El TPP, un arma de guerra
Eduardo J. Vior 14 de Octubre de 2015 |
12:00
Cuando
se fracturó el mercado mundial por la crisis de 1930, las principales
potencias capitalistas delimitaron sus áreas comerciales y monetarias de
exclusivo dominio. Los argentinos sufrimos durante 12 años el tratado
Roca-Runciman de 1933 que nos convirtió en el "sexto dominio" del
Imperio Británico. Esta división del mundo en bloques económicos limitó
el comercio mundial, retardó la recuperación después de la crisis y fue
uno de los factores coadyuvantes para el estallido de la Segunda Guerra
Mundial.
El pasado lunes 5 EE UU, Japón y diez países más de Asia y América presentaron la versión final del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por su sigla en inglés). Sin embargo, la verdadera batalla recién comenzará, cuando sea sometido a los parlamentos. En Estados Unidos, por ejemplo, la ley que en junio pasado autorizó al presidente a negociar el tratado en un trámite abreviado puso como condición que se adopten amplias medidas de transparencia para informar a la opinión pública.
En ambos partidos hay opositores al TPP y se han formado coaliciones transversales por la diversidad de los derechos y/o privilegios afectados. Los críticos apuntan especialmente al sistema de arbitraje de diferencias inversor-Estado, que coloca a las empresas de capital extranjero al mismo nivel que los gobiernos. Los grupos de defensa de los derechos del consumidor, por ejemplo, denuncian que podrían crearse tribunales secretos integrados por abogados corporativos ante los que las empresas demandarían a los gobiernos. Sostienen también que el acuerdo elevará el precio de los medicamentos, al retrasar la competencia de los genéricos. Del mismo modo los defensores de la libertad en Internet previenen que por el tratado algunos gobiernos y empresas podrían limitar la expresión de ideas en la red.
En junio pasado la Casa Blanca armó una amplia coalición parlamentaria para obtener la concesión del trámite rápido, pero ahora deberá equilibrar las pérdidas de quienes ven afectados sus derechos o no obtuvieron tanto como pretendían con los de los que están satisfechos. El trámite rápido dispone que el presidente negocie el acuerdo y el Congreso lo vote en bloque, pero sin enmendarlo. Por eso Obama espera que el Congreso acepte el hecho consumado.
El nuevo tratado sólo va a incrementar el crecimiento de la economía norteamericana en un 0,4%, pero los críticos prevén que agrave las desigualdades internas. Por un lado las exportaciones norteamericanas aumentarán en sectores con alta concentración de tecnología y capital que, para competir, aumentarán su concentración, mientras que EE UU tenderá a importar productos de sectores que emplean a numerosa mano de obra barata. Ambos impulsos combinados bajarán los salarios y destruirán puestos de trabajo.
Los defensores del tratado, por su parte, sostienen que este elevará las condiciones laborales y la compatibilidad medioambiental en los países con menor desarrollo relativo. Sin embargo, la adecuación de las normas concernientes sólo será controlada a partir de cinco años después de la entrada en vigencia del acuerdo y no están previstas sanciones ni la expulsión del bloque de quienes violen la normativa. Para los países de menor desarrollo el tratado sólo traerá la posibilidad de recibir inversiones extranjeras.
Como el acuerdo aporta pocas ventajas económicas, debe concluirse que EE UU lo ha impulsado para excluir a China, controlar a Japón y someter a los países emergentes. Con el texto firmado Washington espera también poder presionar a los europeos para que acepten el Tratado de Asociación Transatlántica (TTIP) que hoy tambalea por las críticas al secreto de las negociaciones. En síntesis puede afirmarse que el TPP limitará la libertad de comercio, frenará la recuperación de la economía mundial y marginará a terceros países de los mercados de Asia y el Pacífico. Aunque no va a poder detener la expansión de China, Rusia, India y otros emergentes, el TPP va a agudizar los conflictos comerciales y económicos. Es un arma de guerra y un peligro para la paz mundial. «
El pasado lunes 5 EE UU, Japón y diez países más de Asia y América presentaron la versión final del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por su sigla en inglés). Sin embargo, la verdadera batalla recién comenzará, cuando sea sometido a los parlamentos. En Estados Unidos, por ejemplo, la ley que en junio pasado autorizó al presidente a negociar el tratado en un trámite abreviado puso como condición que se adopten amplias medidas de transparencia para informar a la opinión pública.
En ambos partidos hay opositores al TPP y se han formado coaliciones transversales por la diversidad de los derechos y/o privilegios afectados. Los críticos apuntan especialmente al sistema de arbitraje de diferencias inversor-Estado, que coloca a las empresas de capital extranjero al mismo nivel que los gobiernos. Los grupos de defensa de los derechos del consumidor, por ejemplo, denuncian que podrían crearse tribunales secretos integrados por abogados corporativos ante los que las empresas demandarían a los gobiernos. Sostienen también que el acuerdo elevará el precio de los medicamentos, al retrasar la competencia de los genéricos. Del mismo modo los defensores de la libertad en Internet previenen que por el tratado algunos gobiernos y empresas podrían limitar la expresión de ideas en la red.
En junio pasado la Casa Blanca armó una amplia coalición parlamentaria para obtener la concesión del trámite rápido, pero ahora deberá equilibrar las pérdidas de quienes ven afectados sus derechos o no obtuvieron tanto como pretendían con los de los que están satisfechos. El trámite rápido dispone que el presidente negocie el acuerdo y el Congreso lo vote en bloque, pero sin enmendarlo. Por eso Obama espera que el Congreso acepte el hecho consumado.
El nuevo tratado sólo va a incrementar el crecimiento de la economía norteamericana en un 0,4%, pero los críticos prevén que agrave las desigualdades internas. Por un lado las exportaciones norteamericanas aumentarán en sectores con alta concentración de tecnología y capital que, para competir, aumentarán su concentración, mientras que EE UU tenderá a importar productos de sectores que emplean a numerosa mano de obra barata. Ambos impulsos combinados bajarán los salarios y destruirán puestos de trabajo.
Los defensores del tratado, por su parte, sostienen que este elevará las condiciones laborales y la compatibilidad medioambiental en los países con menor desarrollo relativo. Sin embargo, la adecuación de las normas concernientes sólo será controlada a partir de cinco años después de la entrada en vigencia del acuerdo y no están previstas sanciones ni la expulsión del bloque de quienes violen la normativa. Para los países de menor desarrollo el tratado sólo traerá la posibilidad de recibir inversiones extranjeras.
Como el acuerdo aporta pocas ventajas económicas, debe concluirse que EE UU lo ha impulsado para excluir a China, controlar a Japón y someter a los países emergentes. Con el texto firmado Washington espera también poder presionar a los europeos para que acepten el Tratado de Asociación Transatlántica (TTIP) que hoy tambalea por las críticas al secreto de las negociaciones. En síntesis puede afirmarse que el TPP limitará la libertad de comercio, frenará la recuperación de la economía mundial y marginará a terceros países de los mercados de Asia y el Pacífico. Aunque no va a poder detener la expansión de China, Rusia, India y otros emergentes, el TPP va a agudizar los conflictos comerciales y económicos. Es un arma de guerra y un peligro para la paz mundial. «
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Eduardo J. Vior