Washington y Londres se empantanan en Ucrania
Si Biden y Johnson continúan sin negociar con Putin, el agotamiento del ejército ucraniano les obligará a involucrarse cada vez más en la guerra
Tras la rendición de 1800 sobrevivientes del ejército ucraniano y del
batallón nazi atrincherados en los túneles de la acería Azov, en
Mariúpol, la cámara alta norteamericana finalmente aprobó este jueves un
enorme paquete de ayuda militar para prolongar la guerra en Ucrania.
Todavía la semana pasada el senador republicano Ron Paul había logrado
frenar la votación, pero este vuelco estratégico está empujando a
Washington, Londres y Bruselas a involucrarse directamente.
Lamentablemente, han entrado en la guerra con mucha ideología, pero sin concepto ni plan y está primando el interés inmediato del complejo militar-industrial. En Ucrania las potencias occidentales se están metiendo aceleradamente en el pantano de una guerra interminable.
Con un retraso de una semana el Senado de EE.UU. aprobó este jueves 19 un paquete de ayuda militar, económica y humanitaria para Ucrania por valor de 40.000 millones de dólares. La votación fue de 86 a 11. Todos los votos en contra fueron de republicanos. Durante el debate final muchos senadores manifestaron su certeza de que otros paquetes le seguirán.
Hace una semana el senador republicano por Kentucky Ron Paul retrasó la votación al exigir que el proyecto de ley incluyera la intervención del Inspector General de la Unión, para supervisar la aplicación de los fondos. "No podemos salvar a Ucrania condenando la economía estadounidense", sentenció. Añadió que EE.UU. ha gastado casi tanto en el ejército de Ucrania como todo el presupuesto militar de Rusia y que Washington ha enviado más dinero a Ucrania que el que gastó en todo el primer año de la guerra en Afganistán.
En su informe final sobre los 20 años de guerra el Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán (SIGAR) descubrió que casi 19.000 millones de los 134.000 millones de dólares asignados a Afganistán durante los 20 años de guerra se perdieron por despilfarro, fraude y abuso. Finalmente, la objeción de Paul, un conservador fiscal contrario a las intervenciones exteriores de su país, fue vencida por el voto de la mayoría.
Llama la atención el grado de unidad bipartidista en ambas cámaras dispuesto a votar el préstamo. Ni un solo demócrata de la Cámara de Representantes estuvo en contra y sólo 57 republicanos dijeron "no". Sirva esta votación como muestra del alcance de la cacareada radicalidad de la izquierda demócrata.
La gran coalición belicista no refleja la opinión de la mayoría de los estadounidenses, sino el consenso de la elite de Washington. Como siempre, cuando no sabe cómo resolver los problemas de su nación, acude a la guerra como única alternativa. La ley pasó ahora a la firma del Presidente.
El nuevo paquete de ayuda militar incluye 36 radares de contrabatería, 18 obuses de 155 mm y 18 vehículos tácticos. Según informó el Pentágono, el envío de este armamento comenzará inmediatamente.
La decisión se tomó inmediatamente después de la rendición de casi todos los nazis y militares escondidos en la acería Azov, en Mariúpol. Según datos fidedignos, el batallón Azov tenía inicialmente en Mariúpol 20.000 soldados y las unidades regulares ucranianas hasta 14.500 efectivos. Hasta la mañana de este jueves se habían rendido 1.800 y se estima que unos 100 más siguen en los subsuelos.
Considerando las cifras actuales, puede apreciarse su grado de destrucción. No obstante, se dice que los oficiales extranjeros presentes en la acería aún no se han entregado. Cuando se los identifique, quedará claro quién es el agresor. Ningún ejército manda oficiales de alto rango al frente de combate de un aliado.
menor sin acuerdo previo, para que durante un mes y medio queden encerrados en catacumbas y caigan prisioneros del enemigo. Cuanto más alto sea su rango, más evidente será que la OTAN planeaba una ofensiva sobre la cuenca del Don que fue anticipada por la iniciativa rusa.
La gran victoria rusa en el puerto del Donetsk modifica la relación estratégica entre ambas alianzas. Mariúpol quedó ahora en la retaguardia del ejército ruso, el que liberó a fuerzas para operar en otros frentes. Por otra parte, el fin de los combates en Azovstal permite formar un corredor terrestre que, tras la reactivación del ferrocarril, unirá el este y sur de Ucrania hasta Crimea.
