La revolución de colores de Emmanuel Macron
Apoyado en la crisis partidaria
y el reclamo popular de mano firme, el joven presidente quiere en poco
tiempo introducir en Francia el modelo social anglosajón.
Contrariando su máxima de no hablar sobre política interna desde el
exterior, el pasado miércoles 23 el presidente Emmanuel Macron aprovechó
su visita en Salzburgo (Austria), para responder a su predecesor,
François Hollande, quien le había aconsejado “no exigir a los franceses
que hagan sacrificios inútiles”, al referirse a la propuesta reforma del
Código del Trabajo. El momento fue bien elegido: ese mismo día el
mandatario había obtenido de los primeros ministros de Eslovaquia y la
República Checa concesiones para la equiparación de las contribuciones
previsionales que pagan las empresas por los trabajadores que emplean
transitoriamente en otros países de la Unión Europea, un reclamo
enérgico que franceses y alemanes hacen a sus socios de Europa del Este,
para superar lo que llaman “dumping previsional”. Con un pequeño
triunfo externo el mandatario se desmarcó públicamente de su ex-jefe y
con él de la “vieja política”. El joven tecnócrata dedica muchos
mensajes a deslindar “lo viejo” y “lo nuevo”. El discurso de las
“reformas” inunda Francia.
Después de tres meses de luna de miel con los votantes, en Francia ha
comenzado el debate sobre las numerosas medidas propuestas por el
gobierno para “modernizar” la economía, la primera, sobre el Código del
Trabajo. Luego de que el pasado 2 de agosto la Asamblea Nacional facultó
al Ejecutivo a actuar por decretos, el Ministerio de Trabajo ha
comenzado el pasado martes 22 a discutir el proyecto con los principales
actores sociales. Existe un amplio consenso sobre la necesidad de
actualizar el Código Laboral, promulgado originariamente entre 1910 y
1927, pero los críticos acusan al actual gobierno de, en realidad,
querer adoptar el sistema norteamericano en el que un empleado y su
patrón pueden negociar privadamente un contrato de trabajo que viole la
ley.
El gobierno se propone discutir solamente una semana y aprobar la
“reforma” en Consejo de Ministros el 28 de agosto, para que entre en
vigor el 1º de setiembre. De la legislación actual se propone conservar
solamente el salario mínimo, la semana laboral de 35 horas y la
prohibición de discriminación. Todo el resto se modificará,
especialmente las negociaciones salarial y sobre la organización del
tiempo de trabajo, que se harán a nivel de cada empresa. También se
generalizará el “contrato por proyecto”, hoy sólo aplicado en la
industria de la construcción.
Las tres prioridades que el presidente Macron pretende llevar
adelante antes de que la opinión pública reaccione son la “reforma”
laboral, reducir el número de colectividades locales y convertir al
Consejo Económico y Social en una asamblea puramente honorífica. De esta
“reforma” sólo se sabe que se trataría de disolver los innumerables
comités o comisiones clasificados como inútiles y dejar el diálogo
social en manos del Consejo. Sin embargo, si al mismo tiempo se
desvalorizan los contratos colectivos de trabajo, esta institución
–pilar de la concertación democrática instaurada por Charles De Gaulle
(1958-70)– quedará vacía de sentido.
Otra reforma ambicionada por el joven presidente es la del
financiamiento de la seguridad social. Para poder reducir las
contribuciones que pagan empresarios y trabajadores, pretende subir la
tasa específica (CSG) que todos los habitantes pagan sobre sus ingresos
para el financiamiento del sector. Esta medida transferiría enormes
ganancias a las empresas, mientras gravaría desproporcionadamente a
trabajadores independientes, jubilados de ingresos medios y funcionarios
del Estado.
Asimismo, la proyectada reforma del seguro de desempleo descargaría a
las empresas y lastraría a los autónomos y profesionales liberales. Se
trata de sustituir el seguro por una única compensación en cinco años a
quien renuncia o es despedido de su empleo. Con esta medida el gobierno
pretende alentar el “emprendedorismo”, pero, al forzar a los autónomos y
profesionales a incorporarse al sistema, nuevamente transfiere ingresos
hacia las empresas.
Cuando el presidente dice que los franceses son contrarios a las
“reformas”, en realidad está queriendo indicar que su pueblo se niega a
renunciar a los derechos duramente conquistados en el pasado. Por eso
insiste en que es necesario “explicar” la necesidad y conveniencia de
las “reformas”. Por eso, afirman los medios, se propone dirigirse a su
pueblo por radio una o dos veces por mes. En la antigua tradición
republicana, el presidente pretende mostrarse como representante de “la
Francia eterna” y fijar el lugar de la verdad.
Desde que en 2000 los manifestantes serbios derrocaron a Slobodan
Milosevich, en distintos parajes del mundo se han puesto de moda las
“revoluciones de colores”. Se las llama así, porque en cada país han
adoptado como lema un color. Su ideólogo es el politólogo Gene Sharp
quien ha publicado De la dictadura a la democracia y Cómo funciona la lucha no-violenta,
manuales para la sublevación civil contra regímenes supuestamente
autoritarios. En el primero de estos libros el autor presenta 198
medidas de lucha cuyo objetivo general es la instauración de democracias
liberales sin regulaciones laborales o de mercado. El método
actualmente se aplica también a países donde el cambio de régimen se
hace posible por la vía electoral, como Francia.
Los votantes eligieron este año masivamente a Emmanuel Macron,
creyendo que este joven impetuoso podía devolver a la institución
presidencial la autoridad y credibilidad perdida desde hace diez años.
En las revoluciones de colores anteriores la opinión pública demoraba en
darse cuenta de que había sido manipulada y en volver a lo que quedaba
del anterior equipo gobernante. La habilidad de los organizadores de
este tipo de subversión consiste, por tanto, en realizar de inmediato
los cambios que sus patrones quieren imponer. Los proyectos emprendidos
ahora por Macron ya estaban contenidos en el informe de la Comisión para
la Liberación del Crecimiento Francés (2008), que tuvo como presidente a
Jacques Attali y al actual presidente como secretario general adjunto.
El informe comenzaba con las siguientes palabras: “Esto no es un informe
ni un estudio, sino una serie de instrucciones para reformas urgentes y
fundadoras”, que ahora se aplican.
Si alcanza su objetivo, habrá creado una nueva república y alterado
las bases de la concertación democrática que fundamentan la convivencia
francesa desde hace por lo menos cien años. En esta carrera contra el
tiempo habrá que ver quién es más rápido, si la República o la Banca
Rotschild en la que creció el mandatario.