viernes, 8 de octubre de 2021

SIn liderazgo político, en EE.UU. mandan los militares

 

Pasaron nueve meses y el bebé sigue sin nacer

En enero pasado Joe Biden prometió aplicar una estrategia de seguridad nacional libre de condicionamientos militares, pero todavía no la formuló y “la guerra interminable” continúa

por Eduardo J. Vior
Infobaires24
8 de octubre de 2021

Hacía casi 70 años que Estados Unidos no elegía a un presidente con una experiencia en política exterior y seguridad nacional que rivalizara con la de Joe Biden.  Su único competidor en esta categoría, el presidente Dwight D. Eisenhower, colocó en puestos clave a trogloditas que por razones ideológicas se oponían a tratar diplomáticamente con la Unión Soviética. Como resultado, cuando la muerte de Joseph Stalin en 1953 abrió la puerta a posibles negociaciones con los nuevos dirigentes del Kremlin, Eisenhower perdió una importante oportunidad de distender la política mundial. Cuando cayó el muro de Berlín en 1989 y Mijail Gorbachov convocó a forjar “la Casa Común de Europa”, George Bush Sr. (1989-93) y Bill Clinton (1993-2001) desperdiciaron la oportunidad, expandieron la OTAN hacia el Este y con las guerras de Irak (1991) y Yugoslavia (1992-99) instauraron un dominio universal que creían eterno. Las guerras de Afganistán (2001-2021) e Irak (2003-2009), finalmente, sirvieron al secretario de Defensa Donald Rumsfeld, para reformar las fuerzas armadas, dándoles una autonomía inusitada que el actual presidente prometió reducir, hasta ahora sin efectos palpables.

Ni siquiera Eisenhower tenía la experiencia que Biden acumuló a lo largo de casi 50 años en el gobierno, que incluyeron 20 años en el Comité de Relaciones Exteriores del Senado (12 de ellos como presidente o miembro de mayor rango) y ocho años como vicepresidente del país. Durante la campaña de 2020 el postulante demócrata citó con frecuencia sus viajes a más de 60 países y sus encuentros personales con más de 100 jefes de Estado. El entonces candidato se jactaba en privado de su capacidad para dominar a la burocracia de seguridad nacional, subrayando que “ni siquiera los militares me van a joder», pero parece que todo quedó en meras palabras.

La estrategia de Seguridad Nacional es el conjunto de lineamientos para la Defensa que cada presidente elabora al principio de su mandato y aplica durante los cuatro años siguientes. No solamente es importante para todos los actores internos y externos, para saber cuáles serán las prioridades del período, sino que, al fijar las responsabilidades respectivas de civiles y militares, pone a éstos un límite. Sin embargo, esta vez no ha sucedido. El presidente lleva nueve meses en el gobierno y todavía no definió sus prioridades en política exterior, mucho menos una doctrina o “estrategia de Biden”. Prometió que acabaría con las «guerras eternas», pero las fuerzas estadounidenses siguen activas en Irak y Siria, donde hay más de 3.000 efectivos. En otros lugares, como Libia, Somalia y Yemen, EE.UU. sigue realizando operaciones encubiertas y ataques con drones.

 

En otros tiempos (hasta hace seis meses) el US-Army entrenaba a las Fuerzas Armadas de Malí
En otros tiempos (hasta hace seis meses) el US-Army entrenaba a las Fuerzas Armadas de Malí

Sus tropas están activas en Kenia, Malí y Nigeria y realizan entrenamientos y operaciones antiterroristas en docenas de países más. No hay indicios de que Biden vaya a reducir estas actividades, a pesar del importante número de víctimas civiles por los ataques con drones. Mientras tanto, sigue sin difundirse la lista de los grupos que en el mundo pueden ser blanco de los ataques con drones, así como tampoco se sabe nada sobre los lineamientos que regirán estas operaciones y las incursiones de comandos fuera de las zonas de guerra convencionales. Ya hace más de un mes que el equipo de seguridad nacional de la Casa Blanca prometió publicar las directivas pertinentes, pero aún no hay atisbos de que lo haga.

La patética retirada de Afganistán y el acuerdo sobre el submarino nuclear australiano plantean asimismo serias dudas sobre la profesionalidad de este equipo de seguridad nacional, así como sobre la claridad de su política exterior. Los aliados europeos se enojaron mucho por ambos episodios y están mucho menos dispuestos a apoyar las misiones militares estadounidenses. Estos socios prevén que la concentración del esfuerzo estadounidense en Asia se hará a expensas de su presencia en Europa y esperan también que EE.UU. les exija un mayor gasto en defensa. 

