jueves, 23 de noviembre de 2017

Hay remedio contra el desorden mundial

  Demasiados cambios, demasiado rápido


Tanto el abrupto fin de las negociaciones para formar gobierno en Alemania como la acelerada deriva de Arabia Saudita hacia una dictadura unipersonal manifiestan las tendencias centrífugas con las que el neoliberalismo universalista busca romper el precario orden de la posguerra fría. Por el contrario, la paulatina resolución de la crisis en Zimbabue muestra que hay tendencias centrípetas que se le contraponen.

El fracaso de Merkel debilita a Europa
Al abandonar el Partido Liberal (FDP) la mesa de negociaciones, el domingo 19 se cerró la inédita posibilidad de que Alemania sea gobernada por una alianza entre ese partido, los demócratas cristianos (CDU) de la Canciller Angela Merkel, los socialcristianos de Baviera (CSU) y los verdes (B90/Die Grünen) en una llamada “coalición Jamaica” (porque la combinación de los colores de los partidos participantes reproduce la bandera del país antillano). Luego de las severas pérdidas que sufrieron la CDU y la CSU en las elecciones parlamentarias del 24 de septiembre, este fin de las negociaciones es la mayor derrota de Merkel en 12 años de gobierno. Toca ahora al presidente Frank-Walter Steinmeier decidir entre las tres alternativas que se ofrecen para formar gobierno:
1)      Que el Partido Socialdemócrata (SPD) se desdiga de su negativa a formar una gran coalición con los demócratas cristianos. Esta alianza tendría mayoría propia en el parlamento. Sin embargo, el 20,5% obtenido en los comicios (el peor resultado de su historia) desaconseja a los socialdemócratas una nueva convivencia con Merkel.
2)      La segunda alternativa consiste en que la CDU/CSU forme un gobierno de minoría con el FDP o Los Verdes, pero, para tener mayoría,ante cada votación debería negociar apoyos externos.
3)      En el tercer escenario el presidente disolvería el Bundestag y llamaría a nuevas elecciones. Si bien los liberales han apostado a esta opción, encierra el grave peligro de que la neonazi Alternativa por Alemania (AfD) aumente aún más su caudal electoral, se desequilibre la democracia alemana y se rompa la unidad europea.

Con el habitual desprecio neoliberal hacia los compromisos democráticos, el líder liberal Christian Lindner juega a todo o nada, para imponer al pueblo alemán su dogma. Sólo mucha decisión y mucho renunciamiento pueden salvar a Alemania y Europa.

Del feudalismo a la dictadura
Después de la visita de Donald Trump a la península arábiga en mayo pasado la región está cambiando aceleradamente. Primero, la mayoría de las monarquías regionales decretaron el bloqueo de Katar por sus apoyos a los Hermanos Musulmanes y su sociedad con Irán en la explotación de gas en el Golfo Pérsico. La crisis sólo se ha atenuado en el curso de los meses, acercando aún más a ambos socios e incorprorando a Turquía al escenario regional.

Poco después el rey Salmán cambió las reglas de la sucesión al trono, designando a su hijo Mohammed binSalmán (conocido como MbS), ya ministro de Defensa, y desplazando a las demás ramas de la familia saudita. Este mismo noviembre, en tanto, el heredero detuvo a 40 parientes en un hotel de la capital Riad, les quitó sus funciones y amenaza con expropiar su riqueza. En tanto, aprovechó para asumir la dirección de la Casa Real y el comando de la Guardia Nacional.

Todavía, hace una semana el futuro rey convocó a Riad al primer ministro de Líbano, Saad Hariri, a quien desde allí hizo renunciar a su cargo y acusar al chiíta Hizbolá de complotar contra su vida. Sin embargo, contradiciendo su cálculo, el cristiano presidente libanés Michel Aoun y el líder de Hizbolá, Hassán Nasralá, pidieron la libertad de Hariri y defendieron su gobierno de unidad nacional. A su vez, Emmanuel Macron aprovechó un viaje a Abu Dhabi, para interceder por el libanés quien, finalmente, fue enviado a París, aunque sus hijos quedaron bajo custodia saudita. Aún no se sabe, si reasumirá el cargo.

Hasta 2030 MbS quiere diversificar la economía de su país y ya ha adoptado medidas liberalizadoras, mientras concentra el poder en sus manos. Sin embargo, erigiendo una dictadura y agudizando los conflictos regionales, el joven príncipe (32 años) arriesga una guerra general que acabaría con la monarquía saudita. En el nuevo orden mundial la aventura ya no paga como antes.

Una historia china
El pasado miércoles 15 el ejército tomó el control del poder en Zimbabue, pero sus voceros niegan haber hecho un golpe de estado contra el presidente Robert Mugabe (93 años).

En los últimos años la caída de los precios internacionales de los minerales que el país exporta sumió esta otrora próspera economía en la depresión. A la pobreza generalizada se suma la corrupción que el pueblo achaca a la joven esposa del mandatario, Grace, y su joven círculo. Contra ellos se alza la vieja guardia que en 1980 conquistó la independencia de Gran Bretaña. Desde entonces gobierna Mugabe.

Recientemente el mandatario remplazó al vicepresidente Emmerson Mnangagua por su esposa, para prepararla para la presidencia. Sin embargo, la alta oficialidad se rebeló contra esta decisión. Como la Unión Africana (UA), empero, rechaza los golpes de estado y el viejo líder conserva un gran prestigio, los militares guardan las formas. Por ejemplo, antes de la operación el comandante del ejército, Constantino Chiwenga, estuvo en Beijing para asegurar a dirigentes chinos la continuidad del vínculo.

Entre tanto, el parlamento ha iniciado el proceso de desafuero. Aparentemente, la sucesión será pacífica y el probable presidente Mnangagua se concentrará en reconstruir la economía con apoyo militar y chino. El momento es el más adecuado, ya que la oposición neoliberal se halla dividida y desprestigiada, pero requiere mucho cuidado. Sin embargo, China está preocupada por su prestigio. Durante años ha expandido sus inversiones en el este de África y recibido muchas críticas por la actitud de sus empresas.Ahora Beijing quiere evitar ser acusada de intervencionista, pero no puede abandonar al ZANU-PF, su aliado desde hace casi 50 años, por lo que acompañará prudentemente la transición en Zimbabue.

Desde que Donald Trump gobierna, el neoliberalismo universalista se ha hecho más impaciente. No le importa desestabilizar asentadas democracias europeas ni agudizar el caos en Medio Oriente. Sólo el compromiso entre intereses y ópticas diversas y la cooperación internacional pueden frenarlo. Entre la dispersión y la integración el mundo se ha modificado radicalmente en una sola semana. ¿Podrá frenar?

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Eduardo J. Vior