14 de Junio de 2015
Tiembla el flanco este de la OTAN
El presidente turco Recep Tayip Erdogan se
mostró angustiado el pasado jueves 11, cuando apareció por primera vez
en público en Ankara después de su derrota en las elecciones
parlamentarias del domingo 7 y pidió a los cuatro partidos con
representación que destraben la formación de gobierno, pero dirigentes
políticos y analistas serios descreen de su actuación y sospechan que el
viejo zorro juega a ganar tiempo, para poder convocar a nuevas
elecciones y recuperar la mayoría absoluta que tuvo desde 2002.
El domingo 7 el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, por su sigla en turco) del presidente logró el 41% de los votos o 258 escaños, 18 por debajo de la mayoría absoluta. Los otros tres partidos que superaron la barrera del 10% y entraron en el parlamento –el socialdemócrata Partido Republicano del Pueblo (CHP, 132 bancas), el Partido del Movimiento Nacionalista (MHP, 80) y el izquierdista Partido Democrático del Pueblo (HDP, 80)– rechazan formar gobierno con el AKP, pero no están en condiciones de hacerlo entre ellos. Por lo tanto, se ha planteado una crisis momentáneamente irresoluble.
A pesar de que el AKP obtuvo la mayoría simple, no consiguió los ambicionados dos tercios del Parlamento para instaurar el presidencialismo. Al mismo tiempo el ingreso del HDP en el cuerpo legislativo revoluciona la política turca. Se trata de un partido de izquierda y contrario al nacionalismo turco, que desde 2012 amalgama a grupos de izquierda, ecologistas, de género y minorías religiosas y étnicas, principalmente a los kurdos, que le aportan el mayor caudal de votos.
Ante esta irrupción se tambalea el mito que muestra a Turquía como poblada sólo por turcos y el que la presenta como un país homogéneamente sunita. El primer mito justifica el rol de la nación como bastión oriental de la OTAN contra Rusia, aunque sus minorías tienen otros intereses. Los kurdos (15 millones o el 15% de la población total), por ejemplo, aspiran a la autonomía de sus asentamientos en Turquía, Siria, Irak e Irán. El segundo mito justifica la censura y el apoyo a los islamistas en Siria, los Hermanos Musulmanes en Egipto y Hamás en Gaza.
Hasta su reelección como primer ministro en 2011, Erdogan pudo gobernar nueve años gracias a su imagen moderada, su alianza con EE UU y su neoliberalismo pero, desde que comenzó la guerra civil en Siria, fue radicalizando sus posiciones. Su represión de las protestas en Estambul en 2013, las denuncias por corrupción contra altos funcionarios, su ruptura simultánea con fundaciones islámicas y con grupos empresarios liberales, la rebelión kurda de 2014 y la huelga metalúrgica que dura desde mayo pasado le hicieron perder su rol mediador. Todavía conquistó en 2014 la presidencia, pero en un clima de gran polarización.
Por esta razón no puede coaligar con la izquierda, pero tampoco con el MHP que cultiva un nacionalismo panturco expansionista y racista, rechaza cualquier concesión a los kurdos y fomenta la xenofobia contra los refugiados sirios. Este partido tiene influencia en las fuerzas armadas y en cualquier coalición exige el comando de las fuerzas de seguridad y servicios de inteligencia, lo que llevaría al país al desastre.
Golpeados por la crisis económica, pero enfervorizados por la heroica resistencia de Kobani durante 2014, los kurdos votaron por primera vez masivamente a candidatos propios. La inédita apuesta del HDP al voto kurdo democrático y no separatista tuvo éxito incluso en amplios sectores étnicamente turcos.
A pesar de las especulaciones del AKP no es seguro que el liderazgo de Erdogan sobreviva a su derrota de hace una semana y, si él cae, no se sabe quién puede relevarlo.
Turquía está tironeada por sus propios conflictos étnicos, religiosos y sociales, por los intereses de las grandes potencias y las regionales, y por la amenaza terrorista que viene de Siria. Si los militares y grandes empresarios cortan el crédito al demagogo de Anatolia, ¿quién mediará para alcanzar una solución pacífica? «
El domingo 7 el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, por su sigla en turco) del presidente logró el 41% de los votos o 258 escaños, 18 por debajo de la mayoría absoluta. Los otros tres partidos que superaron la barrera del 10% y entraron en el parlamento –el socialdemócrata Partido Republicano del Pueblo (CHP, 132 bancas), el Partido del Movimiento Nacionalista (MHP, 80) y el izquierdista Partido Democrático del Pueblo (HDP, 80)– rechazan formar gobierno con el AKP, pero no están en condiciones de hacerlo entre ellos. Por lo tanto, se ha planteado una crisis momentáneamente irresoluble.
A pesar de que el AKP obtuvo la mayoría simple, no consiguió los ambicionados dos tercios del Parlamento para instaurar el presidencialismo. Al mismo tiempo el ingreso del HDP en el cuerpo legislativo revoluciona la política turca. Se trata de un partido de izquierda y contrario al nacionalismo turco, que desde 2012 amalgama a grupos de izquierda, ecologistas, de género y minorías religiosas y étnicas, principalmente a los kurdos, que le aportan el mayor caudal de votos.
Ante esta irrupción se tambalea el mito que muestra a Turquía como poblada sólo por turcos y el que la presenta como un país homogéneamente sunita. El primer mito justifica el rol de la nación como bastión oriental de la OTAN contra Rusia, aunque sus minorías tienen otros intereses. Los kurdos (15 millones o el 15% de la población total), por ejemplo, aspiran a la autonomía de sus asentamientos en Turquía, Siria, Irak e Irán. El segundo mito justifica la censura y el apoyo a los islamistas en Siria, los Hermanos Musulmanes en Egipto y Hamás en Gaza.
Hasta su reelección como primer ministro en 2011, Erdogan pudo gobernar nueve años gracias a su imagen moderada, su alianza con EE UU y su neoliberalismo pero, desde que comenzó la guerra civil en Siria, fue radicalizando sus posiciones. Su represión de las protestas en Estambul en 2013, las denuncias por corrupción contra altos funcionarios, su ruptura simultánea con fundaciones islámicas y con grupos empresarios liberales, la rebelión kurda de 2014 y la huelga metalúrgica que dura desde mayo pasado le hicieron perder su rol mediador. Todavía conquistó en 2014 la presidencia, pero en un clima de gran polarización.
Por esta razón no puede coaligar con la izquierda, pero tampoco con el MHP que cultiva un nacionalismo panturco expansionista y racista, rechaza cualquier concesión a los kurdos y fomenta la xenofobia contra los refugiados sirios. Este partido tiene influencia en las fuerzas armadas y en cualquier coalición exige el comando de las fuerzas de seguridad y servicios de inteligencia, lo que llevaría al país al desastre.
Golpeados por la crisis económica, pero enfervorizados por la heroica resistencia de Kobani durante 2014, los kurdos votaron por primera vez masivamente a candidatos propios. La inédita apuesta del HDP al voto kurdo democrático y no separatista tuvo éxito incluso en amplios sectores étnicamente turcos.
A pesar de las especulaciones del AKP no es seguro que el liderazgo de Erdogan sobreviva a su derrota de hace una semana y, si él cae, no se sabe quién puede relevarlo.
Turquía está tironeada por sus propios conflictos étnicos, religiosos y sociales, por los intereses de las grandes potencias y las regionales, y por la amenaza terrorista que viene de Siria. Si los militares y grandes empresarios cortan el crédito al demagogo de Anatolia, ¿quién mediará para alcanzar una solución pacífica? «
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Eduardo J. Vior