Ucrania divide a los europeos
Año 7. Edición número 319. Domingo 29 de Junio de 2014
Después de firmar su ingreso como socio comercial a
la Unión Europea, el gobierno de Kiev amenaza con erradicar a los
separatistas.
Al convalidar el pasado viernes su asociación a la Unión Europea
(UE), los nacionalistas ucranianos y sus aliados neoconservadores
europeos y norteamericanos han alcanzado el primer objetivo del
alzamiento de febrero pasado y avanzan hacia el segundo: expulsar a la
minoría rusa del país. En su urgencia subestiman a sus oponentes y el
impacto que la asociación con la UE tendrá en Ucrania. Vladimir Putin y
sus interlocutores europeos, por su parte, buscan moderar el conflicto y
cerrar un gran acuerdo gasífero en el que tienen intereses comunes.
Para ello, el presidente ruso acordó el martes en Austria la
construcción del gasoducto South Stream (Corriente del Sur), una
alternativa a la ahora insegura traza ucraniana y una cuña en la
política energética europea.
La ruta del gasoducto, de 2.300 km de largo, parte de la costa rusa del Mar Negro, atraviesa el mar territorial turco y llega a Bulgaria, para de allí por 1.500 km atravesar Grecia, Serbia, Hungría y Eslovenia hasta el norte de Italia. A partir del acuerdo con Austria se obviaría pasar por Eslovenia e Italia. Además, iniciándolo en Crimea, Rusia evitaría las aguas territoriales turcas.
Günter Oettinger, Comisario Europeo de la Energía, está furioso y exige que los países miembro involucrados renegocien sus contratos con Rusia para ajustarse al Tercer Paquete Energético de la Unión que prevé reducir el consumo de combustibles fósiles.
El consorcio constructor del tramo submarino está integrado por Gazprom, la italiana Eni, la francesa EDF y la alemana BASF a través de Wintershall, vieja socia de Gazprom. Para el trayecto en tierra la empresa rusa se asociará con firmas locales. El conflicto entre Oettinger y la BASF ilustra las contradicciones que agitan a la democracia cristiana alemana. La urgencia rusa, a su vez, se explica por el estancamiento de las negociaciones tripartitas con Ucrania y la UE por el uso de los gasoductos ucranianos.
Mientras tanto venció el viernes 27 la tregua dispuesta por el gobierno ucraniano en el Este del país, aunque Alemania y Rusia abogan por su prolongación indefinida. Fortalecido por la firma del tratado, el presidente ucraniano Poroschenko pretende retomar las hostilidades, alegando que autonomistas prorrusos derribaron el martes un helicóptero del ejército ucraniano y ordenó a sus tropas responder a futuros ataques rebeldes. De acuerdo a las milicias alzadas, sin embargo, el alto el fuego es permanentemente violado por el ejército ucraniano.
A pedido del propio Putin la Duma federal rusa retiró el miércoles los poderes otorgados al presidente en marzo pasado, para disponer tropas en la frontera ucraniana, pero el secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, denunció el jueves que Rusia no está retirando sus tropas del borde, sino relevando unas unidades por otras.
Por su parte, profundizando la sublevación, los parlamentos de Donetsk y Lugansk han decidido confederar ambas regiones y formar la Nueva Rusia (Novorossyia). Al mismo tiempo, después de la firma del Tratado de Asociación Económica es de esperar que Rusia cierre sus mercados a los productos ucranianos y que el conflicto se agrave.
En Ucrania se enfrenta una estrategia ideológica contra dos realistas. Los neoconservadores norteamericanos y británicos quieren debilitar y fragmentar Rusia, al mismo tiempo que neutralizar Alemania. Como contrapartida ofrecen a los europeos el libre comercio atlántico y el GNL norteamericano, pero éste nunca llegará a Europa en cantidad y precio suficientes, el acuerdo transatlántico aún tardará y Alemania y Rusia no son presas fáciles.
