lunes, 31 de agosto de 2020

Rusia y China ya tomaron la delantera

 

Mientras EE.UU. discute sobre la guerra futura, Eurasia se unifica

por Eduardo J. Vior
InfoBaires24

31 de agosto de 2020

Eduardo J. Vior

En una semana en que demócratas y republicanos discutieron sobre quién es su enemigo principal, la mayor parte del mundo hizo las cuentas sin la superpotencia


Asolados por el coronavirus, con sus ciudades incendiadas y en medio de una crisis económica gigantesca que los atenaza, los Estados Unidos están dando una sensación de gran fragilidad. Sin grandes alharacas, en tanto, Asia se está uniendo aceleradamente, en un movimiento que cada vez más firmemente envuelve a Europa. Sin dudas, apenas asumido el próximo gobierno, el “Estado profundo” norteamericano va a reaccionar. De quién gane las elecciones del 3 de noviembre depende en qué dirección lo haga, aunque nadie se hace demasiadas esperanzas sobre las capacidades y habilidades adaptativas de ninguna de las facciones en pugna.

Quizás el aspecto más saliente de la flaqueza estadounidense sea la debilidad de su economía. En los últimos doce meses el dólar ha perdido el 5% de su valor en relación a una canasta de monedas y desde marzo pasado ha descendido el 10% en relación al euro. Un dólar barato puede ser positivo para los exportadores norteamericanos, pero malo para atraer inversiones de Bolsa y para respaldar su centralidad como moneda de referencia internacional. Como explicación más habitual se dan los malos datos de la economía o el creciente déficit comercial. Sin embargo, muchos analistas se preguntan cuánto durará como patrón de cambio.¿Puede ser remplazado por el yuan, el euro o una canasta de monedas?

Asia y Europa sumadas tienen ya un peso económico superior al de EE.UU.

Si bien los datos provistos por el FMI, el Banco Mundial y otras fuentes difieren, en 2019 EE.UU. produjo cerca del 25% del PBI global, pero alcanzó sólo el 15% de la paridad de poder adquisitivo (PPP). Por su parte, Eurasia produjo sólo el 55% del PBI global, pero llegó al 60% del PPP. En términos nominales, los mayores partícipes en la economía euroasiática fueron la UE (21%), China (16%), Japón (6%), la Asociación de Estados del Sureste Asiático (ASEAN, 4%) e India (3%). Japón, Corea del Sur, Taiwán y la ASEAN sumados llegan al 12%. En términos de PPP, la UE alcanzó el 13%, China el 20%, Japón el 4%, los países de la ASEAN el 6% e India el 8%. Los países del Este y Sureste de Asia combinados llegaron al 13%.

Este volumen económico adquiere peso político, cuando se consideran las alianzas de los últimos años. Desde principios del siglo XIX las potencias anglosajonas trataron de impedir que Rusia se hiciera fuerte y se aliara con Alemania y/o China. Desde hace cuatro años su alianza con China tiene carácter estratégico, esta última tiene un fuerte vínculo con Alemania y sólo falta que Rusia estabilice su lazo con la potencia europea, aunque probablemente para ello tenga que esperar a que se resuelva la sucesión de Angela Merkel en 2021.

 

El pasado 31 de julio se reunieron cerca de Beijing las tres facciones principales del Partido Comunista de China (PCCh): el grupo de Xi, el Grupo de Shanghai y los neomaoístas. Habitualmente se reúnen allí en verano durante una semana, pero este año, aduciendo los peligros de contagio, sólo se encontraron por unas horas. Interesante es que del encuentro salió el plan estratégico para los próximos 15 años que en octubre será sometido al Buró Político del Partido. O sea que las deliberaciones entre las distintas alas ya llevaban varios meses y en la reunión sólo se formalizó un acuerdo previo del que cabe destacar dos aspectos centrales: 1) la concentración en el crecimiento económico autosostenido y basado en el fortalecimiento del mercado interno, es decir, en el mejoramiento de las condiciones de vida de la población; 2) la lucha por el restablecimiento del multilateralismo, del comercio libre y el libre flujo de capitales y tecnologías.

