En un gesto inusual, el Estado Mayor israelí
anunció el sábado 2 de junio que está investigando las circunstancias
en que sus tropas mataron por la espalda el día anterior, en el sur de
la franja de Gaza, a Razan al-Najar, una enfermera voluntaria de 21 años
que corría con su uniforme blanco a socorrer a un herido junto a la
valla. El poco habitual gesto informativo israelí parece inscribirse en
un cambio epocal que en las últimas dos semanas se ha iniciado en Medio
Oriente. Gracias a la mediación rusa, se renueva la posibilidad de
alcanzar una paz negociada para la región entera.
Fuentes estadounidenses e israelíes dieron cuenta ese sábado del
retiro de las fuerzas iraníes y del Hezbolá libanés del sur y el
suroeste de Siria. La retirada iraní sigue a un acuerdo ruso-israelí que
permitirá al Ejército Árabe Sirio (EAS) avanzar hasta la frontera
jordana en el sur y el confín con los territorios ocupados del Golán, en
el suroeste. Los grupos terroristas estacionados en esas provincias
entregarían sus armas a los rusos, en tanto los norteamericanos se
retirarían del límite sirio-jordano para pasar a vigilar esa frontera
junto a Rusia.
Ya a mediados de mayo, representantes iraníes e israelíes habrían
acordado en una reunión en Jordania el retiro de los iraníes y de
Hezbolá del confín con el Golán, a cambio de que Israel cese de atacar
objetivos iraníes en Siria. Finalmente, el jueves 31, el presidente ruso
Vladimir Putin y el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu hablaron
por teléfono, mientras el ministro de Defensa israelí, Avigdor
Lieberman, se encontraba en Moscú discutiendo la seguridad del borde
sirio-israelí.
Como demuestra la reanudación de los choques en la valla que circunda
Gaza, sobran las fuerzas que intentan sabotear las negociaciones, sea
porque quieren la guerra o, simplemente, porque quieren conquistar su
asiento en la mesa de diálogo. Entre los incendiarios está el teniente
general Kenneth McKenzie, jefe del Estado Mayor Conjunto de EE UU, quien
advirtió a Bashar al Assad que no intente recuperar los territorios del
tercio noreste del país, ocupados por el Frente Democrático Sirio (FDS)
–alianza liderada por las milicias kurdas con el apoyo de 3000
efectivos estadounidenses–, como amenazó el presidente sirio en una
entrevista con la televisión rusa, si el FDS no se aviene a negociar. La
clave de la liberación del norte de Siria, empero, depende mucho más de
la estabilización de Turquía.
Turquía, en el cruce entre dos mundos
Unos 50 millones de votantes turcos se preparan para ir el próximo 24
de junio a las urnas, en una elección anticipada que no sólo puede
cambiar radicalmente su régimen político sino también el lugar del país
en el Medio Oriente ampliado. Cuando en abril pasado el presidente turco
Recep Tayyip Erdoğan convocó a los comicios, justificó el
adelantamiento (originariamente tendrían lugar en 2019) por la cambiante
situación internacional, que exigiría acelerar la actual fase de
transición hacia el sistema presidencialista.
Entre los desafíos más urgentes de Turquía se encuentran la lucha
contra la guerrilla del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK)
–hoy financiada desde Occidente–; el conflicto con EE UU por la
protección que éste da a los kurdos en el norte de Siria; la extradición
del clérigo Fetulá Gülen (acusado por el intento de golpe de estado de
2016), refugiado en Estados Unidos; la paralización del proceso de
adhesión turco a la Unión Europea; el viejo conflicto en Chipre; y las
problemáticas relaciones del país con Egipto, Israel, Libia y Yemen.
A partir de la intervención rusa en Siria en septiembre de 2015,
Turquía dio un giro de 180 grados y pasó a sostener la unidad del país
árabe, aunque manteniendo la ocupación de una franja en el norte del
país. Para ello acaba de acordar con EE UU el retiro de las milicias
kurdas de la ciudad de Manbij (ver recuadro) y su remplazo por tropas
turcas, pero sin que los norteamericanos deban retirarse.
A los factores internacionales se han sumado las malas condiciones
económicas internas. Tanto la inflación como el desempleo han superado
el 10% y siguen subiendo. El déficit presupuestario se incrementó el 58%
en 2017, y en lo que va de 2018, la lira turca se devaluó un 20%
respecto del dólar. Como agravante, por primera vez desde que llegó al
gobierno en 2003, Erdoğan afronta el acuerdo entre tres partidos
opositores, para apoyar juntos al candidato que llegue a la segunda
vuelta.
