El arco iris puede perder intensidad, pero no romperse
Tres décadas después del final del apartheid las desigualdades étnicas y sociales, la falta de sentido nacional compartido y la corrupción de su dirigencia amenazan fracturar Suráfrica
por Eduardo J. Vior
Infobaires24
16 de julio de 2021
Los motines que azotan el centro y el este de Suráfrica desde fines de la semana pasada parecen haberse desatado de repente por el ingreso del ex presidente Jacob Zuma en prisión por desacato. Sin embargo, sus causas exceden ampliamente la lucha por el poder entre el antiguo y el actual presidente Cyril Ramaphosa. Exitoso en la lucha contra el régimen racista, el Congreso Nacional Africano (ANC, por su nombre en inglés) ha fracasado en la construcción de una nación multiétnica, plurilingüe y plurirreligiosa. La “Nación Arco Iris”, tan loada por los medios occidentales, nunca ha existido y hoy está más fragmentada que nunca. Sin embargo, sus líderes saben que el arco iris puede perder nitidez, pero no debe romperse.
La escasez de alimentos y combustibles amenazaba este viernes a Sudáfrica en el séptimo día de una ola de violencia y saqueos que estalló tras el encarcelamiento del expresidente Jacob Zuma y ya dejó al menos 72 muertos.
Largas colas se formaron delante de las estaciones de servicio, sobre todo en los alrededores de Durban y Johannesburgo, luego de que el martes la mayor refinería del país anunció el cierre «por fuerza mayor» de una planta en la provincia oriental de KwaZulu-Natal que abastece cerca de un tercio del combustible que se consume en el país.
La ola de protestas se inició luego de que Zuma comenzó a cumplir una condena de 15 meses de prisión por haber desacatado una orden para presentarse a indagatoria en el marco de una investigación sobre presuntos hechos de corrupción cometidos cuando era vicepresidente de la República entre 1999 y 2005. Las protestas iniciales, en la noche del jueves 8, escalaron hasta convertirse en una ola de saqueos masivos y vandalismo en barrios humildes habitados mayoritariamente por negros, los llamados townships. Este miércoles la violencia se expandió hacia otras provincias, como la nororiental Mpumalanga y la central Norte del Cabo.
Durante su carrera política Jacob Zuma pasó por múltiples escándalos por sus declaraciones, su abierta poligamia (tiene cuatro esposas y 20 hijos) y, ante todo, por las acusaciones de corrupción. Jacob Gedleyihlekisa Zuma (1942-) fue el cuarto presidente de la República de Suráfrica (2009-18) desde el advenimiento de la democracia en 1994. Previamente, había sido vicepresidente de la República de 1999 a 2005. El 14 de febrero de 2018 renunció a su cargo por decisión de su partido, el ANC.
Zuma nació en Zululandia (actualmente parte de Kwazulu-Natal, sobre la costa del Océano Índico). Frecuentó la escuela apenas por algunos años y después no recibió ninguna educación formal. En su juventud su familia se instaló en los suburbios del puerto de Durban. En 1959 se unió al Congreso Nacional Africano y en 1963 ingresó al Partido Comunista Surafricano (SACP), pero ese mismo año fue detenido y acusado de conspirar para derrocar el gobierno, siendo condenado a diez años de prisión, que pasó en Robben Island junto con Nelson Mandela y otros líderes del ANC. En 1975 pudo exiliarse a Mozambique donde en 1977 se incorporó al Comité Ejecutivo Nacional de la alianza y desde 1989 a su Buró Político. Después de legalizado el ANC en 1990, Zuma participó junto a Nelson Mandela y Cyril Ramaphosa en las negociaciones con el gobierno blanco que llevaron al compromiso de 1992 y a las elecciones libres de 1994 que dieron a Mandela la presidencia de la República.
Entre 1999 y 2005 fue a la vez vicepresidente de la República y del partido, en ambos casos bajo la presidencia de Thabo Mbeki, quien lo depuso en 2005 por las acusaciones de corrupción que pesaban en su contra a raíz de un contrato para la compra al consorcio francés Thales de armas para las fuerzas armadas. Sin embargo, Zuma se vengó en 2007 al ser elegido presidente del ANC que inmediatamente remplazó al presidente de la República por el vicepresidente Kgalema Motlanthe hasta la celebración de la nueva elección general que ganó Zuma en 2009. En 2014 fue reelecto, pero en 2017 perdió el control del partido que lo obligó a renunciar en febrero de 2018, siendo remplazado por Cyril Ramaphosa.
Zuma es un líder tradicional, paternalista y clientelista, muy ligado a la historia guerrera del pueblo zulú y con fuertes lazos personales y comerciales con la comunidad árabe e india de Durban y Natal. Dentro del ANC representa el ala “izquierda” que, aunque no ha logrado superar la enorme desigualdad étnica y social, busca compensarla con subsidios y ayudas.
Por el contrario, Cyril Ramaphosa aprovechó muy temprano su función como dirigente de los trabajadores mineros, para negociar con las corporaciones multinacionales y representa la línea neoliberal-tecnocrática dentro del partido. Nacido en Soweto (el gigantesco barrio popular en las afueras de Johannesburgo) en 1952, muy joven se incorporó al movimiento estudiantil negro y estuvo varias veces detenido, hasta que se pudo graduar de abogado en 1981. Al año siguiente le fue encomendada la organización del sindicato minero NUM (Sindicato Minero Nacional), del que se convirtió en primer secretario general, hasta que en 1991 fue electo secretario general del ANC. Durante su mandato el sindicato pasó de 6.000 a 300.000 afiliados, congregando a la mitad de los mineros negros de Suráfrica.
