuevas tecnologías y, finalmente (no podía faltar), el desarrollo de una “comunidad con un destino común en la nueva era” como opuesto a la politización de los derechos humanos.

Aunque Beijing no está representado en Viena, se ha posicionado ya como el árbitro para superar el estancamiento del Acuerdo Nuclear de 2015. En vísperas del arribo de Wang a Teherán, Robert Malley conversó por teléfono con el Viceministro de Relaciones Exteriores chino Ma Yaoxu y éste le prometió la ayuda de Beijing para rescatar el JCPOA.

Cuando Donald Trump retiró a su país del Acuerdo Nuclear de 2015, en realidad no estaba temiendo tanto que Irán desarrollara una bomba atómica, porque sabía que ya al Ayatolá Jomeini lo había prohibido hace 35 años. A EE.UU. y su aliado Israel (que sí tiene armas atómicas) les preocupa mucho más el programa persa para la masiva producción de cohetes de alcance medio que, distribuidos en todo el “Eje de la Resistencia”, han hecho sentir su efectividad en Yemen, Líbano, Siria, Gaza e Irak. Por cierto, sin dudas, en una guerra frontal el ejército israelí sería superior al iraní, pero, en la estrategia de guerra de amplio espectro que diseñó y condujo el asesinado general Soleimaní, en manos de ubicuas milicias populares esas armas tienen un poder intimidante y destructivo inmenso. Irán se ha negado sistemáticamente a incluirlas en las negociaciones sobre el plan nuclear y ahora, con el respaldo chino y ruso, es aún menos probable que lo haga.

No obstante, ambos aliados le ponen límites. Israel bombardea regular y sistemáticamente las bases iraníes en Siria y es conocido que, cuando los israelíes atacan, las fuerzas auxiliares rusas apagan sus radares. Es que Moscú tiene un pacto de no agresión y de división de áreas de influencia con Tel Aviv que respeta la independencia e integridad de Siria, pero no protege las acciones iraníes desde el país árabe. Al mismo tiempo, visitando a los peores enemigos de Teherán en la península arábiga, el canciller chino indicó a Irán que no puede excederse en sus ataques a las monarquías reaccionarias ni a Israel.

Cuando EE.UU. se retiró del Acuerdo Nuclear, hace tan sólo tres años, estas realidades no existían. Por ello, al gobierno de Biden, tan ansioso por hacer retroceder el reloj a 2015, tiene tantas dificultades para ubicarse en Asia Occidental.

Washington y Teherán no tienen agenda común. Ambos quieren llegar a un acuerdo, pero desde ópticas y por caminos dispares. Tampoco tienen claro cuántos y cuáles de los muchos diferendos que los separan deben ser puestos sobre la mesa de negociaciones. Por ello el riesgo es inmenso de que alguno sobreactúe y desate una catástrofe o de que las señales de uno sean mal entendidas por el otro. Tanto más importante será, entonces, la mediación de europeos, rusos y chinos. Para la próxima reunión cumbre van a tener que agrandar la mesa.

viernes, 2 de abril de 2021

En la segunda mitad de marzo se definió el mapa global

 

Dos semanas que par(t)ieron el mundo de los años 20

Eduardo J. Vior

Los recientes choques entre las potencias y su división en bloques enfrentados marcaron la fractura del orden internacional en torno a modelos económico-sociales incompatibles

Por Eduardo J. Vior
Infobaires24
1° de abril de 2021

Si bien la tercera década del siglo XXI comenzó el 3 de enero de 2020 con el asesinato del general Qasem Soleimaní, la pandemia de Covid-19 y la crisis económica concomitante impusieron una pausa al desarrollo histórico. En la segunda mitad de marzo de 2021, en cambio, la sucesión abigarrada de acontecimientos parió y partió el mundo de los años 20. Nacieron dos bloques con sistemas económicos contrapuestos. Los tiempos se aceleraron y hay que alargar el tranco para no quedarse de a pie.

La cascada comenzó a saltar el viernes 12, cuando los cancilleres del Quad (Quadrilateral Security Dialogue, Cuadrilátero para el Diálogo sobre Seguridad), el encuentro periódico informal entre representantes de EE.UU., Japón, India y Australia, se reunieron virtualmente, para adherirse al proyecto norteamericano de alianza indo-pacífica. Claro que comprometieron aumentar la producción y distribución de vacunas contra el coronavirus, pero los miembros del club sabían que Estados Unidos no exportará las suyas hasta satisfacer la demanda interna. Por el contrario, no sabían que India, el mayor productor mundial, haría lo mismo este lunes 29, dejando a toda Asia Oriental (y no sólo) sin sus antivirales.