En estas condiciones, la convivencia con Rusia e Irán es vital para el sostenimiento del régimen religioso conservador.
Arabia Saudita, en una transición sin rumbo
Desde que en junio de 2017 el hijo del rey Salmán, de 82 años,
Mohammed bin Salmán, de 32, desplazó de la línea sucesoria a su primo
Mohammed bin Nayef, puso en marcha un proceso de modernización
autoritaria que lo ha enemistado con buena parte de la familia real
saudí, y eso sin resolver ninguno de los problemas internos y externos
que afronta.
El principal dilema exterior del reino está en la guerra que desde
hace tres años lleva en Yemen. Al menos mil soldados saudíes han muerto
ya desde el inicio, en marzo de 2015, de una guerra que nadie sabe cómo
acabar. En los últimos días, el movimiento noryemení Ansaralá (conocidos
como “los huti”), apoyado por la mayoría del ejército, intensificó sus
ataques al suroeste de Arabia. La guerra se inició cuando sauditas,
emiratíes y bahreiníes invadieron Yemen para reponer al renunciado
presidente Abd Rabuj Mansur Hadi. Ya costó las vidas de más de 10 mil
yemeníes, hambrunas y epidemias. No obstante, la coalición todavía no ha
logrado restaurar en el poder al exmandatario ni eliminar al movimiento
chiíta Ansaralá, que cuenta con el activo apoyo de Irán.
Tanto más desconcertante resulta para los observadores el avance de
la coalición hacia el puerto norteño de Hodeida, principal vía de
abastecimiento de la capital Sana’a. Informes recientes sostienen que
los atacantes se han acercado a 20 kilómetros del puerto. Hasta no hace
mucho, rusos y norteamericanos –cada uno respaldando a uno de los
bandos– se habían opuesto a que los sureños atacaran esta ciudad de
400.000 habitantes, por la catástrofe humana que se desencadenaría. La
Casa Blanca dice que no levantó su veto al avance. El Kremlin, en tanto,
no se manifestó. El ex embajador norteamericano Gerald Feierstein
supone que los huti piensan luchar en la propia ciudad, lo que
provocaría un desastre entre la población civil. Otro ex embajador,
Stephen Seche, interpreta el avance sureño como una presión, para
obligar a los norteños a retornar a la mesa de negociaciones auspiciadas
por la ONU, pero nadie puede asegurar que sea así.
No sería de extrañar que exista un medio guiño ruso y norteamericano
para el ataque, pero es más probable que la solución provenga de Irán,
que desde febrero pasado ha venido negociando la paz en Yemen con las
potencias europeas como parte de los intentos por mantener a EE UU
dentro del acuerdo nuclear de 2015. Si este común interés iraní y
europeo tiene éxito, Yemen reencontraría la paz.
Irán busca su camino
En tanto, en Irán las cosas no están tan claras. Cuando Donald Trump
anunció la retirada de EE UU del Joint Comprehensive Plan of Action, es
decir, el acuerdo nuclear 5+1 con Irán, Hasan Rohaní (un “reformador”
contrario a la propagación de la revolución islámica) reaccionó
recurriendo a los europeos. Los Guardianes de la Revolución, por su
parte, convencieron a su aliado sirio de atacar el Golán ocupado (el
pasado 10 de mayo); Hezbolá anunció que esa operación iniciaba una nueva
estrategia regional; y Hamás intensificó las movilizaciones contra la
valla que rodea la franja de Gaza. Como Israel temió que los Guardianes
la atacaran simultáneamente desde Siria, Líbano y Gaza, lanzó una serie
de bombardeos contra objetivos iraníes en Siria que movieron a los
diplomáticos hacia los acuerdos de los últimos días.
Los Guardianes de la Revolución han logrado el repudio unánime de los
pueblos de la región a la represión israelí contra los manifestantes
palestinos. Dentro de Irán, en tanto, han mostrado que el acuerdo
nuclear estaba en un callejón sin salida. Ahora negocian con todas las
potencias desde sus posiciones. Vladimir Putin y Donald Trump lo han
entendido. Por eso el acuerdo sobre el retiro de las tropas iraníes se
limita al sur de Siria, y Teherán es parte de las conversaciones sobre
Yemen.
¿Qué chance tiene Palestina?
Después de la Guerra Fría, Estados Unidos tuvo la oportunidad de
negociar una paz ampliada para todo Oriente Medio, pero fracasó por la
resistencia del Likud israelí. Bill Clinton y George Bush hijo se
limitaron a negociar la solución bautizada “dos naciones, dos estados”,
en la que Israel nunca creyó. Desde principios de la década pasada,
Netanyahu la sepultó con la ocupación de Cisjordania, adonde se
establecieron 800 mil colonos. El territorio palestino quedó allí
segmentado y sin posibilidad alguna de sostener un Estado.
