Trump y Putin saltan el cerco
Si
la próxima cumbre entre los presidentes de Rusia y EE.UU. tiene éxito,
habrán derrotado gravemente al globalismo y fundado un nuevo sistema
mundial
por Eduardo J. Vior
Infobaires24
5 de julio de 2018
Infobaires24
5 de julio de 2018
Si
Vladimir Putin y Donald Trump logran celebrar su planeada reunión en
Helsinki el próximo 16 de agosto y armonizar sus contrapuestos
intereses, se pondrá en marcha un nuevo sistema internacional basado en
bilateralismos concatenados, aunque las resistencias dentro de ambas
potencias serán enormes y los peligros que acechan, aún mayores.
La crisis migratoria como pantalla
En
su discurso ante el Bundestag el pasado martes 3 la canciller alemana
Angela Merkel unió –no casualmente- el riesgo de que EE.UU. desate una
guerra comercial total con la urgencia de que la Unión Europea (UE)
aplique una política inmigratoria común.
Hace
tres semanas se desató una doble crisis política (alemana y europea) en
torno a la acogida y distribución dentro de Europa de los cientos de
miles de refugiados e inmigrantes que llegan a través del Mediterráneo.
Para mediar en la crisis europea, en la cumbre de la UE que se celebró
los pasados jueves 28 y viernes 29 de junio sus líderes alcanzaron un
flojo compromiso. Allí se decidió erigir centros de recepción de
refugiados que deriven a los recién llegados rápidamente hacia otros
países, centros de tránsito en Libia y un programa de asistencia a la
economía africana subsahariana por 500 millones de euros.
En
Alemania, en tanto, el conflicto, que estalló en el seno del gobierno
de coalición se centró en el ingreso al país de solicitantes de asilo
que ya han pasado por otros países de la Unión. Finalmente, el fin de
semana pasado se pusieron de acuerdo en instalar en la frontera con
Austria centros de tránsito que reciban a los refugiados y en el lapso
de 48 horas los devuelvan a los países europeos de primer arribo. Tanto
uno como el otro compromiso son gestos demagógicos, para convencer al
público alemán y europeo de que los políticos “hacen algo” para frenar
la inmigración, pero sólo sirven para hacer más difícil la vida de los
refugiados, no para disuadirlos de pagar fortunas a los traficantes,
para poder llegar a Europa.
La guerra comercial como realidad y como amague
En
realidad, el esfuerzo por evitar la dispersión de la Unión se dirige al
venidero enfrentamiento con Trump y Putin por el lugar de Europa en la
economía mundial. El próximo viernes 6 entra en vigor la suba de los
aranceles de importación norteamericanos por un valor de 34 mil millones
de dólares. Al mismo tiempo China aumenta los aranceles de importación
sobre 500 productos norteamericanos. Europa recibe los golpes de ambos
lados.
El gobierno chino no quiere
agudizar el enfrentamiento y evita responder a las usuales provocaciones
del presidente estadounidense. Sin embargo, analistas serios temen que
el enfrentamiento tarifario afecte el crecimiento y la estabilidad de su
economía, muy dependiente de las ventas al área del dólar. Claro que la
potencia asiática puede dar batalla y propinar duros golpes a su
adversario, pero a disgusto. Beijing preferiría alcanzar rápidamente un
acuerdo duradero. Esto es lo que Trump quiere. Por eso sube el precio.
El
presidente norteamericano rechaza el actual sistema multilateral de
comercio y exige una serie de acuerdos bilaterales. No por casualidad el
embajador norteamericano en Berlín, Richard Grenell, se reunió el
miércoles 4 con los máximos jefes de Volkswagen, BMW, Daimler-Benz y
Continental, para ofrecerles oficialmente no subir las tarifas para la
importación de vehículos alemanes en EE.UU., si la UE hace lo mismo con
los estadounidenses. La jugada puede meter una cuña entre los
negociadores europeos, ya que la industria automotriz alemana se está
reconvirtiendo a vehículos eléctricos, para abastecer a China, su
principal mercado. Si Washington acuerda con ella, los europeos, a su
vez, presionarán a Beijing para que ceda ante los norteamericanos.
La
evolución del conflicto comercial dependerá en gran parte del resultado
de la reunión que Putin y Trump mantendrán el próximo 16 de agosto en
Helsinki. Además de las crisis en Ucrania y Siria, la expansión de la
OTAN hacia el este de Europa y la economía ocuparán un lugar central en
su agenda. Rusia necesita que EE.UU. levante las sanciones que afectan
su comercio exterior desde 2014 y deje de vetar la construcción del
gasoducto North Stream 2, con el que Gazprom pretende transportar el gas
ruso hasta la costa alemana atravesando el Mar Báltico, para asegurar
el aprovisionamiento del mercado europeo. Trump, por el contrario,
quiere disputarle dicho mercado con el gas licuado norteamericano que
llega a las costas atlánticas del continente.
Como
el jefe de la Casa Blanca es muy crítico de la OTAN, cuya conferencia
anual se reúne el 12 y 13 de julio en Bruselas, existe la chance de que
ambos líderes concuerden en limitar la expansión de la alianza en Europa
Oriental a cambio de repartirse el mercado gasífero europeo. En ese
punto habría que ver qué rol reservan a las empresas del continente
(Total, British Gas/Shell, RWE, ENI, etc.). Probablemente, Trump lo haga
depender de las concesiones comerciales que obtenga de la UE, con las
cuales también presionaría a China. El levantamiento de las sanciones
contra Rusia, en tanto, depende del resultado de la elección legislativa
norteamericana del 6 de noviembre. Para mejorar sus chances,
precisamente, el norteamericano necesita que su amigo ruso la haga
importantes concesiones.
La mera
hipótesis de que ambos jefes de Estado se pongan de acuerdo al margen de
los centros de poder nacionales e internacionales está aterrando al
“Estado profundo” norteamericano y a la oligarquía rusa. En sendos
editoriales, que parecen escritos por la misma mano, The New York Times y
The Washington Post arremetieron el fin de semana pasado contra la
planeada cumbre, advirtiendo contra el riesgo de que Donald Trump se
deje arrastrar por su colega ruso a compromisos dañinos para la
soberanía de EE.UU. y recordando la necesidad de castigar a Rusia por
sus supuestas violaciones del Derecho Internacional.
Del
lado ruso la situación es sólo un poco más sencilla por el inmenso
prestigio que Vladimir Putin tiene en su población. Sin embargo, los
oligarcas enriquecidos en la década de 1990 y representados en el
gobierno por el primer ministro Dmitri Medvedyev prefieren medrar con la
actual tensión internacional que una distensión internacional que
permita el desarrollo productivo de Rusia. Ellos son extractivistas y
especuladores financieros y no quieren que una industria en crecimiento
amenace su poder.
El globalismo
multilateralista se está hundiendo, pero las oligarquías y aparatos de
inteligencia y militares que viven de la guerra permanente ofrecen una
tenaz resistencia. Todavía no se reconoce claramente el perfil del nuevo
orden internacional, pero sí queda claro que cada nación y cada bloque
debe defender sus propios intereses, si quiere sobrevivir.
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Eduardo J. Vior