Como secretario general del ANC condujo la delegación que negoció la transición con el régimen racista y en 1994 fue electo parlamentario y constituyente. A diferencia de Mandela y Zuma, nunca perteneció al Partido Comunista.
Tras perder la nominación presidencial frente a Mbeki en 1997, se dedicó a la actividad empresarial. No obstante, en 2007 fue electo nuevamente para el Comité Nacional del ANC y en 2012 –con el apoyo de Zuma- ganó la vicepresidencia del partido. Así, cuando el presidente fue reelecto en 2014, lo llevó como vicepresidente y, por consiguiente, se convirtió en presidente de la Asamblea Nacional. Montado en una campaña anticorrupción, en 2017 fue electo presidente del ANC. Tras la renuncia de Zuma a pedido del partido, en febrero siguiente el Parlamento eligió a Ramaphosa como presidente de la República con gran alborozo de los mercados nacionales e internacionales. En 2019 convalidó su triunfo en la elección general en la que obtuvo el 57% de los votos.
Durante su carrera política Ramaphosa no descuidó los negocios, poseyendo varias compañías que cotizan en la Bolsa. Según datos de 2018, su fortuna ascendía a U$S 450 millones, figurando entre las 20 mayores del país. Tiene la concesión para 145 restaurantes de McDonald’s, es miembro del directorio de Coca Cola Internacional y del consejo de supervisión de Unilever.
Mientras que Zuma es un líder con fuerte anclaje regional y en su propio pueblo zulú, Ramaphosa pertenece a la nueva elite de líderes africanos ligados a los negocios especulativos, propulsores de políticas neoliberales y defensores de la “teoría del derrame”, pero ninguno de los dos tiene una estrategia para superar la desigualdad y unir a la nación surafricana que está en una profunda crisis:
Suráfrica tiene una superficie de 1.221.037 km2 y más de 59 millones de habitantes. El país tiene tres capitales: la ejecutiva Pretoria, la judicial Bloemfontein y la legislativa Ciudad del Cabo. La ciudad más grande es Johannesburgo. Alrededor del 80% de los surafricanos son de ascendencia africana negra repartida entre una variedad de grupos étnicos que hablan diferentes lenguas. El resto de la población está formado por minorías de ascendencia europea, asiática y grupos mestizos de diversa composición.
En Suráfrica el desempleo es del 42,3%, pero entre los jóvenes alcanza el 74,7%. Aunque muchos negros han ascendido a la clase media o alta, la tasa global de desempleo de los negros empeoró entre 1994 y 2003 y la pobreza entre los blancos aumentó. El Índice de Desarrollo Humano (IDH) de las Naciones Unidas (ONU) descendió entre 1995 y 2005, en gran parte por la pandemia de SIDA y la negligencia del gobierno para combatirla.
Desde el advenimiento de la democracia ha habido periódicamente disturbios y motines que muchas veces se han dirigido contra los cientos de miles de inmigrantes y refugiados de otros países del sur y centro de África. Por esta razón, los motines actuales no son una novedad, pero se producen en el peor momento de una agresiva tercera ola de casos de Covid-19 en el país, que es el más golpeado por la pandemia de toda África.
La democracia heredó un país profundamente desigual y fragmentado. Las cuatro colonias que los británicos organizaron después de la guerra de los Boers (1899-1902) nunca formaron una unidad. El régimen del apartheid instaurado a partir de 1948 y la república independiente después de 1961 siempre fueron sólo una dictadura militar-empresaria basada en una minoría de colonos blancos. Cuando la mayoría negra tomó el poder, aceptó no tocar los privilegios ni la propiedad de los blancos, con lo que incorporó a su propio movimiento nacional las fracturas de la sociedad colonial.
El ANC está profundamente dividido. Un ala, asociada a Zuma, considera que la mejor manera de abordar la pobreza es mediante una amplia expansión del Estado en la economía y la adopción de programas masivos de transferencias para la redistribución de la riqueza. Esta ala está asociada a la etnia zulú, que constituye aproximadamente una cuarta parte de la población. Suele ser conservadora en cuestiones sociales, pero tiene muchas dirigentes femeninas.
La otra ala, liderada por Ramaphosa, pretende hacer frente a la pobreza mediante el crecimiento de la inversión privada, para cuyo incentivo pone el acento en la lucha contra la corrupción. El capital internacional concentrado prefiere al actual presidente, pero el ala de Zuma sigue representando a los townships y a los habitantes de las zonas rurales rezagadas.
Después de la transición negociada hacia el gobierno de mayoría negra en la década de 1990 los dirigentes del ANC se amoldaron a la situación, sea asociándose con las corporaciones occidentales, como hizo Cyril Ramaphosa, o con otros grupos empresarios surafricanos, asiáticos y árabes, tal Jacob Zuma. Uno es tan corrupto como el otro, pero difieren en sus vinculaciones y orientaciones. El expresidente propone una intensa intervención estatal en la economía y el fortalecimiento de una burguesía surafricana asociada a capitales no monopólicos. Ramaphosa, en cambio, es un activo participante en los cónclaves de la Commonwealth y auspició la recientemente creada zona africana de libre comercio.
Al cabo de tres décadas en el gobierno, ninguna de las dos alas del Congreso Nacional Africano ha sido capaz de dar al país un sentido de pertenencia y de destino común. Al aceptar su prisión, Zuma ha movilizado a sus partidarios y desatado el caos. Probablemente imponga a Ramaphosa una negociación ventajosa y la situación se calme, pero no mejore. Ambos saben, empero, que deben alcanzar un compromiso, para no fracturar un país que a duras penas se mantiene unido sin proyecto común ni liderazgo. El arco iris ha fracasado, pero no puede romperse.
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Eduardo J. Vior