La puesta en marcha del puerto de Mariúpol impulsará también la articulación de un nodo ferrovial y marítimo para el comercio euroasiático, incluyendo el relacionado con China. Finalmente, el Mar de Azov se ha convertido en mar interior de Rusia y el puente que une Crimea con el continente queda fuera de peligro.
Obviamente, para Rusia es una oportunidad de mostrar una victoria mediática de alto nivel, dejando a Kiev sin el relato épico de los “heroicos defensores”. El silencio de la propaganda occidental es clamoroso.
Como viene sucediendo desde el inicio del conflicto, toca nuevamente a los militares norteamericanos contener los daños de una guerra sin objetivo ni plan claros. Después de 80 días de esfuerzos, por primera vez el viernes 13 Lloyd J. Austin III, secretario de Defensa, pudo hablar por teléfono con el ministro de Defensa ruso, el general Sergei Shoigu. Austin habría instado a su colega a decretar el alto el fuego, pero parece más bien que intentó frenar la próxima presentación ante la ONU del informe sobre los laboratorios de EE.UU. en Ucrania.
Según la documentación rusa, los fabricantes de vacunas contra el Covid-19 Pfizer y Moderna, así como Merck y Gilead fueron responsables directos de haber instalado allí laboratorios. Eludiendo las normas internacionales de seguridad, especialistas estadounidenses probaron nuevos medicamentos en la población civil. Según el Jefe de la Fuerza de Protección Radiológica, Química y Biológica de Rusia, Igor Kirillov, “para ahorrar costos”.
“El Pentágono, señaló, amplió su potencial de investigación no sólo en términos de producción de armas biológicas, sino también en la recopilación de información sobre la resistencia a los antibióticos y la presencia de anticuerpos contra ciertas enfermedades. El campo de pruebas en Ucrania estaba prácticamente fuera del control de la llamada ‘comunidad internacional’”.
Estos hallazgos, ampliamente documentados en el informe presentado esta semana por Kirillov sugieren un vasto negocio de armas biológicas "legitimadas" que implicaba a altos cargos del gobierno estadounidense. Para impedir la presentación del informe ante la ONU es que Austin llamó a Shoigu.
Este jueves también ambos jefes de Estado Mayor Conjunto, Mark Milley (EE.UU.) y Vassili Gerasimov (Rusia), mantuvieron una conversación telefónica a instancias del norteamericano. No trascendió el contenido del intercambio, pero usualmente estos contactos entre los máximos responsables militares se dirigen a resolver cuestiones prácticas en el campo de batalla (por ej., el intercambio de prisioneros) o a concertar medidas para evitar que malentendidos escalen los conflictos.
La producción de armas biológicas en Ucrania fue una de las tres razones principales para el lanzamiento de la Operación Z junto con la prevención de una guerra relámpago inminente contra el Donbass y el deseo de Kiev de reiniciar la fabricación de armas nucleares. Rusia sintió que Ucrania y sus aliados transgredían estos tres límites y atacó preventivamente para no ser sorprendida. Así, al menos, lo explican sus líderes.
La estrategia rusa es racionalmente comprensible: desde el golpe de estado de febrero de 2014 venía viendo cómo británicos y norteamericanos alentaban a las milicias nazis que hostigaban a la población rusohablante del este de Ucrania, reprimían el uso del ruso, censuraban medios y perseguían partidos moderados. Durante siete años EE.UU. y la OTAN se negaron a negociar.
Además, en octubre pasado Volodymir Zelensky anunció su programa nuclear. La inteligencia rusa, en tanto, ya sabía de los laboratorios biotecnológicos. También en noviembre Moscú presentó a EE.UU. y a la OTAN sendas propuestas de negociación que fueron desestimadas. En febrero, por fin, Moscú confirmó la próxima ofensiva ucraniana contra la cuenca del Don.
Puede discutirse si Rusia pudo haber esperado a la ofensiva ucraniana antes de responder y así justificar su intervención. Putin argumenta que, atacando primero, se salvaron las vidas de decenas de miles de civiles. Es imposible saberlo a posteriori, pero las razones políticas del ataque ruso son entendibles, aunque las jurídicas no lo sean. Su estrategia tiene objetivos claros y limitados, que no hay que compartir, pero sobre los que se puede negociar.
