sábado, 26 de octubre de 2019

La Nueva Argentina tendrá otro lugar en el mundo

¿Dónde me pongo?

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En la víspera de la elección presidencial Argentina se pregunta cómo ubicarse entre un mundo que se hunde y otro que aún no florece

Eduardo J. Vior
En los albores de la TV privada, a comienzos de los años 60, los niños argentinos seguíamos las simples y efectivas payasadas de Pepe Biondi, el cómico de lo inverosímil, que en cada enredo que él mismo ocasionaba empezaba a correr sin ton ni son gritando “¿dónde me pongo?” Ahora, en cambio, apenas el pueblo argentino hunda en las urnas al agresor que lo devastó en los últimos cuatro años, no puede correr sin sentido, sino que necesita orientarse con precaución, pero con rapidez, en un mundo que desde 2015 está cambiando acelerada y radicalmente.
Cuando hace un cuatrienio “el mejor equipo de los últimos 50 años” asaltó el poder, en Washington, Bruselas y Tokio reinaba el globalismo financiero. De la mano de la reina Máxima de Holanda, el JP Morgan y el HSBC trajeron a Blackrock y Templeton a Argentina y entregaron el petróleo y el gas a la Shell. Se aplicó entonces en nuestro suelo la estrategia de destrucción de los estados nacionales diseñada en 2002 por el ex secretario de Defensa norteamericano Donald Rumsfeld y su jefe de planeamiento, el almirante Arthur K. Cebrowski, para que los países ricos pudieran en el futuro disfrutar sin límites los recursos naturales del 70% del mundo. El resultado de este asalto fue la pérdida de la soberanía, un endeudamiento gigantesco, la destrucción de nuestro aparato productivo, una extendida pobreza y el hambre.
Para renegociar esta deuda y recuperar el acceso al crédito que permita financiar la reconstrucción de nuestra economía, es necesario entenderse con el Presidente Donald Trump. Buscando salvar a Mauricio Macri, el mandatario norteamericano forzó al FMI a prestar a Argentina 57 mil millones de dólares, de los cuales llegaron poco más de 44 mil millones y se fugaron cerca de 40. Él ayudó a hundirnos; él nos tendrá que sacar del pantano.
Fiel a su estilo, el caudillo neoyorquino seguramente amenazará, imprecará, presionará y extorsionará, pero, ante un liderazgo firme y tranquilo que sepa aprovechar los previsibles apoyos de Rusia y China, finalmente buscará el compromiso.
Más peligrosos que Trump serán los coletazos de la narcopolítica norteamericana (el Departamento de Estado, la DEA y sus socios), israelí y brasileña que, con atentados, sabotajes y terrorismo, defenderán el enorme poder que ganaron en el Cono Sur en el último cuatrienio. Además de las tareas de inteligencia y represión internas, derrotar a este flagelo requerirá una amplia cooperación de organismos internacionales y la Unión Europea en materia de inteligencia financiera y persecución de paraísos fiscales y lavado de capitales.
La imprescindible cooperación estratégica con Brasil se moverá dentro de estos parámetros: entre las agresiones del narcogobierno bolsonarista y los intereses encontrados del capital productivo de nuestro vecino. Mientras que el empresariado transnacionalizado de São Paulo pretende prescindir de la integración productiva con Argentina, importantes sectores industriales necesitan nuestro mercado y la cooperación con nuestras empresas. Una política inteligente buscaría separar a unos de otros, para reforzar nuestra presión sobre la diplomacia brasileña.
En el primer círculo de nuestras relaciones exteriores están los países vecinos. Con ellos debemos intensificar la cooperación en materia de infraestructura, de lucha contra el crimen organizado y de comercio en base al principio de que “todos ganan”. No importa su régimen político, pero, por supuesto, las “afinidades electivas” deberían permitirnos profundizar la integración con Montevideo y La Paz.
En el segundo círculo están los demás países suramericanos y México, con quienes precisamos afianzar la cooperación política y diplomática, especialmente para mediar en la solución de conflictos ejecutando a la vez una efectiva política de defensa de los derechos humanos. Luego de salirnos del Grupo de Lima, en este camino reviviremos la Unasur y la Celac.
En el tercer círculo, finalmente, se ubican nuestras relaciones balanceadas y equilibradas con los distintos centros de poder. Argentina precisa de buenas relaciones con todas las potencias, especialmente con el cuadrilátero EE.UU., Europa, Rusia y China, sin descuidar el Oriente Medio ampliado, desde Libia hasta Irán, ni los emergentes como India o Suráfrica. No se trata sólo de comercio, sino también de inversiones productivas, crédito, respaldos monetarios, fiscalidad, seguridad, equilibrio estratégico y lucha contra el cambio climático.
La imprescindible búsqueda de equilibrios y la necesidad de mantener buenas relaciones con los más diversos sistemas no quiere decir, empero, que descuidemos la defensa activa de nuestra soberanía y la ocupación de todo el territorio bicontinental y el Mar Argentino. En 2030, y quizás antes, caducará el Tratado Antártico de 1959 y todas las potencias presentarán sus reclamos de soberanía sobre ese continente. Cuanto más el calentamiento del clima global derrita los hielos, más fácil se hará la explotación de los recursos naturales y energéticos de la región circumpolar. Gracias a la ocupación de las Islas Malvinas, Sandwich y Georgias del Sur y a la entrega del Mar Argentino por los gobiernos de Menem y Macri, el Reino Unido está preparando una plataforma desde la cual reclamar derechos sobre los sectores antárticos de Argentina y Chile. Por supuesto que la recuperación y afirmación de nuestros derechos soberanos sobre el Mar Argentino, las islas y la Antártida Argentina deberían transcurrir pacíficamente, pero para hacerse efectivas, requerirán consistentes mecanismos de disuasión y alianzas con otras potencias que equilibren el apoyo que Londres recibe de Washington.
Mientras en Estados Unidos se dirime la lucha entre el globalismo financiero y el capitalismo productivo, la retirada norteamericana de Medio Oriente y la gran derrota que el colonialismo anglo-franco-germano sufrió allí dibujan los contornos de un nuevo orden mundial. La crisis del poder mafioso en Israel, la reorientación de Arabia Saudita, Catar y los Emiratos hacia Rusia y el apaciguamiento de las tensiones con Irán abren el camino, para que también allí el Nuevo Camino de la Seda y la Franja consoliden la unidad euroasiática.
Este giro estratégico, el desarrollo de nuevos centros de la economía mundial y la acelerada implementación de los grandes portacontenedores, que no pueden pasar por el Canal de Panamá y no quieren circular por el de Suez (para evadir el control que Rusia ejerce desde Siria), revaloriza la centralidad del Atlántico Sur como arteria vital del comercio mundial. Quien controle Suráfrica y Argentina tendrá las llaves de paso que regulan los flujos de la economía internacional.
Tanto el mundo bipolar de la segunda posguerra como el globalizado de la posguerra fría han muerto. El derrumbe produce mucho polvo que no deja ver el horizonte y siembra muchos escombros que hay que despejar, antes de ponerse a construir el mundo nuevo. Mientras el aire aclara, hay que moverse con cuidado y asegurando cada paso.

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Eduardo J. Vior