Buenos Aires está en efervescencia y es un lujo sumergirse en ella. El pasado miércoles 13 estuve en la presentación del libro de Dante A. Palma El adversario: periodistas y política en la era kirchnerista (v. fotos en esta entrada), el sábado en la asamblea de Carta Abierta y en la jornada de discusión sobre la Ley de Educación Superior que organizó el Frente Grande, ambas en la Biblioteca Nacional. Ayer, martes 19, finalmente, participé en el lanzamiento del Movimiento por una Nueva Constitución Emancipatoria en el teatro Margarita Xirgu.
Viej@s y jóvenes militantes olfatean el paso de la Historia y tratan de montarse en ella. Una pasión febril se ha apoderado de l@s activistas. Las utopías de justicia e igualdad caminan nuevamente por las calles, bulliciosas y de espíritu inquieto.
Sin que nadie lo ordene, de a poco se van definiendo proyectos de largo plazo. Aunque no lo habíamos conversado antes, me llamaron mucho la atención las argumentaciones de Ricardo Forster y Hernán Brienza durante la presentación del libro de Palma. Parecía que hubieran leído la introducción a mi última entrada en este blog sobre la revolución cívica y la revolución popular. Sin embargo, sé (y me lo confirmaron) que no lo habían hecho. Fue una feliz coincidencia, pero no casual.
La misma consonancia noté el sábado pasado en la mayoría de las manifestaciones sobre la situación de las universidades argentinas y las prioridades que debería tener la futura Ley de Educación Superior: si queremos tener una universidad democrática y popular, ésta debe adecuarse a las necesidades del desarrollo económico, político, social y cultural. Autonomía no puede ser sinónimo de violación sistemática de las leyes de la Nación.
Durante la asamblea de Carta Abierta Jaime Sorín obtuvo un aplauso masivo, cuando destacó que el plan de construcción de 100.000 viviendas puesto en marcha por la Presidenta Cristina es más importante porque realiza un derecho social que por la enorme activación de la economía que tendrá como consecuencia.
Al lanzar el Movimiento por una Nueva Constitución Emancipatoria, Hugo Yasky (CTA) lo ubicó en la línea de la Asamblea de 1813 y de la Constitución de 1949. No hace falta señalar que Hugo no procede del Peronismo. Entonces, ¿por qué tanta consonancia manifiesta en escenarios diversos y por compañer@s de procedencias tan variadas? Podría argumentarse que todos los mencionados se alinean en el "centroizquierda", pero esto sería una tautología, ya que lo que define al "centro" es su equidistancia de ambos extremos y en Argentina hace mucho tiempo que no sabemos cuáles son las posiciones de la izquierda. En cambio están claras las posiciones y el proyecto nacional de la derecha: neocolonial, neoliberal, racista, xenófobo y partidario de una "democracia de elites". El PRO es su mejor representante político, el diario La Nación, su "tribuna de doctrina".
Tampoco se trata de construir antagonismos contra "los de arriba" para unir fuerzas sociales disímiles y contradictorias, como sugieren las tesis de Ernesto Laclau sobre el mal llamado "populismo" y que algunos periodistas usan para negar entidad al movimiento popular que empuja al kirchnerismo. No es el antagonismo lo que define el proyecto nacional que está tomando cada día más nítidos contornos, sino sus contenidos morales y simbólicos: la recuperación de las banderas democráticas y sociales de las tradiciones patrióticas y populares y su combinación con ideales de emancipación individual y social nunca antes realizados. El antagonismo resulta lógicamente de la resistencia de los privilegiados.
Dos tradiciones se están entrelazando en la conformación de un nuevo movimiento emancipador en Argentina: el plebeyismo patriótico, democrático y social gestado desde las primeras rebeliones mestizas durante la Colonia española y el liberalismo político, siempre opacado por su contracara demoníaca: el liberalismo económico cipayo y antisocial.