En cambio, la conducta anglonorteamericana es inentendible e imprevisible. Siguiendo una geopolítica del siglo XIX, Washington y Londres ven en el poder continental de Rusia y en su alianza con China una amenaza para el poder marítimo anglosajón, pero es un supuesto ideológico. Formular una estrategia clara y precisa y llevarla adelante es otra cosa.
Mientras Zelenski reclama a Occidente más y más pertrechos, su ejército se desintegra. Este jueves el comandante en jefe de las FF.AA: ucranianas, el general Valerii Zaluzhnyi, solicitó permiso al presidente, para evacuar Severodonetsk, en el límite occidental de Lugansk. “Se trata de que no pase nuevamente lo de Azov”, justificó el general su pedido.
Las tropas de Lugansk y las rusas están rodeando esta posición estratégica y cerrando un bolsón mayor con 16.000 efectivos ucranianos. En tanto, se amontonan los informes sobre el desvío de las remesas y equipos occidentales por la corrupción del régimen de Kiev. En estas condiciones, el mero envío de aún más hardware norteamericano sólo sirve para que los rusos lo capturen o lo compren en el mercado negro. Para EE.UU. y la OTAN Ucrania es un pozo sin fondo.
La planificación militar rusa, en cambio, procede metódicamente. Sus fuerzas machacan al enemigo mientras avanzan lentamente. Si encuentran una resistencia seria, se detienen y destrozan las defensas enemigas con ataques ininterrumpidos de misiles y artillería. Así pueden seguir por años, con pocas pérdidas y bajo costo. Avanzan preservando al personal y, además, hasta ahora sólo han comprometido una fracción reducida de su potencia de fuego y efectivos.
A falta de planes y objetivos claros, los líderes anglonorteamericanos pueden pronto pensar que deben mandar sus propias tropas. Ya lo están haciendo con cuentagotas, pero pronto vendrá un derrame.
Estados Unidos se está deslizando hacia una guerra abierta en Ucrania y no sabe dónde parar. Lo más racional sería que se avinieran a negociar con Putin, pero no pueden hacerlo, porque tanto Boris Johnson como Joe Biden temen ser depuestos o perder las elecciones. Además, han cebado sus máquinas de propaganda antirrusa y prometido pingües ganancias a sus fabricantes de armas con los que ahora deben cumplir.
Si no pueden o no quieren negociar, les queda la opción militar, pero, sin objetivos ni planes claros, habrán abierto otro pozo sin fondo. Si nadie los para, en breve se escribirá la crónica de un desastre largamente anunciado.
Lamentablemente, han entrado en la guerra con mucha ideología, pero sin concepto ni plan y está primando el interés inmediato del complejo militar-industrial. En Ucrania las potencias occidentales se están metiendo aceleradamente en el pantano de una guerra interminable.
Con un retraso de una semana el Senado de EE.UU. aprobó este jueves 19 un paquete de ayuda militar, económica y humanitaria para Ucrania por valor de 40.000 millones de dólares. La votación fue de 86 a 11. Todos los votos en contra fueron de republicanos. Durante el debate final muchos senadores manifestaron su certeza de que otros paquetes le seguirán.
Hace una semana el senador republicano por Kentucky Ron Paul retrasó la votación al exigir que el proyecto de ley incluyera la intervención del Inspector General de la Unión, para supervisar la aplicación de los fondos. "No podemos salvar a Ucrania condenando la economía estadounidense", sentenció. Añadió que EE.UU. ha gastado casi tanto en el ejército de Ucrania como todo el presupuesto militar de Rusia y que Washington ha enviado más dinero a Ucrania que el que gastó en todo el primer año de la guerra en Afganistán.
En su informe final sobre los 20 años de guerra el Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán (SIGAR) descubrió que casi 19.000 millones de los 134.000 millones de dólares asignados a Afganistán durante los 20 años de guerra se perdieron por despilfarro, fraude y abuso. Finalmente, la objeción de Paul, un conservador fiscal contrario a las intervenciones exteriores de su país, fue vencida por el voto de la mayoría.
Llama la atención el grado de unidad bipartidista en ambas cámaras dispuesto a votar el préstamo. Ni un solo demócrata de la Cámara de Representantes estuvo en contra y sólo 57 republicanos dijeron "no". Sirva esta votación como muestra del alcance de la cacareada radicalidad de la izquierda demócrata.