También en Rusia hay fuertes impulsos para que el país proceda en la misma dirección. Sectores de la elite vecinos a Vladímir Putin entienden que hay que exportar tanto oro, petróleo y gas como sea necesario para financiar las tecnologías indispensables para el desarrollo, pero reducir al mínimo la dependencia respecto a los proveedores occidentales. En este sentido, la asociación ruso-china brinda a ambos países inmejorables perspectivas. Los ferrocarriles y el gasoducto “Fuerza de Siberia” que unen a ambas potencias fortalecen su sinergia y les ofrecen la seguridad de comunicarlos por tierra.

El talón de Aquiles de la superioridad tecnológica china es su necesidad de importar semiconductores para el desarrollo de su TI e IA, pero esto parece estar resolviéndose desde una fábrica recientemente instalada en Rusia y el desarrollo de la propia industria china. De este modo, ambas potencias quedarían entrelazadas y a salvo de eventuales bloqueos norteamericanos.

A pesar de los numerosos reveses sufridos en los últimos años, Estados Unidos parece no haber aprendido otro lenguaje que el de las amenazas, para tratar de evitar la unidad de Eurasia. En la campaña electoral actual ambos partidos enarbolan banderas guerreristas, sólo que de signo diverso. Mientras que los republicanos –consecuentes con la Estrategia de Seguridad Nacional (NSS, por su nombre en inglés) de 2017- ven a China como enemigo principal, los demócratas –cuyo equipo de política exterior está coordinado por el obamista Tony Blinken- ponen el foco en Rusia. Se trata de dos facciones del mismo “Estado profundo”, pero ninguna tiene alternativas para recuperar la capacidad de competencia económica de la superpotencia.

Estados Unidos parece no haber aprendido otro lenguaje que el de las amenazas, para tratar de evitar la unidad de Eurasia

Intentaron realizar una “revolución de colores” en Bielorrusia, pero lo hicieron tan torpemente que empujaron definitivamente a Aleksander Lukashenko a los brazos de Vladímir Putin. Impulsaron a Benyamin Netanyahu a anunciar la pronta anexión de gran parte de Cisjordania, pero el miedo a precipitar un enfrentamiento con Rusia e Irán, para el que no están preparados, los hizo recular de la aprobación final. Apartaron a India del lucrativo negocio de la construcción del puerto de Chandahar en Irán, por el que el país surasiático podría haber accedido al mercado de Asia Central, y el proyecto quedó incluido en el gigantesco proyecto de infraestructura chino-iraní por 400 mil millones de dólares. Trataron de cercar a China en su Mar Meridional y ésta se abre camino hacia los mares australes a través de Paquistán, Laos y Tailandia. La retirada del primer ministro japonés Shinzo Abe es la próxima piedra de toque para verificar si aprendieron algo más que a hacer la guerra.

Estados Unidos perdió el rumbo.En los últimos cinco años Rusia y China hicieron realidad la unidad de Eurasia, la masa continental sumada ya supera el poderío económico de la superpotencia y, si Rusia se entiende con Alemania, Europa seguirá por añadidura. Ante este panorama, el Pentágono puede tratar de bloquear las líneas de suministros ruso-chinas, particularmente las marítimas, pero, amén de los riesgos bélicos que esta política obstructiva implica, esta estrategia no ofrece alternativas para superar el retroceso relativo de Estados Unidos.

La superpotencia se debe un debate sobre su economía y su lugar en el mundo que las simplificaciones propagandísticas que ambos partidos están usando en la campaña electoral no remplazan. El tiempo corre y las decisiones urgen. Cuanto más se retrasen, mayor será la ventaja de sus competidores.

domingo, 23 de agosto de 2020

En EE.UU. la campaña electoral asemeja una guerra

 

Patriotas y globalistas van por todo


Eduardo J. Vior

La diferencia entre 4 y 10 puntos que la mayoría de las encuestas da a favor de Joe Biden y la amplitud del abanico de corrientes representado en la Convención Nacional del Partido Demócrata reunida (virtualmente) entre el lunes y el jueves pasado en Milwaukee, Michigan, podrían generar la errónea creencia de que la elección presidencial del 3 de noviembre ya está jugada. Sin embargo, la publicación de una comprometedora foto de Bill Clinton y la detención de Steve Bannon dan cuenta de los violentos bandazos que patriotas y globalistas se están dando. En noviembre ambos juegan a todo o nada. Ni los programas ni los discursos son relevantes. Por primera vez desde 1860 la elección norteamericana es realmente el escenario de una lucha por el poder.

