Seminario 2018 de Asofil Latinoamericana:
“Los caminos de construcción: ocupar la plaza y elaborar el proyecto”
6ª Reunión (11 de agosto)
‘La cuarta revolución industrial y el fin de la globalización’
por Eduardo J. Vior
ejvior@gmail.com
“La única política seria es la mundial. El resto es
cabotaje” (atribuido a Juan D. Perón).
La cita, puesta en boca del fundador del Justicialismo por
muchos intérpretes, no sólo da un mayor peso analítico al entretejido de
estrategias de poder e intereses entre los actores más importantes en el
escenario mundial que a las determinaciones de la política nacional, sino que,
además, indica una opción estratégica del Conductor que es preciso adaptar a
las condiciones del siglo XXI: el mundo avanza hacia el universalismo y todo
proyecto de salvación nacional debe incluirse en una estrategia para la
incorporación de Argentina a las integraciones regionales y mundiales en
condiciones de soberanía política, independencia económica, justicia social y
cuidado de la casa común.
Toda adaptación a procesos regionales y mundiales requiere,
primero, apreciar equilibradamente las tendencias y fuerzas predominantes en
esos escenarios, segundo, escoger entre las alternativas y oportunidades existentes,
tercero, determinar las propias prioridades, cuarto, elegir a los actores más
capaces y hábiles para intervenir en esos escenarios y, quinto, articular una
amplia política de alianzas regionales e internacionales que permita recuperar
espacios, defender la propia integridad e imponer los propios intereses.
Para cumplir con el primero de los objetivos recién fijados,
es importante tomar consciencia de los cambios epocales que se han puesto en
marcha en el mundo en los últimos cinco años. El fracaso del intento emprendido
por Estados Unidos en la posguerra fría para construir un imperio universal
(1991-2014) desató una grave crisis de gobernabilidad del mundo que afecta la
convivencia civilizada de la humanidad. Ya están apareciendo algunas
alternativas, pero todavía se trata de procesos incipientes en los que, además,
Argentina todavía no tiene parte.
Del monopolio de poder a la crisis de época
La crisis actual se incubó en largos procesos civilizatorios
que se agudizaron en el cuarto de siglo posterior al final de la Guerra Fría.
En la década de 1990 las potencias occidentales tuvieron la oportunidad de consolidar
la paz y comenzar a construir un orden mundial paritario, pero, en cambio,
decidieron abrir un nuevo período de guerras y conquistas, para imponer el
dominio de un Imperio universal. Este monopolio del poder se consolidó a partir
del atentado contra las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, luego la
aplicación de una estrategia de guerra y Estado de excepción permanente.
La invasión de Irak en 2003, sin decisión de la ONU y sin
declaración de guerra, invirtió el orden internacional instaurado desde la Paz
de Westfalia en 1648: la relación entre Estados dejó de estar regida por
vínculos contractuales, para depender de decisiones unilaterales de las
potencias dominantes. Sin embargo, la crisis financiera (luego económica) de
2007/08 cuestionó el consenso entre ellas. Ante el fracaso norteamericano en asegurar
el orden económico internacional, los sectores financieros más globalizados
prefirieron resucitar sus patas europeas, con apoyos en Londres, París y otras
capitales. No es casual, entonces, que George W. Bush haya sido relevado por un
oficial de la CIA que superó la crisis económica, trasladó el eje de la
confrontación a Asia Oriental y al Pacífico y dio a Gran Bretaña, Francia,
Israel y Holanda luz verde para intentar la reconquista del Oriente Medio
ampliado y el Magreb.
La llamada “Primavera Árabe” (a partir de 2011), el
derrocamiento de Gadaffi, la invasión a Siria, la aparición del Estado Islámico
(EI) y el golpe de estado en Ucrania (2014) son parte de la misma maniobra.
Sólo que, en ocasión del último ataque nombrado, Rusia ya había decidido
reaccionar.