Berlín, por su parte, persiste en mantener la alianza occidental, afianzar la unidad de la UE y apoyar a los conservadores ucranianos, mientras hace negocios con Rusia. Moscú, finalmente, juega a desgastar al régimen ucraniano esperando la reacción popular por los costos de la asociación a la UE, mientras que con South Stream busca una alternativa para llevar el gas hacia Europa Central.
La decisión del conflicto es una cuestión de tiempos: los nacionalistas ucranianos necesitan agudizar el conflicto con Rusia, para disimular los costos de la asociación a la UE, mientras que Putin los desgasta lentamente y Merkel los modera. El conflicto aún no está decidido, pero no tardará.
La ruta del gasoducto, de 2.300 km de largo, parte de la costa rusa del Mar Negro, atraviesa el mar territorial turco y llega a Bulgaria, para de allí por 1.500 km atravesar Grecia, Serbia, Hungría y Eslovenia hasta el norte de Italia. A partir del acuerdo con Austria se obviaría pasar por Eslovenia e Italia. Además, iniciándolo en Crimea, Rusia evitaría las aguas territoriales turcas.
Günter Oettinger, Comisario Europeo de la Energía, está furioso y exige que los países miembro involucrados renegocien sus contratos con Rusia para ajustarse al Tercer Paquete Energético de la Unión que prevé reducir el consumo de combustibles fósiles.
El consorcio constructor del tramo submarino está integrado por Gazprom, la italiana Eni, la francesa EDF y la alemana BASF a través de Wintershall, vieja socia de Gazprom. Para el trayecto en tierra la empresa rusa se asociará con firmas locales. El conflicto entre Oettinger y la BASF ilustra las contradicciones que agitan a la democracia cristiana alemana. La urgencia rusa, a su vez, se explica por el estancamiento de las negociaciones tripartitas con Ucrania y la UE por el uso de los gasoductos ucranianos.
Mientras tanto venció el viernes 27 la tregua dispuesta por el gobierno ucraniano en el Este del país, aunque Alemania y Rusia abogan por su prolongación indefinida. Fortalecido por la firma del tratado, el presidente ucraniano Poroschenko pretende retomar las hostilidades, alegando que autonomistas prorrusos derribaron el martes un helicóptero del ejército ucraniano y ordenó a sus tropas responder a futuros ataques rebeldes. De acuerdo a las milicias alzadas, sin embargo, el alto el fuego es permanentemente violado por el ejército ucraniano.
A pedido del propio Putin la Duma federal rusa retiró el miércoles los poderes otorgados al presidente en marzo pasado, para disponer tropas en la frontera ucraniana, pero el secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, denunció el jueves que Rusia no está retirando sus tropas del borde, sino relevando unas unidades por otras.
Por su parte, profundizando la sublevación, los parlamentos de Donetsk y Lugansk han decidido confederar ambas regiones y formar la Nueva Rusia (Novorossyia). Al mismo tiempo, después de la firma del Tratado de Asociación Económica es de esperar que Rusia cierre sus mercados a los productos ucranianos y que el conflicto se agrave.
En Ucrania se enfrenta una estrategia ideológica contra dos realistas. Los neoconservadores norteamericanos y británicos quieren debilitar y fragmentar Rusia, al mismo tiempo que neutralizar Alemania. Como contrapartida ofrecen a los europeos el libre comercio atlántico y el GNL norteamericano, pero éste nunca llegará a Europa en cantidad y precio suficientes, el acuerdo transatlántico aún tardará y Alemania y Rusia no son presas fáciles.
Berlín, por su parte, persiste en mantener la alianza occidental, afianzar la unidad de la UE y apoyar a los conservadores ucranianos, mientras hace negocios con Rusia. Moscú, finalmente, juega a desgastar al régimen ucraniano esperando la reacción popular por los costos de la asociación a la UE, mientras que con South Stream busca una alternativa para llevar el gas hacia Europa Central.
La decisión del conflicto es una cuestión de tiempos: los nacionalistas ucranianos necesitan agudizar el conflicto con Rusia, para disimular los costos de la asociación a la UE, mientras que Putin los desgasta lentamente y Merkel los modera. El conflicto aún no está decidido, pero no tardará.
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Eduardo J. Vior