Éste no es un fenómeno puramente argentino. Todo el subcontinente sudamericano está viviendo una doble revolución, cívica y popular, que está transformando nuestras sociedades y culturas, mientras cambia nuestra ubicación en el mundo. La revolución cívica es el proceso de realización de los derechos y las libertades de individuos y grupos, para aumentar su autonomía. En Europa y los Estados Unidos esta revolución fue realizada entre los siglos XVIII y XX. En América Latina fue interrumpida por las oligarquías y los imperialismos cada vez que se puso en marcha. Hoy, cuando nuestros países han desarrollado clases medias complejas y sofisticadas que en la coyuntura de la lucha contra el neoliberalismo se coaligan con los movimientos populares, se hace posible por primera vez profundizar el consenso democrático con reformas emancipatorias. Pero no podemos perder de vista su carácter contradictorio: al ampliar los derechos y las libertades, esta revolución posibilita el individualismo. Muchos miembros de las clases medias pueden sentirse tentados a desprenderse de sus incómodos aliados populares en la creencia ingenua de gobernar sin ellos, pero sin recaer en las manos de las oligarquías. Perú y Paraguay se encuentran hoy al borde de la ruptura de las grandes alianzas que llevaron a los reformismos al gobierno. También pueden tender a frenar las reivindicaciones populares para no "asustar" a las elites reaccionarias, a las Fuerzas Armadas, las iglesias y la Justicia corrupta. Algo de esto le pasa actualmente al PT brasileño que, de tanto pacificar y desmovilizar a sus bases, se encuentra que los movimientos sociales se dan contra su gobierno.
Impulsar la revolución popular, por su parte, quiere decir restablecer el sentido de comunidad organizada y autogobernada. "Nadie puede liberarse en una Nación que no se emancipa", decía el Gral. Perón. Para la revolución popular, patriótica y democrática, la comunidad del trabajo y la producción es un valor y la Patria, su símbolo. Ella se conjuga con las tradiciones democráticas y sociales de los movimientos obreros y campesinos, indígenas y estudiantiles. Pero el pueblo no se reúne de la nada; tiene historias y tradiciones, buenas y menos buenas. Los movimientos obreros arrastran también rémoras corporativas y están muchas veces dirigidos por burocracias que anteponen sus intereses y alianzas a las de los procesos revolucionarios. Los movimientos sociales surgidos en la época del neoliberalismo están muchas veces tan habituados a autogobernarse que resienten de toda conducción de conjunto, como puede verse en Ecuador y Bolivia. Las revoluciones populares también pueden estancarse o desbordarse, perder el rumbo y atomizarse.
No hay recetas, ni fines, ni metas a priori. No sabemos adónde vamos ni por dónde debemos ir. No tenemos vanguardias esclarecidas ni líderes mesiánicos. Por fortuna, tod@s l@s conductor@s actuales de las revoluciones sudamericanas son pragmátic@s y flexibles y han aprendido a reconocer sus errores. El desafío es acompañarl@s con equipos de cuadros y militantes bien formad@s, pero con sensibilidad popular y emancipatoria, crític@s, pero no iluminad@s, pragmátic@s, pero no oportunistas, y, sobre todo, solidari@s y con sentido de justicia. Sólo así será posible mantener la combinación de ambas revoluciones y evitar las cuñas que la derecha reaccionaria constantemente quiere colocar.
Nuestros movimientos son caóticos y contradictorios. Nadie puede arrogarse en ellos el rol de juez, para definir sus límites. Sólo la solidaridad hacia adentro y la capacidad de sacrificio hacia afuera pueden ser la vara para medir los méritos de cada un@.
Las utopías de justicia e igualdad caminan nuevamente por las calles, bulliciosas y de espíritu inquieto...
ResponderEliminarPorque Nos Recuperamos como País
Amigo, estuve esa noche de la presentación del libro de Dante Palma... Sin conocernos, coincidimos allí...
ResponderEliminarUn saludo.