Muerte y transfiguración de Angela Merkel
Cuando ya se anunciaba su fin
de su largo mandato, la canciller contraatacó y sus movimientos parecen
definir también el futuro inmediato de la economía alemana.
Luego de haberse acordado el pasado miércoles 7 la formación de una
gran coalición de gobierno entre la Unión Demócrata Cristiana (CDU) de
la canciller Angela Merkel, la Unión Socialcristiana de Baviera (CSU) y
el Partido Socialdemócrata (SPD) en la que éste obtuvo los ministerios
de Exteriores, Interior y Finanzas e importantes concesiones laborales y
sociales, muchos analistas se apresuraron a pronosticar el comienzo del
fin de la jefa del gobierno alemán que ya lleva 12 años en el cargo.
Sin embargo, usando su táctica favorita de “delegar los conflictos”,
Merkel desató en el SPD una batalla entre europeístas e innovadores que
no sólo defenestró a dos líderes que podían hacerle sombra, sino que
puso en la agenda política la redefinición del rol internacional de
Alemania en el inicio de la cuarta revolución industrial.
El martes 13 el presidente del SPD, Martin Schultz, renunció al cargo
con efecto inmediato y fue sucedido por el hasta entonces
vicepresidente, el ministro-presidente de Hamburgo, Olaf Scholz.
Originariamente estaba previsto que el cargo fuera asumido por la hasta
entonces secretaria general, Andrea Nahles, pero, por respeto a los
estatutos, el partido tendrá hasta su congreso, el 22 de abril, una
cabeza doble: Scholz conducirá la formación interinamente junto con
Nahles como presidenta del bloque parlamentario. Si bien el recurso
estatutario puede leerse como resultado de los reparos que despierta la
todavía ministra de Trabajo (2013-17) en el liderazgo partidario,
también a ella le conviene no exponerse demasiado, mientras dura el
referéndum por vía postal de los 540.000 afiliados sobre la
participación o no en la gran coalición con los conservadores. Cuando
éste acabe el próximo 4 de marzo, su resultado (cualquiera sea) definirá
el rumbo del país y obligará a todos los actores a jugar sus cartas.
Al forzar la renuncia de Schulz (quien esperaba seguir en funciones
hasta el congreso partidario y así influir en la formación del nuevo
gabinete), el presidente socialdemócrata mandó también al geriátrico a
su contrincante interno, el actual ministro de Relaciones Exteriores
Sigmar Gabriel, quien el viernes 9 cometió el furcio en una entrevista
de declarar que su hija de seis años estaba feliz de que abandonara el
ministerio y así estuviera más tiempo con ella que “con ese señor con
los pelos en la cara” (por la barba de Schulz). El agravio personal no
está bien visto en la política alemana y el chiste fue el bienvenido
pretexto para que su partido lo obligara a dejar disponible la cartera
de Exteriores.
Es que debajo del conflicto personal entre los dos ex amigos se
esconde el insoslayable debate sobre la orientación internacional de
Alemania. Antes de ser elegido presidente del SPD en mayo pasado, Schulz
había hecho una larga carrera en la política europea. Es un hombre de
la burocracia de Bruselas que desde el ministerio habría contribuido a
profundizar la integración y cohesión del bloque, pero con enormes
transferencias de recursos hacia los países más atrasados de la UE,
convalidando la política monetaria del Banco Central Europeo y
retrasando la innovación tecnológica que Alemania necesita, para poder
competir con EE.UU., mantenerse al ritmo de China y evitar el
vaciamiento del bloque desde Londres.
Gabriel, por el contrario, está estrechamente ligado a Volkswagen, a
más tardar desde su mandato como ministro-presidente de la Baja Sajonia
(1999-2003), estado que posee el 18% de las acciones del gigante. Es un
cuadro del complejo automotriz alemán, hoy severamente golpeado por las
multas y sanciones en EE.UU. y obligado a reconvertirse hacia el
transporte eléctrico después de la decisión china de septiembre pasado
de abandonar los hidrocarburos. Ya ha dado el paso hacia la robotización
y pactado con sus trabajadores la disminución de la semana de trabajo a
28 horas, para que éstos puedan consumir más, pero las exigencias
externas apremian. Alemania necesita ganar autonomía frente a Estados
Unidos sin pelearse con su protector, mostrarle a Francia que es mejor
aliado que Gran Bretaña (con la que aquélla coquetea intensamente),
recortar el poder de la burocracia europea, negociar con Rusia la
división de áreas de influencia en Europa y convencer a los demás
miembros de la Unión que con ella como locomotora viajan en el mejor de
los trenes. La pelea por el liderazgo socialdemócrata sirvió para dejar
libre el ministerio de Exteriores y que Merkel y Nahles lo cubran con
alguien de consenso. Está claro por el acuerdo de coalición que lo
ocupará un dirigente del SPD, pero es muy difícil que sea un europeísta.
Aunque con menos ruido, la situación dentro de la Unión tampoco es
tranquila. CDU y CSU han perdido muchos votos a manos de los
nacionalistas y su ala derecha desconfía de la gran coalición con los
socialdemócratas, porque temen que deje a los votantes conservadores en
manos de la AfD. Angela Merkel se hizo cargo de estos temores, cuando el
lunes 12 declaró que en el nuevo gabinete no habría ministros de más de
60 años y que todas las corrientes del partido estarían representadas
en él, pero habrá que esperar al congreso de la CDU, dentro de dos
semanas, para saber en qué medida la Canciller vuelve a tener la
confianza de sus bases. Significativamente, la composición del nuevo
gobierno recién se anunciará después de la reunión y de conocerse el
resultado del referéndum socialdemócrata.
Angela Merkel es una maestra del conflicto por delegación. Para
evitar que su partido estalle, ha provocado una batalla dentro del SPD.
Así gobierna desde 2005. Sin embargo, el crecimiento de la AfD y el giro
del Partido Liberal (FDP) hacia la derecha han creado una situación
crítica. Los partidos establecidos necesitan recuperar la confianza de
la mayoría. Angela Merkel y Andrea Nahles están en condiciones de
hacerlo y al mismo tiempo definir el nuevo rumbo internacional, pero
para ello deben eliminar a algunos competidores. Las dos mujeres tienen
caracteres opuestos, pero gracias a su colaboración forzada Alemania
puede asegurarse su lugar entre las grandes potencias.
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Eduardo J. Vior