Bolsonaro aún no se decide entre la realidad y la locura
En
su política internacional el futuro presidente deberá elegir entre su
mesianismo y la pragmática defensa de los intereses nacionales
por Eduardo J. Vior
Infobaires24
1 de noviembre de 2018
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1 de noviembre de 2018
Desde
1808 la política exterior de Brasil se ha movido entre dos coordenadas:
actuar como poder subimperial a costas de sus vecinos suramericanos o
integrarse con ellos, especialmente con Argentina. Al seguir la primera
opción, se pegó a Gran Bretaña primero y a Estados Unidos después. En la
segunda elección se diferenció de las potencias hegemónicas, sin
necesariamente oponérseles. No obstante, en ambos casos la diplomacia
brasileña siempre fue muy consciente de sus intereses. Jair Messias
Bolsonaro parece ahora querer romper con esta tradición. Si su
ideologismo no es rápidamente controlado, puede producir un desastre.
En
la noche de la elección el eufórico futuro ministro de Economía, Paulo
Guedes, rechazó con gesto brusco una pregunta sobre la relación con
Argentina y la inserción en el Mercosur: “No es prioridad la Argentina,
el Mercosur tampoco es prioridad”, afirmó, y agregó que “el Mercosur es
muy restrictivo”. Sin embargo, a modo de disculpa, ya el martes 30
declaró no tener nada en contra del Mercosur ni de Argentina. Sin
embargo, sus declaraciones fueron retomadas por el propio Bolsonaro:
“Mercosur tiene su importancia sí pero, en mi opinión, está
sobrevalorado. Fue bien gestado en su inicio pero luego el asunto
ideológico pasó a hablar más alto”, afirmó el futuro presidente.
Para
calmar las aguas, el pasado martes 30 el ministro de Relaciones
Exteriores argentino Jorge Faurie invitó al presidente electo de Brasil a
acompañar el 29 y 30 de noviembre próximos a su todavía presidente
Michel Temer a la cumbre del G20 que se realizará en Buenos Aires. Como
en la reunión Donald Trump y Xi Jinping ocuparán el centro del
escenario, con la invitación Faurie estaba pidiendo a Itamaraty que
cuide el vínculo con China. El entredicho con Argentina se reforzó,
cuando se supo que el nuevo mandatario irá primero a EE.UU., Israel y
Chile, rompiendo así una tradición de décadas, según la cual nuestro
país es el primer destino de los mandatarios brasileños al asumir.
En
su corto discurso en la noche del triunfo Bolsonaro prometió liberar a
Brasil “de las relaciones internacionales ideológicas de los últimos
años”, pero las primeras señales que emitió marchan en la dirección
contraria: al ofender a China y desvalorizar el vínculo con Argentina,
está creando problemas respectivamente con el primero y el tercer socio
comercial de Brasil, para aliarse incondicionalmente con EE.UU., con
quien Brasil no tiene mucho intercambio.
El
equipo de Bolsonaro quiere tener con Washington un vínculo tan estrecho
como durante el primer gobierno militar (1964-67). Para ello se apoya
en que el futuro presidente ha sido presentado en la prensa
internacional como un “Trump tropical”, tiene fuertes vínculos con
fondos de Wall Street y cuenta con el asesoramiento de Steve Bannon, el
ex asesor de Trump.
Al conflicto con
Argentina se sumó uno más grave con China. Además de las felicitaciones
protocolares, a través de un editorial del China Daily titulado “No hay
razones para que el ‘Trump Tropical’ revolucione las relaciones con
China” Beijing se quejó de que durante la campaña el candidato
triunfante fue “menos que amistoso” y le reclamó que, como presidente,
aplique una evaluación “objetiva y racional” de las relaciones, porque,
de lo contrario, “el costo que deberá pagar la economía brasileña será
muy alto”. El año pasado el intercambio comercial entre ambos países
alcanzó los 75 mil millones de dólares, con un superávit brasileño de 20
mil millones. China, asimismo, es responsable por numerosas y
cuantiosas inversiones. Si las relaciones entre ambos países empeoran,
la economía brasileña sufrirá enormes pérdidas.
Entre
tanto, fuentes de Itamaraty informan sobre divisiones entre la
ortodoxia neoliberal de Paulo Guedes y la postura más soberanista de los
militares participantes del futuro equipo de gobierno que seguramente
se van a reflejar en la política externa. Evidentemente, las relaciones
con China serán la piedra de toque, para saber cuán realista será el
nuevo gobierno.
Dentro de América
del Sur, en tanto, por ahora parecen ser prioritarias las relaciones con
Chile y Colombia. Seguramente Bolsonaro cortará cualquier tipo de
relación con Venezuela. Sin embargo, en algún momento los 58 mil
millones de dólares del intercambio con Argentina harán sentir su peso.
Por su parte, el Mercosur probablemente vuelva a ser una unión aduanera,
como en sus primeros años, y se lo “flexibilice”, para permitir
acuerdos bilaterales fuera del bloque.
En el ámbito global, a su vez, Bolsonaro se ofrece como el aliado más fiel de Trump y para ello tiene la asistencia de Steve Bannon,
quien desde Brasil pretende extender su “Movement” ultraderechista
internacional por todo el continente. Sin embargo, jugar al “Trump
tropical” puede salirle muy caro. Durante la campaña electoral amenazó
con que Brasil abandonaría el Acuerdo de París sobre Cambio Climático,
pero algunas diplomacias europeas le avisaron que, si lo hace, afectará
los vínculos comerciales y financieros y el venidero jefe de Estado
reculó raudamente.
Bolsonaro fue
apoyado desde el principio por el Instituto Millenium, un foro
ultraliberal con sede en Rio de Janeiro cuya mayor cabeza intelectual es
el filósofo Denis Rosenfield, profesor emérito de la Universidade
Federal do Rio Grande do Sul, ex militante del PT convertido en sionista
militante y neoliberal ortodoxo. Rosenfield es un acérrimo defensor de
Israel y funge como nexo intelectual entre Bolsonaro y Benjamin
Netanjahu. Por ello el primer ministro israelí comprometió su asistencia
a la asunción del mando en Brasilia el 1º de enero y el futuro
presidente se apresuró a anunciar su viaje a Tel Aviv. Sin embargo, la
proclamada intención de trasladar la embajada a Jerusalén quedó en la
nada. Como Brasil vende grandes cantidades de carne (15 mil millones de
dólares por año) y pollo a los países árabes, el anuncio del traslado
alarmó a los exportadores quienes inmediatamente presionaron al equipo
del candidato triunfante.
A pesar de
la retórica de campaña, se descarta también momentáneamente una acción
militar contra Venezuela. El gobierno será militantemente antichavista,
pero no arriesgará un conflicto exterior que rápidamente puede
desbordar.
En el futuro equipo de
gobierno convivirán en conflicto neoliberales ortodoxos y militares
conservadores, pero fieles a la tradición geopolítica subimperial de
origen colonial. El futuro presidente es un retrógrado mesiánico y
paranoico y no se encuadra, en realidad, en ninguna de las dos alas. Sin
embargo, a poco de ponerse en marcha el gobierno deberá definir su
rumbo. Esto no sucederá, empero, sin arduas luchas internas que,
necesariamente, tendrán repercusiones sobre la política exterior del
país. Entre el pragmatismo y el mesianismo lo que suceda en Brasil
determinará la suerte del continente.
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Eduardo J. Vior