A nadie se le ocultó la fecha. Los observadores estaban conscientes de que el encuentro era, en realidad, un gesto teatral para prologar la reunión en la cumbre que China y Estados Unidos tendrían el jueves 18 en Anchorage, Alaska. Se trataba del primer encuentro personal entre altas autoridades de ambos países desde que subieron Biden y Harris. Por la parte norteamericana participaron el secretario de Estado Tony Blinken y el Consejero de Seguridad Nacional Jake Sullivan; por la china, en tanto, el Director de la Oficina de Asuntos Internacionales del Buró Político del PCCh, Yang Jiechi, y el Ministro de Relaciones Exteriores, Wang Yi. De un modo extremadamente inusual para un encuentro diplomático y especialmente ofensivo para las cuidadosas maneras orientales, Blinken inició la reunión con una larga tirada de acusaciones y ataques contra la política de la República Popular. De Tibet a Hong Kong y de Xinjiang a Taiwán no faltó ninguno de los tópicos caros a la propaganda occidental.

Yang Jiechi, Director de la Oficina de Asuntos Internacionales del Buró Político del PCCh, y Antony Blinken, Secretario de Estado de EE.UU.

La respuesta del veterano Yang fue cortante: ante el bárbaro tratamiento de los negros y la masiva desconfianza de grandes sectores del pueblo estadounidense hacia el funcionamiento de su sistema político, sus representantes no pueden dar clase de derechos humanos o de democracia. Por otra parte, advirtió, China nunca negociará bajo la amenaza de la fuerza.

Cuentan diplomáticos norteamericanos que en los dos días siguientes, los intercambios a puertas cerradas fueron más calmos. Aparentemente, China ratificó la recientemente concedida igualdad de tratamiento para las empresas norteamericanas en su territorio (incluidos los bancos), mientras que EE.UU. prometió aliviar las sanciones comerciales dispuestas por Donald Trump.

A buen entendedor, pocas palabras. Que el Secretario de Defensa, Lloyd Austin, visitara Nueva Delhi el 19 y 20 de marzo (en simultáneo con la cumbre de Alaska) sólo puede entenderse como un refuerzo de la presión sobre China. No obstante, las palabras de su colega Raksha Singh en la ceremonia final fueron muy cuidadosas, oscilando entre la ratificación de la alianza estratégica entre ambos países y la defensa genérica de la libertad de navegación y comercio. Es que India tiene un vínculo de larga data con Rusia que no quiere romper y no le conviene escalar los enfrentamientos con China en el Himalaya.

Al día siguiente, en un viaje imprevisto, Austin saltó a Kabul, donde se entrevistó con el presidente Ashraf Ghani. En febrero de 2020 Donald Trump firmó un acuerdo con los talibanes, para retirar todo el contingente norteamericano del país hasta el próximo 1° de mayo, a cambio de que los rebeldes interrumpieran las operaciones. Sin embargo, ahora, el gobierno de Joe Biden está buscando excusas para quedarse y prolongar esta guerra de 19 años, la más larga de la historia norteamericana.

La cumbre de Alaska fue antecedida, también, el miércoles 17 por una brutal acusación personal de Joe Biden contra Vladímir Putin. En una entrevista por ABC con George Stephanopoulos éste preguntó a Biden si conocía a Putin y si pensaba que el presidente ruso es un asesino. Biden respondió con un poco claro “Hmm, I do” (“así es”) que la mayoría de los analistas entendió como un sí a ambas preguntas. En una inmediata reacción Rusia llamó a su embajador en Washington para consultas. No obstante, su gobierno siguió hablando con EE.UU., ya que el jueves 20 (mientras se realizaba la cumbre de Alaska) en una entrevista de prensa Putin deseó a Biden “buena salud”. Se trata de una alusión diáfana a las difundidas sospechas de que el presidente norteamericano padece Alzheimer. Su colega ruso le está deseando, entonces, que cuide su salud mental.

Los cancilleres de China, Wang Yi, y de Rusia, Serguei Lavrov, se encontraron el 23 de marzo en Guilín, en la región autónoma Zhuang de Guangxi.

En momentos en que los documentos y las iniciativas multilaterales faltan, aumenta la importancia simbólica de los gestos. El 23 de marzo los cancilleres de Rusia, Serguei Lavrov, y de China, Wang Yi, se reunieron en Guilin, en una región del sur de China recién salida de la pobreza. Allí no solamente el canciller chino informó a su colega ruso sobre la cumbre de Alaska, sino que juntos ratificaron su alianza estratégica especial, relativizaron por parcial y partidista la advocación norteamericana a las “reglas institucionales” que todos los actores del orden internacional deberían respetar y rechazaron la aplicación de sanciones como instrumento de las relaciones internacionales.

