Trump lo hizo: se metió en la crisis de Irán y unió al oficialismo con la oposición
De todos modos, las manifestaciones dejaron 21 muertos, cientos de heridos y más de 500 detenidos y desnudaron la situación del presidente Rohaní, que parecía monolítica
por Eduardo J. Vior
Tiempo Argentino
7 de enero de 2018
Tiempo Argentino
7 de enero de 2018
¿Torpeza o mala intención? El
balance lo define: el presidente iraní Hasán Rohaní perdió poder,
mientras que el líder espiritual de la República, el ayatolá Seyed Alí
Jamenei, y la Guardia Revolucionaria resultaron vencedores. Ambos
rechazan el acuerdo nuclear de 2015 con el Grupo 5+1 (EE UU, Gran
Bretaña, Francia, Rusia, China + Alemania), lo mismo que el presidente
estadounidense. ¡Qué casualidad!
El jueves 4, Rusia rechazó el pedido
de EE UU para que el Consejo de Seguridad se reuniera y tratara la
crisis en Irán. El vicecanciller ruso denunció en la ocasión que
Washington se aprovecha de la crisis iraní para incumplir el acuerdo
nuclear de 2015.
Entre el 28 de diciembre y el 2 de enero varias
ciudades de Irán fueron escenario de protestas contra la situación
económica del país que rápidamente degeneraron en acciones violentas
contra instalaciones oficiales y puestos policiales, con un saldo final
de 21 muertos, numerosos heridos y 500 detenidos.
La primera
reacción del presidente iraní Hasán Rohaní, el 1º de enero, fue tibia.
Reconoció el derecho de la población a protestar contra la política
económica, pero advirtió que no se debía trasgredir los límites
constitucionales.
En cambio, al día siguiente, Jamenei, acusó a
potencias extranjeras de crear disturbios en la República Islámica. No
especificó a quién se refería, pero el vocero de los Guardianes de la
Revolución, el general de brigada Ramezan Sharif, denunció el "apoyo de
EEUU, del régimen sionista (por Israel) y de los sauditas" a los
manifestantes.
Respondiendo a la convocatoria de su conducción,
centenares de miles de iraníes de todas las tendencias se manifestaron
el miércoles en Teherán y otras nueve ciudades del país, para respaldar
la República Islámica y rechazar la intromisión extranjera. No hubo
diferencias: "reformistas" y "conservadores" marcharon codo a codo. Como
corolario de la gigantesca movilización, el comandante de la Guardia
Revolucionaria, el general Mohammad Alí Yafari, pudo anunciar esa noche
el fin de la sedición.
Debilitado
En mayo
pasado, Hasán Rohaní fue reelecto como presidente de Irán con el claro
mandato popular de reducir la pobreza, crear trabajo (la tasa de
desempleo asciende al 13%, pero entre los jóvenes llega al 30%), bajar
la inflación (10%), conseguir inversiones productivas (para superar la
extrema dependencia de los hidrocarburos) y combatir la corrupción. El
pueblo iraní había depositado enormes esperanzas en los frutos
económicos del acuerdo nuclear de 2015 que se frustraron por el bajo
precio del petróleo, el boicot del gobierno de Trump al pacto y los
enormes gastos que depara el apoyo persa a los aliados en la región.
Cuando en diciembre pasado, entonces, el presidente presentó un proyecto
de presupuesto para el año fiscal que comienza en marzo próximo
previendo aumentos en los precios de los combustibles y en algunos
impuestos, rebalsó el cubo. Miles de personas salieron a las calles en
el interior del país, en parte –como se comprobó– azuzadas por mensajes
originados en Arabia Saudita.
Como conclusión de la semana de
agitación, el presidente Rohaní quedó muy debilitado, mientras que, al
fortalecerse Jamenei y la Guardia Revolucionaria, se retrasarán tanto el
cumplimiento del pacto nuclear como la apertura de la economía a
inversiones occidentales.
El modo en que se resolvió la crisis
político-social de fin de año perpetúa el empate estratégico entre los
tecnócratas y "bazaaris" (los comerciantes de los tradicionales mercados
del país, interesados en traficar con los países occidentales), por un
lado, y la jerarquía chiíta, el ejército y la Guardia Revolucionaria,
por el otro, que temen perder soberanía. Este impasse afecta no sólo el
crecimiento de la economía, sino también el acuerdo nuclear, lo que
daña, a su vez, los intereses de Rusia, Turquía y Alemania.
Vladimir
Putin necesita que el pacto de 2015 tenga éxito para que se distienda
la situación en Oriente Medio con Rusia como árbitro. Alemania y
Turquía, por su parte, esperan que el acuerdo aliente las inversiones y
el comercio con el país persa. Saudiarabia e Israel, por el contrario,
boicotean el acuerdo nuclear, para mantener a Irán como enemigo e
impedir una paz que los obligaría a reformas internas. Donald Trump,
finalmente, quiere mantener el pacto en el limbo, para fijar las
condiciones de las negociaciones sobre el futuro de la región.
El
mantenimiento del statu quo garantiza la repetición de las crisis en
Irán y de los enfrentamientos en todo Oriente Medio, por lo menos hasta
que uno de los bloques se canse o ambos alcancen un acuerdo llevadero. «
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Eduardo J. Vior