Después del fin de la Guerra Fría Rusia fue colonizada –como
el resto de Europa Central y Oriental- por las fuerzas más espurias del capital
financiero internacional. Hasta 1998 el país se fue desintegrando por la
conjunción de las mafias con la nueva oligarquía que se apropió del Estado.
Recién a partir de 1999, cuando Boris Yeltzin designó a Vladimir Putin como
primer ministro y en 2000 éste fue elegido como Presidente, un nuevo compromiso
entre la oligarquía industrial, el sistema de inteligencia y las fuerzas armadas
aseguró la supervivencia del Estado y su paulatina reconstrucción.
Por su parte, China atravesó desde el fin de la Revolución
Cultural (1966-76) un período de reconstrucción bajo la dirección de Deng
Xiaoping (1978-98), Jiang Zemin (1993-2003) y Hu Xintao (2003-13) que culminó
en la presidencia de Xi Jinping (2013- ). El sistema se sostiene en la alianza
entre la conducción del PCCh, el Ejército y la burocracia estatal con tres
consignas: mantener la unidad del Estado, devolver a China su lugar como centro
del mundo y asegurar el bienestar de la población. Hasta asumir Xi la
presidencia, la RPCh fue altamente prescindente en la política mundial y se
concentró en acumular capital. Sin embargo, las propias crisis del mundo
unipolar obligaron a Rusia y China a intervenir.
Las cinco patas de la crisis que desordena el mundo
La crisis civilizatoria tiene cinco aspectos que explican
los conflictos sociales actuales:
a) La crisis del
orden económico-social mundial. Cuando en 1971 el presidente norteamericano
Richard Nixon alteró la paridad de 35 dólares por onza de oro que había
sostenido la estabilidad del orden económico capitalista desde 1945, inauguró
un período de inestabilidad financiera que solamente no afectó a los Estados
Unidos hasta 2007, porque tienen el monopolio de la moneda de cambio
internacional. Sin embargo, este período altamente especulativo explica la
crisis de la deuda de los países emergentes en la década de 1980, la abundancia
de capital líquido con que contó el desarrollo de la Tercera Revolución
Industrial a partir de 1975, la campaña armamentista con la que Ronald Reagan
(1981-89) venció a la Unión Soviética y las crisis financieras de los años 1990
(México 1994, Tailandia 1997, Rusia 1998 y Argentina 2001).
El período de guerras continuas abierto a partir de 2001
postergó el estallido de la próxima crisis hasta 2007, mientras que el intento
de Barack Obama (2009-17) por descargar el peso de la crisis sobre el resto del
mundo acarreó a partir de 2012 la depresión en los precios de las commodities.
b) La crisis del
orden político mundial: el sistema de relaciones internacionales, asentado
desde la Paz de Westfalia (1648) hasta 2003 sobre el principio de que el
vínculo entre los estados sigue las reglas de un contrato, fue roto
unilateralmente por Estados Unidos, al asaltar Irak sin declaración de guerra
ni autorización de la ONU. Al mismo tiempo, los estados centrales aprovecharon
los atentados del 11-09-2001 para instalar el Estado de emergencia permanente. El
derrocamiento por Gran Bretaña y Francia de Muammar Gadaffi en 2011, aprovechando
la autorización de la ONU para bloquear el espacio aéreo libio, convenció a
Rusia y China de la necesidad de remplazar el orden internacional de la
posguerra por otro basado en la negociación entre las grandes potencias
intervinientes en todos los escenarios.
c) La crisis
sociodemográfica mundial: el empobrecimiento y destitularización de los países
del Sur y la crisis medioambiental han expulsado a millones de personas que
buscan su supervivencia fuera de sus regiones de origen. Al mismo tiempo, los
centros norteamericanos y europeos atraen a centenares de miles de inmigrantes,
pero su aflujo sirve a las elites de Europa Occidental y EE.UU. para atizar los
odios raciales, dividir a las clases populares y debilitar a las izquierdas y
oposiciones progresistas tradicionales.