Para poner a la quincena un broche final, el sábado 27 Irán y China cerraron en Teherán un acuerdo por 25 años, para intercambiar petróleo persa por ingentes inversiones chinas. El documento –en realidad, una aplicación del Acuerdo de Cooperación Estratégica Integral de junio de 2020- fue firmado por los cancilleres de ambos países, Mohammad Javad Zarif y Wang Yi. Beijing prometió invertir en Irán en ese lapso $ 400 mil millones de dólares. Sin embargo, el acuerdo excede el ámbito económico con salvaguardias de seguridad: «China apoya firmemente a Irán en la defensa de su soberanía y su dignidad nacional», declaró Wang durante un encuentro con el presidente Hassan Rohaní, antes de reclamar que Estados Unidos levante las sanciones impuestas desde 2017.

Así quedó dibujada en el planisferio una línea fronteriza que por primera vez en 300 años separa netamente el bloque euroasiático de las potencias atlánticas y su prolongación japonesa. Entre ambos conjuntos trascurre una zona de fricciones, desde Ucrania hasta el Mar Meridional de la China, en la que EE.UU. y el Reino Unido provocan, para incitar a la alianza Rusia-China-Irán a involucrarse en una guerra. La cuenca del Caribe, América Central y el norte de Sudamérica quedarían en ese esquema bajo hegemonía norteamericana. Brasil, destrozado, sería la avanzada de ese área de dominio que se proyectaría amenazante hacia el sur.

La división del mundo en grandes bloques se corresponde con la diferenciación entre los sistemas económicos y sociales. Por un lado, la integración física de Eurasia está poniendo las bases materiales para una economía de “doble circulación” (como la propone China), orientada tanto a la búsqueda de un modesto bienestar para todas sus poblaciones como hacia la más alta competitividad en el mercado mundial. Se trata de un capitalismo controlado en medidas y maneras variables por los estados nacionales y por los organismos de la integración, especialmente por la Organización de Cooperación de Shanghai (SPO, por su sigla en inglés) y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB).

Con ferrocarriles de vanguardia China y Rusia unen Eurasia

Por el otro lado, el gobierno de Joe Biden está impulsando un gigantesco cambio para reubicarse a la vanguardia del capitalismo mundial. La Casa Blanca va a proponer al Congreso un plan de inversiones en infraestructura para los próximos ocho años que podría sobrepasar los dos billones de dólares. Además de las clásicas inversiones en infraestructura, el gobierno propone cubrir el territorio nacional con banda ancha, impulsar la transición al transporte eléctrico, medidas para paliar el cambio climático, apoyar la economía de los cuidados, ayudar a la crianza y educación de niños y jóvenes, la vivienda y el desarrollo de futuras tecnologías. Para ello propone volver a aumentar el impuesto a las ganancias de las empresas del 21 al 28% y elevar masivamente el mínimo no imponible.

La ambiciosa propuesta, que indudablemente va a chocar con la resistencia republicana en el Congreso, pretende devolver al Estado federal el rol rector en la economía que tenía entre la Segunda Guerra Mundial y la década de 1980. Sin embargo, las circunstancias han cambiado y el proyecto afrontará obstáculos antes inexistentes. Como trascendió después de la cumbre de Alaska, las mayores corporaciones norteamericanas están sólidamente instaladas en China y no piensan abandonar ese mercado. Es difícil, por lo tanto, que a corto plazo vuelvan a invertir en el mercado doméstico. Por otra parte, la reforma ecológica conlleva el cierre y abandono de la explotación hidrocarburífera dentro de EE.UU., un giro que produciría la pérdida de cientos de miles de puestos de trabajo. Asimismo, la (necesaria) ampliación de la base electoral mediante las reformas que está impulsando Biden va a chocar con la oposición de la “América profunda”, blanca, anglosajona y protestante. Finalmente, hay que considerar la innegable mala salud del presidente. Joe Biden muestra inocultables signos de deterioro cognitivo que muchos observadores adjudican a un avanzado Alzheimer. De hecho, ya hoy el gobierno está desempeñado por un conjunto de consejos y órganos asesores mal coordinados en la cúspide. Pero, si el mandatario debe ser remplazado por Kamala Harris, será difícil evitar un cimbronazo constitucional que, en épocas de transición, pueden hacer que EE.UU. retroceda aún más en la competencia entre bloques.

En la segunda mitad de marzo ha quedado dibujado el mapa mundial de esta década y resta poco espacio para terceras opciones. Las transiciones hacia nuevos sistemas económicos y sociales serán conflictivas y pondrán más presión a la disponibilidad de recursos escasos. Los consecuentes cambios sociales y culturales amenazarán privilegios y cotos corporativos. Sin embargo, el mayor peligro puede provenir de ideologías universalistas que pretenden imponer como únicas válidas soluciones particulares. En el mundo de los años 20 primará el conflicto y no la paz.