El pasado jueves por la mañana fue detenido en Manhattan Steve Bannon, el artífice del triunfo electoral de Donald Trump en 2016 y por corto tiempo su consejero nacional de Seguridad. La Segunda Fiscalía Federal del Distrito lo acusó por defraudación y malversación, luego de revelarse que los 50 millones de dólares que la ONG We Built the Wall (Construimos el Muro) había recaudado públicamente de donantes privados para la construcción de un tramo del muro fronterizo con México habían sido malversados por él y sus cuatro socios. En caso de ser condenado le corresponderían hasta 20 años, pero la Fiscalía espera que el reo colabore denunciando a implicados en otras causas. Significativamente, al mismo tiempo se supo que el fiscal federal actuante hasta junio pasado en el mismo distrito, Geoffrey Berman, estaba investigando los negocios de Rudy Giuliani, el exalcalde de New York y actualmente abogado personal del presidente. Aunque no se sabe si las causas están conectadas, llama la atención la simultánea detención de Bannon.

Conociendo la política norteamericana, es imposible no tener la sensación de que la fiscalía actuó el jueves, cuando debía concluir la Convención Demócrata como respuesta a la publicación el martes en el británico Daily Mail de fotos que tomadas al expresidente Bill Clinton en 2002 y que lo comprometerían seriamente con Jerry Epstein, el magnate muerto en agosto de 2019, mientras esperaba el proceso por tráfico de menores, prostitución y reducción a la servidumbre en innúmeros casos. “Curiosamente”, las fotos fueron publicadas el mismo día en que Clinton debía hablar ante la reunión del Partido Demócrata.

En las fotos, tomadas aparentemente durante una escala en un aeropuerto durante un vuelo caritativo a África, se ve al exmandatario siendo masajeado en la nuca por Chauntae Davies, entonces de 22 años, quien durante años habría sido violada y sometida por Epstein y luego se convirtió en su principal denunciante. No obstante que Davies declaró al Daily Mail que Clinton durante el viaje se comportó como “un perfecto caballero”, la foto confirmaría las versiones sobre sus vínculos con el magnate. En declaraciones a Forbes dadas el año pasado, en cambio, el exmandatario había declarado que no sabía nada de las atrocidades de su conocido.

Confirmando la dureza del enfrentamiento electoral de este año, en su discurso del miércoles a la noche ante la Convención el expresidente Barack Obama calificó al presidente Trump de “vago”, incapaz de hacer su trabajo o, incluso, de tomárselo en serio. Según Obama, Trump no ha mostrado interés en hacer otra cosa que “conducir la presidencia como si fuera un reality show”. “Donald Trump no creció en el cargo desde que lo ejerce, añadió el expresidente, simplemente porque es incapaz de hacerlo”. Estados Unidos había sabido construir un culto en torno a su máxima magistratura y desde hace más de un siglo no hay memoria de que un exmandatario trate así al presidente en funciones.

Del lunes al jueves se realizó en Milwaukee (Michigan) la Convención Nacional del Partido Demócrata que el miércoles proclamó la fórmula presidencial Joe Biden-Kamala Harris. Por precaución ante la pandemia de Covid-19, la reunión se hizo casi completamente en forma virtual. Tuvo momentos estelares, como el discurso de Michelle Obama el lunes y los de Barack Obama y Kamala Harris el miércoles, no el de Biden. «Ahora y acá, si me confían la Presidencia, sacaré lo mejor de nosotros, no lo peor; elegiré la verdad, sobre la ficción, la luz, sobre la oscuridad», aseguró el dirigente de 77 años desde la ciudad donde vive hace años, Wilmington, Delaware, en su discurso. Su alocución fue prolija, con una convocatoria al resurgimiento nacional desde la oscuridad de la pandemia y la crisis económica, pero no fue para entusiasmar.

Joe Biden es un político profesional que, después de haber transitado todos los pasillos de Washington, a los 78 años llega a competir por la presidencia contra un jefe de Estado, ciertamente de 74 años, pero mucho más aguerrido y dispuesto a todo.