La gran coalición belicista no refleja la opinión de la mayoría de los estadounidenses, sino el consenso de la elite de Washington. Como siempre, cuando no sabe cómo resolver los problemas de su nación, acude a la guerra como única alternativa. La ley pasó ahora a la firma del Presidente.
El nuevo paquete de ayuda militar incluye 36 radares de contrabatería, 18 obuses de 155 mm y 18 vehículos tácticos. Según informó el Pentágono, el envío de este armamento comenzará inmediatamente.
La decisión se tomó inmediatamente después de la rendición de casi todos los nazis y militares escondidos en la acería Azov, en Mariúpol. Según datos fidedignos, el batallón Azov tenía inicialmente en Mariúpol 20.000 soldados y las unidades regulares ucranianas hasta 14.500 efectivos. Hasta la mañana de este jueves se habían rendido 1.800 y se estima que unos 100 más siguen en los subsuelos.
Considerando las cifras actuales, puede apreciarse su grado de destrucción. No obstante, se dice que los oficiales extranjeros presentes en la acería aún no se han entregado. Cuando se los identifique, quedará claro quién es el agresor. Ningún ejército manda oficiales de alto rango al frente de combate de un aliado.
menor sin acuerdo previo, para que durante un mes y medio queden encerrados en catacumbas y caigan prisioneros del enemigo. Cuanto más alto sea su rango, más evidente será que la OTAN planeaba una ofensiva sobre la cuenca del Don que fue anticipada por la iniciativa rusa.
La gran victoria rusa en el puerto del Donetsk modifica la relación estratégica entre ambas alianzas. Mariúpol quedó ahora en la retaguardia del ejército ruso, el que liberó a fuerzas para operar en otros frentes. Por otra parte, el fin de los combates en Azovstal permite formar un corredor terrestre que, tras la reactivación del ferrocarril, unirá el este y sur de Ucrania hasta Crimea.
La puesta en marcha del puerto de Mariúpol impulsará también la articulación de un nodo ferrovial y marítimo para el comercio euroasiático, incluyendo el relacionado con China. Finalmente, el Mar de Azov se ha convertido en mar interior de Rusia y el puente que une Crimea con el continente queda fuera de peligro.
Obviamente, para Rusia es una oportunidad de mostrar una victoria mediática de alto nivel, dejando a Kiev sin el relato épico de los “heroicos defensores”. El silencio de la propaganda occidental es clamoroso.
Como viene sucediendo desde el inicio del conflicto, toca nuevamente a los militares norteamericanos contener los daños de una guerra sin objetivo ni plan claros. Después de 80 días de esfuerzos, por primera vez el viernes 13 Lloyd J. Austin III, secretario de Defensa, pudo hablar por teléfono con el ministro de Defensa ruso, el general Sergei Shoigu. Austin habría instado a su colega a decretar el alto el fuego, pero parece más bien que intentó frenar la próxima presentación ante la ONU del informe sobre los laboratorios de EE.UU. en Ucrania.
Según la documentación rusa, los fabricantes de vacunas contra el Covid-19 Pfizer y Moderna, así como Merck y Gilead fueron responsables directos de haber instalado allí laboratorios. Eludiendo las normas internacionales de seguridad, especialistas estadounidenses probaron nuevos medicamentos en la población civil. Según el Jefe de la Fuerza de Protección Radiológica, Química y Biológica de Rusia, Igor Kirillov, “para ahorrar costos”.
“El Pentágono, señaló, amplió su potencial de investigación no sólo en términos de producción de armas biológicas, sino también en la recopilación de información sobre la resistencia a los antibióticos y la presencia de anticuerpos contra ciertas enfermedades. El campo de pruebas en Ucrania estaba prácticamente fuera del control de la llamada ‘comunidad internacional’”.
Estos hallazgos, ampliamente documentados en el informe presentado esta semana por Kirillov sugieren un vasto negocio de armas biológicas "legitimadas" que implicaba a altos cargos del gobierno estadounidense. Para impedir la presentación del informe ante la ONU es que Austin llamó a Shoigu.
Este jueves también ambos jefes de Estado Mayor Conjunto, Mark Milley (EE.UU.) y Vassili Gerasimov (Rusia), mantuvieron una conversación telefónica a instancias del norteamericano. No trascendió el contenido del intercambio, pero usualmente estos contactos entre los máximos responsables militares se dirigen a resolver cuestiones prácticas en el campo de batalla (por ej., el intercambio de prisioneros) o a concertar medidas para evitar que malentendidos escalen los conflictos.
