La fractura ibérica
La represión en Cataluña colocó
a la península en una situación límite en la que ambas partes buscan el
choque y donde algunos prefieren dividir España antes que
democratizarla
Aún después de 300 años la monarquía borbónica que ocupa España sigue
sin aprender de sus errores y crímenes. A principios del siglo XVIII
Felipe V anuló las libertades de Cataluña; al comienzo del XIX Fernando
VII quiso quitar las suyas a los americanos y nos empujó a la
independencia. En sucesivas etapas durante ese siglo se abolieron los
derechos históricos de Navarra y del País Vasco, se reprimió la primera
independencia de Cuba y la Primera República. Terminó la centuria con la
pérdida de Cuba, Puerto Rico, Guam y Filipinas a manos de los Estados
Unidos. En 1931 Alfonso XIII debió marchar al exilio después de la
proclamación de la Segunda República, que acabó en la guerra civil de
1936-39 y en casi cuarenta años de dictadura franquista que aterrizó sin
memoria, verdad ni justicia en el reinado de Juan Carlos I y la
Constitución de 1978. Luego de 36 años de corrupción y peculado fue
remplazado en 2014 por su hijo Felipe VI, quien ahora se topa con la
vuelta del problema que le creó su recontra tatarabuelo y reacciona
igual que aquél. Cuando algún pueblo de España reclama sus derechos, la
corona acude a la violencia.
En protesta por la represión contra la población civil durante el
referéndum este martes 3 Cataluña vive una doble convocatoria a la
huelga general y un “paro de país” organizado por la nueva entidad Taula
per la Democràcia (Mesa por la Democracia, en catalán). Con la huelga y
el paro cívico los sindicatos, algunas patronales y entidades sociales
quieren demostrar el rechazo de la sociedad catalana a la violación de
sus derechos fundamentales. La Taula per la Democràcia surgió como
reacción a los registros y las detenciones practicados por la Guardia
Civil y la Policía Nacional en la Generalitat, entidades y empresas. La
organización está formada por unas 40 entidades que incluyen a las
cuatro centrales sindicales, las patronales, las asociaciones de
vecinos, Òmnium (Fundación para la Promoción de la Lengua y la Cultura
Catalana, con sedes en toda la región) y la Asamblea Nacional de
Cataluña (ANC).
Una viñeta del diario belga Le Soir ilustraba el lunes por
la mañana la situación de la mayoría de la población catalana: caída en
el suelo se ve a una persona con la cabeza sangrante, mientras se aleja
una escuadra de la policía con sus cascos y garrotes. En un globito el
caído reflexiona “antes yo no estaba seguro sobre la independencia” y en
el otro se responde “¡ahora sí!”. Hasta el choque del domingo muchos
catalanes no eran independentistas; la brutalidad policial los ha
convencido de que con Madrid no hay entendimiento.
Ciertamente,
los nacionalistas catalanes han jugado a la provocación. La decisión de
la ANC del 6 de septiembre pasado para convocar al referéndum violó la
Constitución y las leyes. Fue una apuesta al todo o nada que podría
haber caído en el vacío, pero fue recogida por los ciudadanos y triunfó.
Por su parte, desde que Mariano Rajoy formó su segundo gobierno en
octubre de 2016, ha roto el diálogo con los soberanistas catalanes.
Ambas partes están asediadas por escándalos de corrupción que abarcan
las últimas décadas y necesitan extremar sus posiciones, para recuperar
apoyos. Por otra parte, ni el Partido Socialista Obrero Español (PSOE)
ni Unidos Podemos están en condiciones de mediar efectivamente.
Saliendo de su mutismo, el lunes 2 la Comisión Europea (CE) convocó a
las partes a retomar el diálogo, pero afirmó que no piensa mediar. En
tanto, el Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU abrió una
investigación sobre los hechos de violencia y en el Parlamento Europeo
se ha pedido un debate sobre la intervención policial.
La ley de convocatoria al referéndum prevé que, si la mayoría de los
votantes se expresa por la separación, la Asamblea Nacional la proclame
hasta 48 horas más tarde. Sin embargo, por el paro cívico la decisión se
ha postergado 24 horas que deben servir para negociar. En caso de
declaración unilateral de la independencia el Estado Español puede
aplicar el art. 151 de la Constitución e intervenir la autonomía de la
comunidad. Si hay resistencia, puede ocupar militarmente la región.
Tanto Mariano Rajoy como los líderes independentistas Carles
Puigdemont y Oriol Junqueras (respectivamente, presidente y
vicepresidente del Govern) quieren ir al choque, porque éste les asegura
legitimidad interna. El Rey Felipe VI, en tanto, guarda silencio. No
habló el domingo después de los graves hechos de violencia y se especula
que está esperando la declaración unilateral de independencia (DUI)
para manifestarse. Pero, si espera hasta ese momento, su único mensaje
puede ser enviar las tropas. En ese caso los catalanes resistirán
pacíficamente, porque, entre tanto, están cohesionados como pueblo y
luchan por su derecho democrático a decidir sobre su destino. El
gobierno central probablemente disuelva las instituciones autonómicas y
encarcele a los dirigentes soberanistas, pero, sin el acatamiento de la
sociedad, la región será ingobernable. Es previsible que Madrid insista
en las provocaciones violentas. En suma, Cataluña no se someterá y,
siendo la principal economía de la península, hundirá a España en el
caos. En el corto o largo plazo el gobierno de Madrid deberá aceptar la
partida de la región y la UE iniciar las negociaciones para su
incorporación. En el entretiempo se habrá impuesto en España un régimen
autoritario y, probablemente, Euzkadi habrá seguido el ejemplo catalán.
¿Hay otras alternativas? Dialogar, volver a votar en Cataluña e
iniciar un proceso de reforma democrática de la Constitución de 1978 que
convierta a España en una federación de nacionalidades. Pero esta
alternativa requiere abolir la monarquía. Ni la corona, ni el gobierno
conservador, ni los militares, ni el gran capital financiero
especulativo acompañarán este proceso. Prefieren hundir a España antes
que democratizarla.
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Eduardo J. Vior