miércoles, 1 de abril de 2015

En Yemen pierde el Imperio

EE.UU. y la Liga Árabe, empantanados

Ambos contendientes en la guerra abierta la semana pasada entre la coalición de la Liga Árabe y la resistencia yemení liderada por la milicia Ansar Alá (Seguidores de Alá) buscan posicionarse para negociar la partición del poder en el Suroeste de Arabia, pero la multiplicidad de los actores y la tendencia de muchos a subir las apuestas pueden fragmentar Yemen, potenciar el extremismo y extender la guerra a los países vecinos.
A pesar de una semana de bombardeos masivos sobre posiciones civiles y militares y del bloqueo de todos los puertos por la coalición de 20 países árabes más Pakistán, la alianza entre las milicias chiíes, gran parte del ejército y de la policía y milicias nacionalistas continúa su avance en el sureño puerto de Adén, reacciona al ataque saudita incursionando más allá de la frontera y en el Este y el Sur mantiene a raya a las milicias beduinas aliadas a Al Qaeda en la Península Arábiga (AQPA).
Según la Liga Árabe, la operación “Tormenta de la Firmeza” responde al pedido del ex-presidente Abd-RabbuMansur Hadi (2012-14) que quiere ser repuesto en su cargo. Cuando éste subió al gobierno luego del derrocamiento de Alí Abdulá Salé (1990-2012), tenía el apoyo de la minoría chiíta de los Zaydis (llamados hutíes por el nombre de su líder), un tercio de la población del país que este grupo gobernó durante un milenio hasta 1962.Sin embargo, Hadi perdió credibilidad por su política oscilante. En setiembre pasado todavía quiso modificar la Constitución dividiendo el país en Norte y Sur y quitando a los hutíes el acceso al mar. Entonces la alianza nacionalista ocupó Sanaá y confinó al presidente. Para recuperar la iniciativa, el mandatario renunció en enero pasado, para luego desdecirse y ser sometido a arresto domiciliario de donde huyó en febrero, exiliándose finalmente en la capital saudita.
Medios occidentales y árabes afirman que la ofensiva hacia el Sur responde a un plan de Irán para conquistar Adén, llave de la ruta hacia el Canal de Suez, pero los nacionalistas yemeníes no necesitanla ayuda iraní, porque el ejército y la policía los proveen con armas norteamericanas, y buscan formar un gobierno de compromiso étnico y regional.
Las circunstancias empujan al Rey saudita Salman a buscar la solución de sus conflictos en el campo de batalla. Con 79 años y de mala salud, el monarca busca en el campo de batalla legitimar su joven reinado de dos meses. Como sus tropas han sido siempre derrotadas en Yemen (la última vez, en 2009), ha delegado ahora el mando en su hijo, el ministro de Defensa Mohamed bin Salmán, de 34 años. Éste logró integrar en una sola coalición poderes tan disímiles como los emiratos del Golfo, Pakistán, Egipto, Marruecos, Turquía y Somalía con el de Sudán del Norte, todavía considerado por Washington un “Estado terrorista”.
La guerra contra Yemen es parte de la competencia entre Arabia Saudita, Turquía y Egipto, por un lado, con Irán, por el otro, por la hegemonía sobre Levante, pero sigue reglas propias. La alianza patriótica surgida en el mayoritario Norte del país va más allá de los milicianos de Ansar Alá y se ha convertido en un movimiento popular. Esta coalición no puede impedir los ataques de la Liga Árabe y es difícil que pueda conquistar Adén, pero puede desgastar a sus adversarios mediante una guerra prolongada. Por su parte, Arabia Saudita también busca una negociación que devuelva al ex -presidente Hadi al poder en un gobierno compartido con los hutíes, pero, si la guerra se prolonga, Yemen se dividirá como lo estuvo desde la ocupación británica en el Sur en el siglo XIX hasta 1990. Si así sucediera, un reducido Noryemen quedaría cercado por el Norte y el Sur, pero las milicias hutíes comenzarán a operar en todo Levante y nunca habría paz. Al mismo tiempo, si el país se fractura, AQPA erigiría en el Sur un reino del terror que perpetuaría y expandiría la guerra al infinito. Por ello todos los contendientes necesitan sofrenar a sus propios perros de guerra, para evitar que el conflicto se difunda como una mancha de aceite.

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Eduardo J. Vior