¿Dónde me pongo?
En
la víspera de la elección presidencial Argentina se pregunta cómo
ubicarse entre un mundo que se hunde y otro que aún no florece
En
los albores de la TV privada, a comienzos de los años 60, los niños
argentinos seguíamos las simples y efectivas payasadas de Pepe Biondi,
el cómico de lo inverosímil, que en cada enredo que él mismo ocasionaba
empezaba a correr sin ton ni son gritando “¿dónde me pongo?” Ahora, en
cambio, apenas el pueblo argentino hunda en las urnas al agresor que lo
devastó en los últimos cuatro años, no puede correr sin sentido, sino
que necesita orientarse con precaución, pero con rapidez, en un mundo
que desde 2015 está cambiando acelerada y radicalmente.
Cuando
hace un cuatrienio “el mejor equipo de los últimos 50 años” asaltó el
poder, en Washington, Bruselas y Tokio reinaba el globalismo financiero.
De la mano de la reina Máxima de Holanda, el JP Morgan y el HSBC
trajeron a Blackrock y Templeton a Argentina y entregaron el petróleo y
el gas a la Shell. Se aplicó entonces en nuestro suelo la estrategia de
destrucción de los estados nacionales diseñada en 2002 por el ex
secretario de Defensa norteamericano Donald Rumsfeld y su jefe de
planeamiento, el almirante Arthur K. Cebrowski, para que los países
ricos pudieran en el futuro disfrutar sin límites los recursos naturales
del 70% del mundo. El resultado de este asalto fue la pérdida de la
soberanía, un endeudamiento gigantesco, la destrucción de nuestro
aparato productivo, una extendida pobreza y el hambre.
Para
renegociar esta deuda y recuperar el acceso al crédito que permita
financiar la reconstrucción de nuestra economía, es necesario entenderse
con el Presidente Donald Trump. Buscando salvar a Mauricio Macri, el
mandatario norteamericano forzó al FMI a prestar a Argentina 57 mil
millones de dólares, de los cuales llegaron poco más de 44 mil millones y
se fugaron cerca de 40. Él ayudó a hundirnos; él nos tendrá que sacar
del pantano.
Fiel a su estilo, el
caudillo neoyorquino seguramente amenazará, imprecará, presionará y
extorsionará, pero, ante un liderazgo firme y tranquilo que sepa
aprovechar los previsibles apoyos de Rusia y China, finalmente buscará
el compromiso.
Más peligrosos que
Trump serán los coletazos de la narcopolítica norteamericana (el
Departamento de Estado, la DEA y sus socios), israelí y brasileña que,
con atentados, sabotajes y terrorismo, defenderán el enorme poder que
ganaron en el Cono Sur en el último cuatrienio. Además de las tareas de
inteligencia y represión internas, derrotar a este flagelo requerirá una
amplia cooperación de organismos internacionales y la Unión Europea en
materia de inteligencia financiera y persecución de paraísos fiscales y
lavado de capitales.
La
imprescindible cooperación estratégica con Brasil se moverá dentro de
estos parámetros: entre las agresiones del narcogobierno bolsonarista y
los intereses encontrados del capital productivo de nuestro vecino.
Mientras que el empresariado transnacionalizado de São Paulo pretende
prescindir de la integración productiva con Argentina, importantes
sectores industriales necesitan nuestro mercado y la cooperación con
nuestras empresas. Una política inteligente buscaría separar a unos de
otros, para reforzar nuestra presión sobre la diplomacia brasileña.
En
el primer círculo de nuestras relaciones exteriores están los países
vecinos. Con ellos debemos intensificar la cooperación en materia de
infraestructura, de lucha contra el crimen organizado y de comercio en
base al principio de que “todos ganan”. No importa su régimen político,
pero, por supuesto, las “afinidades electivas” deberían permitirnos
profundizar la integración con Montevideo y La Paz.
En
el segundo círculo están los demás países suramericanos y México, con
quienes precisamos afianzar la cooperación política y diplomática,
especialmente para mediar en la solución de conflictos ejecutando a la
vez una efectiva política de defensa de los derechos humanos. Luego de
salirnos del Grupo de Lima, en este camino reviviremos la Unasur y la
Celac.
En el tercer círculo,
finalmente, se ubican nuestras relaciones balanceadas y equilibradas con
los distintos centros de poder. Argentina precisa de buenas relaciones
con todas las potencias, especialmente con el cuadrilátero EE.UU.,
Europa, Rusia y China, sin descuidar el Oriente Medio ampliado, desde
Libia hasta Irán, ni los emergentes como India o Suráfrica. No se trata
sólo de comercio, sino también de inversiones productivas, crédito,
respaldos monetarios, fiscalidad, seguridad, equilibrio estratégico y
lucha contra el cambio climático.
La
imprescindible búsqueda de equilibrios y la necesidad de mantener
buenas relaciones con los más diversos sistemas no quiere decir, empero,
que descuidemos la defensa activa de nuestra soberanía y la ocupación
de todo el territorio bicontinental y el Mar Argentino. En 2030, y
quizás antes, caducará el Tratado Antártico de 1959 y todas las
potencias presentarán sus reclamos de soberanía sobre ese continente.
Cuanto más el calentamiento del clima global derrita los hielos, más
fácil se hará la explotación de los recursos naturales y energéticos de
la región circumpolar. Gracias a la ocupación de las Islas Malvinas,
Sandwich y Georgias del Sur y a la entrega del Mar Argentino por los
gobiernos de Menem y Macri, el Reino Unido está preparando una
plataforma desde la cual reclamar derechos sobre los sectores antárticos
de Argentina y Chile. Por supuesto que la recuperación y afirmación de
nuestros derechos soberanos sobre el Mar Argentino, las islas y la
Antártida Argentina deberían transcurrir pacíficamente, pero para
hacerse efectivas, requerirán consistentes mecanismos de disuasión y
alianzas con otras potencias que equilibren el apoyo que Londres recibe
de Washington.
Mientras en Estados
Unidos se dirime la lucha entre el globalismo financiero y el
capitalismo productivo, la retirada norteamericana de Medio Oriente y la
gran derrota que el colonialismo anglo-franco-germano sufrió allí
dibujan los contornos de un nuevo orden mundial. La crisis del poder
mafioso en Israel, la reorientación de Arabia Saudita, Catar y los
Emiratos hacia Rusia y el apaciguamiento de las tensiones con Irán abren
el camino, para que también allí el Nuevo Camino de la Seda y la Franja
consoliden la unidad euroasiática.
Este
giro estratégico, el desarrollo de nuevos centros de la economía
mundial y la acelerada implementación de los grandes portacontenedores,
que no pueden pasar por el Canal de Panamá y no quieren circular por el
de Suez (para evadir el control que Rusia ejerce desde Siria),
revaloriza la centralidad del Atlántico Sur como arteria vital del
comercio mundial. Quien controle Suráfrica y Argentina tendrá las llaves
de paso que regulan los flujos de la economía internacional.
Tanto
el mundo bipolar de la segunda posguerra como el globalizado de la
posguerra fría han muerto. El derrumbe produce mucho polvo que no deja
ver el horizonte y siembra muchos escombros que hay que despejar, antes
de ponerse a construir el mundo nuevo. Mientras el aire aclara, hay que
moverse con cuidado y asegurando cada paso.