El acuerdo transatlántico
VIERNES, 29 DE ABRIL DE 2016
POR EDUARDO J. VIOR (ANALISTA INTERNACIONAL)
El presidente norteamericano Barack Obama aspira a firmar con
la Unión Europea (UE) el Tratado Transatlántico de Asociación y Comercio
(TTIP o Tafta, por su sigla en inglés) antes de concluir su período
presidencial el próximo 20 de enero, pero en ambos márgenes del océano
crece el rechazo total o parcial al acuerdo y es poco probable que lo
logre. Uno de los puntos centrales de las críticas al tratado es la
reducción de los derechos de los trabajadores europeos que el mismo
acarrearía.
El nivel de derechos laborales difiere mucho entre ambos márgenes del
océano: en los Estados Unidos la patronal puede despedir al empleado en
cualquier momento, en tanto en los países de la UE están prohibidos los
despidos sin causa. Mientras que en Europa, la formación y la
pertenencia a organizaciones sindicales es libre, los trabajadores
norteamericanos deben solicitarlo judicialmente y con el apoyo de un
porcentaje importante de los empleados de la empresa y el sector.
Apoyada
en la campaña que llevan adelante las grandes corporaciones europeas,
la canciller Angela Merkel defiende la equiparación de las normativas
entre ambos continentes que la formación de un mercado único traería, y
augura que el acuerdo mejorará los estándares laborales, sociales y
medioambientales.
Los críticos, por el contrario, temen que los
trabajadores europeos pierdan derechos. Comparando la situación a ambos
lados del Atlántico, Werner Rügemer, profesor de la alemana Universidad
de Colonia, aduce que, entre las principales convenciones de la OIT, EE
UU no ha reconocido los derechos de los trabajadores a organizarse
autónomamente, a la huelga, a la negociación colectiva, ni a la igualdad
de remuneraciones entre hombres y mujeres y sólo ha ratificado la
eliminación del trabajo forzado y de las peores formas de trabajo
infantil.
Aun cuando en el TTIP no se redujeran explícitamente los
derechos de los trabajadores europeos, la creación de un mercado único
entre ambos continentes afectaría los derechos laborales, porque las
empresas temen la competencia norteamericana. Además, el mejoramiento de
las condiciones laborales se haría muy difícil –insiste el profesor
alemán–, porque los inversores extranjeros demandarían a los Estados por
violación del tratado.
Ante estas y otras críticas, es poco
probable que el acuerdo se firme este año. Europa está dividida:
mientras que Francia, Italia, España y los demás países del Sur están
subiendo la valla, sobre todo en el capítulo agrario, Alemania, Gran
Bretaña y los países escandinavos pisan el acelerador. En 2017 habrá
elecciones presidenciales en Francia, luego en Alemania e Italia, y en
2019 debe renovarse la Comisión Europea. Por eso, mientras que Merkel
tiene prisa, muchos dirigentes europeos prefieren esperar a que se
aclare el panorama político, antes de concluir el tratado.
Después
de ocho años de ajuste interno permanente, los pueblos de Europa
difícilmente resistan el ajuste transatlántico y ningún dirigente del
sur quiere sufrir el castigo de sus votantes por haber reducido sus
derechos.
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Eduardo J. Vior