miércoles, 28 de octubre de 2020

El plebiscito chileno cambia la correlación de fuerzas

 Vamos completando el abecedario

Eduardo J. Vior

Tras la elección boliviana, el plebiscito constituyente en Chile resquebraja aún más el cerco montado alrededor de Argentina, aunque todavía falta Brasil y hay muchos imponderables

Por Eduardo J. Vior
Infobaires24
28 de octubre de 2020

En su obra póstuma de 1944 (“La Geografía de la Paz”) el geopolítico holando-norteamericano Nicholas Spykman (1893-1943) afirmó (aproximadamente) que “el Caribe es un lago interior de los Estados Unidos. Nada de lo que ocurra en sus márgenes puede escapar a nuestro control. En cambio, en el extremo sur de América, Argentina tiene las características y capacidades para convertirse en una gran potencia, si logra asociarse con Brasil y Chile. En ese caso, liderará a todo el continente y se convertirá en nuestro rival más fuerte. A toda costa debemos impedir que esos tres países se unan.” 76 años más tarde la sentencia geopolítica mantiene su vigencia. Por eso es que desde la década de 1970 EE.UU. ha hecho ingentes esfuerzos por cercar a Argentina. Cuando no dominaba a todos los países en su entorno, por lo menos controlando Chile impedía la integración política de la región, pero el plebiscito chileno del domingo pasado muestra que el cerco se resquebraja y la elección municipal brasileña del 15 de noviembre puede abrir un rumbo aún más ancho en el muro imperial. No obstante, falta todavía mucho para recuperar nuestra independencia.

El resultado de la votación del pasado 25 de octubre es categórico e inapelable. Tras un parto durísimo, la sociedad chilena ha reiniciado su transición hacia la democracia. La convocatoria a la Convención Constituyente es el primer paso legal para desmontar el complejo y tramposo entramado de privilegios y enclaves autoritarios establecidos a lo largo de medio siglo. La redacción de una nueva Constitución es el pasadizo que Chile ha elegido recorrer para reencontrarse con la democracia, brutalmente tronchada por el golpe de 1973 y sólo reconstruida con muchas cortapisas en los largos treinta años de gobiernos de derecha y de la Concertación.


El Estadio Nacional, centro de torturas de la dictadura pinochetista, convertido este domingo pasado en local electoral

A un año de las protestas masivas que reclamaron reformas estructurales, el pueblo chileno acudió a las urnas este domingo y optó mayoritariamente por el cambio de la Constitución impuesta por Augusto Pinochet en 1980. Con una participación electoral del 50% (mucho más del 40% que votó cuando se eligió a S. Piñera en 2018), el 78% manifestó su apoyo a la redacción de una nueva Carta Magna, al mismo tiempo que triunfó la opción de la Convención Constitucional como mecanismo reformatorio.

El plebiscito fue convocado en noviembre de 2019 tras un acuerdo político de las principales fuerzas políticas, acorraladas por la presión de las masivas movilizaciones en las principales ciudades del país. Luego de que el Comandante del Ejército, el general Ricardo Martínez Menanteau, dejara en claro que las fuerzas armadas no intervendrían en la represión de las protestas, el Gobierno convocó a las urnas para el mes de abril, pero debido a la pandemia de Covid-19 pospuso más tarde la votación para este fin de semana pasado.

A partir del triunfo del “Sí” ha comenzado un proceso de dos años, durante el cual debería redactarse y votarse la nueva Constitución. En un apretado cronograma, en ese lapso la ciudadanía estará convocada a acudir siete veces a las urnas: el próximo 11 de enero vence el plazo para la inscripción de las candidaturas a convencional constituyente; el 11 de abril siguiente se eligen los 155 convencionales (50% varones y 50% mujeres), además de realizarse las elecciones municipales y de gobernadores; el 17 de mayo se instalará la Convención, que hasta el 1º de marzo de 2022 debe entregar el texto de la nueva Constitución. Si hasta ese momento no lo tiene, dispondrá de una prórroga hasta el 1º de junio siguiente. Finalmente, para el 1º de agosto de 2022 está previsto el plebiscito de aprobación de la nueva Carta que, por primera vez, deberá hacerse por voto obligatorio. En el entretiempo, el 21 de noviembre de 2021 se votará al nuevo presidente de Chile, lo que a su vez supone previamente la realización de elecciones primarias.

  

Este calendario condiciona muchas decisiones, porque obliga a las fuerzas políticas a formular plataformas y definir candidaturas en dos meses y medio. Además, el acuerdo de noviembre pasado aceptó que todas las decisiones de la Constituyente deben adoptarse por mayoría de dos tercios, de modo que la actual oposición tendrá que hacer un esfuerzo máximo para unificar fuerzas tan diversas como los partidos de la Concertación (que gobernó entre 1990 y 2009), la “Nueva Mayoría” (entre 2013 y 2017), el Frente Amplio y la variopinta oposición extraparlamentaria que creció al calor de las movilizaciones entre octubre y marzo pasados. Bastaría con que la derecha junte 52 convencionales en la votación de cualquier artículo, para obstaculizar su aprobación. Lo mismo puede suceder con el texto completo. Probablemente –estiman observadores avezados- la nueva Constitución se limite a establecer principios y normas generales, reconociendo derechos sociales y ambientales, pero dejando su legislación a leyes especiales que deberán conquistarse a lo largo de los próximos años. El poder de veto remanente del pinochetismo impone pues a las fuerzas populares una sólida vocación de unidad, aliento largo y creatividad.

Un capítulo aparte, pero sumamente importante, será el perfilamiento internacional de Chile en el período de transición. El país trasandino tiene 26 acuerdos de libre comercio (entre ellos el de Asia y el Pacífico), desde 1973 coopera estrechamente en materia militar y de seguridad con Estados Unidos, participa en el Grupo de Lima contra Venezuela y tradicionalmente colabora con el Reino Unido en el control del paso interoceánico y el acceso a la Antártida. Dar plena vigencia a los derechos al agua, a la salud y a la educación (reivindicaciones centrales de las protestas desde octubre de 2019) y reconocer los derechos de jubilados y pensionados implica afectar intereses corporativos protegidos por acuerdos internacionales. Por consiguiente, para evitar el resurgimiento de la derecha y satisfacer las demandas por derechos el pueblo chileno necesitará coordinar sus esfuerzos con las demás fuerzas que en la región e internacionalmente pugnan por la democracia y la justicia social.

Después del triunfo del MAS en Bolivia, el resultado del plebiscito constituyente en Chile revierte con todavía más fuerza la ola reaccionaria iniciada en 2014 en Brasil. También la elección municipal brasileña del 15 de noviembre próximo puede ayudar a invertir la tendencia, pero nada remplaza la imprescindible unidad y movilización permanentes de nuestros pueblos.

El proyecto de pacto ABC (Argentina, Brasil y Chile) fracasó en los gobiernos de Hipólito Yrigoyen y Juan D. Perón. Ahora se sumó Bolivia. Desde este domingo marchamos hacia un nuevo ABC, pero necesitamos un ABBC. Vamos completando el abecedario.

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Eduardo J. Vior