El plan trazado por el yerno del presidente Trump, Jared Kushner –hoy
asediado por los fiscales que investigan el Rusigate–, pretende sólo
detener la adquisición de territorios por parte de Israel y que los
árabes acepten el nuevo trazado, pero esto es imposible.
La salida de la guerra en Siria mediante acuerdos ruso-israelíes e
irano-israelíes ofrece, paradójicamente, la posibilidad de que una
mediación rusa a varias bandas contemple los intereses de turcos y
sirios, de israelíes e iraníes, de norteamericanos y kurdos, y
restablezca de ese modo un cierto equilibrio regional. Para que los
palestinos también tengan su parte, Netanyahu debería ser persuadido de
abandonar su política de apartheid a cambio de obtener el
reconocimiento internacional del río Jordán como la nueva frontera de un
Estado israelí-palestino binacional.
El 4 de mayo se supo que es inminente una cumbre Trump-Putin para
tratar las condiciones de la paz en el Oriente Medio ampliado. Ante el
ocaso de la hegemonía norteamericana en la región, el creciente rol
arbitral de Rusia, la prudencia de los liderazgos de Irán, Siria y
Turquía y el súbito realismo de la conducción israelí están preparando
una paz negociada. Es la primera chance realista en muchos años de salir
de la guerra, al menos, por ahora.
Excesos en Gaza
La sesión de emergencia del miércoles 13 de junio, convocada al
cierre de esta edición por la Asamblea General de las Naciones Unidas,
difícilmente haya terminado de otro modo que con EE UU utilizando su
derecho al veto, con lo que no habrá condena a Israel por el “uso
excesivo de la fuerza” en Gaza.
La crítica situación humanitaria en la Franja, luego de la muerte de
decenas de manifestantes por la violenta represión del ejército israelí
allí y en los territorios ocupados de Cisjordania, disparó una petición
formal de Argelia y Turquía para que la asamblea debatiera un proyecto
de resolución instando a detener “cualquier fuerza excesiva,
desproporcionada e indiscriminada” contra los palestinos, además de
exigir “medidas inmediatas para poner fin a las restricciones impuestas
por Israel a la libertad de movimiento de la población en la Franja de
Gaza”, sitiada desde 2007.
No hay mayores diferencias entre este documento y otro que el Consejo
de Seguridad analizó a principios de junio, que recibió diez votos a
favor y cuatro abstenciones, pero cuyo borrador fue vetado por Estados
Unidos.
Al menos 135 palestinos murieron en Gaza desde el 30 de marzo pasado,
y otros 12 mil resultaron heridos a manos de las fuerzas armadas
israelíes, mientras se movilizaban en las llamadas “marchas del
Retorno”, que reclaman el derecho de los refugiados palestinos a
regresar a sus hogares.
Desde la organización Human Rights Watch denunciaron que fotografías y
videos de la represión muestran ”un patrón de las fuerzas israelíes,
que disparan con munición real contra personas que no representan una
amenaza inminente a la vida”, y exigieron que la ONU identifique a los
oficiales “responsables de emitir órdenes ilegales de abrir fuego”.
No todos van a la paz
Los partidos oficialistas israelíes presentaron un proyecto de ley
para que Israel promueva la creación de un Estado kurdo. Ya durante la
Guerra Fría, Tel Aviv se alió con los kurdos iraquíes. Ambos combatieron
juntos a los kurdos de Turquía y ayudaron en 1999 al secuestro de
Abdulá Öcalan, líder del Partido de los Trabajadores del Kurdistán
(PKK), desde entonces preso en Turquía. En 2017, Israel fue el único
país que reconoció la independencia del Kurdistán iraquí, pero la
supresión del autogobierno regional por Bagdad –con la aprobación
internacional– abortó la invención de un Estado tapón entre Irán, Irak y
Turquía.
Entre tanto, el secretario de Estado norteamericano Mike Pompeo y el
ministro de Relaciones Exteriores turco Mevlüt Çavuşoğlu acordaron el
lunes 4 de junio en Washington el remplazo progresivo por unidades del
ejército turco de las milicias kurdas en Manbij, al norte de Alepo. El
acuerdo fortalece la faja de seguridad que Turquía ha erigido en el
noroeste de Siria y le evita chocar con los estadounidenses acantonados
en la ciudad fronteriza.