Con una pequeña ayuda de mis amigos
La
llamada de Trump a Alberto se entiende por la ofensiva demócrata, el
estancamiento de la situación en Medio Oriente y la necesidad de llegar
a un arreglo en Venezuela
Saludar
no obliga a nada y puede reportar un gran beneficio. Con esta idea en
mente el presidente norteamericano Donald Trump llamó el viernes 1º a
Alberto Fernández, para felicitarlo por el triunfo del domingo 27 de
octubre. Con este simple gesto corrigió el dedo admonitorio de su
Secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, quien dos días antes advirtió,
palabras más o menos, que “las deudas se pagan”. En realidad, el
mandatario hizo un pedido de ayuda: en la misma semana en la que la
Cámara de Representantes de mayoría demócrata puso en marcha la fase
testimonial previa al juicio político contra el jefe de Estado, al
llamar a Alberto Fernández antes de que éste viaje a México, Trump le
hizo un guiño para que empiecen a conversar. Nada más ni nada menos,
pero es mucho.
Tanto López Obrador
como Fernández están extremadamente condicionados por los problemas
internos y sus constreñimientos internacionales. Después de 37 años de
neoliberalismo y de una “guerra contra el narcotráfico” que entre 2006 y
2018 dejó 120.000 muertos, México necesita paz en sus fronteras y que
entre en vigencia el nuevo tratado de libre comercio con Estados Unidos y
Canadá que remplaza al TLCAN que Donald Trump abrogó en 2017. Pero la
ratificación del acuerdo en la Cámara de Representantes de EE.UU.
depende de la evolución del juicio político contra el presidente
norteamericano y López Obrador no puede esperar tanto para recuperar
espacio de maniobra internacional. Por ello se abraza fervientemente al
vínculo con el venidero gobierno argentino.
Para
el próximo equipo peronista, en tanto, la relación con México es una
alternativa al bloqueo y sabotaje por el Brasil bolsonarista y la
posibilidad, junto con Uruguay y Bolivia, de acordar con las partes del
conflicto venezolano una salida pacífica y democrática. Consciente de
que no hay alternativa militar, hasta el propio Donald Trump puede estar
interesado en un arreglo que dé a empresas norteamericanas con buena
llegada a la Casa Blanca una chance en la industria petrolera del país
suramericano.
Hasta las elecciones
primarias del 11 de agosto pasado Donald Trump no escatimó los gestos de
apoyo al gobierno de Mauricio Macri: reuniones, fotos en común,
declaraciones y una masiva presión, para que el Fondo Monetario
Internacional (FMI) regale el 60% de su capital. Se trataba de evitar
que Argentina estrechara sus lazos con China. Sin embargo, Macri fracasó
y ahora Washington busca reducir el daño.
Para
redondear, el pasado jueves 31 la Cámara de Representantes decidió
iniciar el juicio político al presidente Donald Trump por el escándalo
conocido como la “trama ucraniana”. Se trata de la denuncia contra el
mandatario por haber presionado a su colega de Ucrania, Volodimir
Zelensky, para que investigue las actividades empresarias de Hunter
Biden, el hijo del ex vicepresidente de Obama, Joseph “Joe” Biden, quien
es uno de los principales precandidatos presidenciales demócratas.
Cuando en febrero de 2014 un golpe de estado orquestado por EE.UU.
derrocó al gobierno ucraniano, Rusia recuperó Crimea y las provincias
orientales rusófonas de Lugansk y Donetsk se alzaron en armas contra
Kiev y todavía son autónomas. En aquel momento Hunter Biden se incorporó
a la dirección de Burisma, la principal distribuidora de gas del país,
controlada por el oligarca Mykola Zlochevsky, quien se especializaba en
desviar al mercado negro el gas ruso que Ucrania compraba.
Tanto
el presidente Obama como el secretario de Estado Kerry y la entonces
consejera de Seguridad Nacional Susan Rice conocían las actividades del
joven Biden. Sea cierto o no que el presidente Trump presionó a su
recién electo par ucraniano, para que investigara a un ciudadano
norteamericano (éste es el tenor de la acusación), los demócratas
enfrentarán serias dificultades para justificar el proceso y es
improbable que el mismo prospere en el Senado, controlado por los
republicanos, y en un año electoral. Sin embargo, al poner en marcha la
fase testimonial del juicio, la mayoría de la Cámara intenta, a la vez,
desprestigiar públicamente al mandatario en plena campaña electoral y
agudizar el conflicto con Rusia.
El
proceso les sirve también para condicionar la aprobación del Tratado de
Libre Comercio con México y Canadá (T-MEC), una de las cartas
presidenciales para la reelección, asimismo contestada por la oposición
con el argumento de que el presidente no ha apoyado suficientemente a
las empresas estadounidenses frente a la nueva política petrolera de
Andrés M. López Obrador.
El petróleo
tiñe también la política mediooriental de EE.UU. A principios de
octubre el Trump ordenó el retiro de las fuerzas norteamericanas de
Siria, propició el entendimiento entre Vladimir Putin y Recep T.
Erdogan, por un lado, para controlar la frontera sirio-turca, y, por el
otro, el acuerdo entre el gobierno de Damasco y las milicias kurdas,
para que el ejército sirio se despliegue en el norte y este del país
como protección contra Turquía. No obstante, dejó en el país 200
efectivos, para ocupar los pozos petroleros en el Este y seguir
exportando en beneficio propio el mineral por 30 millones de dólares
mensuales.
A la agudización del
conflicto de Medio Oriente contribuye también el bloqueo norteamericano
contra el financiamiento internacional de Hizbulá que ha llevado desde
hace dos semanas al cierre de todos los bancos de Líbano y a una crisis
socioeconómica general que ya ha provocado la renuncia, el pasado lunes
28, del primer ministro sunita Saad Hariri. Con este asedio se pretende
empujar al partido de la minoría chiíta libanesa a depender
exclusivamente de Irán, para deslegitimarlo internamente y propiciar una
nueva invasión israelí. Sin embargo, esta maniobra acarrea peligrosas
consecuencias en nuestra región, porque la comunidad libanesa en las
Tres Fronteras entre Argentina, Brasil y Paraguay constituye el
principal sostén financiero de Hizbulá en nuestro continente. Para
preparar este bloqueo, ya hace tres meses los gobiernos de Argentina y
Paraguay han etiquetado al partido libanés como “terrorista” y
militarizado la zona fronteriza, justificando así la intromisión
norteamericano-israelí y opacando el narcotráfico que involucra a
funcionarios de todos los gobiernos.
El
jefe de Estado de EE.UU. necesita dar señales de liderazgo, para
contrarrestar el cerco que los demócratas van a montar en los próximos
meses en la Cámara de Representantes. Si bien Argentina no ocupa un
papel importante en las percepciones del público estadounidense, el
encaminamiento de las negociaciones con el FMI y una gestión diplomática
que aliviare la crisis venezolana serían, entonces, muy bienvenidos en
el Salón Oval. Por eso es que al presidente estadounidense no le cae mal
el vínculo entre Alberto Fernández y AMLO. Si el mandatario mexicano y
el futuro jefe de Estado argentino encaminan una negociación exitosa
sobre Venezuela que, a la vez, considere el interés económico
estadounidense, el jefe de la Casa Blanca podría ayudar a repactar el
pago de la deuda con el FMI y a aliviar las tensiones en su frontera
sur. Donald Trump necesita una ayudita de sus amigos, pero sabe devolver
los favores.