Biden y Susan Rice, la exconsejera Nacional de Seguridad de B. Obama, que suena para Secretaria de Estado en un gobierno demócrata

El candidato demócrata ha congregado detrás suyo un abanico multicolor de minorías, está movilizando a los jóvenes e, incluso, tratando de atraer a votantes republicanos de centro. No obstante, si bien su programa se abrió hacia el centroizquierda, sus cuadros, sus votantes y su propio perfil están en el centro del espectro político. El propio equipo para un eventual gobierno que ya está empezando a conformar va en la misma dirección. Sus asesores explican la contradicción entre su programa, su perfil y sus cuadros por su “pragmatismo”. Sin embargo, el rol decisivo de Tony Blinken, el exsubconsejero de Seguridad Nacional en el gobierno de Obama-Biden, como coordinador para política exterior, y el de Lawrence Summers, el exsecretario del Tesoro que salvó a los bancos en 2009, muestran que nada ha cambiado en el aparato demócrata. No importa con qué programa y qué perfil de votantes suban al gobierno, lo ejercerán para las grandes corporaciones de IA y TI, para los mayores bancos y fondos de inversión, si es necesario, con el apoyo de las fuerzas armadas y los servicios de inteligencia. Trump, por el contrario, es el defensor de la industria metalmecánica, del carbón y del petróleo, todas industrias que la revolución 4.0 está dando vuelta o dejando de lado.

Estados Unidos se encuentra en un trilema: si persiste en la política aislacionista y proteccionista de los últimos años, protegerá a su economía de la competencia exterior y agudizará los enfrentamientos comerciales, pero perderá mercados y el interno no le bastará para recuperar el paso en la competencia por la hegemonía mundial. Si retorna al globalismo, en tanto, se verá invadido por la producción importada y no podrá crear suficientes puestos de trabajo competitivos. La reforma ecológica de la economía, finalmente, requeriría un control democrático del poder hoy inexistente. La encerrona en la que se encuentra la mayor potencia del mundo necesariamente va a hacer la campaña electoral más y más violenta. De aquí a noviembre presenciaremos una gran batalla de barro sin final claro.

miércoles, 12 de agosto de 2020

Líbano se acerca a Siria, Irán y China

 

No siempre cuando peor es mejor

La burda explotación de la catástrofe libanesa por Francia y EE.UU. puede convertirse en un búmerang, pero todo depende de la templanza de los líderes del país de los cedros

Eduardo J. Vior

Probablemente muchos líderes mundiales conozcan ya la causa de la tremenda explosión que el pasado martes 4 devastó el centro de Beirut, mató a cerca de 200 personas e hirió a otras 6.000, pero por motivaciones diversas, y hasta encontradas, ninguno de ellos muestra interés en revelarla. La detonación en el puerto de la capital libanesa, en efecto, es un punto de no retorno, pero nadie sabe a dónde lleva el camino.

En un apresurado tuit el mismo martes el presidente Donald Trump puso que “de acuerdo a las informaciones de mis bravos generales se trató de un ataque” y añadió “fue algún tipo de bomba”. Poco después borró su anuncio y su secretario de Defensa, Mark Esper, sostuvo ante la prensa que se había tratado de un “accidente”.

El pasado viernes 7, el presidente de Líbano, Michel Aoun, prometió una investigación exhaustiva de la explosión y la adjudicó “o a un accidente o a un cohete”, pero rechazó la formación de una comisión internacional investigadora por falta de garantías de neutralidad.

En tanto, el mismo día Thierry Meissan, analista francés exiliado en Damasco desde hace muchos años, aseveró en su blog (https://www.voltairenet.org/article210674.html) que la explosión se originó en el ataque de un proyectil israelí de nuevo tipo que habría afectado un depósito de cohetes de Hizbulá, el partido chiíta que forma parte del gobierno libanés. Sin embargo, como acotó el analista brasileño Pepe Escobar en un artículo publicado en Asia Times el sábado 8, si hubiera estallado un depósito de armas, a la primera detonación la habría seguido una serie de explosiones más pequeñas. De hecho, sólo hubo dos en un breve lapso. 

No obstante, la hipótesis del accidente no es creíble. Como confirmó la inteligencia libanesa este martes 11, en ese depósito del puerto de Beirut había 2.750 toneladas de nitrato de amonio decomisados en 2014 a un barco ruso cuyo capitán huyó sin dejar rastros. El nitrato de amonio es un fertilizante muy utilizado, pero que puede convertirse en un explosivo si se lo combustiona externamente. 