d) La crisis
medioambiental fue magistralmente caracterizada por el Papa Francisco (2013- ) en
Laudato Sí (Papa Francisco,
2015:18.): “A la continua aceleración de los cambios de la humanidad y del
planeta se une hoy la intensificación de los ritmos de vida y de trabajo, en
eso que algunos llaman ‘rapidación’. Si bien el cambio es parte de la dinámica
de los sistemas complejos, la velocidad que las acciones humanas le imponen hoy
contrasta con la natural lentitud de las evolución biológica. A esto se suma el
problema de que los objetivos de ese cambio veloz y constante no necesariamente
se orientan al bien común y a un desarrollo humano, sostenible e integral. El
cambio es algo deseable, pero se vuelve preocupante, cuando se convierte en
deterioro del mundo y de la calidad de vida de gran parte de la humanidad”. Por
eso mismo es que, para el Papa, la crisis económico-social, la política-ideológica
y la ecológica son inseparables. De este modo, contrasta esta crítica sistémica
integral con la modernización conservadora del sistema de producción y
distribución impulsada por las potencias dominantes en el sistema mundial.
e) La crisis de
los sistemas de creencias: el fin del Imperio universal ha hecho caducar la
ideología de la globalización. La ilusión del “fin de la historia”, “la
realidad líquida”, “la era de la incertidumbre” y “la sociedad del riesgo” está
desde hace cinco años confrontada por culturas con certezas duras: el nuevo
mensaje papal, el patriotismo ruso, el sinocentrismo y, finalmente, el nacionalismo
norteamericano.
Si bien este panorama crítico no es nuevo ni se generó de
repente, se hizo evidente a partir de la invasión a Siria (2012), la propuesta
de Xi Jinping del “Nuevo camino de la seda y la faja oceánica” (2013), el golpe
de estado en Ucrania (2014) y el ingreso de más de un millón de refugiados en
la Unión Europea (2015). Al mismo tiempo, la consciencia sobre los límites del
crecimiento alcanzados por la Tercera Revolución Industrial impulsó la
confluencia de las TICs y las biotecnologías en un salto cualitativo que ha
dado en llamarse la Cuarta Revolución Industrial.
La cuarta revolución industrial
Si bien el término “Cuarta Revolución Industrial es una
creación de Klaus Schwab (WEF, 2018), fundador y coordinador del Foro Económico
Mundial que se reúne cada enero en Davos, Suiza, el concepto es de origen
alemán.
Con la denominación de “Industria 4.0” el concepto fue
presentado por primera vez en 2011 en la Feria Industrial de Hannover
(Wikipedia, 2018). En 2012 el gobierno federal alemán formó una comisión con
académicos y empresarios del sector electrónico que un año después presentó sus
recomendaciones para la reforma de la economía, la educación y la legislación
laboral del país.
Después de la publicación del informe el grupo siguió trabajando
como parte de la “Plataforma industrial 4.0”, una iniciativa conjunta de las
cámaras industriales de las Telecomunicaciones, la Electrónica y la Metalmecánica.
La plataforma continuó incorporando nuevos miembros y actualmente está
coordinada por los ministerios de Economía y Energía y por el de Educación e
Investigación. A través de la concertación con cámaras empresarias, sindicatos,
partidos y universidades está creando el consenso para la reforma integral de
la sociedad alemana en función del nuevo proyecto.
La breve historia sirve para ilustrar el carácter político
de la iniciativa. A partir de los desarrollos de los macrodatos, las cadenas de
datos encriptados, el Internet de los objetos, la robótica, los sensores,
nanotecnologías y las telecomunicaciones se está organizando su sinergia, para
reducir el margen de error de las TICs vigentes, acelerar, optimizar y reducir
los costos de los procesos de producción y distribución, adecuándolos a las necesidades
específicas de usuarios y realidades cada vez más divergentes.
