La elite norteamericana baila al borde del precipicio
Mientras
que Covid-19 ya mató a 86.000 personas y otros 36 millones están
desempleados, los líderes políticos de EE.UU. piensan en las elecciones y
en cómo financiarlas vendiendo vacunas
A pesar de que Donald Trump nunca se
desprendió completamente de los lastres imperialistas de sus
antecesores, su nacionalismo económico, chovinismo, racismo y
evangelismo teatralizado no trajeron nuevas guerras. Ahora, su fracaso
en contener la pandemia de Covid-19 y la profunda crisis económica
concomitante sirven de pretexto para la vuelta al escenario de los Obama
y la pléyade de guerreros universalistas y magos de las finanzas que
gobernó a EE.UU. en los 25 años posteriores al fin de la Guerra Fría.
Sin visión ni estrategia, la elite norteamericana antepone los negocios y
una campaña electoral centrada en el pasado a la resolución de la
pandemia y la crisis.
El viernes pasado el presidente Donald
Trump presentó al dúo encargado de coordinar el desarrollo de una vacuna
contra el coronavirus en la llamada “Operación Warp Speed” (máxima
velocidad). Se trata de Moncef Slaoui, ex ejecutivo del gigante
farmacéutico GlaxoSmithKline, y del general de cuatro estrellas Gustave
Perna. Al presentarlos, Trump repitió su exigencia de “tener una vacuna
antes de fin de año”. Su prisa no responde tanto al deseo de controlar
la pandemia como a las urgencias de la campaña para la elección
presidencial del 3 de noviembre.
La disputa insume mucho dinero y la
industria farmacéutica es una de las mayores donantes, especialmente
para los republicanos. Por ello, el desarrollo de una vacuna contra el
coronavirus tiene la absoluta prioridad de todos los políticos de
primera línea. En la carrera para crear y fabricar la vacuna muchos
gobiernos del mundo, entidades caritativas y los mayores laboratorios
están enterrando miles de millones de dólares.
La investigación y desarrollo de vacunas
contra esta pandemia se está realizando con toda urgencia, tanto por la
necesidad de adelantarse a otras naciones como por la prisa en obtener
ganancias. Históricamente, sólo el 6% de los desarrollos de vacunas
consiguen llevar una al mercado después de años de inversiones
gigantescas que sólo reditúan, si largos testeos demuestran su
efectividad. Por el contrario, esta vez se están saltando etapas y
haciendo los testeos de calidad y de inocuidad en paralelo, en lugar de
secuencialmente. Los mayores laboratorios se han propuesto tener una
vacuna disponible por cientos de millones de dosis en un plazo de entre
12 y 18 meses y para ello todos los actores están incrementando sus
inversiones de riesgo en dimensiones gigantescas.
Uno de los principales temores de los
científicos involucrados es que se repita la experiencia de la vacuna
contra la influenza H1N1 (2009), que acabó acaparada por los países más
ricos. De hecho, un estudio de la Universidad de Oxford (GB), publicado
el viernes en la prestigiosa revista científica británica The Lancet,
demostró que la población afrodescendiente, los pobres y los habitantes
de áreas densamente pobladas tienen cuatro chances más de contagiarse
con Covid-19 que el promedio de la población. El estudio fue realizado
en Gran Bretaña, pero es congruente con similares investigaciones hechas
en Estados Unidos.
Coincidentemente, el Departamento de
Trabajo de EE.UU. ha anunciado este jueves que 2,98 millones de personas
han pedido subsidios por desempleo en la última semana, llevando el
número de desocupados registrados a más de 36 millones.
En cada medición la Reserva Federal va
revisando a la baja sus estimaciones sobre el desarrollo de la economía
norteamericana. Hace una semana se preveía que el Producto Bruto Interno
(PBI) para el trimestre abril-junio caería en un 34,9% respecto al de
igual período de 2019, pero esta semana ya se calculó una disminución
del 42.8%, la mayor caída desde 1945. Los economistas coinciden en que
la crisis actual se caracteriza por la quiebra total de las cadenas de
suministros, sobre todo de insumos y bienes intermedios, y el
hundimiento de la demanda. La pandemia puso al descubierto la fragilidad
de cadenas de abastecimiento a muy largas distancias. Además, el enorme
desempleo producido por el confinamiento y la falta de suministros
hundió el consumo.