Mientras tanto, no hay indicios de que se esté abordando y mucho menos aliviando el ambiente de Guerra Fría instalado durante el gobierno de Trump en las relaciones entre Estados Unidos, por un lado, y Rusia y China, por el otro. La constante agitación de Biden sobre una confrontación entre la «democracia y el autoritarismo» sugiere que Washington ha reanudado la Guerra Fría, aunque sustituyendo el término «comunistas» por el de «autoritarios». El mes pasado el Departamento de Defensa destituyó discretamente al subsecretario de Defensa Nuclear y Cohetería, alejando así del gobierno a un experto serio en armas y desarme, cuando estaba finalizando su evaluación de la Política Nuclear. Todo relegamiento del desarme en las prioridades del gobierno norteamericano bloquea aún más el diálogo con su par ruso.

Con respecto a China impera un enfoque grupal que ha puesto a partidarios de la línea dura en los puestos clave. El Consejero de Seguridad Nacional Jake Sullivan y su adjunto más próximo, Kurt Campbell, son propensos a un trato confrontativo con China y el director de la oficina del Consejo de Seguridad Nacional encargada de formular la política hacia dicho país, Rush Doshi, cree firmemente que la República Popular compite con Estados Unidos por la preeminencia mundial. Por su parte, el secretario de Defensa Lloyd Austin carece de experiencia en Asia en general y en China en particular y le han puesto al lado a otro partidario de la línea dura, Ely Ratner, acólito de Sullivan, como subsecretario de Defensa para Asuntos de Seguridad Indo-Pacífica. 

Biden ha perdido una oportunidad de hacer valer la no proliferación nuclear, al no retornar al Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA, por su nombre en inglés), el acuerdo nuclear con Irán. Gracias a esta torpeza la reciente elección presidencial ha empujado a ese país hacia una línea dura y lo ha reorientado hacia el bloque euroasiático, lo que complica cualquier reactivación del acuerdo. El gobierno de Biden también ha hecho caso omiso de los insistentes pedidos de los surcoreanos para que reactive las conversaciones bilaterales con Corea del Norte.

El caos en Afganistán y el acuerdo del submarino están llevando a los funcionarios europeos a cuestionar las intenciones y la credibilidad de Estados Unidos. El «pivote» de Estados Unidos hacia el Pacífico marca la militarización de la política estadounidense hacia China, cuando el verdadero desafío es de naturaleza económica. Washington nunca debería haber abandonado el Tratado de Asociación Transpacífica (CPTPP, por su nombre en inglés), que era el vehículo perfecto para competir con China en el este y el sudeste asiático. El mes pasado los chinos incluso solicitaron su adhesión al CPTPP, poniendo de manifiesto el sentido del humor de Xi Jinping y la insuficiencia de la política estadounidense.

El presidente Biden está preocupado por los graves desafíos internos actuales, por lo que es esencial que su Consejo de Seguridad Nacional y el Departamento de Estado llenen el actual vacío en la política de seguridad nacional. Dos senadores republicanos (Ted Cruz y Josh Hawley) han contribuido a la debilidad de la diplomacia norteamericana, al bloquear la confirmación de secretarios adjuntos y subsecretarios clave y desde la toma de posesión de Joe Biden el Senado sólo ha confirmado a un embajador estadounidense.

El jefe del Estado Mayor Conjunto, General Mark Milley, prestando declaración ante la Comisión de Fuerzas Armadas del Senado

El Pentágono está explotando claramente este vacío en la toma de decisiones exagerando la amenaza de China y del terrorismo en sus reuniones informativas en el Congreso, que han sido reproducidas literalmente por la prensa.  El jefe del Estado Mayor Conjunto Mark Milley ha aprovechado dichas apariciones mediáticas, para advertir sobre el renovado protagonismo de Al Qaeda tras la retirada de Estados Unidos de Afganistán, aunque en el plazo venidero la mayor amenaza para el gobierno talibán la representa el Estado Islámico de Jorasán (ISIS-K, por el nombre que le dan en inglés). En realidad, teniendo en cuenta la experiencia de los veinte años de guerra en el país asiático el Pentágono no parece no es el juez más calificado, para opinar sobre amenaza terrorista alguna en el Hindu Kush.

Donald Trump ciertamente empeoró una mala situación de seguridad nacional, pero hay pocos indicios de que Joe Biden esté dispuesto a abordar aquellos problemas internacionales que son susceptibles de intervención diplomática. Nada hay peor en política que dejar que los militares se autogobiernen. Mientras no haya una estrategia aprobada por el Congreso, que fije las competencias de civiles y militares, éstos últimos manejarán a su antojo el presupuesto de defensa más grande del mundo y ejecutarán a su gusto acciones bélicas, maniobras, ejercicios y amenazas en cualquier parte del mundo. Serán un peligro para su propio país y para el mundo todo. Otto von Bismarck dijo una vez que «Dios tiene una providencia especial para los tontos, los borrachos y los Estados Unidos de América». Hay que confiar en que así sea.

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Eduardo J. Vior