Para llevar a la victoria la combinada revolución cívica y popular que en distintas proporciones está viviendo América del Sur, se ha extendido el consenso en torno a la necesidad imperiosa de la unidad continental. Tod@s l@s patriotas y demócratas estamos de acuerdo en que sólo la unidad asegurará la continuidad de la revolución hacia adentro y nos permitirá participar en el reordenamiento del sistema mundial para afuera. Además la unidad sudamericana es imprescindible para garantizar la libre circulación de l@s trabajador@s y los pueblos en condiciones de dignidad. Migrar dentro del continente debe dejar de ser una necesidad, para convertirse en una posibilidad. Para que la misma se realice, debemos armonizar las legislaciones y políticas públicas para proteger y cuidar a nuestr@s trabajador@s. Finalmente, la unidad sudamericana es imprescindible para crear un mercado interno suficientemente importante como para impulsar continuadamente el desarrollo autosostenido.
Sin embargo, surgen importantes diferencias estratégicas al momento de discutir sobre los caminos hacia la unidad y sobre la armonización entre culturas políticas muy diferentes. Poco a poco va imponiéndose la idea de dar prioridad a la unidad política sobre la económica. La horrorosa experiencia que la Unión Europea está haciendo con el euro nos sirve de contraejemplo. Después del fin de la Guerra Fría Europa tuvo la posibilidad de erigir un orden continental basado en los derechos humanos, la paz y la democracia, pero se decidió por la moneda común manteniendo fuertes divergencias en las estructuras económicas y sociales, el rearme y el encerramiento en la "fortaleza Europa", armada hasta los dientes para protegerse de los inmigrantes. Las consecuencias están a la vista: para encorsetar al continente en los criterios de estabilidad monetaria y financiera del euro, están colonizando Grecia y España y dieronun golpe de estado en Italia. Al margen de la Comisión Europea y del Parlamento Europa está gobernada por cuatro personas: Angela Merkel (Canciller alemana), Christine Lagarde (Presidenta del FMI), Mario Draghi (Presidente del BCE) y el Comisario de FInanzas de la UE.
Nosotros queremos seguir el camino contrario: la unidad sudamericana debe estar impulsada por y promover políticas públicas basadas en los derechos humanos, más libertades y más democracia en todos los ámbitos.
En este punto chocan nuestros estilos y culturas políticas. Brasil arrastra una cultura estamental y antidemocrática, heredada de la Colonia y del Imperio. La obstinada negativa de los distintos gobiernos brasileños a ceder porciones de soberanía para la unidad sudamericana tienen que ver con su negativa a democratizar su propio orden político, abriéndolo a la participación popular. Brasil nunca tuvo una oligarquía central en condiciones de dominar todo el país, como sucedió en todos los países hispanoamericanos. El país siempre fue gobernado por coaliciones cambiantes entre las elites. Esto tuvo la ventaja de que desde principios del siglo XX en general los enfrentamientos políticos entre miembros de las elites y de las clases medias no fueran tan violentos y de que se pudiera construir un Estado híbrido, muy eficiente en su cúpula, patrimonialista y clientelista en el resto. El lado negativo de este tipo de acuerdo es la exclusión permanente de 100 millones de personas sobre las que se descarga toda la violencia colonial y posesclavista, que sólo ahora están adquiriendo algunos derechos e imbuidas de firmes setnimientos de sometimiento. Una consecuencia notoria de este sistema es el doble discurso: todo el discurso político brasileño argumenta con las leyes. El legalismo permea la vida cotidiana. Sin embargo todos saben que las leyes son contradictorias y asistemáticas y que están llenas de huecos para que quien tiene los contactos las pueda evadir.
En Argentina, por el contrario, la influencia revulsiva de la cultura política peronista ha construido un republicanismo plebeyo. La Patria está ante todo y no hay problemas en ceder soberanía, para ganar en derechos, como ya se ha hecho con los derechos humanos. Pero ese plebeyismo implica también que hay que negociar permanentemente las reglas y normas, porque nada está supuesto, que no se reconocen jerarquías ni canales de representación. Esta ambivalencia nos hace bastante imprevisibles para nuestros vecinos ...y muchas veces para nosotros mismos.
Valdría la pena seguir analizando las culturas políticas de todos los países sudamericanos. Por ahora lo dejo aquí. Sólo quiero que quede claro que la unidad política del Continente no será un trabajo de soplar y hacer botellas y que es una tarea demasiado seria y complicada, como para que se la dejemos a los gobernantes y diplomáticos. Sobre todo debemos abandonar las ilusiones y ser más críticos. Con espíritu solidario, sí, pero con los ojos abiertos para las diferencias.
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Eduardo J. Vior