14 de Diciembre de 2014
Guerra en Siria
Los marines ceden terreno
La crisis por el precio del petróleo y las dilaciones por la estrategia militar a seguir debilitan la posición del Pentágono.
En la mira. Esta semana la aviación israelí efectuó varios ataques aéreos contra Damasco, la capital Siria.
Los
bombardeos israelíes del domingo pasado en las afueras de Damasco
complementan un antiguo plan del Pentágono para dividir el Medio Oriente
en cantones étnicos y confesionales, sin que la Casa Blanca haya
resuelto qué estrategia aplicar en la región. Esta parálisis es
aprovechada por el gobierno sirio y sus aliados, por un lado, y el
Estado Islámico (EI), por el otro. Arabia Saudita, Turquía y los
monarcas del Golfo, a su vez, usan el petróleo como arma para forzar la
intervención estadounidense.
Medios árabes señalaron que el domingo 7 fueron bombardeados un depósito de misiles vecino a la terminal aérea de Damasco, un convoy de Hezbolá que transportaba cohetes rusos tierra-aire hacia la frontera con Líbano y fueron destruidos en tierra algunos drones iraníes utilizados por Siria y Hezbolá. Aparentemente el ataque buscó evitar que la milicia chií libanesa acceda a armamentos sofisticados, lo que el gobierno israelí advirtió que no admitiría.
Aunque el ataque israelí parece tener objetivos limitados, distintos observadores lo ven como parte de una estrategia general para atomizar el Levante y reorganizarlo en pequeños cantones según criterios étnicos y confesionales. Se trata de un antiguo plan del Pentágono para dividir Siria e Irak y hacer de Alepo la capital de un Estado sunita que abarcaría todo el Norte y el Este del país. La mitad sur del país se dejaría al actual gobierno y en la costa mediterránea se separaría un pequeño cantón alauita.
Esta ida tiene un siglo de antigüedad y fue replicada en distintos escenarios desde entonces. La otra corriente en puja dentro de la elite norteamericana aboga por el “nation-building”, esto es, el fortalecimiento de las instituciones nacionales según criterios de modernización económica y organizacional. Esta política se aplicó en muchos países después de la Segunda Guerra Mundial con éxito diverso y recientemente en Afganistán e Irak, donde fracasó.
Los planes norteamericanos para Siria carecen hoy en día de sustento, porque ni sus propios aliados los creen. Según Charles Lister, de la Brookings Institution, muchos jefes rebeldes en la región de Alepo critican los bombardeos contra el Estado Islámico cerca de Kobani, porque –afirman– distraen del combate contra Al-Asad y de la batalla por Alepo, la segunda ciudad del país. “Si Alepo cae en manos del gobierno –sostienen–, el régimen habrá ganado la guerra.”
La mitad oriental de la milenaria ciudad fue conquistada por los rebeldes en 2012, pero entonces el ejército sirio los frenó y la ciudad quedó partida por la mitad. En los últimos meses refuerzos libaneses, iraquíes y afganos permitieron que el gobierno comenzara a aislar la ciudad de la ruta que por el norte conduce a la frontera turca (60 km), por donde llegan los pertrechos y suministros rebeldes. Si el cerco se cierra, la caída de Alepo será sólo cuestión de tiempo.
Los comandantes rebeldes desconfían de Washington, por la falta de ataques a las unidades del EI que ocupan el nordeste de la provincia. Además, rechazan la reciente propuesta del enviado de la ONU Staffan de Mistura para congelar las posiciones de ambos bandos en Alepo, porque –piensan– favorece al gobierno sirio. Estas percepciones deslegitiman a los aliados de EE.UU. e intensifican el pasaje de milicianos hacia las organizaciones islamistas. Los jefes laicos temen que pronto sólo tres fuerzas se mantengan en guerra: el gobierno, Al-Nusra y el Estado Islámico.
Ente tanto, el jefe de la milicia Jaysh al-Islam, hasta ahora financiada por los sauditas, anunció el martes 9 que pasaría con sus 45.000 hombres a combatir junto al ejército sirio en la región de Damasco. La milicia era parte del Frente Islámico y aceptó concesiones gubernamentales con la mediación de representantes rusos.
Por falta de fuerza y de tiempo probablemente la Casa Blanca no aplique el plan de división étnica y religiosa del Levante que tampoco conviene a sus aliados turcos y sauditas, porque soliviantaría a sus múltiples minorías. Más seguro parece que Washington se involucre militarmente –sobre todo en Irak– sin plan ni objetivo claro, pero es dudoso que mande tropas a Siria ni que decrete el bloqueo aéreo en el norte del país por el prestigio ganado por los defensores kurdos de Kobani.
En la guerra civil siria se están perfilando dos movimientos convergentes: por un lado el conflicto se internacionaliza crecientemente a lo largo de divisiones religiosas y étnicas, en las que Israel toma partido por los sunitas más radicales. Por el otro, en el campo opositor los islamistas se están imponiendo a las fuerzas laicas, mientras que el gubernamental está atrayendo a opositores que se acogen a las concesiones del gobieno. La intervención de Israel parece mantenerse limitada, aunque las cercanas elecciones parlamentarias pueden incitar a Benjamin Netanyahu a una aventura. En general, el campo chií consolida sus fuerzas y avanza paso a paso. Estados Unidos va a mantener su ambivalencia hasta que la Casa Blanca y el Senado de mayoría republicana lleguen a un acuerdo sobre la política exterior, lo que probablemente suceda hacia el fin del primer semestre de 2015. Hasta entonces los monarcas del Golfo seguirán usando la única arma efectiva que tienen: el petróleo. Todo el mundo seguirá de rehén de la guerra colonial en Levante.
