EE.UU. se acuerda tarde y mal de América Latina
por Eduardo J. Vior
Infobaires24
12 de abril de 2021
El Director para el Hemisferio Occidental, Juan González, y la subsecretaria para el Hemisferio Occidental del Departamento de Estado, Julie Chung, visitan del 11 al 15 de abril Colombia, Argentina y Uruguay. La Casa Blanca informó que en Bogotá debatirían sobre “recuperación económica, seguridad y desarrollo rural, la crisis migratoria venezolana y el liderazgo climático regional de Colombia». En tanto, en Argentina (a dónde llegan este martes 13) y en Uruguay los enviados «tratarán las prioridades regionales, incluida la crisis climática, la pandemia de COVID-19 y las amenazas a la democracia, los derechos humanos y la seguridad».
El gobierno de Biden pretende revertir el alejamiento de EE.UU. de la región, pero en vez de atender a nuestras demandas económicas y sociales, lo hace priorizando objetivos militares, diplomáticos y de seguridad, es decir la competencia con China y Rusia.
Juan González nació en Cartagena, Colombia, hace 45 años y llegó a EE.UU. a sus 7 años. Hoy es el experto en la región más cercano a Biden. Ingresó al Departamento de Estado en 2004. Durante el gobierno de Barack Obama pasó al Consejo de Seguridad Nacional, pero, cuando terminaba el período, el entonces vicepresidente Biden lo convocó a trabajar con él sobre Latinoamérica y desde entonces lo asesora en la materia.
Respecto de Venezuela, González coincide con Biden en que Nicolás Maduro es un dictador y que Juan Guaidó debe ser respaldado, pero (al menos declaradamente) descree de las soluciones violentas. Según sus propias manifestaciones, eligió Buenos Aires como su segunda escala en la región, porque “EE.UU. necesita un interlocutor confiable” en la zona.
En tanto, Julie Chung, diplomática de carrera, es actualmente subsecretaria de Estado interina para el Hemisferio Occidental. Previamente ha servido en distintas misiones en Malasia, Camboya y Colombia. De origen coreano, Chung nació en California y entró al servicio exterior en 1996.
Que la Casa Blanca ponga a Argentina entre sus prioridades para la región no es casual. El regreso del peronismo al poder en 2019 tras el triunfo de AMLO en México un año antes abrió la puerta a un posible giro ideológico en la región que continuó con el triunfo del MAS en Bolivia en 2020 y la eventualidad de que Lula vuelva a gobernar Brasil. En este contexto la Casa Blanca busca una nueva relación con nuestro país.
Al mismo tiempo no es ocasional que en su reciente gira por la región el todavía jefe del Comando Sur (apenas llegue la confirmación del Senado será remplazado por la teniente generala Laura Richardson), el almirante Craig Faller y ahora González y Chung hayan eludido Brasil. Si bien el canciller Ernesto Araújo fue allí desplazado por expresa orden del secretario de Estado Antony Blinken, los funcionarios de Joe Biden siguen evitando el contacto público con Jair Bolsonaro.
La estrategia continental de Estados Unidos es parte de su concepto global de Seguridad y Defensa y sólo puede ser comprendida en ese contexto. El pasado 9 de abril el Consejo Nacional de Inteligencia (NIC, por su nombre en inglés) publicó su informe sobre Global Trends – A more contested World (Tendencias globales: un mundo más disputado). Se trata de un informe y prognosis sobre la situación mundial que la coordinación de los 16 servicios de inteligencia del país ha entregado desde 1997 al presidente electo antes de su asunción del mando. Este año, por efecto del caótico período postelectoral, recién lo presentó cuando el gobierno ya estaba en funciones y se publicó este pasado jueves 8. Consecuentemente, se retrasó la planificación estratégica, lo que resulta evidente en la acumulación de iniciativas descoordinadas. Precisamente, la función de The Global Trends es formular previsiones a quince años, para encuadrar las distintas políticas sectoriales. Para recuperar el tiempo perdido, ahora se han atrevido a producir un informe con pronósticos para los próximos veinte años.
