Trump no es Nixon
por Eduardo J. Vior
Tiempo Argentino
14 de mayo de 2017
Tiempo Argentino
14 de mayo de 2017
"A James Comey le conviene que no haya grabaciones de nuestras
conversaciones", tuiteó el Presidente de los Estados Unidos (Potus, por
su sigla en Twitter) a las 14,40 h (de Buenos Aires) del pasado viernes
12. Desde que el martes 9 despidió al Director de la Oficina Federal de
Investigaciones (FBI) sus advertencias han ido subiendo de tono. La
mayoría de los observadores subrayan las similitudes entre esta crisis y
el affaire Watergatede 1973-74. Sin embargo, Donald Trump no es
comparable con Richard Nixon. Las apariencias engañan.
Cuando fue
despedido, Comey conducía una investigación sobre posibles connivencias
entre los funcionarios de la campaña electoral de Trump y Rusia. Según
trascendió, el Presidente no estaba contento con el modo en que su
equipo de prensa venía explicando su decisión de despedir a Comey y
decidió abordar el tema con sus propias manos.
El argumento de la
Casa Blanca para justificar el despido fue que Comey no era digno de
confianza por el mal manejo que había hecho en 2016 de la investigación
sobre el uso por Hillary Clinton de un servidor de correo electrónico
personal para enviar mensajes con información clasificada, cuando era
Secretaria de Estado de Barack Obama (2009-13). En el primer momento el
Presidente y su equipo negaron que el despido tuviera que ver con su
investigación sobre las relaciones de ellos con representantes rusos,
pero, como el sucesor de Comey en la dirección interina del FBI, Andrew
McCabe, dijo el jueves que sigue siendo "una investigación muy
significativa", el Potus aceptó el desafío y denunció al jefe expulsado
por "deslealtad".
La crisis presente es casi inédita: desde la
creación del FBI en 1908 es la segunda vez en la historia que un
presidente estadounidense despide a un director. La primera ocasión fue
en 1993, cuando Bill Clinton destituyó a William Sessions acusándolo de
faltar a la ética que debe mantener un funcionario de su rango.
No
sólo demócratas, sino también algunos republicanos opinan que el súbito
despido responde a que el mandatario quiere frenar las investigaciones y
lo asocian con el escándalo Watergate. "Esto es nixoniano", declaró el
senador demócrata Bob Casey. Esa frase se refiere a la noche del 20 de
octubre de 1973, conocida como la "Masacre del sábado a la noche",
cuando el Presidente Richard Nixon hizo renunciar al fiscal general
Elliot Richardson y a su adjunto William Ruckelshaus por no obedecer la
orden de despedir al fiscal especial Archibald Cox.
A mediados de
octubre de 1973, este procurador había pedido formalmente al Presidente
que le entregara las grabaciones de las reuniones que aquél había
mantenido con su equipo en la Oficina Oval. De esas cintas esperaba
obtener pistas sobre lo ocurrido en torno al escándalo Watergate. El
suceso había empezado con la detención de cinco hombres por la intrusión
en Washington el 17 de junio de 1972 en el complejo de ese nombre
perteneciente al Partido Demócrata. El FBI encontró conexión entre los
ladrones y dinero negro utilizado por el Comité para la Reelección del
Presidente (CRP), la organización oficial de la campaña electoral de
Nixon y el Partido Republicano. En julio de 1973, gracias a los
testimonios de antiguos funcionarios y colaboradores del mandatario, las
investigaciones del Comité Watergate del Senado de Estados Unidos
revelaron que Nixon tenía en sus oficinas un sistema de cintas de
grabación y que muchas conversaciones habían sido grabadas.
Nixon
no sólo se negó a entregar los audios íntegros, sino que ordenó a su
fiscal general, Elliot Richardson, el cierre de la oficina a la que Cox
estaba adscrito. Richardson decidió renunciar antes de cumplir esa
orden. Su reemplazante, el fiscal general adjunto Ruckelshaus, también
presentó su dimisión. Fue entonces Robert Bork, el procurador general de
EE UU, quien se quedó con el cargo y cumplió con la orden presidencial.
No obstante, tras varias batallas legales la Corte Suprema de la Unión
dictaminó por unanimidad que el presidente debía entregar las cintas a
los investigadores gubernamentales, a lo que finalmente accedió.
Las
grabaciones revelaron que el mandatario había tratado de encubrir el
robo. Debido a que con casi total seguridad habría sido sometido a
juicio político por las dos cámaras del Congreso, Nixon renunció a la
presidencia el 9 de agosto de 1974.
El pasado 20 de marzo, el
propio Comey declaró ante una subcomisión del Senado que el FBI estaba
investigando los posibles nexos entre miembros del equipo de Donald
Trump y Rusia. La catarata de dichos y contradichos abrió nuevos
cuestionamientos a la credibilidad del Presidente, quien el miércoles
mantuvo en la Casa Blanca un inesperado encuentro a puertas cerradas con
el canciller ruso, Serguei Lavrov. Manejar a discreción el ritmo de las
investigaciones sobre Rusia que el Congreso realiza por su cuenta
parece una tarea cada vez más difícil para los republicanos. Con
semejante ambiente de intriga y la perspectiva de otra batalla política
para designar al próximo director del FBI, el gobierno puede sufrir
atrasos en temas sensibles de su agenda.
Algunos analistas creen
que el problema para el presidente está cada vez más en la débil lealtad
de su propio partido. Comey es republicano y ayudó al triunfo del Potus
difundiendo pocos días antes del 8 de noviembre pasado la copia de los
mails de Hillary Clinton. Sin embargo, como la mayor parte del Partido
Republicano, el ex director del FBI sólo adhirió a la candidatura
triunfante en el último momento y estaría feliz si el Presidente fuera
remplazado por el Vicepresidente Mike Pence, más leal al aparato.
A
pesar de las aparentes similitudes, Trump no es Nixon. En 1973 el
republicano estaba en su segundo mandato y, por lo tanto, sin poder ser
reelecto. Era lo que en la jerga política norteamericana llaman "un pato
rengo". A pesar de llevar nombre de pato, Trump se encuentra al
principio de su primer período y con ganas de gobernar a su país ocho
años más.
Nixon firmó en enero de 1973 los acuerdos de París por
los que EE UU retiró en poco tiempo sus tropas de Vietnam. Estos
acuerdos nunca fueron aprobados por el Senado. Finalmente, en octubre
del mismo año se produjo la “Guerra de los Seis Días” entre Israel y sus
vecinos árabes que, como medio de presión, suspendieron las ventas de
petróleo, desatando la primera gran crisis económica mundial de la
posguerra.
Es probable que Donald Trump haya mantenido tratativas
ilegales con representantes rusos. También lo hizo Kissinger en aquella
época. A diferencia de Nixon, empero, ante la presión el Potus se apoyó
en los militares y se avino a intervenir en Siria, para delimitar su
zona de influencia, aun arriesgando una crisis con Turquía.
A
diferencia de 1973, finalmente, la economía está creciendo, el desempleo
es bajísimo, EE UU prácticamente se autoabastece de hidrocarburos y la
progresiva suba de las tasas de interés obra como una aspiradora que
chupa dólares de toda la economía mundial.
Indudablemente la
investigación sobre las relaciones entre el equipo de Trump y Rusia va a
perturbar su gobierno durante varios meses, pero el Presidente tiene
iniciativa y poder suficientes como para marcar la agenda con nuevos
temas cada día. Éste puede ser el Watergate de los aparatos partidarios y
mediáticos, no el suyo.
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Eduardo J. Vior