Con sus sanciones EE.UU. da más poder a China
Mientras
que en su discurso en la ONU Trump amenazó a Xi con más castigos, en su
reciente Libro Blanco Beijing ratifica sus propuestas de compromiso
por Eduardo J. Vior
Infobaires24
26 de septiembre de 2018
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26 de septiembre de 2018
En
el documento de principios publicado el pasado lunes 24 la República
Popular reiteró su peculiar adhesión al multilateralismo, su oferta de
acuerdo y su voluntad de alcanzar entendimientos mutuamente ventajosos.
Por el contrario, en su discurso ante la Asamblea General de la ONU, el
pasado martes 25, Donald Trump acusó a China de prácticas comerciales
“abusivas”. El conflicto comercial entre ambos gigantes se agudiza y es
difícil que sea resuelto antes de la planeada reunión cumbre entre ambos
presidentes el próximo 30 de noviembre en Buenos Aires.
“Muchas
naciones de esta sala estarán de acuerdo en que el sistema comercial
mundial necesita un cambio con urgencia”, ha insistido Trump el martes
en Nueva York, criticando en particular las políticas comerciales de
China. Así, aunque el líder estadounidense ha asegurado que tiene “mucho
respeto y cariño” a su “amigo” el presidente de China, Xi Jinping, ha
afirmado que el desequilibrio comercial entre sus países “no es
aceptable”.
Un día antes, el 24 de
septiembre, China publicó un Libro Blanco (documento de principio sobre
política internacional) sobre sus relaciones económicas y comerciales
con EE.UU. en el que defiende su posición en el conflicto comercial que
confronta a ambos países y propone soluciones mutuamente ventajosas.
El
documento, de 36 mil caracteres chinos, incluye seis partes: la
cooperación económica y comercial beneficiosa para ambos países, los
datos duros de dichas relaciones, las prácticas protecionistas de
Washington, su hegemonismo comercial, los perjuicios que tal conducta
acarrea a la economía global y, finalmente, la posición de Beijing.
Según
el Libro Blanco, China es el mayor país en desarrollo del mundo y
EE.UU. el mayor país desarrollado. Por consiguiente, sigue, “las
relaciones comerciales y económicas entre ambos son determinantes para
el desarrollo de la economía mundial.” Como los dos países están en
diferentes estadios de desarrollo –continúa el documento-, es natural
que tengan algunas disputas. “Sin embargo, sostiene, la clave reside en
aumentar la confianza recíproca, promover la cooperación y saber encarar
las diferencias.” Para ello, se afirma, en los últimos 40 años ambos
estados hicieron enormes esfuerzos, para impulsar sus relaciones y
superar los obstáculos.
Sin embargo,
al proclamar la consigna de “America first!”, el gobierno
norteamericano que asumió en enero de 2017 ha abandonado las normas
fundamentales que deben orientar las relaciones internacionales, dice la
publicación.
“Además, acusa, la
parte norteamericana pregona el unilateralismo, el proteccionismo y la
hegemonía, haciendo acusaciones falsas contra países y regiones,
particularmente contra China, a la que intenta imponer sus intereses
mediante una presión extrema.”
El
Libro Blanco enfatiza que China responde desde la perspectiva de los
intereses comunes de ambas partes, así como pensando en el necesario
orden del comercio mundial, observando el principio de resolver las
disputas a través del diálogo y respondiendo a las preocupaciones de los
Estados Unidos con paciencia y buena fe.
No
obstante, finaliza el documento, “como resultado de los actos
unilaterales y las provocaciones estadounidenses, la fricción entre los
dos lados se agravó, causando daños serios a las relaciones entre ambos
países y representando una amenaza grave para el comercio mundial.”
Al
desencadenar la guerra comercial, Donald Trump aplicó su conocida
táctica de amedrentar a su adversario, para obligarlo a negociar bajo
sus condiciones. Sin embargo, más allá de que la República Popular no se
deja asustar fácilmente, el gobierno norteamericano no ha contado con
el efecto adverso que sus bravuconadas pueden tener sobre la clase media
china.
El surgimiento en los
últimos 40 años de una clase media, hoy estimada en unos 400 millones de
personas, es uno de los mayores logros de la política de reformas del
Partido Comunista Chino (PCCh). El sostenimiento y la ampliación de esta
capa social, incorporándole nuevas camadas provenientes de las clases
trabajadoras, es uno de sus objetivos estratégicos centrales.
Debido,
entre otros factores, a las sanciones comerciales norteamericanas, las
acciones de las empresas chinas han perdido desde enero pasado el 24% de
su valor y el yuan se ha devaluado en 10% desde las primeras medidas de
Trump en abril pasado. También se está extendiendo el miedo a que
eventuales movimientos bruscos de capitales desinflen la burbuja
inmobiliaria en las grandes metrópolis y afecten incluso a ciudades
menores.
Durante la primera
presidencia de Xi Jinping (2012-17) su lucha contra la corrupción, su
política medioambiental y la reforma de las fuerzas armadas le habían
ganado muchas simpatías, pero en años recientes el ralentamiento del
crecimiento económico, denuncias de corrupción, la degradación ambiental
y escándalos por la falta de controles de medicamentos y alimentos
habían provocado un creciente descontento de la clase media. Asimismo,
la decisión del 19º Congreso del PCCh, en octubre pasado, de permitir la
reelección ilimitada del presidente le había alienado la simpatía de
estos sectores.
Por el contrario,
las recientes sanciones norteamericanas han despertado en la población
el miedo a la intromisión extranjera, una sensación dolorosamente vivaz
en un pueblo que recuerda con horror el colonialismo extranjero entre
1842 y 1949. También, la reciente aprobación en el Congreso
norteamericano de una ley que vuelve a normalizar las visitas oficiales
entre EE.UU. y Taiwán, avivó el miedo generalizado a una agresión
extranjera.
Para contrarrestar las
sanciones económicas, el gobierno ha tomado medidas vigorosas para
activar el consumo interno, ha dispuesto nuevos mecanismos de crédito a
las pymes e incrementado las importaciones. También está intensificando
la cooperación con Rusia, Canadá, Japón y la Unión Europea, entre otros.
Muchos
chinos están vivamente convencidos de que la desaparición de la Unión
Soviética en 1991 y la parálisis de la economía japonesa entre 1990 y
2010 se debieron a la intromisión estadounidense. Que teman maniobras
similares contra China es absolutamente comprensible. La incapacidad
norteamericana para avizorar la reacción nacionalista que sus medidas
pueden provocar da al gobierno chino la carta de triunfo.
El
próximo 30 de noviembre Xi Jinping y Donald Trump se reunirán en Buenos
Aires, 24 días después de las elecciones de medio término en Estados
Unidos. No es de esperar que antes del comicio tome ninguna decisión
trascendente en política económica y después el plazo será muy breve,
para llegar a un acuerdo duradero. Hay demasiadas variables en juego que
no permiten prever cómo se repartirán después las áreas de influencia
entre las dos capitales. Más vale ser prudente y no apresurarse.
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Eduardo J. Vior