No siempre cuando peor es mejor
La burda explotación de la catástrofe libanesa por Francia y EE.UU. puede convertirse en un búmerang, pero todo depende de la templanza de los líderes del país de los cedros
Probablemente muchos líderes mundiales conozcan ya la causa de la tremenda explosión que el pasado martes 4 devastó el centro de Beirut, mató a cerca de 200 personas e hirió a otras 6.000, pero por motivaciones diversas, y hasta encontradas, ninguno de ellos muestra interés en revelarla. La detonación en el puerto de la capital libanesa, en efecto, es un punto de no retorno, pero nadie sabe a dónde lleva el camino.
En un apresurado tuit el mismo martes el presidente Donald Trump puso que “de acuerdo a las informaciones de mis bravos generales se trató de un ataque” y añadió “fue algún tipo de bomba”. Poco después borró su anuncio y su secretario de Defensa, Mark Esper, sostuvo ante la prensa que se había tratado de un “accidente”.
El pasado viernes 7, el presidente de Líbano, Michel Aoun, prometió una investigación exhaustiva de la explosión y la adjudicó “o a un accidente o a un cohete”, pero rechazó la formación de una comisión internacional investigadora por falta de garantías de neutralidad.
En tanto, el mismo día Thierry Meissan, analista francés exiliado en Damasco desde hace muchos años, aseveró en su blog (https://www.voltairenet.org/article210674.html) que la explosión se originó en el ataque de un proyectil israelí de nuevo tipo que habría afectado un depósito de cohetes de Hizbulá, el partido chiíta que forma parte del gobierno libanés. Sin embargo, como acotó el analista brasileño Pepe Escobar en un artículo publicado en Asia Times el sábado 8, si hubiera estallado un depósito de armas, a la primera detonación la habría seguido una serie de explosiones más pequeñas. De hecho, sólo hubo dos en un breve lapso.
No obstante, la hipótesis del accidente no es creíble. Como confirmó la inteligencia libanesa este martes 11, en ese depósito del puerto de Beirut había 2.750 toneladas de nitrato de amonio decomisados en 2014 a un barco ruso cuyo capitán huyó sin dejar rastros. El nitrato de amonio es un fertilizante muy utilizado, pero que puede convertirse en un explosivo si se lo combustiona externamente.
Desde el fin de la guerra civil 1975-90, fracturado entre sus numerosas etnias y confesiones y ubicado en la línea del frente contra Israel, Líbano ha logrado sólo una paz precaria. Para evitar los enfrentamientos sectarios que arrasaron el país e hicieron posible la invasión israelo-norteamericana de 1982, el gobierno incluye a representantes maronitas (católicos de rito oriental), sunitas y chiítas. Este reparto del poder se extiende a todas las instituciones y organismos del Estado, favoreciendo el clientelismo y la corrupción. Gracias al apoyo iraní, a su capacidad organizativa que lo ha convertido en el verdadero gobierno del sur del país y a las alianzas que ha ido tejiendo con otras fuerzas chiítas y maronitas, Hizbulá tiene una influencia determinante sobre la política libanesa, aun sin la mayoría en el gobierno y el parlamento.
Tradicionalmente, Beirut es además el centro bancario y financiero del Medio Oriente. Si a este factor se suman la vecindad de Siria, la influencia iraní y la guerra con Israel, puede entenderse que allí los espías y traficantes se pisen los callos, reduciendo al mínimo la gobernabilidad.
Este esquema estalló en octubre de 2019, cuando se derrumbó una pirámide financiera armada por el propio Banco Central, junto con devastadores incendios en los montes del oeste. La crisis monetaria llevó a una gigantesca devaluación e inflación, rápidamente aprovechada desde afuera para desestabilizar al gobierno. En un intento de relanzar la economía y la política, en enero de 2020 se formó un nuevo gabinete técnico de coalición con los votos de Hizbulá y partidos cristianos y sunitas aliados, pero el estallido de la pandemia y la oposición de la mayoría de la comunidad sunita bloquearon sus esfuerzos. Ahora, las explosiones en el puerto sirvieron de pretexto para el resurgimiento de un movimiento sólo aparentemente espontáneo de repudio a toda la clase política, al que se sumó el presidente francés Emmanuel Macron, quien durante su visita relámpago a la excolonia (1860-1946), el pasado jueves 6, condicionó la ayuda francesa y la participación de sus empresas en la reconstrucción a la dimisión del gobierno. Como Hizbulá está catalogado por Washington y otras potencias occidentales como “organización terrorista”, si bien es parte de un gobierno legal y reconocido internacionalmente, la promesa norteamericana y francesa de enviar ayuda suena hueca, porque es imposible distinguir qué sectores de la población se vinculan con el Partido de Dios y cuáles no.
Para Líbano, un país que vive del comercio e importa el 85% de los granos que consume (que se almacenaban en los hoy destruidos silos del puerto), la magnitud de la tragedia va mucho más allá del costo de los destrozos (por lo menos 15.000 millones de dólares). Sin comida ni instalaciones portuarias para recibir ayuda internacional, se avecina una crisis alimentaria aguda.
Ya en febrero de 2016 Benyamin Netanyahu había acusado a Hizbulá de guardar armas en el el puerto de Beirut y en un tuit publicado el pasado martes 4 anunció que “golpeamos una célula. Vamos a hacer lo necesario para defendernos. Sugiero que todos, incluso Hizbulá, lo tengan en cuenta.” Ya previamente Israel había amenazado con destruir infraestructura libanesa, si la milicia chiíta atacaba a soldados israelíes. De hecho, la explosión siguió en pocos días a sospechosas detonaciones en Irán, choques en la línea de demarcación sirio-israelí y al llamativo silencio de Donald Trump, quien no ha autorizado aún la anexión de Cisjordania.
Además de estar enfrentados, Israel y Líbano compiten por ser terminales mediterráneas del Nuevo Camino de la Seda. China ha concertado con Israel la construcción de una gigantesca terminal portuaria en Haifa, pero todavía no han comenzado las obras, porque EE.UU. teme al espionaje chino sobre la VIª Flota que atraca habitualmente allí. Por esta razón Beijing también quiere construir una terminal en el puerto de Beirut. Este plan explica la prisa francesa en ofrecer los servicios de sus empresas para reconstruir la ciudad y el puerto.
Sin embargo, Siria e Irán ya han tomado la delantera: Teherán ha anunciado el envío de un hospital de emergencia, alimentos, medicinas e insumos médicos. Siria, por su parte, abrió sus fronteras a los libaneses, está acogiendo heridos en sus hospitales y enviando equipos médicos. Aunque la aviación norteamericana regularmente ataca sus silos graneleros, este país sigue siendo un gran productor de cereales y ha anunciado una generosa ayuda para su vecino.
El intento de provocar o, al menos, aprovechar la catástrofe en el puerto de Beirut para hambrear a su población e imponerle el sometimiento al FMI, está empujando a Líbano cada vez más hacia una alianza con Siria, Irán y China. Claro que para ello el país de los cedros debe sacudirse la elite corrupta que le dejó la herencia colonial francesa. Los próximos meses serán decisivos para la suerte de Medio Oriente y la paz mundial.
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Eduardo J. Vior