Dialogando con el enemigo
Año 7. Edición número 317. Domingo 15 de Junio de 2014
Los éxitos electorales de Damasco y el colapso del
Estado iraquí ante la ofensiva extremista convencieron a políticos
occidentales sobre la necesidad de abrir una mesa de negociaciones con
el presidente Bashar al Assad.
"Después de esta elección tenemos que volver a conversar entre las
partes”, declaró el ministro alemán de Relaciones Exteriores,
Frank-Walter Steinmeier (SPD), el 1° de junio en Doha, Qatar, mientras
su interlocutor, el ministro qatarí de Relaciones Exteriores Jalid
al-Attiyah, sonreía cínicamente. Qatar es el principal apoyo externo de
los extremistas del Estado Islámico de Irak y Siria (EIIS) que desde la
última semana controla las tres provincias iraquís fronterizas con
Siria, así como el Este y Nordeste de este país. Su crecimiento alarma
incluso a la conducción de Al Qaida que en Siria sostiene al Frente Al
Nusra. Tanto más importante aparece el triunfo electoral que el
presidente Baschar Al Assad obtuvo el pasado 3 de junio.
Según la Corte Constitucional siria, 11,630 millones de votantes concurrieron a las urnas (el 73,42% de los 15,850 millones registrados). El presidente fue (por primera vez) electo para un tercer período de siete años por el 88% de los sufragios. Claro que la compulsa se realizó exclusivamente en los territorios controlados por el ejército sirio y que no se la puede considerar mínimamente libre. Sin embargo, la alta tasa de participación la convierte en un plebiscito sobre la continuidad del Estado unificado.
“El resultado de la elección es un gran cero”, fustigó el Secretario de Estado norteamericano John Kerry de visita en Beirut. “Los occidentales no pueden seguir exigiendo la renuncia del presidente como precondición para entablar negociaciones de paz”, le respondió desde la misma ciudad Hassan Nasralá, el líder de Hezbolá.
Menos de una semana después del triunfo, el pasado lunes Assad anunció una amplia amnistía, conmutando sentencias a muerte en condenas a perpetuidad, reduciendo las penas para muchos detenidos y liberando a otros. Ofreció incluso el perdón a extranjeros que hayan entrado ilegalmente al país, si se entregan con sus armas. Aunque hay antecedentes de amnistías incumplidas, los observadores menos partidistas ven la medida como una señal hacia la oposición laica y sus apoyos occidentales para llegar a una negociación y combatir juntos el extremismo islámico.
Que en la región los frentes cambian rápidamente lo demostró, una vez más, el encuentro reciente entre el presidente Vladimir Putin y el ministro saudita de Relaciones Exteriores, Saud al-Feisal, confirmado por el vocero del Kremlin Dmitry Peskov a la agencia AFP el pasado martes, sin informar, empero, cuándo y dónde se produjo la reunión. La ratificación llegó un día después de que el ministro ruso de Asuntos Exteriores Serguei Lavrov mantuviera una conversación telefónica con su colega de Ryad. Según el ministro, “en la conversación se trató la resolución política y diplomática de la crisis en Siria y de otros conflictos en la región”. Ambos funcionarios subrayaron también su interés en “activar la cooperación económica y energética”, un tema cada vez más candente ante el potencial de los yacimientos en el Mediterráneo Oriental y las descendientes compras norteamericanas de crudo saudí.
La nueva ofensiva de EIIS en Irak y la masiva participación en la votación en Siria desnudan la falta de estrategia norteamericana para la región que alienta la polémica dentro de la propia diplomacia norteamericana. Por disciplina sólo discuten entre sí ex embajadores, pero que representan corrientes internas del gobierno.
Así, Robert Ford, quien renunció en febrero a la conducción del grupo responsable por Siria dentro de la Casa Blanca, urgió el pasado martes desde el New York Times a aumentar las entregas de armas a la “oposición moderada”. En las últimas semanas, Ford dio varias entrevistas para criticar la política de Obama hacia Siria insistiendo en que Washington apoye militarmente a la oposición laica y oponiéndose a un entendimiento con el gobierno de Assad. “Algunos han sugerido que hay que aceptar que Assad está atrincherado en la capital y trabajar con el régimen para eliminar los grupos terroristas en Siria”, escribió. Sin embargo, “esto no mejoraría la seguridad de los Estados Unidos”, criticó y recordó que, cuando Estados Unidos invadió Irak, el régimen sirio apoyó a al Qaida.
Como contendiente de Ford aparece Ryan Crocker, quien sirvió en Afganistán entre 2002 y 2007 y luego en Irak hasta 2012. En un artículo también publicado en el matutino neoyorquino en diciembre pasado, Crocker abogó por el entendimiento con Assad como “el mal menor”, para combatir el terrorismo y ya en enero pasado advirtió junto con el general John Petraeus que el gobierno iraquí podría perder el control de las provincias orientales, fronterizas con Siria. El presidente Obama propuso a Crocker, en mayo pasado, para integrar la Oficina de Control de todas las operaciones no militares en el exterior. La polémica de los embajadores refleja la inconsistencia de la política norteamericana hacia Siria: se embarcó en una intervención encubierta contra un régimen dictatorial, pero que aseguraba la integridad territorial de un país multiétnico y plurirreligioso y un aceptable nivel de vida. Una vez estallada la guerra civil se encontró con que su intervención alentaba el crecimiento de facciones radicales apoyadas por sus socios qatarís y que ni siquiera al Qaida controla. Asustado por el asalto islamista al depósito de armas del ESL en diciembre pasado, el gobierno de Obama parece pasmado: si abastece al anárquico y mal conducido ESL, las armas pueden caer en manos de los extremistas. Si las entrega directamente a los jefes locales, fomenta una anarquía incontrolable. Si no entrega nada, los islamistas de al Nusra (con apoyo saudí) y los de EIIS arrollarán a los laicos. Como corolario de tantas indecisiones, con el apoyo militar de Hezbolá y el abastecimiento iraní y ruso el gobierno de Assad continúa reconquistando territorio. Es lógico que Obama no quiera pasar papelones buscando el encuentro con Assad, pero nada lo librará de conversar con el demonio.
