jueves, 10 de mayo de 2018

Israel y Siria ocupan el lugar que EE.UU. dejó

Una apuesta extremadamente riesgosa

EE.UU. se retiró del acuerdo con Irán para negociar uno mejor, abriendo un vacío que Rusia quiere llenar, mientras se separan los caminos de Damasco y Teherán
por Eduardo J. Vior
Infobaires24
9 de mayo de 2018
Eduardo J. Vior
Al cumplir el martes pasado su promesa electoral y retirar a los Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán firmado en 2015 por los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania, el presidente Donald Trump apostó a que Rusia, China y las potencias europeas se encarguen de mantener el orden en Medio Oriente y a que Israel, Siria e Irán no se enfrenten frontalmente, mientras él arrastra a la República Islámica a una renegociación y ampliación del pacto que incluya los cohetes persas de alcance medio y sus intervenciones militares en la región. Son demasiados supuestos, como para que salga bien, pero, si lo logra, habrá avanzado seriamente hacia una paz duradera en Oriente Medio.
Por el Acuerdo 5+1 se levantaban las sanciones internacionales contra Irán a cambio de que éste limitara su programa nuclear y aceptara un estricto régimen de inspecciones. Desde 2015 el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) certificó repetidamente que la nación persa cumplía el acuerdo y los países europeos fueron levantando las sanciones. En rigor de verdad, la República Islámica ya había puesto fin a su investigación nuclear militar en 1988, porque el padre de la revolución, el ayatolá Ruholá Khomeini, decretó que las armas de destrucción masiva contradicen los principios del islam. O sea que el único país de Oriente Medio que posee armas atómicas y rechaza toda inspección internacional es Israel. El aspecto nuclear del acuerdo es, por consiguiente, una farsa. La preocupación de Washington se dirige, en realidad, a los cohetes de medio alcance desarrollados exitosamente por Irán y a las intervenciones externas de su Guardia Revolucionaria.
En las próximas semanas habrá que estar atentos a la evolución interna tanto en Arabia Saudita e Israel como en Irán. Los sauditas están felices con el retiro norteamericano del acuerdo, porque aspiran al cambio de régimen en Teherán. Riyad ve con temor la creciente influencia iraní en Oriente Medio, sobre todo después de la derrota en Irak y Siria de los terroristas que la monarquía apañó durante años, aunque, como el reino se halla en una transición autoritaria hacia un neoliberalismo moderno, no se atreve a meterse en un nuevo conflicto externo.
En tanto, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu está acusado de corrupción y, para adelantarse a la presentación de cargos formales, quiere convocar a elecciones parlamentarias adelantadas que pretende ganar con gestos duros en lo interno y en el exterior. No obstante, debe reconocérsele un cierto grado de sensatez. Desde el comienzo de las operaciones rusas en Siria, en septiembre de 2015, los estados mayores de Moscú y Tel Aviv han evitado choques directos. Para continuar el contacto, el primer ministro llegó el miércoles 9 a Moscú, donde asistió junto a Vladimir Putin al desfile del Día de la Victoria sobre la Alemania nazi y mantuvo conversaciones sobre Oriente Medio.
En Irán, por su parte, pesan mucho los Guardianes de la Revolución que ambicionan la expansión de la revolución islámica y la destrucción del Estado de Israel. En segundo lugar está el presidente Hassán Rohaní, quien busca el acercamiento a Occidente, para atraer inversiones y relanzar el crecimiento económico y, finalmente, hay que considerar al ayatolá Alí Jamenei, Guía de la Revolución, quien arbitra entre los otros dos poderes.
Cuando en 2011 comenzó la agresión exterior, Irán acudió en ayuda de Siria en virtud de un tratado anterior. Gracias a esa ayuda Siria pudo resistir a la Hermandad Musulmana y, desde septiembre de 2015, con el apoyo ruso pudo derrotarla.
Hoy en día, cuando los terroristas están prácticamente vencidos, los objetivos de Irán y Rusia divergen. Ésta última quiere erradicar las organizaciones yihadistas, restablecer la paz en la región y restaurar el vínculo histórico entre su cultura ortodoxa y Damasco, la cuna del cristianismo. Para la Federación Rusa, Israel es un Estado internacionalmente reconocido, con más de un millón de ciudadanos provenientes de la antigua URSS, y tiene derecho a defenderse, a pesar de que haya robado territorios y de su actual régimen de apartheid.
Para Siria, en tanto, Israel es el ocupante ilegal del Golán que durante la guerra apoyó a los yihadistas y bombardeó Siria un centenar de veces. Sin embargo, Damasco no desconoce al Estado hebreo y busca un tratado de paz con su vecino.
Por el contrario, para Irán, Israel es sólo una entidad ilegítima que ocupa Palestina y oprime a los habitantes históricos de esa tierra y debe ser destruida.
Junto a esta diferencia estratégica, hay que considerar cálculos tácticos. Detrás del tratado nuclear multilateral firmado en julio de 2015 se esconde un acuerdo bilateral secreto entre EE.UU. e Irán cuyos términos se desconocen. No obstante, desde la conclusión del mismo, las fuerzas norteamericanas e iraníes no han chocado en ninguno de los numerosos teatros de guerra del Medio Oriente en los que compiten. La amenaza que Teherán ejerce desde Siria puede interpretarse, entonces, también como una forma de presionar, para que se mantengan las cláusulas secretas del acuerdo 5+1 y que Washington levante las sanciones económicas que hunden la economía iraní.
Desde hace tres años Israel exige que Rusia impida a Irán instalar bases militares a menos de 50 kilómetros de la línea de demarcación. Hasta hace poco tiempo Moscú respondía que Tel Aviv no podía exigir nada, porque en Siria había perdido frente a Irán, pero, al acercarse el fin de la guerra, Rusia ha cambiado de opinión y quiere evitar un choque iraní con Israel.
Apenas Trump hubo hablado, el mismo martes por la tarde aviones israelíes atacaron al oeste de Damasco lo que parece haber sido un convoy militar iraní. Por lo menos ocho efectivos habrían sido muertos. No queda claro, si los israelíes querían impedir una concentración de fuerzas enemigas cerca del Golán o si sus militares querían boicotear el viaje del primer ministro a Rusia, pero el choque aumentó la tensión.
El presidente Trump conoce y aprovecha estas contradicciones entre sus adversarios, así como las limitaciones de sus aliados. Habrá que ver cómo reaccionan, entonces, Teherán y Tel Aviv. Las potencias occidentales, a su vez, dependen del petróleo iraní y de su mercado y buscarán todas las vías de negociación. China, por su parte, necesita que en Medio Oriente haya paz, para avanzar con la Ruta de la Seda que por allí debe pasar. Rusia, finalmente, quiere la paz, para asegurar su rol de mediador regional.
Trump aplica una política de riesgo controlado que, de tener éxito, puede llevar a la paz en Medio Oriente. Pero, si alguno de los actores se desmadra o si sucede algo inesperado, puede desatarse una catástrofe mundial. Durante meses viviremos en vilo, pendientes de que ningún idiota o criminal encienda la mecha del polvorín.

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Eduardo J. Vior