14 de Mayo de 2015
Estados Unidos busca la cuadratura del círculo
Al desistir de concurrir a la reunión cumbre de EE UU con los monarcas del Golfo hoy en Camp David, el rey saudí Salman y su par de Baréin, Hamad, aumentaron su presión para que Barack Obama se comprometa a sostenerlos incondicionalmente como precio de su aceptación del acuerdo nuclear con Irán.
Al desistir de concurrir a la reunión cumbre
de EE UU con los monarcas del Golfo hoy en Camp David, el rey saudí
Salman y su par de Baréin, Hamad, aumentaron su presión para que Barack
Obama se comprometa a sostenerlos incondicionalmente como precio de su
aceptación del acuerdo nuclear con Irán.
Como al mismo tiempo el sultán de Omán Qaboos y el presidente Jalifa, de los Emiratos Árabes Unidos (EAU), están enfermos, el jefe de la Casa Blanca deberá contentarse con la amenazante segunda fila regional. El desplante de los emires marca el límite del intento estadounidense de cuadrar el círculo levantino.
El mandatario estadounidense invitó a los miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (GCC, por su sigla en inglés) a una reunión consultiva para ayer en Washington y a una cumbre para hoy en la residencia veraniega de Camp David para convencerlos de que el documento final a firmarse en julio próximo no dejará intacto el poder nuclear de Teherán ni le dará carta blanca para intervenir en los asuntos internos de los países vecinos.
Para justificar la ausencia de Salman, el ministro saudí de Relaciones Exteriores, Adel Al-Jubeir, explicó que el monarca debe supervisar el cumplimiento de la tregua de cinco días en Yemen que empezó el domingo pasado. Pero antes de la cumbre los miembros del GCC ya reclamaron la superioridad militar sobre Irán como condición de su apoyo al acuerdo y recibir una garantía de ayuda automática de EE UU ante cualquier amenaza externa o interna, lo que Washington no puede ni quiere dar. Ante la ausencia del rey saudí, Obama deberá vérselas ahora con su hijo y sobrino, Mohamed al Salman (ministro de Defensa y jefe de las Fuerzas Armadas) y Mohamed al Nayef (ministro del Interior y jefe de la poderosa Guardia Nacional), respectivamente. Ambos son herederos del trono, ambiciosos, y necesitan victorias militares para legitimarse internamente.
Los emires declaran temer un gran alzamiento chií alentado desde Teherán, pero la línea divisoria en Levante no pasa entre suníes y chiíes, sino entre los propulsores de gobiernos laicos y/o pluralistas y las elites que parasitan la riqueza del petróleo. Los monarcas de la península construyeron un enemigo chií, para mantener su control sobre las masas sunís, pero en realidad temen que se propaguen a sus países el debate y la vivacidad de la escena política iraní, que a pesar de teocrática es una república.
EE UU necesita negociar con Irán, para evitar un choque frontal con Rusia y China. Al mismo tiempo sus aliados europeos y sus propias empresas presionan para penetrar en el mercado iraní, de 80 millones de habitantes. Pero Washington al mismo tiempo quiere limitar la influencia regional de Teherán. Por ello es tan tímido en la lucha contra el terrorismo suní en Siria e Irak e insiste en fragmentar ambos países. Paralelamente en Siria y Yemen tolera o acompaña intervenciones saudíes y/o turcas que impulsan al terrorismo.
Desde que el año pasado apareció el Estado Islámico, EE UU sigue sin saber cuál es su enemigo principal en Levante: si los islamistas extremos o la influencia iraní. El acuerdo nuclear con Teherán de marzo pasado enloqueció a sus aliados levantinos y la Casa Blanca no sabe hoy cómo contenerlos.
Estados Unidos busca mantenerse en la mesa del poder mundial aceptando que rusos y chinos medien ante Irán, mientras apacigua a sus aliados levantinos. Lo más probable es que no pueda evitar que al mismo tiempo Irán acreciente su rol de protector de los movimientos republicanos y que sus aliados lo involucren en sus aventuras reaccionarias.