Después de Alemania la iniciativa se extendió con diversas
denominaciones a otros países. En EE.UU. se constituyó en marzo de 2014 el
“Consorcio Industrial de Internet” (IIC, por su sigla en inglés). Inicialmente
lo formaron AT&T, Cisco, General Electric e Intel, pero a principios de 2016
ya agrupaba a más de 200 miembros, entre empresas norteamericanas y extranjeras,
institutos de investigación y universidades. En Japón, por su parte, los
mayores consorcios de la electrónica y las comunicaciones han formado la
“Iniciativa de la Cadena de Valor” (IVI, por su sigla en inglés).
En China, en tanto, el proyecto industrial 4.0 fue incluido
en el plan quinquenal aprobado en 2015 (Made
in China 2025). Sin embargo, aunque el proyecto chino se basa en el alemán,
lo supera ampliamente, ya que no se trata sólo de una estrategia para la
reforma de la industria sino de toda la sociedad y el Estado. En tres etapas,
hasta 2049 debe convertir a China en una nación “socialista y moderna”. Gracias
a la plataforma WeChat, creada en
2011, ya es posible realizar todas las operaciones, sin necesidad de cambiar de
plataforma. De este modo los usuarios ahorran tiempo y costos. Como la
plataforma se basa en un sistema exclusivamente chino, está defendida de
agresiones desde el exterior. Además, la Ley de Seguridad Informática, de 2016,
eliminó la anonimidad en Internet y sanciona enérgicamente hackeos, difamación
y todo tipo de delitos informáticos. Asimismo, el Ejército Popular de
Liberación (EPL) ha creado una división de ciberdefensa y coloca el campo de
combate cibernético a la par del de tierra, aire, mar y espacio.
También en otros países industriales hay iniciativas
similares, pero ninguna alcanza el nivel de las expuestas. Por esta razón, en
la inauguración del Foro de Davos de 2016 Klaus Schwab puso la “Cuarta
Revolución Industrial” en la agenda de los próximos años.
Como en todos los
procesos anteriores de innovación tecnológica en la historia del capitalismo,
los beneficios o daños que el proceso pueda traer dependen del entorno
político-social y cultural, de los sistemas de valores imperantes y del lugar
de la respectiva economía en el sistema mundial. Por supuesto, las elites
conservadoras dominantes intentan mostrar esta convergencia de innovaciones
como un proceso "natural”·en el que no es necesario adoptar reformas
políticassólo sobrevivirán “los más aptos”.
Este proceso
acarreará una nueva distribución de los procesos productivos en el mundo, entre
las regiones de un mismo país, entre las profesiones y sectores económicos. Si
no se lo controla políticamente, perjudicará a la mayoría de la población en
beneficio de unos pocos, pero utilizado inteligentemente y con clara
discriminación de fines, medios e instrumentos, puede traer grandes beneficios,
aun para economías atrasadas como la nuestra.
Entorno político de la Cuarta Revolución Industrial
Contra lo que
sostuvo el mito de la globalización, la vinculación entre los procesos de
innovación tecnológica, su implementación productiva y las consecuencias
sociales y ecológicas no es “natural” sino política. Precisamente, el caso del
actual proceso de innovación, que algunos denominan “Industria 4.0” y otros
“Cuarta Revolución Industrial”, subraya el rol de las decisiones éticas y
políticas en el cambio de la economía mundial.
Las determinaciones
estratégicas adoptadas por los principales países impulsores del actual proceso
de innovación (Alemania y China) responden a entornos geoestratégicos y a decisiones
en áreas circunscriptas. Ambas naciones están estrechamente vinculadas desde
hace dos décadas. Sus sistemas productivos están interrelacionados y sus
grandes corporaciones toman sus decisiones estratégicas atendiendo al mercado
del otro. Por ejemplo, el programa de la Nueva Ruta de la Seda está pensado,
para conectar, primero, China central con Berlín y Hamburgo. Al mismo tiempo, las
multas y sanciones aplicadas por las autoridades norteamericanas contra
empresas alemanas desde 2014 son percibidas en Berlín como un arma de competencia
desleal que contrasta con el buen trato que experimentan en Rusia y China y las
empuja aún más a intensificar los vínculos con ésta última.
