La crisis entre Irán y EE.UU. se complica por las luchas internas
El
derribamiento del avión ucraniano puso de relieve conflictos por el
poder dentro de Irán y de EE.UU. que pueden descontrolar la
gobernabilidad de Oriente Medio
por Eduardo J. Vior
Infobaires24
14 de enero de 2020
Infobaires24
14 de enero de 2020
Tanto
Estados Unidos como Irán estilizan su enfrentamiento actual como una
lucha contra el terrorismo, que cada uno adjudica a la otra parte. Sin
embargo, por un lado, las circunstancias en las que el presidente Donald
Trump ordenó el asesinato del teniente general Qassem Soleimaní y su
discurso posterior al hecho, como el modo en que la Guardia
Revolucionaria Islámica (CGRI) abatió el pasado miércoles 8 una aeronave
civil ucraniana, provocando la muerte de 180 personas, y las
contradictorias justificaciones posteriores indican que las luchas por
el poder dentro de cada uno de ambos países condicionan sus decisiones
externas y complican la resolución negociada de los conflictos.
De
los asesinatos de Qassem Soleimaní, jefe de la Fuerza Quds (Jerusalén)
de la CGRI, Abu Mahdi Al-Muhandis, subjefe de las Unidades de
Movilización Popular (Al Hashd al Shaabi), y diez jefes más, el pasado 2
de enero, se sabe que fueron decididos en la Casa Blanca por el
presidente y un pequeño círculo de asesores sin facultades legales para
ordenar la muerte de un alto funcionario de un país con el que EE.UU. no
está en guerra. Las circunstancias políticas permiten sospechar que se
debió a una arremetida de Pompeo, para comprometer al mandatario en una
guerra de gran magnitud en Oriente Medio. El secretario de Estado
controla indirectamente a los militares y la CIA y está aliado a la
ultraderecha evangelista republicana cuyos votos deciden la presidencia
en el Colegio Electoral. Además, Trump necesita el respaldo de la
mayoría republicana en el Senado, para salir absuelto del juicio
político.
Por su parte, tanto los
datos técnicos del hecho como la disculpa luego del abatimiento del
avión ucraniano y la furia de sectores de la población que exigen la
renuncia de los principales líderes iraníes constituirían la evidencia
de que el disparo contra la aeronave ucraniana no fue un accidente, sino
parte de una aguda lucha por el poder dentro de la Guardia
Revolucionaria Iraní (CGRI).
El domingo 12 se reunió el
Consejo de Guardianes de la Constitución (Consejo de la Shura) con la
presencia del convocado Comandante de la CGRI, General Hussein Salamí, y
del jefe de la Fuerza Aeroespacial de la Guardia Revolucionaria, el general Amir Haji Zadeh, para discutir el derribamiento del aeroplano ucraniano y sus consecuencias.
No trascendió lo discutido, pero el presidente del Consejo, Alí
Larinjani, se manifestó conforme con las explicaciones dadas por los
jefes del CGRI. A su vez, el Ministerio de Relaciones Exteriores anunció la formación de un comité especial para atender a los familiares de las víctimas.
Después
de varios días de ambigüedad sobre las razones de la caída del avión de
pasajeros ucraniano al oeste de la capital, Teherán, el gobierno iraní
busca acabar la discusión declarando que la causa fue un error humano.
Según el general Hajji Zadeh, “la persona que lanzó el misil tenía solo diez segundos para tomar una decisión y alcanzó un objetivo equivocado. Asumimos
toda la responsabilidad y estaremos sujetos a cualquier decisión tomada
por las autoridades iraníes”, dijo. El comandante iraní explicó también
que, por su altura y ángulo de vuelo, el avión ucraniano fue confundido
con un cohete de crucero entrante y derribado. Sin embargo, desde el
punto de vista técnico la argumentación iraní es insostenible. Las
baterías de fabricación rusa que utiliza la defensa antiaérea de Teherán
están preparadas para convivir con el intenso tráfico aéreo civil de
una gran capital. Tienen dos radares, uno para la identificación de los
objetos voladores y otro para guiar los cohetes hacia el objetivo.