No obstante la pandemia y la crisis
económica, la elite política norteamericana está casi exclusivamente
abocada a la campaña electoral. Aprovechando que Barack Obama, tras tres
años de silencio, volvió al ruedo para apoyar la candidatura
presidencial de su antiguo vice, Joe Biden, la Casa Blanca lo acusa de
haber conspirado avivando el fantasma de la “intromisión rusa” después
de la campaña de 2016. Para ello ha hallado una buena excusa en la
decisión del Departamento de Justicia de desechar la investigación
seguida en 2017 contra el general Michael Flynn, entonces Director del
Consejo de Seguridad Nacional (NSC, por su nombre en inglés).
A fines de 2016, después del triunfo
electoral, Flynn había planificado una amplia reforma de los servicios
de inteligencia de EE.UU., para centralizar las 16 agencias de
inteligencia estadounidenses y someterlas al NSC, quitando por ejemplo a
la CIA de la órbita del Departamento de Estado en el que todavía
influía Hillary Clinton. Raudamente, la agencia y el equipo de Clinton
denunciaron la supuesta complicidad de Flynn con la alegada intervención
rusa a favor de Trump en las elecciones de 2016. Tanta fue la presión
que el general debió renunciar sólo 24 días después de haber asumido en
el cargo. La CIA se empeñó en demostrar que sus contactos con la
embajada rusa constituían un crimen federal y una traición a la patria.
El general Flynn debió afrontar procesos
administrativos y judiciales de los que, finalmente, salió airoso por
falta de pruebas en su contra. La decisión final de Departamento de
Justicia es utilizada ahora por el gobierno como una prueba de que
Barack Obama y los demócratas inventaron pruebas con la sola intención
de dañar al equipo de Trump al comienzo de su gestión.
Obama sigue siendo el líder político con
la mayor popularidad y el equipo de campaña de Biden lo necesita para
apuntalar a un candidato que es visto como flojo e indeciso. Según una
reciente encuesta de la Universidad Monmouth, el 57% de los
norteamericanos tiene una opinión favorable del ex presidente,
incluyendo un 92% de demócratas, pero también un 19% de republicanos. De
acuerdo al mismo sondeo, el 41% ve positivamente a Biden, mientras que
el 40% juzga positivamente a Trump. Es por esta razón que el equipo
electoral de Trump centra sus ataques en Obama. Ante un presente oscuro y
un futuro turbio, la competencia electoral gira en torno al pasado.
Los republicanos temen que el mal manejo
de la pandemia y la crisis económica les cueste la reelección de Donald
Trump. De hecho, los estrategas demócratas calculan que hasta 16
estados podrían en noviembre próximo cambiar el voto que dieron en 2016.
En EE.UU. el presidente no es elegido por el pueblo, sino por un
colegio electoral de 540 miembros. Quien gana la votación en cada estado
se lleva la totalidad de los electores que éste elige según su
población. Para triunfar, hay que vencer en aquellos estados que aportan
más electores. Algunos ya están históricamente definidos por los
demócratas, otros por los republicanos, pero existe un cierto número de
distritos que oscilan entre ambos y se han convertido en el principal
campo de batalla. Normalmente, son unos diez u once, pero la gravedad de
la situación actual ha hecho cambiar de opinión a más unidades y el
resultado final es impredecible.
El gobierno federal y muchos gobiernos
estaduales se contradicen sobre las medidas a tomar para superar la
pandemia. Ningún líder relevante tiene más ideas para salir de la crisis
económica que seguir bombeando dinero a tontas y a locas. Ambos
partidos contendientes se refugian en el pasado, para ocultar su
incapacidad. Mientras tanto, afuera, en el mundo, varias potencias están
ocupando los lugares que Estados Unidos deja vacantes. En su interior
aún no han aparecido alternativas de poder a una elite superada, pero no
tardarán en surgir. El despertar será terrible.
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Eduardo J. Vior