La ultraderecha mata en París
Año 6. Edición número 264. Domingo 9 de junio de 2013
El puñetazo en la cara que mató el miércoles pasado al militante
antifascista Clément Méric estaba demasiado anunciado. Que hubiera una o
más muertes en los constantes enfrentamientos entre neonazis y
anarquistas era cuestión de tiempo. Todos lo sabían y la derecha atizó
el fuego, para que sucediera.
Miles de personas se manifestaron jueves y viernes en París, para protestar contra la muerte del joven y reclamar la prohibición de los grupos de extrema derecha. Oriundo de Brest, Clément Méric ya militaba en círculos anarcosindicalistas desde los 15 años. Cuando llegó a la capital en septiembre de 2012, se integró a SUD (Solidarios, Unitarios y Democráticos), confluencia de asociaciones sindicales anarquistas, horizontales y autónomas. Clément también se unió a los "antifas" que combaten a los neonazis en la calle. Comenzó a participar en las manifestaciones por el matrimonio igualitario y contra la homofobia. Rápidamente se hizo conocido y fue marcado por sus enemigos. Para sus compañeros del Instituto de Estudios Políticos (IEP) es evidente que fue "un asesinato".
Sus homicidas pertenecen a las Juventudes Nacionalistas Revolucionarias (JNR). Fundadas en 1987 por Serge Ayoub, alias Batskin, al principio eran la sección juvenil del movimiento de extrema derecha Tercera Vía, dirigido por Jean-Gilles Malliarakis. Sin embargo, esta tentativa de federar las diversas bandas neonazis fracasó y el movimiento actualmente no supera la treintena de personas. Este fracaso es típico de estos grupos en toda Europa. Son incapaces de pasar a la acción política, indisciplinados y arrastrados por el alcohol. Expresan más frustraciones que programa. El hecho de que quien probablemente mató a Clément sea Esteban M., un hijo de inmigrantes españoles, es típico: los grupos originados en las viejas inmigraciones de la posguerra, amenazados por la crisis económica, reaccionan contra otros grupos populares, minorías e inmigrantes y no contra los causantes de la crisis.
Desde el miércoles por la noche el Partido de la Izquierda, en cuya proximidad militaba el joven bretón, salió a denunciar el hecho y a acusar a la JNR. El líder partidario Jean-Luc Mélenchon señaló la vinculación de estos grupos con el Frente Nacional. Por su parte, la presidenta del partido nacionalista, Marine Le Pen, se desmarcó de los cabezas rapadas, aunque ella misma predica desde 2011 la necesidad de "desdiabolizar" a los neonazis.
Algunos voceros de la derecha aprovecharon jueves y viernes para construir una "teoría de los dos demonios" a la francesa. Según ellos, la muerte de Clément Méric sería el resultado de las permanentes riñas entre extremistas alentados por "el clima de intolerancia" creado por el gobierno socialista.
Las causas de la tragedia son múltiples: la crisis económica y social que mina a Francia desde hace cinco años genera un nerviosismo generalizado. La vuelta de la izquierda al gobierno, en tanto, fue recibida en los medios con intolerancia y sectarismo. La derecha, que se proclama "desacomplejada", autoriza a salir de su marginalidad a grupos ultranacionalistas y xenófobos. La estrategia de "desdiabolización" de la presidenta del Frente Nacional les abre la puerta y la aguda polarización política en el debate sobre el matrimonio igualitario los legitimó en los últimos meses para imponer el terror en las calles.
"Cuidado con las amalgamas", se defiende la derecha parlamentaria contra las acusaciones de complicidad con los violentos, pero llama a "la resistencia" contra proyectos de ley en debate en el parlamento, como si Francia estuviera gobernada por una dictadura. El clima está preparado para que la violencia de los neonazis tenga público. La muerte de Clément Méric no es casual, sino parte de una estrategia de alta tensión que la derecha europea quiere aprovechar para resolver la crisis a su manera. Si François Hollande retrocede ante la violencia neonazi, deberá someterse aún más a las imposiciones políticas y económicas de la derecha vernácula y externa. La muerte de Clément Méric es un test para la madurez republicana.
