Como con bronca y junando del rabo de ojo a un costado
El
silencio del BRICS sobre los conflictos en América del Sur y el no
haber invitado a los vecinos de Brasil muestran el temor del gobierno de
este país por el futuro de la región
por Eduardo J. Vior
Infobaires24
18 de noviembre de 2019
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18 de noviembre de 2019
Cuando
se reúnen cuatro de las mayores potencias del mundo, seguro que sus
líderes intercambian puntos de vista sobre TODOS los conflictos que
aquejan al planeta. Por lo tanto, aquellos que mencionan en su
comunicado final son tan importantes como los que no nombran. Al
finalizar la reciente reunión del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y
Suráfrica) en Brasilia, celebrada el 13 y 14 de noviembre pasados, fue
llamativo que el comunicado final no se refiriera a la crisis
venezolana, al alzamiento popular en Chile ni al golpe de estado en
Bolivia. La respuesta a la pregunta por el porqué de esta omisión debe
buscarse en la debilidad del anfitrión. No solamente que Jair Messias
Bolsonaro ha convertido a Brasil en un perro faldero de Estados Unidos,
sino que su miedo ante los próximos desarrollos en la región lo impulsa a
negarlos. Sin embargo, desde mucho antes de Freud sabemos que los
fantasmas ocultos siempre retornan.
El
pasado jueves 14 se difundió la Declaración de Brasilia. El documento
tiene un preámbulo, cuatro capítulos (“Fortaleciendo los sistemas
multilaterales”, “Cooperación económica y financiera”, “Coyunturas
regionales” y “Cooperación Intra-Brics”). En los nueve ítems del
capítulo sobre geopolítica los miembros se posicionan sobre Siria,
Yemen, Palestina, la región del Golfo, Afganistán, la península coreana,
Libia y Sudán, pero no sueltan ni una palabra sobre los conflictos en
Bolivia, Venezuela, Ecuador, Chile y Perú.
Obviamente,
el silencio sobre los candentes temas suramericanos se debió a las
diferencias de opinión entre los concurrentes. Por ejemplo, todos menos
Brasil reconocen al gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela, mientras
que Bolsonaro dio las cartas credenciales al representante de Juan
Guaidó, aunque no quitó a Caracas su edificio en Brasilia. Por eso fue
que la vocera del Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia, María
Zajárova, declaró el jueves que la invasión de la sede diplomática por
un grupo de opositores fue una “provocación” hecha especialmente para
perturbar la cumbre.
Los
interlocutores de Bolsonaro fueron piadosos con él. A cambio de su
discreta disculpa ante Xi Jinping por las agresiones que profirió
durante la campaña electoral de 2018, aceptaron callar sobre los
conflictos que aquejan la vecindad. La instalación en Brasilia de una
segunda sede del Nuevo Banco de Desarrollo (NDB, por su nombre en
inglés), el llamado Banco del Brics, y el compromiso brasileño de firmar
contratos para importantes obras de infraestructura pesaron más que el
silencio en el comunicado final. En definitiva, el presidente brasileño
debió retroceder en sus ataques contra China, en sus extremas posiciones
proisraelíes y en su seguimiento de EE.UU. en la cuestión climática sin
contraprestaciones de sus contertulios. Ya desde la fundación del NDB
en 2014 estaba previsto que el segundo presidente del Banco hasta 2024
debía ser un brasileño. Tampoco en este caso Brasilia pudo anotarse
algún triunfo.
La débil performance
de Brasil durante su presidencia en el BRICS se explica, tanto por su
ciego alineamiento con EE.UU. como por los choques de Bolsonaro con sus
vecinos. Tradicionalmente, el país sede de la cumbre al final de su
período presidencial de un año invita a todos los vecinos, para subrayar
su liderazgo regional. Esta vez, por primera vez, Itamaraty no pudo
convidar a ningún gobernante de la región, porque su presidente tuvo
conflictos con todos o se inmiscuyó en sus conflictos internos o
externos. Por lo menos, ahora parece haber encarado una relación sensata
con China. No solamente se resignó a que una empresa de ese país
participe junto con Petrobrás en la licitación de un yacimiento en el
presal frente a Santos, sino que la próxima introducción del 5G en
Brasil anuncia, por un lado, un choque con Estados Unidos y, por el
otro, una –indeseada- convergencia con Argentina. La “realidad
efectiva”, al decir de Maquiavelo, siempre puede más que las fantasías
de los gobernantes.
Por lo menos
hasta la elección presidencial norteamericana de noviembre de 2020 la
guerra abierta que allí se da entre el neomonroísmo de Donald Trump y el
globalismo extremo de George Soros obligará a Trump a seguir apoyándose
en los senadores de origen cubano Marco Rubio y Ted Cruz, quienes no
escatiman esfuerzos, para propiciar cambios de régimen en países que
consideran comunistas/socialistas en el continente. Hoy América Latina
vive una imponente remilitarización que llevó desde la llegada al poder
de Jair Bolsonaro hasta el reciente golpe
policíaco/militar/mediático/evangelista en Bolivia. En Brasil veintidós
miembros del gabinete de Bolsonaro son militares, entre los que destaca
su vicepresidente, el general retirado Hamilton Mourão. La suerte de
esta militarización, asociada con el predominio pentecostal, la economía
de la droga y un neoliberalismo de manual tendrá una enorme influencia
sobre la elección norteamericana de noviembre próximo. La ultraderecha
continental está peleando desde posiciones defensivas y contra el
tiempo. Por ello es tan extremadamente violenta.
Tanto
más importante es el devenir de los procesos que avanzan a
contracorriente, como México y Argentina. Sus éxitos relativos azuzan
los temores reaccionarios. Que el capitán mesiánico y narcotraficante
que ocupa el sillón presidencial en Brasilia haya impuesto a tres de las
principales potencias del mundo no hablar sobre América del Sur en el
comunicado final de la cumbre del BRICS es, en definitiva, una buena
noticia.
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Eduardo J. Vior