Si bien las
percepciones de las elites no determinan las relaciones internacionales, cuando
las mismas coinciden con intereses y se ven confirmadas por decisiones
estratégicas, influyen en la ubicación mundial de un Estado. Después de la
agresión contra Libia en 2011, la invasión a Siria en 2012, el golpe de estado
en Ucrania en 2014, la expansión de la OTAN hacia el Este de Europa y el golpe
de estado en Tailandia en 2014 persuadieron a Rusia y China de que EE.UU.
estaba tratando de cercarlas desde la periferia.
Ambas respondieron
consecuentemente. Rusia recuperó Crimea y sostiene en el este de Ucrania a las
repúblicas autónomas de Donetsk y Luhansk, mientras intenta habilitar alguna
ruta para construir el gasoducto que la conecte con Europa Central. A fin de
2015 comenzó a auxiliar a Siria y potenció su base naval en el puerto de
Tartus, hasta poder neutralizar todos los radares en el Mediterráneo Oriental,
con lo que anuló la ventaja estratégica del pasaje por el Canal de Suez. Además,
aunque redujo su participación en el mercado, se mantiene como segundo
exportador de armas del mundo. Mediante el Banco de Desarrollo Euroasiático, su
participación en la Organización de Cooperación de Shanghai y el BRICS ejerce
una gran influencia sobre países emergentes y el rol de Vladimir Putin como
interlocutor privilegiado de Donald Trump le da una gran influencia.
Por su parte, China
modernizó sus sistemas defensivos, incorporando el frente espacial y el
cibernético, y expandió su presencia naval hasta la costa oriental de África
donde instaló una base en Yibutí. Mientras tanto, sus inversiones en
producciones primarias en todo el mundo y sus construcciones de infraestructura
en África y Asia le aseguraron el abastecimiento sostenido de su industria.
Finalmente, el plan “Made in China 2025” y
la decisión de reconvertir su parque automotor a vehículos eléctricos hasta
2030 decidieron el cambio tecnológico de la industria automotriz y
electrotécnica alemana, sus principales proveedoras en los respectivos rubros. Si
bien la actual transición de una economía de exportación hacia una de consumo
plantea grandes riesgos de todo tipo, la apelación al ideal de volver a ser el
centro del mundo parece seguir garantizando la legitimidad del sistema.
Esta descripción
del nuevo contexto geopolítico mundial no implica que Alemania se convierta en
aliada política de Rusia y China, ya que está firmemente anclada en la OTAN y
en la Unión Europea que lidera, pero sí que las diferencias entre los grupos
globalistas –fundamentalmente instalados en EE.UU., Gran Bretaña, Francia,
Holanda e Israel- y las corporaciones vinculadas a la producción tienden a
agudizarse. A falta de propuestas democráticas y sociales creíbles, esta brecha
explica la proliferación de movimientos nacionalistas y xenófobos en Europa y
EE.UU.
La elección de
Donald Trump en 2016 representa el intento de un sector productivista de la
elite norteamericana por reducir la exposición internacional de su poder,
retirándose de algunos frentes, cerrando filas y consolidando su poder en otras
áreas, como América Latina. Para ello recurre a la retórica patriótica y
xenófoba, a la movilización contra “los de Washington” y a la absorción del
capital financiero disperso por el mundo. Descree de las instancias
multilaterales, renegocia acuerdos internacionales desde posiciones de fuerza y
convierte alianzas en subordinación. Sin embargo, abre demasiados frentes a la
vez y arriesga quedar entrampado en conflictos interminables. La elección
legislativa de noviembre próximo será determinante de sus chances futuras.
En este contexto de
relaciones de fuerza el Papa Francisco es una gran novedad. Su apelación a la
política de los pueblos, a los movimientos populares y al diálogo rompe con la lógica
de las políticas de potencia. Aunque sus alcances coyunturales son limitados,
puede generar cambios duraderos en la cultura política internacional.
