Más allá de la Cumbre entre Trump y Putin, apenas un poco más que nada
El encuentro se focalizó en reuniones bilaterales, y entre ellas las de los mandatarios de EE.UU. y Rusia se llevó todas las miradas
Angela Merkel
quería capitalizar en la campaña para la elección general de setiembre
próximo los acuerdos que esperaba se dieran en la Cumbre del G20 en
Hamburgo, pero el vandalismo del Bloque Negro y la tozudez de Donald
Trump le robaron la escena. En el documento final difundido ayer sólo se
alcanzó un impreciso acuerdo comercial y la constatación de la
diferencia de opiniones sobre el cambio climático. La canciller alemana
logró impedir que la Cumbre estallara, pero el comunicado final está
lleno de aire.
Donald Trump estaba exultante, ya que,
envuelto en una vaga defensa del comercio libre, el documento acordado
lo autoriza explícitamente a aplicar medidas proteccionistas cuando lo
considere necesario. A cambio, Washington se comprometió a concertar con
sus socios del G20 la regulación de los mercados financieros. Al mismo
tiempo, 19 de los 20 países ratificaron su adhesión al Acuerdo de París
sobre el Cambio Climático, mientras reconocían la opinión diferente de
Estados Unidos.
En su discurso final Merkel subrayó los acuerdos
alcanzados para promover inversiones privadas en algunos países
africanos y para apoyar a mujeres empresarias en países emergentes, pero
todos coincidieron en que lo más productivo de estos dos días fueron
los encuentros bilaterales. Quienes más aprovecharon esta modalidad
fueron Vladimir Putin y Donald Trump con su encuentro del viernes a la
tarde, pero los demás líderes no se quedaron atrás.
La reunión
entre ambos mandatarios estaba planeada para media hora, pero duró dos
horas y media. Se realizó a puertas cerradas y en ella sólo participaron
los presidentes, sus intérpretes, el ministro de Exteriores ruso
Serguei Lavrov y el secretario de Estado norteamericano Rex Tillerson.
Con la mira puesta en el público norteamericano, Trump comenzó
inquiriendo por las interferencias rusas en la campaña electoral de
2016, pero Putin le respondió que no había pruebas y que mejor miraran
al futuro. Que fue lo que hicieron. La mayor parte del tiempo la
dedicaron a Siria, hasta alcanzar un acuerdo para el cese del fuego en
el suroeste del país, en la cuádruple frontera entre Siria, Líbano,
Jordania y los territorios del Golán ocupados por Israel donde al-Qaeda
lleva desde hace semanas una ofensiva contra las fuerzas gubernamentales
apoyada por la artillería israelí y las fuerzas especiales
norteamericanas ingresadas desde Jordania. Si se produjera un
enfrentamiento directo entre Siria e Israel, se desataría una guerra en
gran escala que Trump y Putin buscan ahora evitar. También convinieron
moderar juntos las crisis en Corea y en Ucrania.
Según informó más
tarde el ministro Lavrov, conversaron asimismo sobre ciberseguridad,
aunque, en realidad, ninguno de los dos lo toma muy en serio. Si lo
hicieran, Washington debería reconocer que los últimos ataques
informáticos fueron realizados con armas robadas a la Agencia Nacional
de Seguridad (NSA) por un grupo que se hace llamar “Los corredores de
Bolsa en las sombras” (Shadow Brokers) y que vende en las redes
suscripciones para recibir periódicamente virus actualizados, sin
preocuparse por su uso. Hasta ahora Washington sigue sin reconocer el
robo ni ha informado a sus aliados qué armas le fueron hurtadas. Por el
otro lado, ambas potencias desean poder continuar espiando y saboteando a
las empresas y personas que les convenga.
En Hamburgo los países
del G20 acordaron, además, combatir el financiamiento del terrorismo y
su propaganda en Internet. Los europeos ambicionaban también acordar
medidas para superar la crisis causada por la afluencia de centenares de
miles de refugiados, pero sólo lograron vagas promesas de combatir el
tráfico de personas. En este contexto de desunión, pocos atendieron al
mensaje del Papa Francisco en el que pidió a los líderes mundiales que
se hagan cargo de la miseria y las catástrofes naturales que provocan
las masivas migraciones internacionales, que sean solidarios con quienes
más lo necesitan y que resuelvan los conflictos pacíficamente.
Desde
el inicio la Cumbre se apartó del plan de viaje fijado por los
organizadores alemanes: los temas políticos impusieron su peso sobre los
económicos y ecológicos, las reuniones bilaterales ocuparon más tiempo
que las multilaterales y hasta el plan de actividades para las y los
consortes de los mandatarios debió ser alterado varias veces por los
choques en las calles de la ciudad.
Para los europeos el único
saldo de esta reunión ha sido que el G20 no se rompió. En cambio, el
presidente de los Estados Unidos vuelve a casa sin haber hecho ni una
concesión de importancia y después de haber legitimado –como quería- a
su colega ruso como interlocutor privilegiado. No es extraño, entonces,
que Xi Jinping haya intensificado sus lazos con Angela Merkel.
La
Cumbre no resolvió ningún problema y dejó una ciudad muy dañada. Las
reuniones bilaterales, en cambio, fueron muy provechosas, pero
profundizaron los alineamientos de las potencias en bloques. Ahora el
paquete pasó a manos de Mauricio Macri, quien en 2018 debe organizar la
reunión en Buenos Aires. Un paquete muy, muy pesado. «
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Eduardo J. Vior