El laberinto iraní
Las protestas sociales de año
nuevo debilitaron al presidente Rohaní y a las aspiraciones de Trump y
fortalecieron a un poder interno que enfrenta el desafío de superar su
crisis
Consecuente con sus hábitos empresariales, Donald Trump pretexta las
protestas sociales que se sucedieron en Irán entre el 28 de diciembre y
el 2 de enero, para incumplir las obligaciones contraídas en el acuerdo
nuclear con el país persa. Sin embargo, la unidad suprapartidaria de los
iraníes, las masivas movilizaciones de apoyo a la República Islámica y
la intervención de Rusia y Turquía desbarataron la estrategia, aunque la
situación esté lejos de ser estable.
“Los procesos internos en Irán no tienen relación con las funciones
del Consejo de Seguridad”, declaró el jueves el vicecanciller ruso
Serguéi Riabkov, para rechazar el pedido norteamericano de que el
Consejo de Seguridad de la ONU se reúna de urgencia para debatir la
crisis en Irán. En su opinión, EE.UU. se aprovecha de la tensión social
que reina en ese país para incumplir al acuerdo nuclear suscripto en
2015 entre Teherán y el sexteto de negociadores internacionales.
Desde hace una semana varias ciudades de Irán han sido escenario de
protestas contra la situación económica del país. Las manifestaciones
callejeras comenzaron días después de que el presidente Hasán Rohaní
presentó un proyecto de presupuesto para el año fiscal que comienza en
marzo próximo en el que se prevén aumentos de combustibles y de
impuestos, cuando la situación económica es mala por el aumento de
precios de alimentos y la insolvencia de algunos bancos. La tasa de
inflación anual está en el 9,6%, mientras que el desempleo alcanza el
13%, pero entre los jóvenes supera los 30 puntos.
Si bien las protestas no estaban autorizadas, las autoridades no las
impidieron, y fueron escalando con el correr de los días. El 1º de enero
el presidente Rohaní advirtió que el derecho del pueblo a expresar su
opinión no incluye la ruptura del orden constitucional. Sin embargo,
como la violencia aumentó, provocando la muerte de 21 personas y decenas
de heridos, el martes el jefe espiritual de la República Islámica, el
ayatolá Seyed A. Jamenei, acusó públicamente a “enemigos externos” por
los ataques contra unidades de policía. Inmediatamente después la
Guardia Revolucionaria Iraní intervino apoyando a la policía y reprimió
el alzamiento, deteniendo a centenares de activistas.
Las autoridades iraníes atribuyen la radicalización de las protestas
al apoyo que éstas habrían recibido de EEUU, Arabia Saudí e Israel. Nada
más comenzadas las manifestaciones, Donald Trump tuiteó que “el pueblo
de Irán está actuando contra el brutal y corrupto régimen. ¡Estados
Unidos está vigilando!”. Además, la contrainteligencia iraní reveló que
la mayoría de los mensajes llamando a protestas fueron lanzados desde
Arabia Saudita. A ellos se sumó Netanyahu quien tuiteó que “valientes
iraníes están saliendo a las calles”.
La evidencia de esta intromisión unió a la opinión pública iraní en
un sentimiento nacionalista. Desde que Donald Trump descertificó el
acuerdo nuclear en agosto pasado, nadie allí espera nada bueno de EE.UU.
Además, al comenzar las protestas, el mandatario calificó a los persas
de “muertos de hambre”. A esto se suman la muerte de miles de peregrinos
iraníes en La Meca y los asesinatos de científicos persas por los
servicios israelíes, por lo que saudíes e israelíes son muy mal vistos
por los iraníes.
Respondiendo al llamamiento del ayatolá, el miércoles millones de
manifestantes ganaron las calles en por lo menos diez ciudades gritando
consignas contra EU.UU. e Israel. Apoyado en la masiva reacción popular,
a su vez, el general Mohammad Alí Yafari, comandante de la Guardia
Revolucionaria, proclamó pocas horas después el triunfo sobre el intento
subversivo.
Hasta los reformistas más liberales condenan las acciones violentas
de los últimos días, aunque siguen reclamando que las autoridades sean
más enérgicas en la lucha contra la corrupción y la extendida pobreza.
La crisis puso de manifiesto la incapacidad de Rohaní para aprovechar
el progresivo levantamiento de las sanciones económicas desde la firma
del pacto nuclear, para fomentar inversiones, crear trabajo y
diversificar la economía, superando su extrema dependencia de la
exportación de petróleo y gas. El presidente fue reelecto en 2017 por
otros cuatro años con la promesa de mejorar la situación económica, pero
la crisis continúa y el anuncio de aumentos de precios e impuestos
enfureció a mucha gente.
Significativamente, las fuerzas de seguridad no hicieron nada para
prevenir las manifestaciones y recién intervinieron después de que
Jamenei condenó las acciones violentas. El ayatolá es el gran triunfador
de esta crisis. No sólo conserva un poder de convocatoria sin parangón,
sino que controla directamente a la Guardia Revolucionaria, que, amén
de ser la principal organización paramilitar del país, posee también un
sinfín de pequeñas y medianas empresas que dan trabajo a centenares de
miles de personas. Si el gobierno pretende incentivar la economía
acordando con el capital occidental, pondrá en riesgo este importante
sector de la economía. La mayoría de los iraníes reclama, en
consecuencia, profundas reformas, pero no las promovidas por los
tecnócratas filooccidentales.
Desde 1979 la nación persa se mantiene sobre una convivencia
inestable entre las fuerzas populares y sectores del clero, por un lado,
con los “bazaaris” (los empresarios de los tradicionales centros
comerciales de sus grandes ciudades), por el otro, que desean atraer
inversiones extranjeras. Hasta ahora la agresión exterior ha sido tan
fuerte que ha compelido a todos los contendientes a mantener la
solidaridad nacional, para no sucumbir, pero, si la creciente influencia
internacional del país no da pronto frutos internos, esa solidaridad
puede resquebrajarse.
La relación con Irán es el límite intraspasable que Donald Trump
tiene, si pretende obligar a israelíes y palestinos a firmar la paz. Su
amigo y socio Benjamin Netanjahu no puede permitirle llegar a un arreglo
con los persas, porque sus aliados en la ultraderecha israelí y
norteamericana lo derribarían y le harían pagar sus delitos. Por eso
obliga al norteamericano a mantener una línea dura hacia Irán.
Mientras la nación persa no supere su crisis social y política,
nuevas conspiraciones seguirán siendo posibles. En tanto sus principales
actores sigan manteniendo su unidad nacional podrán resistir las
crisis, pero ésta no es una solución duradera.
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Eduardo J. Vior