Además, ningún operador toma solo la decisión de disparar, sino que la
consulta con su mando, generalmente instalado en otra parte. O sea, que
entre el reconocimiento de un objeto volador en aproximación y la
decisión de abatirlo trascurre un lapso bien mayor de los diez segundos
referidos por el comandante de la Fuerza Quds. Asimismo, ningún radar
ruso confundiría el vuelo a ras del suelo de los cohetes norteamericanos
Tomahawk, con un perfil longilíneo, con el vuelo ascendente de un avión
que despega y tiene un perfil redondeado. Da la impresión de que, ante
el vacío producido por el asesinato de un líder tan impresionante como
Soleimaní, alguien quiso poner a la conducción en serios problemas
internos e internacionales.
Sobre la
indignación popular por la muerte de 82 iraníes y 63 canadienses, de
los cuales 57 tenían origen iraní, se ha montado una nueva ola de
protestas en las cuales es difícil distinguir a los honestos de los
agitadores instigados por las potencias occidentales. Absurdamente,
entre los manifestantes fue detectado, detenido y expulsado el embajador
británico Rob Macaire.
Mientras
tanto, se agita el carrusel diplomático. El domingo se entrevistaron en
Mascate, la capital de Omán, el canciller iraní Mohammad Javad Zarif y
el nuevo sultán, Haitham bin Tariq Al Said, quien sucedió a su hermano
Kabus que murió el viernes después de 50 años de reinado. Por su
neutralidad, el Sultanato de Omán cumple en la región un central papel
mediador. Los viajes se suceden. Rusia y China, en tanto, están
sumamente activos en la región, la segunda, entre bambalinas.
En
este contexto se inserta la reacción de Donald Trump ante los 22
cohetes iraníes de alcance medio que el miércoles 8 impactaron en las
bases de Ain al Asad y Erbil. Aunque el presidente había amenazado
previamente con serias represalias, si Irán se atrevía a atacar
instalaciones o personal norteamericano, tras el ataque del miércoles se
limitó a constatar que no se habían producido bajas entre el personal
de las bases y que “el hecho de que tengamos el mayor potencial militar
del mundo no significa que tengamos que usarlo”. La razón de tanta
autocontención hay que buscarla en que la defensa antiaérea
norteamericana no volteó ni un solo cohete iraní, porque no es capaz de
detectarlos. Fue así que Benyamin Netanyahu se apresuró a declarar que
“se trata de un problema entre norteamericanos e iraníes que no atañe a
Israel” y Arabia Saudita manifestó su preocupación por el mantenimiento
de la paz.
A pesar de la agudización
de las hostilidades, ambas potencias intercambian señales de diálogo.
El día del asesinato del general iraní, por ejemplo, Washington envió a
través de intermediados suizos una advertencia a Irán para que sus
represalias “fueran proporcionales” al agravio sufrido. A su vez, poco
después del bombardeo del miércoles 8, Irán mandó a través de la
embajada suiza un fax encriptado instando a EE.UU. a no planear más
represalias.
El abatimiento del
avión ucraniano modificó los cálculos. El liderazgo iraní está
fuertemente presionado interna y externamente y los medios
internacionales han olvidado el asesinato de Soleimaní, para
concentrarse en la tragedia aérea. Es temprano para saber quién incurrió
en el “error” voluntario, pero da la impresión de haber sido alguien
que, ante la ausencia del gran líder militar, quiso desacreditar a la
conducción de la Guardia Revolucionaria, sin reparar en las
consecuencias políticas.
Ambos
países están atravesando una severa crisis de liderazgo. Trump se
esfuerza por ser reelecto en noviembre próximo y, para ello, está
dispuesto a pactar a diestra y siniestra, sin atender a las
consecuencias. La muerte de Soleimaní parece, en tanto, haber dejado a
Irán a la deriva en medio de una grave crisis económica, corrupción y
deslegitimación de la conducción.
Oriente
Medio y el mundo no soportan tanto vacío de poder. Si no se restablecen
rápidamente los puentes, la crisis en ambas potencias (la mundial y la
regional) alentará a aventureros que quieran entronizarse a costa del
conjunto.
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Eduardo J. Vior