Desde el fin de la guerra civil 1975-90, fracturado entre sus numerosas etnias y confesiones y ubicado en la línea del frente contra Israel, Líbano ha logrado sólo una paz precaria. Para evitar los enfrentamientos sectarios que arrasaron el país e hicieron posible la invasión israelo-norteamericana de 1982, el gobierno incluye a representantes maronitas (católicos de rito oriental), sunitas y chiítas. Este reparto del poder se extiende a todas las instituciones y organismos del Estado, favoreciendo el clientelismo y la corrupción. Gracias al apoyo iraní, a su capacidad organizativa que lo ha convertido en el verdadero gobierno del sur del país y a las alianzas que ha ido tejiendo con otras fuerzas chiítas y maronitas, Hizbulá tiene una influencia determinante sobre la política libanesa, aun sin la mayoría en el gobierno y el parlamento.

Tradicionalmente, Beirut es además el centro bancario y financiero del Medio Oriente. Si a este factor se suman la vecindad de Siria, la influencia iraní y la guerra con Israel, puede entenderse que allí los espías y traficantes se pisen los callos, reduciendo al mínimo la gobernabilidad.

Este esquema estalló en octubre de 2019, cuando se derrumbó una pirámide financiera armada por el propio Banco Central, junto con devastadores incendios en los montes del oeste. La crisis monetaria llevó a una gigantesca devaluación e inflación, rápidamente aprovechada desde afuera para desestabilizar al gobierno. En un intento de relanzar la economía y la política, en enero de 2020 se formó un nuevo gabinete técnico de coalición con los votos de Hizbulá y partidos cristianos y sunitas aliados, pero el estallido de la pandemia y la oposición de la mayoría de la comunidad sunita bloquearon sus esfuerzos. Ahora, las explosiones en el puerto sirvieron de pretexto para el resurgimiento de un movimiento sólo aparentemente espontáneo de repudio a toda la clase política, al que se sumó el presidente francés Emmanuel Macron, quien durante su visita relámpago a la excolonia (1860-1946), el pasado jueves 6, condicionó la ayuda francesa y la participación de sus empresas en la reconstrucción a la dimisión del gobierno. Como Hizbulá está catalogado por Washington y otras potencias occidentales como “organización terrorista”, si bien es parte de un gobierno legal y reconocido internacionalmente, la promesa norteamericana y francesa de enviar ayuda suena hueca, porque es imposible distinguir qué sectores de la población se vinculan con el Partido de Dios y cuáles no.

La explosión del martes causó una enorme destrucción
La explosión del martes causó una enorme destrucción

Para Líbano, un país que vive del comercio e importa el 85% de los granos que consume (que se almacenaban en los hoy destruidos silos del puerto), la magnitud de la tragedia va mucho más allá del costo de los destrozos (por lo menos 15.000 millones de dólares). Sin comida ni instalaciones portuarias para recibir ayuda internacional, se avecina una crisis alimentaria aguda.

Ya en febrero de 2016 Benyamin Netanyahu había acusado a Hizbulá de guardar armas en el el puerto de Beirut y en un tuit publicado el pasado martes 4 anunció que “golpeamos una célula. Vamos a hacer lo necesario para defendernos. Sugiero que todos, incluso Hizbulá, lo tengan en cuenta.” Ya previamente Israel había amenazado con destruir infraestructura libanesa, si la milicia chiíta atacaba a soldados israelíes. De hecho, la explosión siguió en pocos días a sospechosas detonaciones en Irán, choques en la línea de demarcación sirio-israelí y al llamativo silencio de Donald Trump, quien no ha autorizado aún la anexión de Cisjordania.

Además de estar enfrentados, Israel y Líbano compiten por ser terminales mediterráneas del Nuevo Camino de la Seda. China ha concertado con Israel la construcción de una gigantesca terminal portuaria en Haifa, pero todavía no han comenzado las obras, porque EE.UU. teme al espionaje chino sobre la VIª Flota que atraca habitualmente allí. Por esta razón Beijing también quiere construir una terminal en el puerto de Beirut. Este plan explica la prisa francesa en ofrecer los servicios de sus empresas para reconstruir la ciudad y el puerto.

Sin embargo, Siria e Irán ya han tomado la delantera: Teherán ha anunciado el envío de un hospital de emergencia, alimentos, medicinas e insumos médicos. Siria, por su parte, abrió sus fronteras a los libaneses, está acogiendo heridos en sus hospitales y enviando equipos médicos. Aunque la aviación norteamericana regularmente ataca sus silos graneleros, este país sigue siendo un gran productor de cereales y ha anunciado una generosa ayuda para su vecino.