El informe comienza con un panorama general de la situación creada por la pandemia, formula estimaciones sobre los riesgos para el orden mundial y estima el espectro de alternativas que puede presentarse en 2040. Fiel al estilo del planeamiento estadounidense en los últimos 45 años, la acumulación de datos y la segmentación de la realidad remplazan el análisis causal. Es notable la omisión de toda discusión sobre valores y cosmovisiones. Siempre se parte de dos supuestos: a) los valores de la democracia norteamericana tienen validez universal y b) Estados Unidos sólo puede ser culpable de algún desarrollo negativo por no haber sido suficientemente asertivo en su responsabilidad por el bien de la humanidad. Cuando la mayor potencia del mundo está regida por el narcisismo y la paranoia, su falta de sentido de realidad sólo puede ocasionar desastres.
El documento se estructura en torno a cinco temas: los desafíos globales (cambio climático, pandemias, crisis financieras y disrupciones tecnológicas); la dificultad para encarar esos problemas por la fragmentación del sistema internacional y de los estados mismos; consecuentemente, se ha producido una desproporción entre el tamaño de los desafíos y amenazas, por un lado, y la capacidad de los estados y de las instituciones internacionales para resolverlas, por el otro; en cuarto lugar, crece en todos los países la contestación y resistencia a la autoridad, dificultando la acción de los gobiernos y de los organismos internacionales; finalmente, este panorama obliga a un fuerte trabajo de adaptación en todos los órdenes.
A partir de allí señalan las “fuerzas estructurales” que estarían dando forma a los conflictos internacionales: el desarrollo demográfico, la crisis medioambiental, el aumento de las dificultades económicas y la aceleración del desarrollo tecnológico. A continuación tratan de identificar las “dinámicas emergentes” sociales, estatales e internacionales. Finalmente, bosquejan los que, a su entender, son los escenarios alternativos posibles para 2040: el “renacimiento de las democracias”, “un mundo a la deriva”, “una coexistencia competitiva entre los sistemas”, “un mundo fragmentado” en bloques económicos y militares o “una movilización global” como reacción a la tragedia.
Al evaluar el informe, salta a la vista la falta de congruencia y articulación del razonamiento, la ausencia de autocrítica (por lo tanto, la ausencia de propuestas para la reforma del propio sistema) y la consideración positiva de otras iniciativas que no sean las propias. Todas las iniciativas ajenas son calificadas como erróneas o malintencionadas y la mala intención –apostrofan- se dirige siempre contra Estados Unidos. La consecuencia automática es que toda situación crítica inmediatamente es percibida como un peligro para la seguridad nacional de la superpotencia. La política y la diplomacia se subordinan, entonces, a los requerimientos de un único objetivo: la supremacía global.
Coherentemente con esa matriz de pensamiento, en su informe de gestión, presentado el pasado 16 de marzo ante el Senado, el almirante Faller subrayó varias veces la necesidad “urgente” de que Estados Unidos intervenga en el continente contra el aprovechamiento que Rusia, China e Irán estarían haciendo de la crisis migratoria, ambiental, sanitaria y económica que crean (así lo afirmó) el caldo de cultivo para el incremento del narcotráfico, de la corrupción y del desgobierno en la mayoría de los estados de la región. Por esta razón señala dichas crisis como amenazas estratégicas a combatir, si se quiere impedir que “potencias extrañas” aumenten su influencia sobre el continente y pongan en peligro la seguridad de Estados Unidos.
El gobierno de Joe Biden quiere recuperar el control del continente americano, pero carece de una política coherente. Ha tenido algunos aciertos, pero ha agravado la crisis migratoria en la frontera con México, no zafa de la solución militar del conflicto venezolano que la narcoderecha colombiana le impone y carece de fuerza para competir con Rusia y China en la “diplomacia de las vacunas”. Finalmente, aunque la disolución nacional de Brasil sirva a sus corporaciones financieras, no tiene idea sobre cómo gerenciar políticamente el desastre que Washington mismo ha causado. Tironeado entre la falta de conceptos integradores y la tentación de la fuerza, EE.UU. tiene todos los visos de encaminarse hacia una política latinoamericana y caribeña errática. Washington es parte de nuestros graves dramas, no de su superación.
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Eduardo J. Vior