Medios árabes señalaron que el domingo 7 fueron bombardeados un depósito de misiles vecino a la terminal aérea de Damasco, un convoy de Hezbolá que transportaba cohetes rusos tierra-aire hacia la frontera con Líbano y fueron destruidos en tierra algunos drones iraníes utilizados por Siria y Hezbolá. Aparentemente el ataque buscó evitar que la milicia chií libanesa acceda a armamentos sofisticados, lo que el gobierno israelí advirtió que no admitiría.
Aunque el ataque israelí parece tener objetivos limitados, distintos observadores lo ven como parte de una estrategia general para atomizar el Levante y reorganizarlo en pequeños cantones según criterios étnicos y confesionales. Se trata de un antiguo plan del Pentágono para dividir Siria e Irak y hacer de Alepo la capital de un Estado sunita que abarcaría todo el Norte y el Este del país. La mitad sur del país se dejaría al actual gobierno y en la costa mediterránea se separaría un pequeño cantón alauita.
Esta ida tiene un siglo de antigüedad y fue replicada en distintos escenarios desde entonces. La otra corriente en puja dentro de la elite norteamericana aboga por el “nation-building”, esto es, el fortalecimiento de las instituciones nacionales según criterios de modernización económica y organizacional. Esta política se aplicó en muchos países después de la Segunda Guerra Mundial con éxito diverso y recientemente en Afganistán e Irak, donde fracasó.
Los planes norteamericanos para Siria carecen hoy en día de sustento, porque ni sus propios aliados los creen. Según Charles Lister, de la Brookings Institution, muchos jefes rebeldes en la región de Alepo critican los bombardeos contra el Estado Islámico cerca de Kobani, porque –afirman– distraen del combate contra Al-Asad y de la batalla por Alepo, la segunda ciudad del país. “Si Alepo cae en manos del gobierno –sostienen–, el régimen habrá ganado la guerra.”
La mitad oriental de la milenaria ciudad fue conquistada por los rebeldes en 2012, pero entonces el ejército sirio los frenó y la ciudad quedó partida por la mitad. En los últimos meses refuerzos libaneses, iraquíes y afganos permitieron que el gobierno comenzara a aislar la ciudad de la ruta que por el norte conduce a la frontera turca (60 km), por donde llegan los pertrechos y suministros rebeldes. Si el cerco se cierra, la caída de Alepo será sólo cuestión de tiempo.
Los comandantes rebeldes desconfían de Washington, por la falta de ataques a las unidades del EI que ocupan el nordeste de la provincia. Además, rechazan la reciente propuesta del enviado de la ONU Staffan de Mistura para congelar las posiciones de ambos bandos en Alepo, porque –piensan– favorece al gobierno sirio. Estas percepciones deslegitiman a los aliados de EE.UU. e intensifican el pasaje de milicianos hacia las organizaciones islamistas. Los jefes laicos temen que pronto sólo tres fuerzas se mantengan en guerra: el gobierno, Al-Nusra y el Estado Islámico.
Ente tanto, el jefe de la milicia Jaysh al-Islam, hasta ahora financiada por los sauditas, anunció el martes 9 que pasaría con sus 45.000 hombres a combatir junto al ejército sirio en la región de Damasco. La milicia era parte del Frente Islámico y aceptó concesiones gubernamentales con la mediación de representantes rusos.
Por falta de fuerza y de tiempo probablemente la Casa Blanca no aplique el plan de división étnica y religiosa del Levante que tampoco conviene a sus aliados turcos y sauditas, porque soliviantaría a sus múltiples minorías. Más seguro parece que Washington se involucre militarmente –sobre todo en Irak– sin plan ni objetivo claro, pero es dudoso que mande tropas a Siria ni que decrete el bloqueo aéreo en el norte del país por el prestigio ganado por los defensores kurdos de Kobani.
En la guerra civil siria se están perfilando dos movimientos convergentes: por un lado el conflicto se internacionaliza crecientemente a lo largo de divisiones religiosas y étnicas, en las que Israel toma partido por los sunitas más radicales. Por el otro, en el campo opositor los islamistas se están imponiendo a las fuerzas laicas, mientras que el gubernamental está atrayendo a opositores que se acogen a las concesiones del gobieno. La intervención de Israel parece mantenerse limitada, aunque las cercanas elecciones parlamentarias pueden incitar a Benjamin Netanyahu a una aventura. En general, el campo chií consolida sus fuerzas y avanza paso a paso. Estados Unidos va a mantener su ambivalencia hasta que la Casa Blanca y el Senado de mayoría republicana lleguen a un acuerdo sobre la política exterior, lo que probablemente suceda hacia el fin del primer semestre de 2015. Hasta entonces los monarcas del Golfo seguirán usando la única arma efectiva que tienen: el petróleo. Todo el mundo seguirá de rehén de la guerra colonial en Levante.
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Eduardo J. Vior