El intento de provocar o, al menos, aprovechar la catástrofe en el puerto de Beirut para hambrear a su población e imponerle el sometimiento al FMI, está empujando a Líbano cada vez más hacia una alianza con Siria, Irán y China. Claro que para ello el país de los cedros debe sacudirse la elite corrupta que le dejó la herencia colonial francesa. Los próximos meses serán decisivos para la suerte de Medio Oriente y la paz mundial.

miércoles, 5 de agosto de 2020

La política exterior demócrata sueña con el viejo Imperio

Con Biden vuelven el globalismo y el militarismo

Eduardo J. Vior

Habitualmente la política exterior no ha tenido un papel muy importante en las campañas presidenciales norteamericanas. El Partido Demócrata y el Republicano han estado casi siempre de acuerdo en las líneas maestras de la estrategia internacional. Sin embargo, desde el inicio de su gobierno, fiel a su consigna “America first”, Donald Trump puso la agenda diplomática de cabeza. En el único punto que demócratas y republicanos coincidieron fue en las amenazas contra China. Por ello, como parte de un amplio proyecto para recuperar el poderío de Estados Unidos en el mundo, el de facto candidato demócrata Joe Biden centra su propuesta internacional en la confrontación con la República Popular.

Los estudiosos de la política exterior norteamericana suelen decir que la diplomacia norteamericana es como un portaviones: cuesta mucho ponerlo en curso, pero cuando se lo logra, es dificilísimo torcer su rumbo. Trump tardó un año en retirar a su país del tratado nuclear con Irán, pero aún no logró que los europeos lo sigan. Los anunciados alejamientos del acuerdo sobre el clima y de la Organización Mundial de la Salud (OMS) no estarán formalizados antes de la elección de noviembre. Cumplir su decisión de retirar miles de efectivos de Alemania y desplegar una parte en Europa Oriental demorará años. Además, el volantazo que el presidente quiso dar en la política exterior se vio trabado por la inexperiencia de gran parte de su equipo, por el sabotaje de los militares, diplomáticos y altos funcionarios de la inteligencia (el “Estado profundo”) y por su carácter tan poco diplomático. No obstante, a Donald Trump hay que reconocerle que es el primer presidente desde 1898 que no inicia ninguna guerra exterior. Para los latinoamericanos, en particular, es fundamental que, más allá de su arrogancia, desde 2017 el mandatario ha bloqueado todos los intentos de intervención violenta y, sucesivamente, ha remplazado a sus funcionarios más agresivos, como John Bolton o Elliot Abrams.

Por el contrario, Joe Biden, con 40 años de experiencia en el Senado y ocho como Vicepresidente de la Unión (2009-17), está estrechamente imbricado con el servicio diplomático, los militares y las agencias de inteligencia. Conoce al dedillo los intereses y las necesidades de las grandes corporaciones de su país en el exterior y llama a muchos dirigentes extranjeros por su nombre de pila.

Consecuentemente, su equipo de campaña incluye una selección de los más granados asesores demócratas en política exterior: Jake Sullivan fue jefe de Planeamiento del Departamento de Estado en la presidencia de Barack Obama, Nicholas Burns desempeñó altos cargos diplomáticos durante las presidencias de George W. Bush y Bill Clinton. Tony Blinken, por su parte, fue Subsecretario de Estado y Subdirector del Consejo Nacional de Seguridad en la época de Obama. Susan Rice, finalmente, fue Consejera de Seguridad Nacional y embajadora ante la ONU en el gobierno de Obama.

Como los demócratas han decidido que el segundo puesto de la fórmula sea para una mujer y, preferentemente, negra, Rice está también entre las cuatro precandidatas a la Vicepresidencia. Si ella, finalmente, no fuera seleccionada, pero él resulta electo, sin dudas será una de sus principales consejeras.