La producción de armas biológicas en Ucrania fue una de las tres razones principales para el lanzamiento de la Operación Z junto con la prevención de una guerra relámpago inminente contra el Donbass y el deseo de Kiev de reiniciar la fabricación de armas nucleares. Rusia sintió que Ucrania y sus aliados transgredían estos tres límites y atacó preventivamente para no ser sorprendida. Así, al menos, lo explican sus líderes.
La estrategia rusa es racionalmente comprensible: desde el golpe de estado de febrero de 2014 venía viendo cómo británicos y norteamericanos alentaban a las milicias nazis que hostigaban a la población rusohablante del este de Ucrania, reprimían el uso del ruso, censuraban medios y perseguían partidos moderados. Durante siete años EE.UU. y la OTAN se negaron a negociar.
Además, en octubre pasado Volodymir Zelensky anunció su programa nuclear. La inteligencia rusa, en tanto, ya sabía de los laboratorios biotecnológicos. También en noviembre Moscú presentó a EE.UU. y a la OTAN sendas propuestas de negociación que fueron desestimadas. En febrero, por fin, Moscú confirmó la próxima ofensiva ucraniana contra la cuenca del Don.
Puede discutirse si Rusia pudo haber esperado a la ofensiva ucraniana antes de responder y así justificar su intervención. Putin argumenta que, atacando primero, se salvaron las vidas de decenas de miles de civiles. Es imposible saberlo a posteriori, pero las razones políticas del ataque ruso son entendibles, aunque las jurídicas no lo sean. Su estrategia tiene objetivos claros y limitados, que no hay que compartir, pero sobre los que se puede negociar.
En cambio, la conducta anglonorteamericana es inentendible e imprevisible. Siguiendo una geopolítica del siglo XIX, Washington y Londres ven en el poder continental de Rusia y en su alianza con China una amenaza para el poder marítimo anglosajón, pero es un supuesto ideológico. Formular una estrategia clara y precisa y llevarla adelante es otra cosa.
Mientras Zelenski reclama a Occidente más y más pertrechos, su ejército se desintegra. Este jueves el comandante en jefe de las FF.AA: ucranianas, el general Valerii Zaluzhnyi, solicitó permiso al presidente, para evacuar Severodonetsk, en el límite occidental de Lugansk. “Se trata de que no pase nuevamente lo de Azov”, justificó el general su pedido.
Las tropas de Lugansk y las rusas están rodeando esta posición estratégica y cerrando un bolsón mayor con 16.000 efectivos ucranianos. En tanto, se amontonan los informes sobre el desvío de las remesas y equipos occidentales por la corrupción del régimen de Kiev. En estas condiciones, el mero envío de aún más hardware norteamericano sólo sirve para que los rusos lo capturen o lo compren en el mercado negro. Para EE.UU. y la OTAN Ucrania es un pozo sin fondo.
La planificación militar rusa, en cambio, procede metódicamente. Sus fuerzas machacan al enemigo mientras avanzan lentamente. Si encuentran una resistencia seria, se detienen y destrozan las defensas enemigas con ataques ininterrumpidos de misiles y artillería. Así pueden seguir por años, con pocas pérdidas y bajo costo. Avanzan preservando al personal y, además, hasta ahora sólo han comprometido una fracción reducida de su potencia de fuego y efectivos.
A falta de planes y objetivos claros, los líderes anglonorteamericanos pueden pronto pensar que deben mandar sus propias tropas. Ya lo están haciendo con cuentagotas, pero pronto vendrá un derrame.
Estados Unidos se está deslizando hacia una guerra abierta en Ucrania y no sabe dónde parar. Lo más racional sería que se avinieran a negociar con Putin, pero no pueden hacerlo, porque tanto Boris Johnson como Joe Biden temen ser depuestos o perder las elecciones. Además, han cebado sus máquinas de propaganda antirrusa y prometido pingües ganancias a sus fabricantes de armas con los que ahora deben cumplir.
Si no pueden o no quieren negociar, les queda la opción militar, pero, sin objetivos ni planes claros, habrán abierto otro pozo sin fondo. Si nadie los para, en breve se escribirá la crónica de un desastre largamente anunciado.
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Eduardo J. Vior