Según la Corte Constitucional siria, 11,630 millones de votantes concurrieron a las urnas (el 73,42% de los 15,850 millones registrados). El presidente fue (por primera vez) electo para un tercer período de siete años por el 88% de los sufragios. Claro que la compulsa se realizó exclusivamente en los territorios controlados por el ejército sirio y que no se la puede considerar mínimamente libre. Sin embargo, la alta tasa de participación la convierte en un plebiscito sobre la continuidad del Estado unificado.
“El resultado de la elección es un gran cero”, fustigó el Secretario de Estado norteamericano John Kerry de visita en Beirut. “Los occidentales no pueden seguir exigiendo la renuncia del presidente como precondición para entablar negociaciones de paz”, le respondió desde la misma ciudad Hassan Nasralá, el líder de Hezbolá.
Menos de una semana después del triunfo, el pasado lunes Assad anunció una amplia amnistía, conmutando sentencias a muerte en condenas a perpetuidad, reduciendo las penas para muchos detenidos y liberando a otros. Ofreció incluso el perdón a extranjeros que hayan entrado ilegalmente al país, si se entregan con sus armas. Aunque hay antecedentes de amnistías incumplidas, los observadores menos partidistas ven la medida como una señal hacia la oposición laica y sus apoyos occidentales para llegar a una negociación y combatir juntos el extremismo islámico.
Que en la región los frentes cambian rápidamente lo demostró, una vez más, el encuentro reciente entre el presidente Vladimir Putin y el ministro saudita de Relaciones Exteriores, Saud al-Feisal, confirmado por el vocero del Kremlin Dmitry Peskov a la agencia AFP el pasado martes, sin informar, empero, cuándo y dónde se produjo la reunión. La ratificación llegó un día después de que el ministro ruso de Asuntos Exteriores Serguei Lavrov mantuviera una conversación telefónica con su colega de Ryad. Según el ministro, “en la conversación se trató la resolución política y diplomática de la crisis en Siria y de otros conflictos en la región”. Ambos funcionarios subrayaron también su interés en “activar la cooperación económica y energética”, un tema cada vez más candente ante el potencial de los yacimientos en el Mediterráneo Oriental y las descendientes compras norteamericanas de crudo saudí.
La nueva ofensiva de EIIS en Irak y la masiva participación en la votación en Siria desnudan la falta de estrategia norteamericana para la región que alienta la polémica dentro de la propia diplomacia norteamericana. Por disciplina sólo discuten entre sí ex embajadores, pero que representan corrientes internas del gobierno.
Así, Robert Ford, quien renunció en febrero a la conducción del grupo responsable por Siria dentro de la Casa Blanca, urgió el pasado martes desde el New York Times a aumentar las entregas de armas a la “oposición moderada”. En las últimas semanas, Ford dio varias entrevistas para criticar la política de Obama hacia Siria insistiendo en que Washington apoye militarmente a la oposición laica y oponiéndose a un entendimiento con el gobierno de Assad. “Algunos han sugerido que hay que aceptar que Assad está atrincherado en la capital y trabajar con el régimen para eliminar los grupos terroristas en Siria”, escribió. Sin embargo, “esto no mejoraría la seguridad de los Estados Unidos”, criticó y recordó que, cuando Estados Unidos invadió Irak, el régimen sirio apoyó a al Qaida.
Como contendiente de Ford aparece Ryan Crocker, quien sirvió en Afganistán entre 2002 y 2007 y luego en Irak hasta 2012. En un artículo también publicado en el matutino neoyorquino en diciembre pasado, Crocker abogó por el entendimiento con Assad como “el mal menor”, para combatir el terrorismo y ya en enero pasado advirtió junto con el general John Petraeus que el gobierno iraquí podría perder el control de las provincias orientales, fronterizas con Siria. El presidente Obama propuso a Crocker, en mayo pasado, para integrar la Oficina de Control de todas las operaciones no militares en el exterior. La polémica de los embajadores refleja la inconsistencia de la política norteamericana hacia Siria: se embarcó en una intervención encubierta contra un régimen dictatorial, pero que aseguraba la integridad territorial de un país multiétnico y plurirreligioso y un aceptable nivel de vida. Una vez estallada la guerra civil se encontró con que su intervención alentaba el crecimiento de facciones radicales apoyadas por sus socios qatarís y que ni siquiera al Qaida controla. Asustado por el asalto islamista al depósito de armas del ESL en diciembre pasado, el gobierno de Obama parece pasmado: si abastece al anárquico y mal conducido ESL, las armas pueden caer en manos de los extremistas. Si las entrega directamente a los jefes locales, fomenta una anarquía incontrolable. Si no entrega nada, los islamistas de al Nusra (con apoyo saudí) y los de EIIS arrollarán a los laicos. Como corolario de tantas indecisiones, con el apoyo militar de Hezbolá y el abastecimiento iraní y ruso el gobierno de Assad continúa reconquistando territorio. Es lógico que Obama no quiera pasar papelones buscando el encuentro con Assad, pero nada lo librará de conversar con el demonio.
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Eduardo J. Vior