 


Tony Blinken, ideólogo de la política exterior demócrata

Blinken, en tanto, suena para Secretario de Estado y su socia Michèle Flournoy, para la Secretaría de Defensa en la que ella ya sirvió como Subsecretaria entre 2009 y 2012. Ambos han fundado una empresa de consultoría, WestExec Advisors, que asesora a una variedad de firmas tecnológicas, como Uber, el laboratorio de ideas de Google, Jigsaw, la empresa israelí de inteligencia artificial Windward, así como diversos fondos de inversión y de riesgo. Muchas de estas firmas tienen actividades poco claras, de modo que –en caso de que ambos lleguen al gobierno- existe un fundado temor de que haya tráfico de influencias.

Biden podría criticar la pésima respuesta de Trump a la pandemia de COVID-19, su negativa a escuchar el consejo de sus asesores científicos, su incapacidad para impulsar el rápido desarrollo de tests que podrían haber ahorrado vidas y las carencias de material de protección para el personal sanitario, pero ha preferido asimilarse al discurso de su adversario y mostrarse más antichino que él. De hecho, Biden está repitiendo las tácticas que fueron exitosas en el pasado, cuando, por ejemplo, Bill Clinton ganó la elección de 1992 mostrándose como más pro-empresario y punitivista que su adversario Bush (padre) o cuando Barack Obama en 2009 entregó ingentes sumas a los bancos y en años sucesivos batió el récord de asesinatos de adversarios con drones. La conclusión fue que ambos pudieron gobernar dos mandatos cada uno, pero el Partido Demócrata perdió la mayoría en el Senado y varias veces también en la Cámara de Representantes. Entre el original y la copia los electores prefieren el primero.

Aunque fueron los republicanos quienes en 1972 establecieron las relaciones diplomáticas con la República Popular, suena creíble que, por razones ideológicas, critiquen las políticas chinas de derechos humanos y de libertad de expresión. Considerando los pingües negocios que las corporaciones norteamericanas han hecho en y con China desde la década de 1990, suena absurdo que los demócratas ahora quieran enfrentar al gigante asiático con una retórica que toman prestada de Trump.

Lo mismo puede decirse de los demás campos cruciales de la política exterior:
– En el Medio Oriente el equipo de Biden ha prometido reanudar la asistencia a la Autoridad Nacional Palestina y a las agencias que atienden a los refugiados palestinos en distintos países. Sin embargo, no ha respondido si retrotraerá la decisión de Trump de trasladar la embajada a Jerusalén ni que hará, si Israel concreta la anexión de Cisjordania antes del cambio de gobierno.
– Ha prometido, sí, que EE.UU. volverá a ser miembro de la UNESCO, del Consejo de Derechos Humanos y de la Organización Mundial de la Salud. Habrá que ver con qué condiciones.
– Su actitud hacia Europa será mucho más conciliatoria que la del presidente actual y tratará de reforzar la alianza atlántica, pero no han aclarado como se comportarán ante la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea ni cómo tratarán el creciente conflicto entre su estrecho aliado Polonia y los viejos socios Alemania y Francia.
– En África, en tanto, procurará intensificar la presencia norteamericana y combatir la influencia china, pero no se sabe con qué medios.
– En Asia Oriental, a su vez, propone volver al curso tradicional y fortalecer la presencia militar norteamericana en Japón y Corea del Sur, mientras revisa la diplomacia personal que Trump ha llevado con el presidente norcoreano Kim Jong-Um.
– Hacia América Latina, finalmente, el candidato demócrata propone suspender la expulsión de inmigrantes indocumentados mientras trascurren sus procesos judiciales, redireccionar partidas presupuestarias destinadas a la construcción del muro fronterizo hacia otros destinos, retomar el diálogo con Cuba llevado adelante por Obama y fortalecer la cooperación panamericana. Precisamente en este punto se esconde la clave de su política hacia el continente: los principales socios de la “cooperación panamericana” son Brasil y Colombia, cuyas fuerzas armadas desde hace tiempo apuntan hacia Venezuela. ¿Es una guerra regional el precio de la “nueva” política demócrata hacia América Latina?

Repitiendo las viejas tácticas, con el personal de hace 25 o 10 años, es difícil que Joe Biden pueda hacer una política exterior nueva, pero el mundo ha cambiado: Estados Unidos sigue siendo la mayor superpotencia, pero ha perdido el liderazgo. Sus competidores, entre tanto, han armado un sólido bloque defensivo y en América Latina el Comando Sur mantiene su capacidad destructiva, pero no tiene mucho que ofrecer. La falta de sentido de realidad de los estrategas norteamericanos puede ocasionar un desastre.