Miles de personas se manifestaron jueves y viernes en París, para protestar contra la muerte del joven y reclamar la prohibición de los grupos de extrema derecha. Oriundo de Brest, Clément Méric ya militaba en círculos anarcosindicalistas desde los 15 años. Cuando llegó a la capital en septiembre de 2012, se integró a SUD (Solidarios, Unitarios y Democráticos), confluencia de asociaciones sindicales anarquistas, horizontales y autónomas. Clément también se unió a los "antifas" que combaten a los neonazis en la calle. Comenzó a participar en las manifestaciones por el matrimonio igualitario y contra la homofobia. Rápidamente se hizo conocido y fue marcado por sus enemigos. Para sus compañeros del Instituto de Estudios Políticos (IEP) es evidente que fue "un asesinato".
Sus homicidas pertenecen a las Juventudes Nacionalistas Revolucionarias (JNR). Fundadas en 1987 por Serge Ayoub, alias Batskin, al principio eran la sección juvenil del movimiento de extrema derecha Tercera Vía, dirigido por Jean-Gilles Malliarakis. Sin embargo, esta tentativa de federar las diversas bandas neonazis fracasó y el movimiento actualmente no supera la treintena de personas. Este fracaso es típico de estos grupos en toda Europa. Son incapaces de pasar a la acción política, indisciplinados y arrastrados por el alcohol. Expresan más frustraciones que programa. El hecho de que quien probablemente mató a Clément sea Esteban M., un hijo de inmigrantes españoles, es típico: los grupos originados en las viejas inmigraciones de la posguerra, amenazados por la crisis económica, reaccionan contra otros grupos populares, minorías e inmigrantes y no contra los causantes de la crisis.
Desde el miércoles por la noche el Partido de la Izquierda, en cuya proximidad militaba el joven bretón, salió a denunciar el hecho y a acusar a la JNR. El líder partidario Jean-Luc Mélenchon señaló la vinculación de estos grupos con el Frente Nacional. Por su parte, la presidenta del partido nacionalista, Marine Le Pen, se desmarcó de los cabezas rapadas, aunque ella misma predica desde 2011 la necesidad de "desdiabolizar" a los neonazis.
Algunos voceros de la derecha aprovecharon jueves y viernes para construir una "teoría de los dos demonios" a la francesa. Según ellos, la muerte de Clément Méric sería el resultado de las permanentes riñas entre extremistas alentados por "el clima de intolerancia" creado por el gobierno socialista.
Las causas de la tragedia son múltiples: la crisis económica y social que mina a Francia desde hace cinco años genera un nerviosismo generalizado. La vuelta de la izquierda al gobierno, en tanto, fue recibida en los medios con intolerancia y sectarismo. La derecha, que se proclama "desacomplejada", autoriza a salir de su marginalidad a grupos ultranacionalistas y xenófobos. La estrategia de "desdiabolización" de la presidenta del Frente Nacional les abre la puerta y la aguda polarización política en el debate sobre el matrimonio igualitario los legitimó en los últimos meses para imponer el terror en las calles.
"Cuidado con las amalgamas", se defiende la derecha parlamentaria contra las acusaciones de complicidad con los violentos, pero llama a "la resistencia" contra proyectos de ley en debate en el parlamento, como si Francia estuviera gobernada por una dictadura. El clima está preparado para que la violencia de los neonazis tenga público. La muerte de Clément Méric no es casual, sino parte de una estrategia de alta tensión que la derecha europea quiere aprovechar para resolver la crisis a su manera. Si François Hollande retrocede ante la violencia neonazi, deberá someterse aún más a las imposiciones políticas y económicas de la derecha vernácula y externa. La muerte de Clément Méric es un test para la madurez republicana.
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Eduardo J. Vior