El acuerdo nuclear con Irán se limita a un solo aspecto de las relaciones de la República Islámica con las potencias rectoras de la ONU y Alemania. Washington busca a la vez negociar con Teherán y limitar su influencia regional apoyándose en los regímenes más reaccionarios del mundo. Al igual que en el tratamiento geométrico de la cuadratura del círculo, EE UU trata en Medio Oriente de cubrir un espacio inabarcable respondiendo a demandas contradictorias y quedará preso de ellas hasta que se decida a iniciar una negociación global que incluya a las otras grandes potencias interesadas y a los poderes regionales.
Como al mismo tiempo el sultán de Omán Qaboos y el presidente Jalifa, de los Emiratos Árabes Unidos (EAU), están enfermos, el jefe de la Casa Blanca deberá contentarse con la amenazante segunda fila regional. El desplante de los emires marca el límite del intento estadounidense de cuadrar el círculo levantino.
El mandatario estadounidense invitó a los miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (GCC, por su sigla en inglés) a una reunión consultiva para ayer en Washington y a una cumbre para hoy en la residencia veraniega de Camp David para convencerlos de que el documento final a firmarse en julio próximo no dejará intacto el poder nuclear de Teherán ni le dará carta blanca para intervenir en los asuntos internos de los países vecinos.
Para justificar la ausencia de Salman, el ministro saudí de Relaciones Exteriores, Adel Al-Jubeir, explicó que el monarca debe supervisar el cumplimiento de la tregua de cinco días en Yemen que empezó el domingo pasado. Pero antes de la cumbre los miembros del GCC ya reclamaron la superioridad militar sobre Irán como condición de su apoyo al acuerdo y recibir una garantía de ayuda automática de EE UU ante cualquier amenaza externa o interna, lo que Washington no puede ni quiere dar. Ante la ausencia del rey saudí, Obama deberá vérselas ahora con su hijo y sobrino, Mohamed al Salman (ministro de Defensa y jefe de las Fuerzas Armadas) y Mohamed al Nayef (ministro del Interior y jefe de la poderosa Guardia Nacional), respectivamente. Ambos son herederos del trono, ambiciosos, y necesitan victorias militares para legitimarse internamente.
Los emires declaran temer un gran alzamiento chií alentado desde Teherán, pero la línea divisoria en Levante no pasa entre suníes y chiíes, sino entre los propulsores de gobiernos laicos y/o pluralistas y las elites que parasitan la riqueza del petróleo. Los monarcas de la península construyeron un enemigo chií, para mantener su control sobre las masas sunís, pero en realidad temen que se propaguen a sus países el debate y la vivacidad de la escena política iraní, que a pesar de teocrática es una república.
EE UU necesita negociar con Irán, para evitar un choque frontal con Rusia y China. Al mismo tiempo sus aliados europeos y sus propias empresas presionan para penetrar en el mercado iraní, de 80 millones de habitantes. Pero Washington al mismo tiempo quiere limitar la influencia regional de Teherán. Por ello es tan tímido en la lucha contra el terrorismo suní en Siria e Irak e insiste en fragmentar ambos países. Paralelamente en Siria y Yemen tolera o acompaña intervenciones saudíes y/o turcas que impulsan al terrorismo.
Desde que el año pasado apareció el Estado Islámico, EE UU sigue sin saber cuál es su enemigo principal en Levante: si los islamistas extremos o la influencia iraní. El acuerdo nuclear con Teherán de marzo pasado enloqueció a sus aliados levantinos y la Casa Blanca no sabe hoy cómo contenerlos.
Estados Unidos busca mantenerse en la mesa del poder mundial aceptando que rusos y chinos medien ante Irán, mientras apacigua a sus aliados levantinos. Lo más probable es que no pueda evitar que al mismo tiempo Irán acreciente su rol de protector de los movimientos republicanos y que sus aliados lo involucren en sus aventuras reaccionarias.
El acuerdo nuclear con Irán se limita a un solo aspecto de las relaciones de la República Islámica con las potencias rectoras de la ONU y Alemania. Washington busca a la vez negociar con Teherán y limitar su influencia regional apoyándose en los regímenes más reaccionarios del mundo. Al igual que en el tratamiento geométrico de la cuadratura del círculo, EE UU trata en Medio Oriente de cubrir un espacio inabarcable respondiendo a demandas contradictorias y quedará preso de ellas hasta que se decida a iniciar una negociación global que incluya a las otras grandes potencias interesadas y a los poderes regionales.
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Eduardo J. Vior