Si bien Gran
Bretaña es un actor secundario de la política mundial, finalmente, no puede
despreciarse el rol que desempeña. Su ruptura con la Unión Europea (UE)
coincide con su intento por convertir a Londres en la principal plaza
financiera mundial, el rearme de su marina, el renovado control sobre el
Atlántico y su retorno al Golfo Pérsico. Al mismo tiempo, mediante operaciones
especiales en Oriente Medio y África sabotea los acuerdos entre EE.UU., Rusia y
China, se asegura la provisión de hidrocarburos y el futuro acceso a la
Antártida.
La “Cuarta
Revolución Industrial” puede dar a Alemania y China el liderazgo de la economía
mundial, pero el poder de ambas todavía está limitado a Eurasia y no ha roto el
cerco marítimo de las potencias anglosajonas. Mientras que América Latina ha
quedado en la retaguardia de este último bloque, la batalla por la supremacía
mundial se va a librar en el amplio espacio entre el centro de África y el
Oriente Medio ampliado. El programa de construir un Imperio universal ha
fracasado y la ideología de la globalización está siendo remplazada por
patriotismos diversos y discursos “duros”. Las naciones se resguardan en
bloques regionales y/o en acuerdos de pares y limitados a temas precisos.
Conclusiones
Todo indica que el
gobierno de salvación nacional que –esperamos- asuma en diciembre de 2019 lo
hará en condiciones de extrema debilidad del Estado, una soberanía muy
limitada, probablemente sin aliados regionales de envergadura, en el marco de
un mercado crediticio internacional concentrado en el desarrollo de las
economías centrales y de una aguda competencia por la hegemonía mundial entre
el bloque euroasiático y el atlántico liderado por EE.UU.
En esas condiciones
la tarea principal del nuevo gobierno debería consistir en recuperar soberanía territorial
y monetaria. Para ello, además de cimentar la unidad más amplia posible de los
sectores populares, tendría que articular un compromiso con la economía de
exportación y otros sectores empresarios desplazados por la irrupción de
grandes empresas norteamericanas vinculadas a la política de Donald Trump.
Al mismo tiempo el
nuevo gobierno debería explorar la recuperación de alianzas estratégicas con
Rusia y China que le permitan ampliar su campo de juego internacional.
Inevitablemente,
tanto la economía de exportación como la renovada alianza con superpotencias
alternativas introducirían en el país los paradigmas de la Cuarta Revolución
Industrial: robótica, cadenas de datos, macrodatos, Internet de los objetos,
etc. Así se hace necesario, como parte del programa de salvación nacional,
formular una estrategia de adaptación de las condiciones de trabajo y de los
modos de organización sindical a las nuevas circunstancias. Adoptar e
implementar esta estrategia de adaptación requiere una amplísima concertación
social y una amplia discusión pública.
Al mismo tiempo,
recuperar la soberanía territorial y establecer nuevas alianzas implica
afrontar conflictos estratégicos para los que debemos estar preparados
política, ideológica y militarmente. Considerando la actual debilidad del
Estado, debe priorizarse la ocupación del territorio propio y del mar
adyacente. La diplomacia tiene que esforzarse por romper el cerco que nos
pondrán las potencias occidentales y el capital financiero, priorizando la
amistad con los países latinoamericanos y caribeños afines, pero manteniendo
las buenas relaciones con todos los demás. Es fundamental recuperar el control
sobre las rutas de navegación, el tráfico satelital, Internet y la
financiación.
La consigna es
ganar tiempo e ir ampliando el poder del Estado. Hay que ser prudentes y
silenciosos, evitando conflictos de los que no se sepa con seguridad que se
ganan y acumular el máximo poder material y cultural posible.
Argentina no puede imponer las
condiciones de desarrollo de la Cuarta Revolución Industrial y el mundo
multipolar, pero puede elegir cómo integrarse a ellos.
Referencias bibliográficas
(Publicado originariamente en asoicacionfilosofialatinoamericana.wordpress.com)